Centelles y Urrea, Serafín de. Conde de Oliva (ca.1460-1536).


Aristócrata valenciano, conde de Oliva y señor de Rebollet, Nules, Pego, Mula y Vall de Laguar. Nacido en Valencia hacia 1460 y muerto en la misma ciudad el 16 de enero de 1536. Serafín Centelles y Urrea es conocido como el Gran Conde de Oliva, debido a su principal disposición a permanecer ajeno a los asuntos generales de tipo político que acontecían en la península, especialmente densos en aquel turbulento tránsito de los siglos XV al XVI. Quizá por ello su vida transcurrió, salvo discretos y breves períodos de tiempo, ligada a las ciudades levantinas de Oliva y Valencia, aunque sí participó con todas sus fuerzas en los procesos políticos del reino de Valencia. A su labor de mecenazgo se debe la primera edición del Cancionero general, edición que le dedicó Hernando del Castillo, erudito castellano que se encontraba a su servicio.

Serafín fue el hijo primogénito de Francisco Gilabert I de Centelles, alias Ramón de Ruisech, y de Beatriz de Urrea y Centelles, hija del conde de Aranda. Francisco Gilabert I había acompañado al rey aragonés Alfonso el Magnánimo en las campañas militares de Italia, lo que le valió la concesión por el monarca del título de conde de Oliva, expedido el 14 de abril de 1449 en Castilnuovo (Nápoles), en recompensa a la labor militar prestada por Francisco Gilabert. Establecido en la villa valenciana, sus hijos (además de Serafín, otro hijo, llamado Querubín, y dos hijas, Beatriz y Estefanía) no heredarían el temperamento belicoso del padre, sino que se contentaron con disfrutar de sus rentas y posesiones, sin llegar más que a participar en la política urbana.

Así pues, la primera mención que ofrecen los documentos sobre el conde de Oliva se remonta al año 1484, cuando la pugna entre el Consell y la Generalitat de la ciudad de Valencia amenazaba con convertirse en un problema similar al que, dos décadas antes, había desembocado en una guerra civil (1462-1472) en Cataluña, al ampararse los bandos en los diferentes puntos de vista que sostenían los partidos de la Busca y la Biga. Sin llegar a ser tan gravoso como éste, la pugna verbal entre los partidarios de una u otra institución se centró, principalmente, en dirimir cuál de ellas estaba capacitada para nombrar a los cargos militares del reino, un oficio de gran poder. Los grandes magnates, tanto del Consell como de la Generalitat, monopolizaban gracias a su prestigio todas las elecciones, por lo que el conde de Oliva acaudilló un movimiento de nobles «segundones» que, aunque contaban con muchas y mejores rentas, se veían privados del correspondiente poder político inherente al económico que ya poseían.

Así pues, Centelles y Urrea intentó que el rey aplicase a la elección de cargos el sistema de la insaculación, elección por sorteo, lo que le hubiera servido para acceder a los oficios que tanto ansiaba. Sin embargo, el monarca no era otro que Fernando el Católico, así que el Príncipe que alabara el propio Maquiavelo no hizo otra cosa que aprovechar las disensiones internas para hacer recaer en la propia monarquía el derecho a nombrar los cargos.

A pesar de esta primera derrota política, Centelles no debió causar especiales problemas al monarca aragonés hasta el año 1493. Aunque la Provisión Real de Fernando había calmado los ánimos de los magnates preponderantes del reino y las nuevas familias nobiliarias, no sirvió para deshacer el peligro que acechaba a todas las ciudades peninsulares del siglo XV: las guerras de bandos. Fue precisamente en la citada fecha cuando el conde de Oliva, en respuesta al desafío emitido, efectuó un duelo a muerte con uno de sus enemigos, llamado Miguel de Vilanova. La documentación no especifica si este último falleció, pero sí es clara al respecto de los castigos emitidos por el monarca Fernando, cuyas penas debieron sufrir incluso los cómplices de cada uno de los contendientes. Si ponemos este acontecimiento en relación con el que relatamos primero, podemos plantear que el conde de Oliva fue uno de tantos nobles que probó la amarga medicina controladora y supervisora que la política de los Reyes Católicos,en este caso Fernando, había deparado para quienes no habían dejado de pelear en la decimoquinta centuria, poniendo en peligro la estabilidad de los reinos peninsulares.

Pese a lo apuntado, no debemos ver en Serafín Centelles y Urrea a un noble belicoso; antes al contrario, su principal predisposición fue la de sus ricos y florecientes negocios, que se basaban en la venta para el comercio exterior de los prósperos frutos recolectados en sus señoríos. Gracias al dinero ganado, construyó uno de los más lujosos palacios, si no el que más, de la Valencia humanista, situado en la calle de Caballeros. El palacio aparece en la documentación como el lugar donde se alojó Germana de Foix, viuda de Fernando el Católico, cuando las exequias de su fallecido segundo marido, el marqués de Brandemburgo, se celebraron en la catedral de la capital levantina (1525). En este sentido, hay que apuntar la dura pugna que sostuvo con el entramado político del reino (más bien, contra el gobierno de la ciudad) al respecto de la manipulación de la Taula de Canvis, normativa general a seguir por todo aquel que comerciara con productos y en el territorio valenciano. Precisamente, J. Camarena Mahiques señala el año de 1511 como fecha en la que el conde de Oliva sufrió una fuerte multa por parte de la Generalitat, tras comprobarse que sus normas no se ajustaban a la legalidad vigente.

Esta relación tensa con el gobierno urbano se debió de ver incrementada con la presencia del conde de Oliva en el cargo de contador y diputado de la Generalitat, como representante del estamento nobiliario. La matrícula de nobles del Archivo del Reino de Valencia informa de que Serafín de Centelles fue contador ininterrumpidamente entre los años 1514 y 1517 y diputado de la institución entre 1530 y 1532.

En los últimos años de su vida, el conde de Oliva apenas abandonó su formidable palacio de la capital del Turia, cuando el gobierno de sus territorios quedó al mando de quien iba a ser su sucesor: su sobrino Francisco Gilabert II, hijo de su hermano Querubín Centelles, fallecido en una escaramuza contra los granadinos en 1522.

El conde, casado con Magdalena de Próxita, no tuvo hijos, por lo que tras su muerte, acontecida el 16 de enero de 1536, fue su sobrino el heredero de todas sus posesiones, labor para la que le había estado preparando desde, aproximadamente, 1525. Con posterioridad, la hija de Francisco y de su esposa, María Folch Cardona, de nombre Magdalena, casaría con Carlos de Borja, heredero de los duques de Gandía. En el año 1596, tras la muerte de Francisco, el propio Carlos uniría los dos títulos más poderosos de la Valencia renacentista, duque de Gandía y conde de Oliva.

Aunque no ha sido del todo bien estudiada, la labor de mecenazgo de Serafín de Centelles produjo la existencia de lo que se ha denominado como «círculo literario del conde de Oliva». En la Valencia humanista de finales del siglo XV y principios del XVI, la actividad literaria de este círculo es visible sobre todo en la primera edición del Cancionero general (Valencia, Cristóbal Cofman, 1511), llevada a cabo por Hernando del Castillo, un erudito castellano que se encontraba al servicio del conde de Oliva. Además del propio Castillo, otros destacados miembros del círculo literario auspiciado por don Serafín fueron algunos de los poetas presentes en el Cancionero general, como Quirós, Francisco Fenollet, Luis Crespí de Valldaura o Luis de Cabanyelles. Junto a los certámenes poéticos celebrados en la ciudad del Turia durante esos mismos años así como las tertulias literarias de Mosén Bernat Fenollar, el círculo poético del conde de Oliva formó el principal aporte lírico valenciano a la más importante recopilación de poesía cancioneril de la literatura española.

Además del mecenazgo de Serafín sobre el Cancionero general, es conocida también su amistad con el principal introductor de la corriente erasmista en España, Juan Luis Vives. La dedicatoria de este último al conde de Oliva, con el envío de dos de su opúsculos, no deja lugar a dudas sobre la consideración que don Serafín tenía para sus contemporáneos:

«Envíote, paladín invicto, estos dos opúsculos míos como a quien, en esa nuestra ciudad, a la más alcurnia y a las riquezas más crecidas, agregó la más peregrina erudición.»(Camarena Mahiques, op. cit., p. 298).

Bibliografía

  • CAMARENA MAHIQUES, J. Iniciación a la historia de Oliva. (Valencia, Publicaciones del Ayuntamiento de Oliva, 1985).