Caparrós, Ignacio (1955-VVVV).
Poeta español, nacido en Málaga en 1955. Autor de vocación tardía, irrumpió en el panorama literario español en 1996 con su primera entrega poética, titulada El cuerpo del delito, obra en la que intentaba profundizar en los rostros en clave que se ocultan como fórmula de distanciamiento (a los que el poeta llama, en una de sus composiciones, «máscaras riéndose de nuestra inconsistencia«). Un año después, alentado por la buena acogida dispensada a su opera prima por parte de la crítica y los lectores especializados, Ignacio Caparrós volvió a los anaqueles de las librerías con su segundo poemario, Del mar y sus despojos (1997), donde la presencia de la muerte se concreta, entrelazada con la huella del sentimiento amoroso, en una especie de apuesta segura que siempre acaba ganando el destino. En esta su segunda entrega se hizo patente la influencia de la poesía de Luis Cernuda, manifiesta en la lucha constante entre la realidad y el deseo.
El tercer poemario de Ignacio Caparrós -que ha venido publicando uno por año, desde la fecha de aparición de su primer libro- lleva por título Encendida ceniza (1998). Se trata, ahora, de ahondar, a través de un riguroso ejercicio métrico que lleva al autor a enfrentarse con fórmulas tan rígidas como la del soneto, en el marco existencial en que se desenvuelve la experiencia humana. Caracterizada por una constante tensión meditativa, la voz poética de Caparrós se sirve otra vez de la poesía como si fuera una máscara que le permitiera acercarse a las razones últimas de la existencia, como si la verdad estética de la palabra bastara para justificar el incomprensible enigma de estar vivo: «Mi verso, en este lúcido sudario, / resucita su canto primitivo«.
En esta misma línea, preludiada ya desde su título, Ignacio Caparrós ha dado a la imprenta en 1999 su cuarta entrega poética, Máscaras del silencio. Allí reaparece la influencia de Cernuda, acompañada ahora de los ecos procedentes del universo literario de Pedro Salinas. Se trata de un lúcido recorrido poético por algunos temas tan inherentes a la condición humana como la pérdida de la inocencia, la frustración ante la prosaica realidad que rodea al creador, la pasión por el juego literario y el descubrimiento abrupto del dolor, ante el que sólo cabe oponer -en visión de Ignacio Caparrós- la luminosidad del hecho poético: «Yo sé del llanto azul de los espejos. / Por eso siembro versos en el lodo«.