Casares Sánchez, Julio (1877-1964).


Filólogo, lexicógrafo, crítico literario y diplomático español, nacido en Granada el 26 de septiembre de 1877 y fallecido en Madrid el 1 de julio de 1964. Impulsado desde su temprana juventud por un inusitado amor hacia la lengua española, se reveló como uno de sus mayores y más profundos conocedores y dejó un extraordinario legado filológico en el que sobresale su monumental Diccionario ideológico de la Lengua Española (1942), un espléndido trabajo lexicográfico que aúna rigor y amenidad dentro de un nuevo concepto de abordar el estudio de los significados de las palabras y las relaciones establecidas entre ellas por afinidad.

Nacido en la granadina parroquia de San Gil en el último cuarto del siglo XIX, realizó sus estudios primarios y secundarios en su ciudad natal, para trasladarse a finales de dicha centuria a la capital del país, en cuya Universidad Central cursó estudios superiores de Derecho. Humanista fecundo y polifacético durante esta etapa estudiantil compaginó su aprendizaje de Leyes con su juvenil pasión por la música, disciplina artística en la que probó fortuna como intérprete (recibió clases de violín impartidas por el célebre maestro José del Hierro) y compositor. En 1896 entró a formar parte de la orquesta del Teatro Real de Madrid; pero, obligado por aquel entonces a ganarse la vida por medio de alguna actividad laboral menos sujeta a los vaivenes de la fortuna, hubo de trabajar durante algún tiempo como ebanista en Madrid, hasta que decidió abandonar tanto su carrera musical como su empleo en la ebanistería para estudiar una oposición que le permitió ingresar como funcionario en el ministerio de Estado.

Ya en plena edad adulta, su desmedido interés por el hecho lingüístico le animó a trasladarse a París para perfeccionar allí su conocimiento de las lenguas orientales. Poco después, tras haber mostrado una singular predisposición natural para el estudio y el dominio de dichos idiomas, fue nombrado agregado cultural de la Embajada de España en Tokio, en donde permaneció durante algunos años entregado al análisis del japonés y, en general, a todo tipo de especulaciones relacionadas con el fenómeno lingüístico.

De regreso a España, se incorporó por méritos propios a ese puñado de artistas e intelectuales que hicieron florecer, durante el primer tercio del siglo XX, la denominada «Edad de Plata» de la cultura hispánica, a la que aportó numerosos ensayos y artículos relacionados con la lengua y la literatura. Su prestigio intelectual y su carrera diplomática recibieron sendos briosos impulsos en 1921, año en el que fue nombrado delegado de España en la Sociedad de Naciones con sede en Ginebra, y miembro de número de la Real Academia Española, institución en la que, al cabo de tres lustros (1936), fue elegido secretario perpetuo. Tras el penoso paréntesis de la Guerra Civil, reanudó su ya fructífera trayectoria filológica con la publicación de algunas de las mayores obras de la lexicografía española de todos los tiempos, y continuó colaborando asiduamente con los medios de comunicación, tanto en la prensa de información general y divulgación nacional, como en revistas especializadas. Su longeva y fecunda peripecia vital quedó interrumpida para siempre a comienzos del verano de 1964, cuando estaba ya próximo a cumplir los noventa años de edad.

Obra

El diccionario ideológico

El proyecto de elaborar un diccionario ideológico de la lengua española fue presentado en numerosas ocasiones por Julio Casares ante los miembros de la Real Academia, quienes se mostraron reacios no sólo a acometerlo, sino incluso a incorporar algunas de las propuestas metodológicas del intelectual granadino a las técnicas lexicográficas tradicionales que regulaban la revisión periódica del diccionario académico oficial. Ante la falta de entusiasmo que advertía en la Docta Casa, Casares decidió emprender por su propia cuenta la redacción de esta magna obra, por lo que empezó a tomar notas y escribir borradores que, a comienzos de los años cuarenta, se convirtieron en la primera edición de su pronto famoso Diccionario ideológico de la lengua española (1942). Sin embargo, las manipulaciones que había sufrido el manuscrito original de Julio Casares durante la contienda fratricida dieron lugar a numerosos defectos que el propio autor, descontento con el resultado inicial de su obra, fue subsanando en ediciones posteriores, en las que añadió nuevas entradas procedentes -sobre todo- de los neologismos, tecnicismos y vocablos científicos que comenzaban a incorporarse masivamente al habla de los españoles de mediados del siglo XX.

En sus frecuentes viajes y estancias por diversos lugares de Europa, Julio Casares había tenido ocasión de conocer los grandes diccionarios ideológicos que enriquecían la lexicografía de otras naciones como el Reino Unido, Francia y Alemania. El primer gran diccionario ideológico europeo fue publicado en Londres, a mediados del siglo XIX, por Peter Mark Roget (1797-1869), quien sorprendió a la comunidad filológica internacional con su monumental Thesaurus of English Words and Phrases classified so as to facilitate the expression of ideas and to assist in literary composition (Londres: Ed. Longman, 1852), pronto conocido en todo el mundo como «el Thesaurus» o «el Roget«, y considerado desde entonces como la obra canónica del género. Siete años después, vio la luz en Francia el primer diccionario ideológico de la lengua francesa, que no aportaba ninguna novedad específica del idioma galo, ya que era una mera traducción del Thesaurus; en Alemania se realizó la misma operación de traducción en 1877, y así siguió extendiéndose el legado de Roget por diferentes lenguas y naciones europeas, sin que en España surgiera algún lexicógrafo interesado en abordar una clasificación de las voces y sus significados atendiendo a dichos principios de afinidad ideológica. El polifacético erudito granadino reparó en esta carencia y se propuso subsanarla con su esfuerzo, encaminado a conseguir un repertorio de palabras agrupadas en función de las ideas que tiene el hablante a propósito de las cosas (o, dicho de otro modo, un diccionario en el que las entradas se agrupan por campos asociativos y designativos). La ventaja de este tipo de obras -según sus partidarios- respecto a los repertorios léxicos tradicionales radica en que el lector puede partir de su propia competencia lingüística (es decir, de las ideas que ya se ha forjado acerca de una cosa) para llegar a todas las palabras que la designan o que tienen alguna relación semántica con ella. Este procedimiento permite, entre otras innovaciones, localizar una palabra desconocida a partir de la una idea aproximada del concepto general que se busca; hallar palabras similares a las que se busca, pero más precisas y exactas que las que tenía originariamente en la cabeza quien hace la consulta; manejar toda la gama sinonímica de una idea o concepto y, en general, tener acceso a todo el vocabulario que integra el campo semántico de una voz.

En palabras de sus editores modernos, el Diccionario ideológico de la Lengua Española de Julio Casares «es un diccionario orgánico, surgido de imágenes y asociaciones, donde al conjuro de la idea se ofrecen en tropel las voces, seguidas del utilísimo cortejo de sinonimias, analogías, antítesis y referencias; diccionario comparable a esos bibliotecarios solícitos que, poniendo a contribución el índice de materias, abren camino al lector más desorientado, le muestran perspectivas infinitas y le alumbran fuentes de información inagotables. Es un inventario metódico del inmenso caudal de voces castizas que por desconocidas u olvidadas no nos prestan servicio alguno; voces cuya existencia se sabe o bien se presume, pero que, dispersas y agazapadas en las columnas de los diccionarios corrientes, nos resultan inasequibles mientras no conozcamos de antemano su representación escrita. Todo el vocabulario de la lengua sistematizado y reunido en unos 2.000 grupos, que contienen cuantas palabras guardan relación con una idea determinada«.

Curiosamente, no fue el inglés Roget quien inventó esta técnica lexicográfica basada en el principio de afinidad ideológica, aunque sí puede afirmarse que su obra fue pionera en la introducción de dicho procedimiento de estudio y catalogación del significado en la filología moderna occidental. En realidad, trabajos lexicográficos basados en dicho principio pueden encontrarse en otras épocas y culturas tan remotas como la Antigüedad clásica greco-latina (con el Attikai Lexeis de Aristófanes y el Onomasticón de Julio Pólux), la China milenaria (con el Shuowen Jiezhi de Xu Shen) y los dominios del sánscrito (con el Amara Kosha del poeta y gramático indostaní Amara-Singha).

Otras obras

Además de su monumental Diccionario ideológico de la Lengua Española, Julio Casares dio a la imprenta otras valiosas obras de ensayo, crítica literaria y erudición lexicográfica; entre ellas, cabe recordar aquí las tituladas Crítica profana (1914), Crítica efímera (1918-19) -donde recopiló algunos artículos de tan honda perspicacia hermenéutica como «Un erudito como hay pocos: Don Francisco Rodríguez Marín» [págs. 99.120] y «Un crítico filológico: Don Antonio de Valbuena» [págs. 183-249), Índice de lecturas (1919), Nuevo concepto del Diccionario de la Lengua y otros problemas de lexicografía y semántica (1941), Cosas del lenguaje (1943) y El humorismo y otros ensayos (1961). Y entre sus artículos aparecidos en revistas filológicas, resulta obligado mencionar, cuando menos, el titulado «Nebrija y la Gramática castellana«, publicado en Boletín de la Real Academia Española (Madrid), LI (1947), págs. 335-367.