Fernández Guardia, Ricardo (1867-1950).
Narrador, dramaturgo, historiador y diplomático costarricense, nacido en Alajuela en 1867 y fallecido en San José en 1950. Autor de una brillante y variada producción literaria que le convirtió en uno de los principales animadores de la vida cultural de su nación a finales del siglo XIX y comienzos de la centuria siguiente, formó parte de una fecunda generación de escritores empecinados en contribuir desde la parcela literaria a la consolidación de la identidad nacional costarriqueña. Entre estos autores preocupados por la afirmación o la negación de unas claves literarias específicas del territorio nacional, destacaron, además del propio Ricardo Fernández Guardia, otros escritores tan notables como el poeta Aquileo J. Echeverría y su primo, el narrador costumbrista Manuel González Zeledón, a los que hay que añadir otros nombres señeros de las Letras costarricenses, como los de José María Alfaro Cooper, Carlos Gagini y Jenaro Cardona.
Miembro de una familia acomodada, indagó en dicha identidad nacional desde una posición ideológica que fue variando a lo largo de su trayectoria intelectual. En un principio, los vínculos que le unían a la oligarquía terrateniente le llevaron a ponerse en contra de las novedades impuestas por el capitalismo agrario, a las que se achacó desde algunos sectores reaccionarios de la sociedad costarricense la introducción de una moral desestabilizadora. Al hilo de este discurso, Fernández Guardia sostuvo en su juventud una intensa polémica con algunos de sus compañeros de andadura literaria (entre otros, el citado Carlos Gagini), en la que se mostró partidario de las tendencias y corrientes procedentes de Europa, al tiempo que sostenía la imposibilidad de que la mediocre vida social y cultural costarriqueña surtiera de temas y argumentos a los artistas y creadores autóctonos. Frente a esta postura, Gagini afirmaba que los asuntos específicos de la realidad del país, sumados a su tradición cultural, podían dar pie a una literatura costarriqueña propiamente dicha (es decir, a una especificidad literaria que sería un ingrediente más de esa buscada identidad nacional).
Ricardo Fernández Guardia aportó a su opinión teórica una excelente opera prima literaria en la que seguía con entusiasmo la estela estética del parnasianismo francés y el modernismo hispanoamericano, dando a entender con ello que las claves creativas de los autores de Costa Rica pasaban, necesariamente, por una apertura cosmopolita hacia los principales focos culturales de todo el mundo. Se trata del volumen de relatos titulado Hojarasca (San José: Tipografía Nacional, 1894), obra que, convertida en una especie de emblema del cosmopolitismo costarricense, situó a su autor a la cabeza de los artistas e intelectuales contrarios al proyecto nacionalista y tradicionalista de Gagini.
Con el paso del tiempo, Fernández Guardia fue evolucionando hacia tesis menos radicales (o, por mejor decirlo, más atentas a las posibilidades literarias de la realidad cotidiana que tenía a su alrededor), aunque no por ello llegó a aceptar el empleo de algunos procedimientos de los escritores tradicionalistas que, en su constante búsqueda de la identidad nacional, recalaron inevitablemente en el costumbrismo (por ejemplo, el uso del lenguaje regionalista, que por aquel entonces cobró un auge inusitado entre narradores y lingüistas). Sin llegar a recurrir a estos localismos extremos, lo cierto es que el escritor de Alajuela mostró una faz muy distinta a la de su primera obra en su segunda entrega narrativa, constituida de nuevo por una colección de relatos en los que ya no quedaba rastro alguno del parnasianismo modernista. Este nuevo volumen de Ricardo Fernández Guardia anunciaba, ya desde su título, una nueva preocupación por la sociedad costarriqueña de la época y un vivo interés por los temas que tocaban directamente a sus compatriotas, hasta el extremo de llegar, en algunos relatos, a la crítica política o al realismo social. Se trata de los titulados Cuentos ticos (San José: Imprenta María V. de Lines, 1901), a los que Fernández Guardia bautizó con el mismo adjetivo que el registro coloquial del habla costarricense reserva para los naturales del país. En ellos queda patente ese giro del autor de Alajuela hacia los temas que conforman la realidad cotidiana de su pueblo, lo que no impide el distanciamiento de la voz narradora, unas veces por medio del empleo de un lenguaje sobrio y depurado, y otras veces mediante un enfoque abiertamente irónico o satírico.
La evolución de Fernández Guardia hacia el localismo costumbrista se hizo aún más patente al cabo de un año, cuando se estrenó y publicó su obra teatral titulada Magdalena (San José: Imprenta y Librería Española, 1902), por vía de la cual llevó a los escenarios costarricenses el conflicto estético e ideológico que dividía a los artistas e intelectuales del país. Así, en el marco genérico de la comedia costumbrista, el autor de Alajuela puso en las tablas a un personaje femenino cuyo discurso progresista y feminista supone un grito de modernidad que resulta estridente en los oídos de una sociedad conservadora demasiado apegada todavía a las convenciones sobre el matrimonio y la familia. Incapaz de decantarse claramente en favor de una u otra postura, Ricardo Fernández Guardia se convirtió con esta obra en el paradigma de esa oligarquía costarricense que, por un lado, quería abrazar el progreso que venía de la mano del liberalismo económico, mientras que, por otro lado, se resistía tenazmente a perder los privilegios que le garantizaba la tradición.
Idéntica posición ambivalente gobernó la trayectoria intelectual de Fernández Guardia en su faceta de historiador, donde el recuerdo idealizado de los tiempos pasados (es decir, de aquel período histórico en el que estaban salvaguardados los seculares privilegios de la oligarquía terrateniente) se compensa, intencionadamente, con unas pinceladas irónicas que ponen un contrapunto de acidez a dicha rememoración nostálgica. Así ocurre, en efecto, en sus celebérrimas Crónicas coloniales (San José: Imprenta Trejos, 1921), una de las más amenas y documentadas recreaciones del pasado colonial centroamericano, que vino a sumarse a un trabajo historiográfico anterior, titulado Cartilla histórica (1909). Fue precisamente esta cartilla o compendio básico de la historia costarricense el libro que mayor fama granjeó a Fernández Guardia a lo largo del siglo XX, ya que durante muchos años se convirtió en el texto escolar oficial para la enseñanza de dicha materia.
Otras obras del autor de Alajuela son El descubrimiento y conquista de Costa Rica y La miniatura (Alsina: San José, 1920). Transcurridos más de veinte años después de su muerte, vieron la luz todos sus relatos incluidos en La Hojarasca, Cuentos ticos y La miniatura, ahora recopilados bajo el título de Los cuentos de Ricardo Fernández Guardia (San José: Lehmann, 1971).
Bibliografía
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FERNÁNDEZ, Víctor Hugo: Ricardo Fernández Guardia, San José: Ministerio de Cultura, 1978.
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GAÍNZA, Gastón: «Apuntes para el estudio del contenido de Magdalena», en Escena (San José de Costa Rica), III, 5 (1981), pp. 40-45.
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QUESADA SOTO, Álvaro: «Magdalena de Fernández Guardia: el liberalismo, la oligarquía y el matrimonio», en Escena (San José de Costa Rica), V, 12 (1984), pp. 2-6.
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—: La formación de la narrativa costarricense, San José: Ed. Universidad de Costa Rica, 1986.