Susan Hayward (1918–1975): La fuerza indomable de Hollywood

Primeros pasos en la vida de una estrella indomable

Contexto histórico y social de Brooklyn en los años 20 y 30

Susan Hayward nació en Brooklyn, Nueva York, el 30 de junio de 1918, en una época en la que el mundo se encontraba sumido en grandes transformaciones sociales, políticas y culturales. La década de los años 20 había sido testigo de una gran efervescencia en la cultura estadounidense, caracterizada por la prosperidad económica del período de entreguerras y por los cambios rápidos en la vida urbana. En las calles de Brooklyn, una de las zonas más representativas de la clase trabajadora de Nueva York, se forjaba el carácter de quienes serían los próximos protagonistas del cine y la cultura popular. En medio de la Gran Depresión, cuando la economía comenzaba a desmoronarse, el cine emergía como una de las principales formas de escapismo para la población estadounidense.

Brooklyn, entonces un núcleo de inmigrantes de diversas nacionalidades, fue un lugar donde las aspiraciones sociales eran limitadas para muchas familias. Susan Hayward, hija de un transportista marítimo y de una madre de origen sueco, creció en un hogar modesto, pero su entorno la incentivó a luchar por un futuro mejor. A pesar de las dificultades económicas, el cine ya se comenzaba a perfilar como el lugar al que muchos aspiraban llegar, y en ese contexto, la figura de Susan Hayward se fue moldeando a través de sus primeras experiencias.

Orígenes familiares y antecedentes culturales

Los padres de Susan Hayward eran de orígenes humildes y su familia de raíces franco-irlandesas y suecas fue la base de su fuerza interior. Su padre, un trabajador del mar, y su madre, que en algunos periodos trabajó como guarda del metro, se constituyeron como pilares de un hogar que, a pesar de las penurias económicas, le brindó la educación necesaria para que su hija pudiera llegar lejos. La combinación de una infancia en un vecindario multicultural y la influencia de su madre sueca permitió a Susan desarrollar una perspectiva amplia del mundo, aunque siempre con la voluntad de elevarse por encima de su entorno.

La familia también dejó una huella en su carácter, ya que Susan era conocida por su temperamento fuerte y su determinación. Esa personalidad, de alguna manera forjada por las influencias familiares y el espíritu de lucha de su entorno, marcaría su carrera en Hollywood. Su vida temprana fue una combinación de esfuerzos para lograr un futuro más prometedor y una búsqueda constante de un medio en el que pudiera brillar. De alguna manera, la lucha de su familia por salir adelante se reflejó en la energía con la que la actriz afrontó sus primeros pasos en el cine.

Formación académica y primeros intereses

Antes de entrar de lleno en el mundo del cine, Susan Hayward tuvo una formación académica bastante pragmática. Estudió en la escuela pública de Brooklyn y, más tarde, se dedicó a cursos de comercio y contabilidad, ya que en su mente estaba la idea de convertirse en secretaria, un oficio que le permitiría alcanzar una independencia económica. Sin embargo, la vida tenía otros planes para ella.

Pronto se dio cuenta de que su belleza y su particular presencia llamaban la atención. Fue en este periodo cuando comenzó a trabajar como modelo publicitaria, una actividad que la introdujo en el mundo del cine. A los 18 años, dejó su carrera como secretaria y se mudó a Manhattan para aprovechar su atractivo físico y talento para la fotografía. Su imagen agresiva, con una belleza que denotaba tanto fortaleza como vulnerabilidad, la convirtió en un rostro codiciado para las marcas. Esta faceta como modelo sería el trampolín que la catapultaría hacia Hollywood, un lugar en el que pronto descubriría que la tenacidad y la independencia serían sus mejores armas para destacar.

Transición al cine y primeras apariciones

En 1936, Susan Hayward dio el primer paso hacia el estrellato cinematográfico cuando participó en el cortometraje Pictorial Short, bajo el nombre de Edythe Marrener, su verdadero nombre. Fue un comienzo humilde, casi invisible para el público, pero significativo para la joven actriz que comenzaba a forjar su destino en el cine. Durante los siguientes dos años, Hayward apareció en papeles secundarios y, aunque sus intervenciones eran insignificantes, su presencia no pasó desapercibida por completo. En títulos como Hollywood Hotel (1937) y Comet Over Broadway (1938), la actriz desempeñaba roles menores, pero ya comenzaba a destacar por su energía y su capacidad de transmitir emociones intensas.

Su primer gran giro se produjo cuando abandonó la Warner Bros y se unió a diferentes estudios, buscando mejores oportunidades para su carrera. A pesar de las pruebas fallidas, como la audición para el papel de Scarlett O’Hara en Lo que el viento se llevó (1939), que finalmente fue adjudicado a Vivien Leigh, estos intentos la acercaron a los cazatalentos de David O’Selznick, quien le abrió la puerta a nuevas posibilidades.

Primeras decisiones clave y cambios de estudio

A pesar de que no consiguió el codiciado papel de Scarlett, la audición de Hayward fue crucial. De hecho, representó un punto de inflexión en su carrera, ya que marcó el comienzo de su independencia dentro de la industria. En lugar de seguir en Warner, se trasladó por varios estudios, incluida Paramount y Columbia. A través de estos cambios, se fue perfilando su imagen como una actriz fuerte, ideal para papeles desafiantes y cargados de intensidad emocional. Durante este período, trabajó en títulos como Beau Geste (1939), donde interpretaba a Isobel Rivers, y en Los cuatro hijos de Adán (1941), un drama que mostró su capacidad para lidiar con papeles complejos al compartir escenas con Ingrid Bergman, una de las actrices más prestigiosas de la época.

Su determinación la llevó a interpretar papeles de mujeres desafiantes y con una gran carga emocional. En Adorable intrusa (1941), se la ve interpretando a una mujer con una personalidad difícil de olvidar, un arquetipo que se consolidaría en sus años posteriores. Ya se vislumbraba en Hayward una actriz con una energía inagotable y un temperamento fuerte que marcaba la diferencia frente a muchas de sus contemporáneas.

Consagración en Hollywood y el poder interpretativo

Auge durante los años 40 y 50

El período comprendido entre finales de los años 40 y principios de los 50 fue clave para la consolidación de Susan Hayward como una de las grandes estrellas de Hollywood. Después de varios intentos y de haberse movido entre diferentes estudios, encontró su lugar en la Universal, donde fue apadrinada por el productor Walter Wanger. Fue él quien definió gran parte de la carrera de Hayward y la colocó en el centro de su propia narrativa interpretativa. En este periodo, la actriz fue capaz de encontrar personajes a su medida, en los que desplegaría toda su intensidad y vitalidad emocional.

El primer éxito bajo la tutela de Wanger fue Tierra generosa (1946), un western dirigido por Jacques Tourneur, que presentó a Hayward en un rol mucho más complejo y sentimental. En esta película, su personaje, una mujer que lucha por la supervivencia de su familia en el vasto y árido oeste, le permitió mostrar su capacidad para las interpretaciones dramáticas y añadir una capa de vulnerabilidad a su imponente presencia en pantalla.

Su éxito continuó con Una mujer destruida (1947), una adaptación del libro de la escritora Irwin Shaw, donde Hayward interpretaba a una alcohólica que busca redimir su vida mientras lidia con su amor y dependencia hacia su esposo. Esta película le permitió no solo consolidar su talento en papeles complejos, sino también posicionarse como una de las actrices más comprometidas con roles difíciles, que exigían un alto nivel de preparación emocional.

En 1948, su participación en Raíces de pasión, dirigida por George Marshall, la consolidó como una actriz de carácter. El personaje que interpretaba en esta película, similar al de Scarlett O’Hara, no solo le ofreció la oportunidad de revivir la icónica figura de la heroína dramática, sino que también la convirtió en una rival para las actrices más consolidadas de la época. Sin embargo, fue este tipo de papeles, de mujeres fuertes y decididas, los que definirían su carrera durante los años venideros.

El estilo Hayward: intensidad emocional y dramatismo

El sello distintivo de Susan Hayward como actriz fue su capacidad para transmitir emociones crudas y auténticas. A menudo se la describe como una intérprete de «mujeres difíciles», personajes complejos y emocionalmente cargados que desbordaban el cine clásico de la época. Su talento radicaba en su capacidad para ir más allá de los estereotipos de la actriz glamorosa y superficial; sus personajes tenían profundidad y energía, y rara vez caían en la simpleza.

Se convirtió en una maestra del drama psicológico, a menudo interpretando personajes que se enfrentaban a terribles dilemas internos, luchando contra sus propios demonios, ya fueran estos la adicción, el amor no correspondido, o la superación de un pasado oscuro. La crítica, y especialmente sus compañeros de trabajo, comenzaron a reconocer la habilidad de Hayward para sumergirse en estos papeles y darles una fuerza visual que rara vez pasaba desapercibida. En su película ¡Quiero vivir! (1958), que le valió finalmente el Oscar, Susan Hayward interpretaba a Barbara Graham, una mujer real que fue ejecutada en la cámara de gas en California. Este papel marcó el punto culminante de su carrera, demostrando su capacidad para asumir roles de gran profundidad moral y emocional, y sellando su estatus como una de las mejores actrices de su generación.

El Oscar y su madurez artística

Después de años de arduo trabajo y de haber sido nominada en varias ocasiones, el gran momento de Susan Hayward llegó en 1959. ¡Quiero vivir! fue la película que le otorgó el reconocimiento definitivo de la Academia. Interpretando a una mujer que lucha por demostrar su inocencia antes de ser ejecutada, Hayward ofreció una actuación desgarradora que, además de otorgarle el tan esperado Oscar, la consolidó como una de las grandes intérpretes del cine estadounidense.

Cabe destacar que, antes de ganar este premio, Hayward había sido nominada cuatro veces más: en 1947 por Una mujer destruida, en 1949 por My Foolish Heart, en 1952 por With a Song in My Heart, y en 1955 por Mañana lloraré. A pesar de estas múltiples nominaciones, el reconocimiento del Oscar le llegó solo cuando se enfrentó a un papel de gran complejidad moral y emocional, demostrando la madurez artística que había alcanzado en su carrera.

Colaboraciones clave y relaciones profesionales

Durante su carrera, Susan Hayward fue una figura central en la maquinaria de los estudios de Hollywood, pero también fue una actriz muy solicitada por algunos de los directores más influyentes de la época. A lo largo de su carrera, colaboró con grandes cineastas como Joseph L. Mankiewicz y Henry Hathaway, con quienes tuvo una relación laboral marcada por la exigencia y la dedicación. En el caso de Mankiewicz, su trabajo en Odio entre hermanos (1949) fue crucial para consolidar la figura de Hayward como una actriz fuerte, capaz de sostener su lugar en el escenario junto a otros actores importantes como Richard Conte.

Su colaboración con el director Henry Hathaway también fue fundamental. Hathaway, conocido por su enfoque severo y riguroso en el set, era el tipo de director que sacaba lo mejor de sus actores. Fue con él que Susan Hayward participó en algunas de sus películas más emblemáticas, como El correo del infierno (1951) y La hechicera blanca (1953). Estas películas, cargadas de acción y drama, aprovecharon el ímpetu de la actriz para presentar a personajes con una gran carga emocional y un fuerte sentido de supervivencia.

La colaboración con los estudios 20th Century Fox durante la década de los 50 fue otro de los grandes hitos de su carrera. Fue en esta etapa cuando el magnate Darryl F. Zanuck declaró que Susan Hayward poseía dos cualidades fundamentales para el éxito en el cine: «es bella y sabe actuar». La combinación de estos elementos se convirtió en la fórmula perfecta para hacer de ella una de las grandes figuras del cine clásico.

Declive, legado y revalorización de una actriz única

Últimos trabajos cinematográficos y transición

A medida que la década de los 60 avanzaba, Susan Hayward continuó trabajando, aunque la naturaleza de sus papeles comenzó a cambiar. En estos años, la actriz se vio inmersa en una etapa de transición en su carrera, en la que se alejó de los papeles que la habían consolidado como una estrella del cine clásico para explorar nuevos registros, a menudo más relacionados con el cine de entretenimiento. En 1967, se presentó en dos películas de gran relevancia para su carrera: El valle de las muñecas y Mujeres en Venecia.

El valle de las muñecas (1967), una adaptación del famoso libro de Jacqueline Susann, estuvo marcada por su trágico personaje, la desesperación de una mujer que trata de lidiar con el abuso de sustancias y la pérdida de control sobre su vida. Aunque la película tuvo un recibimiento mixto, la actuación de Hayward fue uno de los puntos más destacados de la película, consolidando su capacidad para interpretar personajes complejos hasta en sus últimos años en la pantalla.

En el mismo año, su participación en Mujeres en Venecia, dirigida por Joseph L. Mankiewicz, le permitió entregar uno de sus personajes más memorables. Interpreta a Mrs. Lone-Star Crockett Sheridan, una mujer exquisita y manipuladora, que lleva a cabo un juego peligroso con otros personajes en un escenario cargado de tensión emocional. Aunque la crítica no fue unánime, esta interpretación mostró la habilidad de Hayward para seguir deslumbrando con su presencia y capacidad actoral, incluso en roles secundarios.

El último proyecto cinematográfico de Susan Hayward fue Los vengadores (1972), dirigida por Daniel Mann. Aquí, junto a William Holden, la actriz completó una carrera que abarcó más de tres décadas. Aunque la película fue una adaptación menor, el hecho de que Hayward regresara a la pantalla junto a un compañero con quien había trabajado 29 años antes en Juventud ambiciosa (1943) fue una despedida simbólica y emotiva del cine, marcado por su constante evolución y capacidad para seguir siendo relevante.

Vida personal y enfermedades

La vida personal de Susan Hayward estuvo marcada por dos matrimonios. El primero, con el actor Jess Barker, de 1944 a 1954, fue un vínculo que terminó en divorcio debido a los desacuerdos y las tensiones relacionadas con sus carreras. En 1957, se casó con el hombre de negocios Floyd Eaton Chalkley, con quien estuvo hasta 1966. A pesar de su éxito en Hollywood, Susan tuvo una vida personal compleja y su naturaleza intensa en el trabajo a menudo se reflejaba en sus relaciones personales.

A partir de la década de los 60, la actriz comenzó a enfrentar un desafío aún más grande: su salud. En 1973, Susan Hayward fue diagnosticada con un tumor cerebral, un diagnóstico que cambió su vida por completo. Durante los dos años siguientes, luchó contra la enfermedad, pero su estado de salud se deterioró rápidamente. En marzo de 1975, a los 56 años, Susan Hayward falleció en Hollywood, dejando tras de sí un legado imborrable como una de las figuras más destacadas del cine clásico.

Imagen pública y percepción durante su vida

A lo largo de su carrera, Susan Hayward cultivó una imagen pública de mujer fuerte, audaz, y decidida, tanto en la pantalla como fuera de ella. A pesar de las dificultades personales y profesionales que enfrentó, logró establecerse como una de las actrices más respetadas de su generación. Su carácter imponente, que a menudo estaba presente en sus personajes en la pantalla, también se reflejaba en su vida personal, donde su determinación y su integridad fueron siempre sus pilares.

Hayward fue admirada por su capacidad de sobreponerse a los obstáculos, y su trabajo siempre fue reconocido por su autenticidad y energía. Fue vista como una de las últimas grandes actrices del cine clásico de Hollywood, un símbolo de la era dorada que emergió de un Hollywood más rígido y formal. Su imagen estuvo marcada por una belleza natural, un temperamento enérgico y una presencia arrolladora que la diferenciaba de otras actrices de la época. En sus entrevistas, siempre mostraba una postura firme y decidida, y su disposición para afrontar los desafíos tanto personales como profesionales le otorgó una reputación sólida dentro de la industria.

Relecturas críticas y recuperación histórica

Con el paso del tiempo, la figura de Susan Hayward fue revalorizada por nuevas generaciones de críticos y cineastas. Su papel en la historia del cine fue reevaluado no solo desde una perspectiva crítica, sino también desde una perspectiva feminista que celebraba su resistencia y fortaleza ante los límites impuestos por la industria del cine. Películas como ¡Quiero vivir! y Raíces de pasión comenzaron a ser analizadas con mayor profundidad, reconociendo en ellas la capacidad de Hayward para dar vida a personajes femeninos poderosos que representaban la complejidad emocional de las mujeres en la sociedad de la época.

Estudios como Divine Bitch de Doug McLelland (1974) y The Films of Susan Hayward (1979) de Eduardo Moreno jugaron un papel crucial en la revalorización de su obra. Estos trabajos resaltaron la importancia de su actuación en una era cinematográfica dominada por hombres y destacaron su legado como una mujer que rompió moldes. La crítica contemporánea, en su mayoría, ha reconocido que Susan Hayward fue una de las grandes actrices del cine estadounidense, una figura que merece un lugar destacado en la historia del cine clásico y cuyas interpretaciones seguirán siendo influyentes para futuras generaciones.

Influencia duradera y cierre narrativo

La influencia de Susan Hayward sigue siendo evidente en la cinematografía moderna, especialmente en las actrices que, como ella, enfrentan los retos de interpretar a personajes complejos, emocionalmente intensos y con gran carga psicológica. Actrices como Glenn Close, Jessica Lange y Nicole Kidman, entre otras, han citado a Hayward como una de sus mayores influencias. Su capacidad para dar vida a mujeres fuertes y decididas ha dejado una huella en la forma en que se escriben y representan los personajes femeninos en el cine contemporáneo.

Al recordar su legado, se puede decir que Susan Hayward fue una de las últimas grandes estrellas del cine de Hollywood que fusionó la belleza con la capacidad actoral, la fuerza con la vulnerabilidad. Su carrera, llena de altibajos y desafíos, sigue siendo un ejemplo de la lucha, la perseverancia y la dedicación en un mundo tan exigente como el de Hollywood. A pesar de su temprana partida, su nombre perdurará en la memoria colectiva, no solo por sus inolvidables interpretaciones, sino también por la energía y la pasión con las que las llevó a cabo.

Cómo citar este artículo:
MCN Biografías, 2025. "Susan Hayward (1918–1975): La fuerza indomable de Hollywood". Disponible en: https://mcnbiografias.com/app-bio/do/hayward-susan [consulta: 28 de septiembre de 2025].