Garnier, Robert (ca.1545-1590).
Poeta y dramaturgo francés, nacido en La Ferté-Bernard (Maine) alrededor de 1545 y fallecido en Le Mans en 1590. Autor de una breve pero brillante producción teatral que le convirtió en el principal precursor del renacimiento de la tragedia clásica en las Letras francesas del Barroco, recogió la mejor herencia estoica de Séneca (4 a.C.-65 d.C.) y dejó un valioso legado teatral lastrado, en parte, por su grandilocuencia declamatoria y sus abusivas pretensiones didácticas, pero profundamente enriquecido por su austeridad dramatúrgica y su firme y sincero compromiso moral.
Al margen de esta destacada labor literaria, Robert Garnier desplegó una intensa actividad política y social en la Francia de su tiempo. Hombre de profunda vocación humanística, cursó estudios superiores de Leyes en la Universidad de Toulouse, donde entró en contacto con algunas de las figuras señeras de su tiempo, como la reina Catalina de Médicis (1519-1598) -esposa del soberano Enrique II (1519-1559)- y su hijo Carlos IX (1550-1574), en cuya corte Garnier ya era una figura notable en 1565. Un año después, fue coronado en unos solemnes Juegos Florales donde se le reconoció como uno de los grandes poetas franceses del momento, condición que no le impidió seguir desempeñando relevantes funciones dentro de la vida pública, como la de magistrado del Parlamento de París, cargo al que accedió en 1567. Posteriormente, fue elevado a la dignidad de Consejero del rey Enrique III (1551-1589).
En su condición de poeta, Robert Garnier es recordado por algunas composiciones líricas que gozaron de gran difusión en la Francia de la segunda mitad del siglo XVI, como su célebre «Elégie sur la mort de Ronsard» («Elegía a la muerte de Ronsard»). Sin embargo, destacó mucho más en su faceta de autor teatral, aunque sus obras no brillaron especialmente por su acción dramática, sino más bien por la presentación de una serie de personajes y situaciones que, pese a su escasa entidad, constituyen un pretexto inmejorable para la acumulación de disertaciones líricas, morales y pedagógicas. Esta peculiar concepción del hecho teatral, que gozó de numerosos partidarios en su tiempo, le permitió construir unas piezas plagadas de referencias históricas y religiosas, alimentadas por una serena moral estoica y caracterizadas, en lo que atañe a sus aspectos formales, por una severa austeridad expresiva y un escrupuloso respeto por las reglas del teatro clásico. Con ellas, dio paso a ese resurgir de la tragedia que, poco después, habrían de llevar a cabo otros dramaturgos de mayor aliento creativo, como Pierre Corneille (1606-1684), Jean de la Rotrou (1609-1650) y Jean Racine (1639-1699), en cuyas respectivas obras se hace patente el influjo precursor de Garnier. Además, dejó una notable huella en el teatro de Antoine de Montchrestien (1575-1621), autor que ha sido señalado por la crítica especializada como su principal discípulo.
El dramaturgo de La Ferté-Bernard escribió, a lo largo de una trayectoria teatral que no abarcó más de quince años (1568-1583), siete tragedias y una tragicomedia. Se dio a conocer como autor dramático por medio de la tragedia titulada Porcie, épouse de Brutus (Porcia, esposa de Bruto, 1568), a la que luego siguieron, dentro de la misma modalidad teatral, Hippolyte, fils de Thésée (Hipólito, hijo de Teseo, 1573), Cornélie, épouse de Pompée (Cornelia, esposa de Pompeyo, 1574), Marc-Antoine (Marco Antonio, 1578), La Troade ou La destruction de Troie (La Troyada o La destrucción de Troya, 1579), Antigone (Antígona, 1580) y Les juives (Las hebreas, 1583), esta última basada en la historia bíblica y considerada unánimemente como su obra maestra. Similar rango puede concederse, en opinión de una buena parte de la crítica especializada, a su pieza Bradamante (1528), la primera tragicomedia del teatro francés, inspirada en una historia recogida por Ludovico Ariosto (1474-1533) en su Orlando furioso.
En líneas generales, toda la producción teatral de Robert Garnier, alimentada por la ética senequista que hizo furor en la Francia del último tercio del siglo XVI, intenta eludir el reflejo de los horrores de las guerras religiosas que dividieron a su nación durante dicho período, al tiempo que apuesta por la esperanza en la paz y la reconciliación. Desde sus firmes convicciones católicas, se mostró, en su vida privada, favorable a la Ligue, pero no permitió que sus creencias religiosas se interpusieran en la inspiración clásica y bíblica que alentó todas sus piezas teatrales.