Rafael Guerra Bejarano “Guerrita” (1862–1941): El II Gran Califa del Toreo que Dividió a la Afición y Marcó una Época

Rafael Guerra Bejarano “Guerrita” (1862–1941): El II Gran Califa del Toreo que Dividió a la Afición y Marcó una Época

Orígenes y entorno familiar

Un nacimiento marcado por la tragedia taurina

En el convulso año de 1862, la afición taurina española vivía conmocionada por la trágica muerte de José Dámaso Rodríguez y Rodríguez, “Pepete”, corneado mortalmente por el miura Jocinero en la plaza de Madrid. Ese mismo año, como si el destino tejiera un oscuro presagio ligado a la tauromaquia, nacía en Córdoba un sobrino suyo, Rafael Guerra Bejarano, el niño que más adelante sería aclamado como el II Gran Califa del Toreo. Su nacimiento, el 6 de marzo, se produjo en un ambiente impregnado de olor a sangre y gloria taurina: la barriada popular que acogía el matadero cordobés, lugar en el que su padre trabajaba como empleado.

Desde pequeño, el futuro Guerrita creció rodeado del bullicio del matadero, los mugidos de las reses y el trasiego de matarifes, carniceros y toreros que frecuentaban aquella zona. Esa Córdoba taurina, que vibraba entre la devoción a la Virgen de los toreros y la pasión por el arte de la lidia, lo envolvió en un mundo donde los niños aprendían antes a banderillear que a leer.

Infancia en Córdoba y primeros contactos con el mundo del toro

Desde los primeros años de vida, el pequeño Rafael mostró un extraordinario interés por las reses y por las conversaciones de los hombres que planificaban faenas y comentaban bravuras o mansedumbres. Su desparpajo le permitió moverse con soltura entre los corrales, hasta el punto de que se le asignó una pequeña responsabilidad relacionada con las llaves de los cercados del matadero, lo que le valió el apodo de “Llaverito”.

Sin embargo, aunque las condiciones parecían propicias para su futuro como torero, su padre se opuso inicialmente a que su hijo abrazara tan peligroso oficio. La tragedia reciente de Pepete pesaba en la memoria familiar, y la dureza del toreo no era la vida que soñaba para él. No obstante, el joven Rafael, decidido y con una voluntad inquebrantable, fue encontrando la manera de introducirse en el mundillo taurino, ganándose la simpatía de cuadrillas y diestros que veían en aquel niño algo más que curiosidad: un incipiente genio.

Primeros pasos como becerrista y banderillero

La etapa en los “Niños Cordobeses” y el debut en Madrid (1879)

La tenacidad de Rafael terminó por imponerse a la oposición paterna. Aún imberbe, se unió a la cuadrilla de toreros infantiles conocida como los “Niños Cordobeses”, dirigida por Rafael Rodríguez, “Mojino”, hijo del banderillero Caniqui. Esta agrupación recorría los ruedos de España con niños prodigio que, con apenas una docena de años, demostraban gran arrojo frente a las becerras.

El 26 de junio de 1879, “Llaverito” dio un paso clave en su carrera al presentarse junto a la cuadrilla en la plaza de Madrid, con Manuel Díaz, “Lavi”, como líder del grupo. Aquella tarde en la capital significó su primera prueba ante el público más exigente, y su desparpajo y habilidad no pasaron inadvertidos para los aficionados atentos. En ese debut se comenzó a gestar el mito de un joven cordobés que apuntaba alto.

Asociación con figuras consagradas: Lavi, Bocanegra y El Gallo

La disolución de los “Niños Cordobeses” al año siguiente no truncó la carrera de Rafael. Al contrario, le abrió nuevas puertas. Toreó algunas novilladas en 1880 que lo hicieron destacar entre los jóvenes talentos, llamando la atención de figuras como Lavi y Bocanegra, quienes lo integraron en sus cuadrillas para las temporadas de 1881 y 1882, esta vez ya como banderillero.

Fue en este periodo cuando el apodo de “Guerrita” empezó a consolidarse, reemplazando al infantil “Llaverito” y proyectando una nueva imagen más seria y temida en los ruedos. Pero el verdadero salto llegó gracias a Fernando Gómez, “El Gallo”, figura indiscutible de la época, quien decidió incorporarlo a su equipo y convertirse en su mentor. El apadrinamiento de El Gallo fue decisivo: Guerrita tuvo la oportunidad de aprender al lado de un maestro, adquiriendo experiencia en plazas de renombre como la de Madrid.

La alternativa y el ascenso meteórico

La cesión del toro Arrecío por Lagartijo en 1887

Los progresos de Guerrita fueron tan fulgurantes que en apenas unos años pasó de promesa a realidad. El 29 de septiembre de 1887, en la plaza de toros de Madrid, su paisano y uno de los grandes ídolos cordobeses, Rafael Molina, “Lagartijo”, le cedió el toro Arrecío, de la ganadería de Gallardo. Con esa lidia tomó la alternativa como matador de toros, rito de paso que lo investía como maestro y figura. Aquel día, la afición vio confirmarse al torero que se convertiría en el segundo Califa del Toreo, un título honorífico que solo ostentan quienes logran marcar una época en Córdoba y en toda España.

La emoción de la alternativa fue el resultado de un aprendizaje lleno de triunfos parciales y tardes de gloria como banderillero, que habían convencido tanto a los aficionados como a las grandes figuras del momento de que Guerrita estaba listo para un lugar entre los grandes.

Rivalidad temprana con Espartero

Un año antes de su alternativa, el 20 de junio de 1886, Guerrita había compartido por primera vez cartel con quien se convertiría en su principal rival, Manuel García y Cuesta, “Espartero”, durante una corrida en Málaga con reses de Barrionuevo. Aquel primer enfrentamiento sería el germen de una de las rivalidades más enconadas del toreo decimonónico, comparable solo con las luchas entre gallistas y belmontistas en tiempos posteriores.

Ambos toreros, jóvenes y talentosos, encarnaban estilos diferentes que cautivaban a públicos opuestos. Espartero, más arrojado y temerario, despertaba pasiones en quienes buscaban la emoción del peligro puro; Guerrita, por su parte, destacaba por un dominio técnico y un repertorio amplio que lo convertían en un maestro del arte taurino.

Triunfos iniciales y división de la afición

La rivalidad se intensificó a partir del 15 de abril de 1888, en la plaza de la Real Maestranza de Sevilla, cuando la afición se dividió abiertamente en dos bandos irreconciliables: partidarios de Guerrita y seguidores de Espartero. Las corridas se convertían en auténticos campos de batalla de pasiones, con los tendidos rugiendo a favor de uno u otro torero, y la prensa de la época alimentando el morbo de aquella confrontación.

Los años 1889 y 1890 marcaron un punto álgido en la carrera de Guerrita: su toreo alcanzó un nivel de perfección técnica pocas veces visto, y su dominio del ruedo era tan absoluto que en 1890 llegó a escuchar los acordes de la banda musical en Madrid como homenaje, un privilegio inédito hasta entonces para un torero. Aquella ovación simbolizaba su coronación como gran figura del toreo nacional.

Triunfos, rivalidades y consagración

Los años dorados: campañas de 1889 y 1890

En el cénit de su carrera, Rafael Guerra “Guerrita” protagonizó las campañas de 1889 y 1890, dos temporadas que consolidaron su leyenda como uno de los toreros más dominadores de la historia. Durante estos años, el torero cordobés desplegó un repertorio impresionante de suertes, destacando en la colocación de banderillas, el temple de su muleta y la serenidad con la que dirigía cada lidia. Su poderío llegó a ser tan indiscutible que el 2 de mayo de 1890, días antes de que la hostilidad se apoderara de la plaza madrileña, la banda musical de Madrid interpretó en su honor piezas para acompañar su triunfo, un privilegio sin precedentes.

Ese momento representó el clímax de un ascenso que lo llevó a ser reconocido como el II Gran Califa del Toreo, pero también marcó el inicio de un camino lleno de controversias, pues la creciente rivalidad con Espartero y las sensibilidades encontradas entre las distintas aficiones empezaban a resquebrajar la unanimidad que había disfrutado hasta entonces.

El conflicto con los “lagartijistas” y el apoyo a Frascuelo

La semilla de la división se plantó el 12 de mayo de 1890, en la despedida del legendario Salvador Sánchez “Frascuelo” en Madrid. Guerrita, como gesto de respeto, se ofreció a banderillear los toros del veterano maestro, una deferencia que fue malinterpretada por los “lagartijistas”, partidarios de Lagartijo y enemigos acérrimos de Frascuelo. Estos seguidores consideraron la acción de Guerrita como una traición a su propio maestro y paisano, lo que desató un profundo resentimiento en la afición madrileña más purista.

El conflicto marcó un antes y un después en su relación con el público de la capital. A partir de entonces, cualquier error cometido por Guerrita era duramente recriminado, y la presión psicológica sobre el matador cordobés se hizo casi insoportable, empañando lo que podría haber sido una época de dominio absoluto.

Gesta taurina y últimos años como matador

La triple corrida en un solo día (1895)

A pesar de las crecientes críticas, Guerrita decidió buscar gestas extraordinarias que reafirmaran su lugar en la historia. El 19 de mayo de 1895, protagonizó uno de los hitos más impresionantes de la tauromaquia del siglo XIX: toreó tres corridas en el mismo día, en plazas distintas y con públicos diferentes.

La jornada comenzó en San Fernando (Cádiz), donde a las siete de la mañana despachó en solitario seis toros de la ganadería de Saltillo; luego se trasladó a Jerez, para lidiar con Fabrilo en una corrida matinal a las once; y culminó en Sevilla, compartiendo cartel con Antonio Fuentes a las cinco y media de la tarde, enfrentándose a astados de Murube. Aquella proeza taurina demostró su resistencia física, su temple mental y su ambición sin límites, aunque también sirvió como reflejo de un momento en que Guerrita buscaba reafirmar su grandeza frente a las dudas de la afición.

Críticas a su forma de lidiar y el inicio de la selección “a la inversa”

Sin embargo, más allá de las hazañas, Guerrita comenzó a ser criticado por un aspecto que dejaría huella negativa en la Fiesta: su costumbre de exigir toros de menos trapío y astas más cómodas, práctica que dio origen a la llamada selección “a la inversa”. Esta tendencia invertía el sentido de la bravura: en vez de pedir toros fieros y exigentes, Guerrita reclamaba animales más dóciles y con menor peligro, obligando a ganaderos a criar reses que facilitaran el lucimiento del torero en detrimento de la emoción y el riesgo.

Esta práctica, unida a ciertos desplantes hacia la afición, como ocurrió en la despedida de José Sánchez del Campo “Cara Ancha”, alimentaron el descontento de los sectores más tradicionales del toreo. Guerrita pasó a ser visto por muchos como un torero extraordinario técnicamente, pero responsable de deformar la esencia del espectáculo al primar su propia comodidad sobre la pureza del rito taurino.

Retiro, vejez y legado

El adiós en Zaragoza y la célebre frase de despedida

El 15 de octubre de 1899, durante la Feria del Pilar en Zaragoza, Guerrita vivió el momento más amargo de su carrera. La afición, ya cansada de sus exigencias y sus gestos altaneros, lo despidió con una bronca monumental tras una actuación por debajo de las expectativas. Afectado por la reprobación del público, reunió a su cuadrilla y pronunció su célebre frase:

“Ea, ahí ‘sus’ quedáis, ya podéis buscarse otro maestro ‘p’al’ año que viene, que yo me marcho ‘pa’ siempre”.

Fiel a su palabra, dos días después, en Córdoba, cortó la coleta y puso fin a su carrera como matador, marcando uno de los retiros más contundentes y definitivos que se recuerdan en la historia del toreo.

Guerrita como personaje y sus sentencias inmortales

Retirado de los ruedos, Guerrita se convirtió en una figura respetada, casi mítica, dentro y fuera del mundo taurino. Su ingenio natural y su afilada lengua le permitieron acuñar frases que pasaron al acervo popular. Una de las más conocidas se produjo cuando el rey Alfonso XIII, en un gesto de cortesía, lamentó no haberlo visto torear; Guerrita, con desparpajo, le espetó:

“¡Pues haber nasío antes!”.

Otra anécdota refleja la confianza que tenía en su superioridad: cuando le preguntaron quién ocupaba el segundo lugar en el escalafón, respondió sin dudar:

“Después de mí, ‘naide’; y después de ‘naide’, Fuentes”.

Estas sentencias inmortalizaron su figura como un personaje que, más allá de sus habilidades con la muleta, representaba la autoconfianza y el ingenio de un torero consciente de su talla histórica.

Influencia y huella en la historia del toreo

Guerrita falleció el 21 de febrero de 1941 en su Córdoba natal, tras disfrutar de una prolongada y respetada vejez. Su vida se extendió lo suficiente como para ver surgir y brillar a nuevas generaciones de toreros, muchos de los cuales lo reconocían como una referencia insoslayable del arte taurino. Conocido como el II Gran Califa del Toreo, su legado sigue vivo en cada corrida que se celebra en Córdoba, en cada crónica que recuerda la Edad de Oro del toreo decimonónico, y en cada aficionado que rememora sus gestas y sus célebres sentencias.

Su carrera, marcada por triunfos resonantes, gestas casi inhumanas y polémicas que aún dividen a la crítica taurina, constituye un capítulo esencial en la historia de la tauromaquia. Guerrita simbolizó la transición entre dos siglos y dos maneras de entender el toreo, dejando tras de sí un ejemplo de grandeza y contradicción que continúa alimentando la leyenda de los grandes maestros de la lidia.

Cómo citar este artículo:
MCN Biografías, 2025. "Rafael Guerra Bejarano “Guerrita” (1862–1941): El II Gran Califa del Toreo que Dividió a la Afición y Marcó una Época". Disponible en: https://mcnbiografias.com/app-bio/do/guerra-bejarano-rafael [consulta: 18 de octubre de 2025].