Bode, Johann Elert (1747-1826).


Astrónomo alemán, nacido en Hamburgo el 19 de enero de 1747 y fallecido en Berlín el 23 de noviembre de 1826. Descubridor de numerosos racimos de estrellas, nebulosas y otros objetos celestes, está considerado como uno de los padres de la Astronomía moderna. Divulgó la ley de progresión doble de los radios de las órbitas planetarias, que se conoce con el nombre de Ley de Bode o Regla de Titius-Bode.

Astrónomo precoz, se interesó a muy temprana edad por la observación de los astros y, con tan sólo veintiún años de edad, dio a la imprenta una de las obras capitales de dicha disciplina científica, titulada Anleitung zur Kenntnis des gestirnten Himmels (Instrucción para el conocimiento del cielo estrellado, 1768). En este valioso tratado, el joven Bode exponía y explicaba con claridad una ley que permitía hallar, de forma aproximada, las distancias existentes entre el Sol y cada uno de los planetas.

Pero Bode no fue el descubridor de esta ley, puesto que había sido hallada dos años antes (es decir, en 1766) por su compatriota Johann Daniel Titius (1729-1796); de ahí que, a pesar de que se le considere el auténtico divulgador de tan valiosa regla, y a pesar de los numerosos hallazgos que luego habría de aportar a la Astronomía contemporánea, entre muchos colegas Bode sea el paradigma del científico de dudosa catadura moral, dispuesto siempre a apropiarse de los frutos del trabajo ajeno.

Uno de sus primeros descubrimientos tuvo lugar en 1769, cuando, con veintidós años de edad, detectó, en la constelación de Tauro, la presencia del primer cometa de período corto.

En 1772 se afincó en Berlín, donde, al cabo de dos años, fundó, en colaboración con el científico y filósofo Johann Heinrich Lambert (1728-1777), un célebre anuario de Astronomía, llamado en primera instancia Astronomisches Jahrbuch oder Ephemeriden, y más tarde conocido en todo el mundo por el nombre de Berliner Astronomische Jahrbruch. Llegó a publicar cincuenta y un volúmenes de este útil instrumento de divulgación de la ciencia astronómica, en el que fue dejando constancia de sus importantes descubrimientos.

Miembro de la Academia de Ciencias de Berlín y director del Observatorio Astronómico de dicha ciudad, se dedicó, al poco tiempo de haberse afincarse en esta ciudad, a la observación de nebulosas. En la actualidad, se le reconocen los descubrimientos originales de M81 y M82 (que detectó por vez primera el 31 de diciembre de 1774), de M53 (que halló el 3 de febrero del año siguiente), de M92 (que localizó el 31 de diciembre de 1777) y de M64 (descubierta por Bode el 4 de abril de 1779).

Interesado, además, por el descubrimiento y el estudio de los cometas, el 6 de enero de 1779 «cazó» -como suele decirse en la jerga de los astrónomos- el cometa C/1779 A1. Además, predijo por su cuenta el retorno del cometa C/1661, a tenor de sus observaciones y sus cálculos (retorno que jamás llegó a ser constatado, si bien en la actualidad algunos estudiosos de los cuerpos celestes sospechan que dicho cometa puede tratarse del mismo que luego se denominó C/2002 C1 Ikeya-Zhang, con lo que habría resultado cierta la predicción de Bode).

En marzo de 1781, el astrónomo alemán William Herschel (1738-1822), que se había afincado en Londres y se había fabricado allí su propio telescopio, anunció el descubrimiento de un nuevo planeta dentro del Sistema Solar, al que quiso denominar Georgium Sidus en homenaje al rey Jorge III de Inglaterra (1738-1820). Pero Bode demostró que este cuerpo había sido observado previamente por otros astrónomos, como John Flamsteed (1646-1719) -quien, en 1690, lo había catalogado erróneamente como una estrella, con el nombre de 34 Tauri– y Tobías Mayer (que lo vislumbró en 1756), aunque aún no se había logrado reunir los datos necesarios para catalogarlo correctamente. Propuso entonces que el nuevo planeta recibiera el nombre de Urano, denominación que fue aceptada por toda la comunidad científica internacional, en menoscabo de la denominación original que le había dado su descubridor.

A comienzos del siglo XIX, Bode dio a la imprenta otra de las obras de que habrían de extender su prestigio entre los astrónomos de todo el mundo. Se trata del atlas astronómico Uranographia (1801), una preciosa colección de mapas del firmamento que comprende diecisiete mil doscientos cuarenta astros; allí incluyó un considerable número de nuevas constelaciones, algunas de ellas bautizadas por el propio Bode con nombres tan peregrinos como los de Officina Typographica, Apparatus Chemica, Globus Aerostaticus, Honores Frederici, Felis y Custos Messium. Ninguna de ellas ha llegado hasta nuestros días dentro de la nómina de las constelaciones propiamente dichas; sin embargo, una a la que denominó Quadrans Muralis («El cuadrante mural») es, en la actualidad, la famosa Lluvia de estrellas de las Quadrántidas, que tiene ahora como radiante un punto en el la constelación de Bootes («El Boyero»).

Autor de otras obras tan importantes para la Astronomía contemporánea como Sistema planetario del Sol, Elementos de Astronomía y Efemérides Astronómicas, Johann Elert Bode permaneció en su cargo de director del Observatorio de Berlín hasta que había rebasado ampliamente los tres cuartos de siglo de existencia. Finalmente, se jubiló en 1825 (a los setenta y siete años de edad). En homenaje a su ingente trabajo como astrónomo, se le ha dado su nombre a varios objetos celestes, como un cráter de la Luna (6.7N, 2.4W, de 18.0 km de diámetro), un asteroide (el nº 998, llamado Bodea), una galaxia (la M81) y una nebulosa (Nebulosa de Bode).

Ley de Bode

En realidad, la llamada Ley de Bode es más bien una regla empírica cuya aplicación permite obtener, de un modo aproximado, las distancias que separan del Sol a cada uno de los planetas. Como ya se ha indicado más arriba, fue descubierta en 1766 por el modesto astrónomo alemán Johann Daniel Titius, si bien no tuvo difusión alguna hasta que, en 1772, la divulgó Bode en sus famosos escritos astronómicos.

Titius fijó, como punto de partida, una serie de números en la que cada cifra, a partir de la tercera, es el resultado de la duplicación de la anterior: 0 – 3 – 6 – 12 – 24 – 48 – 96 -192… El siguiente paso consistió en sumar 4 a cada uno de los números de esta serie, y proceder a continuación a dividirlos entre 10. Así, por ejemplo, la primera cifra se convierte en 0’4, tras las siguientes operaciones: 0 + 4 = 4; 4 : 10 = 0’4. La serie, pues, se transforma en: 0’4, 0’7, 1, 1’6, 2’8, 5’2, 10, 19’6…

El siguiente paso es tomar la distancia de la Tierra al Sol (unos 150 millones de kilómetros, en unidades astronómicas) y asignarle el valor 1 (que se corresponde con la tercera cifra de la segunda serie). Así, el resto de los planetas conocidos en la época de Titius y Bode adoptan, en función de su mayor o menor proximidad al Sol, el valor que le corresponde en esta segunda serie, con lo que se obtiene la siguiente tabla de distancias:

Mercurio : 0’4 (según la regla de Bode-Titius); 0’39 (distancia real al Sol).Venus: 0’7 (regla de Bode-Titius); 0’72 (distancia real al Sol).Tierra: 1 (regla de Bode-Titius); 1’00 (distancia real al Sol).Marte: 1’6 (regla de Bode-Titius); 1’52 (distancia real al Sol).(¿?): 2’8 (regla de Bode-Titius);Júpiter: 5’2 (regla de Bode-Titius); 5’20 (distancia real al Sol).Saturno: 10’0 (regla de Bode-Titius); 9’54 (distancia real al Sol).

No es de extrañar que Bode se mostrase sumamente interesado por el descubrimiento de Urano, comunicado por Herschel en 1781, ya que pronto se calculó que se hallaba a 19’18 unidades astronómicas del Sol, valor muy cercano al establecido en el puesto que le tocaba ocupar dentro de la tabla resultante de la aplicación de la Regla de Titius-Bode (19’6). De ahí que numerosos astrónomos de finales del siglo XVIII y buena parte del XIX se aplicasen a la ardua tarea de localizar el planeta incógnito que estaba supuestamente ubicado entre Marte y Júpiter, a una distancia aproximada de 2’8, según el valor asignado por la regla a esa ubicación.

La comunidad astronómica internacional se dejó ganar por el júbilo en 1801, cuando el astrónomo Guiseppe Piazzi (1746-1826) anunció que había detectado entre Marte y Júpiter, a una distancia astronómica de 2’76, un pequeño cuerpo que parecía ser el planeta predicho por la Ley de Bode. Pero pronto se supo que Ceres -nombre dado por Piazzi al objeto que había descubierto- no era más que el asteroide más grande -y el primero en ser localizado- de un inmenso cinturón de ellos que, a partir de entonces, comenzó a ser estudiado minuciosamente en dicha región estelar.

Con el paso del tiempo, la Regla de Bode-Titius no ha dejado de deparar sorpresas similares a la protagonizada por el hallazgo de Ceres, unas de signo positivo y otras decepcionantes. El astrónomo y matemático francés Urbain Le Verrer (1811-1877), obsesionado por las anomalías detectadas en la órbita de Urano, predijo que estas irregularidades obedecían a la existencia de un octavo planeta, aún más alejado del Sol, que a tenor de lo establecido por la Ley de Bode debería de hallarse a unas 38’8 unidades astronómicas. Pero, cuando en 1846 el alemán Johann Gottfried Galle (1812-1910) detectó realmente este nuevo planeta -pronto bautizado con el nombre de Neptuno-, se pudo comprobar que la Regla de Bode-Titius volvía a fallar (como el caso de supuesto planeta previsto entre Marte y Júpiter), pues los cálculos más fiables le situaban realmente a 30’5 unidades astronómicas de distancia al Sol (es decir, bastante más cerca de lo establecido por la regla).

A raíz de este fallo en la Ley de Bode puesto de manifiesto por la aparición de Neptuno, la comunidad astronómica internacional determinó que la regla formulada por Titius y divulgada por el astrónomo de Hamburgo era válida en lo referente a los planetas conocidos en su tiempo (con la excepción del cuerpo no encontrado entre Marte y Júpiter, en la zona ocupada por el cinturón de asteroides), pero que perdía todo su valor al aplicarse más allá de la órbita de Urano. Sin embargo, para sorpresa de todos en 1930 el norteamericano Clyde Tombaugh (1906-1977) anunció un hallazgo transcendental, el descubrimiento del noveno planeta del Sistema Solar, Plutón, cuya lejanía del Sol, medida en unidades astronómicas (39’52) se aproximaba mucho a la cifra de 38’8 que asignan los cálculos de Titius y Bode a un hipotético objeto planetario situado en ese lugar.