Carías Reyes, Marcos (1905-1949).
Narrador, ensayista, periodista y diplomático hondureño, nacido en Tegucigalpa en 1905 y fallecido en su ciudad natal en 1949. Miembro destacado de la denominada Generación del 35, está considerado como el mejor representante de la novela criollista en las Letras hondureñas del siglo XX.
Desempeñó un papel destacado en la vida política y cultural de su nación, donde, además de opinar constantemente sobre la realidad contemporánea en los diarios y revistas en los que era colaborador habitual, ejerció durante algún tiempo como secretario privado del dictador Tiburcio Carías Andino. El mandato gubernamental de este político y militar tegucigalpeño se prolongó desde 1933 hasta 1948, por lo que el grupo de escritores que publicaron sus obras durante este período -entre ellos, el propio Marcos Carías- fue conocido también con el nombre de Generación de la Dictadura.
Carías Reyes fue un prosista excepcional, que cultivó con singular acierto tanto la narrativa breve como la novela extensa, además de otros géneros prosísticos ajenos a la ficción, como el ensayo, la biografía y -como ya se ha indicado más arriba- la crónica y el artículo periodístico. Autor de vocación precoz, se dio a conocer como escritor a los diecinueve años de edad, cuando dio a la imprenta una opera prima que, publicada bajo el título de La heredad (Tegucigalpa: Tipografía Nacional, 1934), fue saludada por la crítica como una de las piezas fundamentales de la narrativa hondureña contemporánea. Posteriormente, Carías Reyes escribió otra novela que habría de confirmarle como una de las grandes figuras de la prosa hispanoamericana del siglo XX. Se trata de la novela Trópicos (Tegucigalpa: Universidad Nacional Autónoma, 1971), que, aunque concluida en 1948, no vio la luz hasta comienzos de los años setenta, pues se había quedado inédita debido al prematura fallecimiento de su autor (que perdió la vida cuando sólo contaba cuarenta y cuatro años de edad).
Ambas novelas –La Heredad y Trópicos– configuran un magnífico fresco de la narrativa criollista en Honduras, y muestran fehacientemente que, de no haber sido por su prematura desaparición, Marcos Carías Reyes habría podido ocupar un puesto cimero en la Literatura hispanoamericana contemporánea. Entre una y otra novela, el escritor tegucigalpeño dio a la imprenta otras obras que le situaron a la cabeza de dicha Generación del 35, como las tituladas Germinal (Tegucigalpa: Tipografía Nacional, 1936), Prosas fugaces (Tegucigalpa: Imprenta Calderón, 1938), Cuentos de lobos (Tegucigalpa: Imprenta Calderón, 1941), Consideraciones sobre aspectos históricos y sociales de Honduras. La Paz Nacional (Tegucigalpa: Imprenta Calderón, 1942), Artículos y discursos (Tegucigalpa: Tipografía Aristón, 1943), Juan Ramón Molina (Tegucigalpa: Imprenta Calderón, 1943) y Hombres de pensamiento (Tegucigalpa: Imprenta Calderón, 1947).
Pero son, sin lugar a dudas, La heredad y Trópicos las dos obras por las que Marcos Carías Reyes ha pasado a la historia de las Letras hispánicas. Ambas parten de planteamientos formales semejantes -por ejemplo, la concepción tripartita de sus respectivas estructuras, o la presencia en cada una de ellas de un par de personajes fundamentales sobre los que recae toda la trama argumental-; y ambas están concebidas con un objetivo común: mostrar, por medio de una ficción realista y bien cercana al lector del momento, una visión global de la realidad política, económica, social y cultural de Honduras. Sin embargo, entre una y otra se puede rastrear una evidente evolución ideológica de Carías Reyes, así como un notable perfeccionamiento de su oficio literario (plasmado, en Trópicos, en el aprendizaje y el buen dominio de las técnicas narrativas más novedosas, algo que no está presente en el estilo de La heredad, mucho más sencillo y tradicional).
La crítica especializada ha señalado, en la opera prima de Carías Reyes, la influencia palpable -al menos, en lo que a los planteamientos temáticos se refiere- de la obra cumbre del escritor argentino Domingo Faustino Sarmiento. En efecto, tanto en el Facundo (1845) de éste como en La heredad de Carías se plantea desde el principio el conflicto entre civilización o barbarie, y se ofrece un lúcido análisis de las causas que han provocado que ésta última sea una de las señas de identidad de la mayor parte de las naciones hispanoamericanas, al menos durante sus respectivas fases de consolidación como estados independientes. Don Salvador Andino, uno de los dos protagonistas de La heredad, es un latifundista de mentalidad abierta, al que sus trabajadores quieren y respetan; en su amplia heredad, constituida por cuatro haciendas, ha creado una especie de feudo capaz de autoabastecerse, en el que él ejerce como autoridad paternal y benevolente, capaz de mantener la prosperidad propia y de sus subordinados merced a su constante atención a los avances de las técnicas y la maquinaria agrícolas. Él representa, evidentemente, la huella de la civilización en medio del agro hondureño, mientras que su antagonista, Juan García, encarna sin titubeos los dudosos valores de la barbarie, a la que se suma con agrado -y de forma un tanto maniquea, en lo que atañe a la responsabilidad directa del autor en la construcción del personaje- cuando se deja ganar para la causa revolucionaria.
En este sentido, pues, La heredad se presenta ante el lector como una obra clara y directa, de lectura lineal, donde los personajes, más que trasuntos de seres humanos de carne y huesos, son arquetipos o modelos ideales de las respectivas fuerzas que cada uno de ellos encarna. En su pretendida y lograda sencillez, esta novela tampoco plantea rupturas temporales ni violentas desviaciones de la acción principal, y hace gala de un lenguaje literario limpio y correcto (aunque no exento, a veces, de cierta ampulosidad retórica que parece inherente a su artificioso planteamiento maniqueo).
Por su parte, Lorenzo Gallardo y Mario Reyes, protagonistas de Trópicos, encarnan también, en cierto modo, esa tensión entre civilización y barbarie; pero, al contrario de lo que sucedía en La heredad, ambos personajes se enriquecen con complejos y contradictorios rasgos que resaltan su humanidad, con lo que desaparece el esquematismo simple y un tanto ingenuo que dominaba en la primera novela de Marcos Carías. Gallardo, obrero de muy humilde condición, abraza también la causa revolucionaria hasta llegar a convertirse en jefe de una partida de guerrilleros (o montonera); pero, al contrario de lo que le sucediera al Juan García de La heredad, no cae por ello dentro de los límites de la brutalidad y la barbarie; por su parte, Reyes, que representa lo que de inteligente y refinado pueda tener la civilización, no logra substrearse a los peores vicios y defectos de la clases acomodada a la que pertenece.
Pasa así el autor tegucigalpeño, por medio de una larga evolución sostenida durante más de tres lustros -ya que La heredad fue redactada en 1931, y Trópicos quedó concluida en 1948-, de una visión un tanto ingenua e idealista de la realidad hondureña, a una interpretación mucho más crítica y compleja de las circunstancias actuales de su nación, en la que el enfrentamiento entre el legado cultural y la brutalidad del medio natural no se sostiene en meros arquetipos unidireccionales, sino en seres humanos poliédricos, atrapados en medio de las complejas circunstancias que les rodean. Y, en justa correspondencia con esta mayor riqueza y variedad de enfoques en los temas y la construcción de los personajes, los aspectos técnicos y formales se tornan también más audaces, complejos y diversos en Trópicos, donde la multiplicidad se hace presente en la alternancia de puntos de vista narrativos, y el progreso de Carías como escritor queda bien patente en otros recursos novedosos como la estructuración libre, la fragmentación de las unidades temporales, la variedad de acciones, etc.
Bibliografía
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ACEVEDO, Ramón Luis. «La pasión hondureña en las novelas de Marcos Carías Reyes», en La novela centroamericana (San Juan de Puerto Rico: Ed. Universitaria, 1982), págs. 370-385.