Hernández Castro, Joaquín, «Parrao» (1873-1941).
Matador de toros español, nacido en Sevilla el 13 de abril de 1873. En el planeta de los toros es conocido por el sobrenombre de «Parrao», apodo taurino que heredó de su progenitor, el valiente varilarguero José Hernández.
La profesión paterna lo introdujo en el mundillo del toro desde muy temprana edad, y le permitió establecer contactos que le llevaron a ir aprendiendo el oficio por tientas, capeas, festivales y otros festejos menores en los que se iban curtiendo los toreros antes de que su formación quedase exclusivamente en manos de las escuelas de tauromaquia. Con estos antecedentes, el día 30 de agosto de 1891 se presentó en calidad de novillero en las arenas de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla. Allí ganó un discreto renombre que le facilitó entrar en los circuitos regionales de contratación, merced a lo cual acabó por forjarse como lidiador en las arenas de las plazas andaluzas.
Precedido de algunos autorizados rumores que profetizaban sus triunfos en el Arte de Cúchares, pisó por vez primera el ruedo de la Villa y Corte el día 21 de agosto de 1892, con tan sólo diecinueve años de edad. Sin embargo, esta carrera meteórica hubo de verse frenada, en aras de una mayor serenidad, para dilatar su toma de alternativa hasta el día 1 de noviembre de 1896. En efecto, compareció en tal fecha ante la afición de la Real Maestranza, apadrinado por el famoso coletudo sevillano Antonio Reverte Jiménez; el cual, bajo la atenta mirada del diestro zaragozano Nicanor Villa y Arilla («Villita»), convocado en calidad de testigo, le facultó para que diera lidia y muerte a estoque a un toro criado en las dehesas de don Anastasio Martín.
Al año siguiente, Joaquín Hernández Castro («Parrao») volvió a pisar la arena madrileña, ahora en disposición de confirmar la validez de ese grado de doctor en tauromaquia. En aquella ocasión, su padrino fue el estoqueador cordobés Rafael Bejarano Carrasco («Torerito»). A partir de entonces, y a pesar de que «Parrao» estaba considerado como uno de los jóvenes más capacitados de su tiempo, su carrera entró en un franco declive que le condujo a abandonar muy pronto el ejercicio activo de la profesión, defraudando así -en parte, por su propia dejadez- las expectativas de quienes lo habían ensalzado en su etapa novilleril.