Bugayev, Boris Nikoláyevich (1880-1934).
Poeta, narrador y crítico ruso, más conocido por su pseudónimo literario de Andrei Biely, nacido en Moscú en 1880 y muerto en su ciudad natal en 1934.
Estudió filosofía y matemáticas en la Universidad de Moscú, actividades que pronto preterió en beneficio de la literatura. Se dio a conocer como escritor con unas obras de prosa poética (Sinfonías, 1904-1908) en las que mostraba su entusiasmo por el advenimiento de una nueva era mística. Al mismo tiempo, publicó su primer libro de versos, Oro sobre azul (1904), influido estéticamente por el simbolismo modernista e ideológicamente por el pensamiento de Nietzsche.
El fracaso de la revolución de 1905 -por la que Biely había apostado- acentuó su refugio en la experiencia mística, de la que dejó un nítido reflejo en Cenizas (1908), en el que se aprecia un acercamiento al realismo en menoscabo del simbolismo presente en obras anteriores.
En 1909 dio a los tórculos su primera novela, La paloma de plata, donde ofreció muestras de su preocupación por crear una nueva fórmula narrativa basada en la acumulación de elementos formales que acentuaban la musicalidad de su prosa. Relató en ella el asesinato de un intelectual a manos de los miembros de una secta orgiástica. Progresivamente, Biely fue extremando su particular concepción de la «no-narración», hasta llegar a desintegrar el lenguaje común en Petersburgo (1912), novela que, siguiendo pautas marcadamente expresionistas, presentaba el asesinato de un burócrata abatido por su hijo anarquista. En 1918, su novela KotiK Lataev llevó hasta sus últimas consecuencias su audacia experimental, mostrando en una sucesión de fragmentos aparentemente inconexos la visión del mundo que tiene un niño.
Con motivo del triunfo de la Revolución Rusa, Beily publicó el poema Cristo ha resucitado, en el que acogía con satisfacción la llegada del nuevo régimen y lo identificaba con el renacimiento espiritual de su patria. Sin embargo, la crudeza de la vida posrevolucionaria le movió a sosegar su euforia inicial y a refugiarse en la añoranza del Moscú de su infancia, que describió magistralmente en la que se considera su obra magna en verso, Primer recuerdo (1921). Poco después se trasladó a Berlín, donde experimentó, en el campo de la poesía, con las innovaciones que había postulado en el de la prosa; publicó allí Después del adiós (1922), poemario en el que la destrucción de los nexos lógicos y sintácticos alcanzó una formulación extrema.
De retorno a su país natal, emprendió la redacción de sus memorias, recogidas en distintos volúmenes que fueron apareciendo entre 1922 y 1933 –Recuerdos de Block (1922), En la frontera entre dos siglos (1930), Entre dos revoluciones (1930) y El inicio de un siglo (1933)-. En ellas, pretendió en vano revitalizar la estética simbolista. Este voluntario alejamiento del realismo -corriente impuesta oficialmente, a la sazón, en la extinta Unión Soviética- le fue haciendo malquisto ante los ojos de la crítica.
Simultáneas a la redacción y publicación de sus memorias fueron las novelas de una tetralogía que inició con Moscú en 1926, y que, continuada por Máscaras (1932), dejó en este punto inconclusa.
Biely fue también un maestro de la crítica filológica rusa, en cuyo campo desarrolló unas investigaciones sobre la forma que preludiaron los hallazgos de la escuela formalista de su país. En esta materia, sobresalen sus siguientes publicaciones: Simbolismo (1909), El arte de Gógol (1922) y Ritmo como dialéctica (1928).
En conjunto, la amplia y polifacética producción crítico-literaria de Biely constituye una de las andaduras literarias más variadas y fascinantes de la literatura rusa contemporánea. Sus arrebatos místicos -influidos, en los aspectos formales, por su estética simbolista- dejan paso, en una proteica sucesión de audaces altibajos, a una preocupación dudosamente revolucionaria, siempre sujeta a la ironía devastadora de su propia autocrítica.
Biely, que colaboró en varias revistas literarias rusas (v. gr., La balanza y El musageta), fue autor también del poemario La urna (1909) y del tratado teórico Los arabescos (1911). Su obra literaria y sus propuestas crítico-filológicas influyeron poderosamente en numerosos escritores rusos que, como Boris Pilniak, quedaron fascinados por sus audaces experimentos en la «no-narración».