Beatriz de Portugal (1373–ca.1409): Reina sin trono en el corazón de dos coronas

Contexto histórico del nacimiento de Beatriz

A finales del siglo XIV, la península ibérica se hallaba inmersa en un complejo entramado de tensiones políticas, guerras dinásticas y profundas crisis internas que afectaban especialmente a los reinos de Castilla y Portugal. En este contexto convulso nació Beatriz de Portugal, en febrero de 1373 en Coimbra, cuando la ciudad se encontraba sitiada por las tropas de Enrique II de Castilla, en plena guerra civil castellana. Su padre, el rey Fernando I de Portugal, había intervenido en el conflicto apoyando a los pretendientes al trono castellano contrarios a la dinastía Trastámara, lo que provocó represalias militares y un creciente descontento en su propio reino.

Portugal, durante esos años, vivía en un estado de alta inestabilidad. La política exterior de Fernando I, en gran medida condicionada por su ambición de influir en Castilla, sumada a sus decisiones personales en el ámbito matrimonial, habían erosionado su autoridad y alimentado tensiones entre la nobleza y la corona. En medio de esta crisis, el nacimiento de una hija no fue recibido con el júbilo que cabría esperar, especialmente porque esa niña, Beatriz, estaba destinada a heredar un trono rodeado de incertidumbres.

Orígenes familiares y controversias en la corte

Beatriz era hija del rey Fernando I y de Leonor Téllez de Meneses, una mujer que desde el inicio causó controversia entre los nobles y el pueblo portugués. Leonor había estado casada anteriormente con Lorenzo de Acuña, pero abandonó ese matrimonio para convertirse en amante del rey. Esta acción escandalizó a la corte lusa, que veía con recelo a la nueva reina. La situación se agravó cuando Leonor mantuvo una relación paralela con Juan Fernandes de Andeiro, lo que deterioró aún más su imagen y la de la dinastía.

Desde su nacimiento, Beatriz fue víctima del descrédito que envolvía a su madre. Aunque su padre la reconoció oficialmente como heredera, sectores importantes de la nobleza dudaban incluso de su legitimidad, insinuando que podría no ser hija del rey. Estas sospechas, aunque sin pruebas concluyentes, se convirtieron más tarde en un argumento clave para despojarla de sus derechos sucesorios. Así, su posición como infanta heredera fue débil desde el comienzo, dependiente de la capacidad de su madre para mantener el control político tras la muerte del monarca.

Una infancia marcada por intereses políticos

Beatriz fue desde muy temprana edad una pieza en el ajedrez diplomático ibérico. Su figura fue utilizada como moneda de cambio en sucesivos intentos de consolidar alianzas o evitar guerras. A la edad de tres años, en 1376, fue comprometida con Fadrique, hijo ilegítimo de Enrique II de Castilla. Sin embargo, este compromiso pronto se disolvió y en 1380, se acordó su unión con el infante Enrique, heredero de la corona castellana e hijo del rey Juan I. A pesar de la formalidad de este segundo acuerdo, el matrimonio nunca fue intención real de la corte portuguesa, que buscaba solamente ganar tiempo en sus estrategias militares.

Simultáneamente, Fernando I negociaba en secreto la boda de Beatriz con Duarte, hijo del conde de Cambridge, esperando así garantizar el apoyo de Inglaterra, tradicional aliada de Portugal, frente a las ambiciones de Castilla. Esta estrategia fracasó cuando, en 1382, Fernando I decidió firmar la paz con Castilla, rompiendo los planes con los ingleses y comprometiendo a Beatriz con Fernando, segundo hijo de Juan I de Castilla. El objetivo era claro: mantener la independencia portuguesa sin ceder al dominio castellano, asegurando un equilibrio de poder mediante vínculos familiares sin fusión dinástica.

El matrimonio que desencadenó la crisis

No obstante, los vaivenes diplomáticos no terminaron ahí. Pocos meses después del último acuerdo, Juan I de Castilla enviudó y exigió la mano de Beatriz, a quien había considerado anteriormente como posible nuera. Esta exigencia rompió los equilibrios alcanzados. Mientras Fernando I se oponía firmemente, su esposa Leonor Téllez respaldó decididamente la unión, viendo en ella la posibilidad de consolidar su posición como regente futura. Finalmente, el 2 de abril de 1383, se selló el Tratado de Pinto, donde se establecieron los términos del matrimonio: el hijo primogénito de Juan I heredaría Castilla, mientras los descendientes de Beatriz heredarían Portugal, asegurando, al menos en teoría, la independencia lusa.

Beatriz contaba apenas con diez años en el momento del compromiso, lo cual no impidió que la boda se celebrara rápidamente. El matrimonio se formalizó en mayo de 1383, en la catedral de Badajoz, con la bendición del legado pontificio Pedro de Luna. Fernando I, moribundo y aún contrario a la unión, no asistió a la ceremonia. Su fallecimiento, ocurrido el 22 de octubre de ese mismo año, desencadenó la crisis política más profunda que Portugal había vivido hasta entonces.

De acuerdo con lo pactado, Leonor Téllez asumió la regencia en nombre de su hija Beatriz, ahora oficialmente reina consorte de Castilla y proclamada reina de Portugal. Esta situación generó una fuerte reacción entre los estamentos del reino. La nobleza portuguesa, alarmada por la posibilidad de que la unión con Castilla derivara en la anexión de Portugal, y el pueblo, que nunca había aceptado del todo a Leonor como reina, se alzaron contra la autoridad de la regente. Fue en ese momento que emergió una figura decisiva: don Juan, maestre de la Orden de Avís, hijo natural del difunto Pedro I y medio hermano del fallecido Fernando I.

Mientras la crisis se agravaba, Leonor y Beatriz huyeron de Lisboa hacia Santarém para unirse a Juan I de Castilla. Allí, el 13 de enero de 1384, Leonor fue forzada a renunciar a la regencia en favor de su yerno. Poco después, descubierta su implicación en un complot para asesinar a Juan I, fue enviada prisionera al monasterio de Tordesillas, donde pasaría el resto de sus días. Según relatan las crónicas, Beatriz recriminó a su madre duramente, acusándola de haber intentado dejarla “viuda, huérfana y desheredada” en apenas un año.

Este episodio marcaría el punto de no retorno en la disputa por la corona portuguesa. El pueblo y los representantes de las principales casas nobiliarias no reconocieron a Beatriz como legítima reina, y comenzaron a respaldar al maestre de Avís como única autoridad legítima del reino. La disputa dinástica se convertiría pronto en una guerra abierta, en la que la joven reina consorte quedaría definitivamente marginada.

La revuelta de 1383 y el ascenso del maestre de Avís

Tras la renuncia forzada de Leonor Téllez a la regencia y su confinamiento, Portugal se sumió en una guerra civil conocida como la Crisis de 1383-1385, una de las más determinantes de su historia. El descontento con la idea de una reina que era esposa del rey de Castilla, sumado al rechazo popular hacia Leonor, impulsó a un amplio sector de la nobleza y del pueblo a buscar una figura alternativa que garantizara la independencia nacional. Esa figura fue don Juan, maestre de la Orden de Avís, un bastardo real pero carismático y con fuerte respaldo.

En diciembre de 1383, el maestre fue proclamado “Defensor y Gobernador del Reino”, lo que equivalía de facto a reconocerlo como autoridad suprema en ausencia de un monarca legítimo. Esta proclamación fue el punto de partida de una resistencia organizada contra las aspiraciones de Juan I de Castilla, quien, en nombre de su esposa Beatriz, reclamaba la corona portuguesa.

La situación era extremadamente delicada. Mientras Juan I organizaba su ejército para apoyar los derechos de su esposa e invadir Portugal, el reino se polarizaba entre partidarios de Beatriz (mayoritariamente en el norte y en zonas fronterizas) y defensores del maestre de Avís, especialmente en Lisboa y regiones centrales.

El conflicto armado entre Castilla y Portugal

La guerra entre los partidarios de Beatriz (apoyados por las fuerzas castellanas) y los seguidores del maestre de Avís (con respaldo inglés) escaló rápidamente. En 1384, Juan I de Castilla cruzó la frontera con un potente ejército y puso cerco a Lisboa, donde se encontraba atrincherado el maestre y sus seguidores. El asedio duró varios meses y causó una enorme mortandad por hambre y enfermedades. Sin embargo, una epidemia de peste estalló entre las tropas castellanas, debilitando al ejército invasor y obligando a Juan I a levantar el cerco y retirarse temporalmente.

Este episodio fue clave para la consolidación del maestre de Avís como figura salvadora del reino. La retirada de Juan I fue percibida como una señal divina a favor de la causa portuguesa, reforzando la narrativa de que Beatriz representaba una amenaza extranjera y que la independencia del reino estaba en juego.

Durante este periodo, Beatriz permaneció en Castilla, alejada del campo de batalla y sin capacidad de intervenir directamente. Su figura comenzó a diluirse en el discurso político luso, mientras el maestre consolidaba su poder y la oposición a la unión dinástica se endurecía.

La exclusión de Beatriz del trono portugués

El momento decisivo llegó en abril de 1385, cuando se celebraron las Cortes de Coimbra, una asamblea crucial para definir el futuro político del reino. En este encuentro, los representantes de las principales ciudades y de la nobleza portuguesa tomaron una decisión sin precedentes: desposeyeron oficialmente a Beatriz de sus derechos sucesorios y proclamaron rey a don Juan, maestre de Avís, quien pasaría a ser conocido como Juan I de Portugal.

Los argumentos esgrimidos contra Beatriz fueron diversos. Por un lado, se alegó que la regencia de su madre, cargada de escándalos, había corrompido la legitimidad de su linaje. También se cuestionó su filiación, insinuando —sin pruebas sólidas— que podría no ser hija legítima de Fernando I. Pero el argumento más poderoso fue el político: Beatriz estaba casada con el rey de Castilla, y su acceso al trono suponía una amenaza real de anexión, lo que violaba la voluntad popular de mantener la independencia nacional.

Esta proclamación convirtió a la joven reina consorte en una reina sin trono. Aunque en Castilla continuó siendo tratada con dignidad y respeto, en Portugal su nombre fue borrado de la línea sucesoria. Ni ella ni los infantes don Juan y don Dionís, hermanos del difunto Fernando I, fueron considerados legítimos herederos, consolidando así una nueva dinastía nacional.

La batalla de Aljubarrota y la caída de sus aspiraciones

La respuesta de Juan I de Castilla no se hizo esperar. Decidido a restaurar los derechos de su esposa, organizó una nueva ofensiva militar. En agosto de 1385, el ejército castellano, reforzado por tropas de aliados, avanzó sobre territorio portugués, con el objetivo de aplastar la resistencia encabezada por el nuevo rey.

El enfrentamiento decisivo tuvo lugar en la batalla de Aljubarrota, el 14 de agosto de 1385, y supuso una de las derrotas más humillantes para la corona castellana. El ejército portugués, comandado por Juan I y el condestable Nuno Álvares Pereira, logró una victoria total, infligiendo enormes pérdidas a las fuerzas invasoras, entre ellas a buena parte de la aristocracia castellana.

En Ávila, donde se encontraba Beatriz, la noticia de la derrota fue devastadora. Las crónicas narran que la reina cayó enferma por la angustia y la impotencia. No solo se derrumbaban sus aspiraciones personales al trono, sino también su legado familiar quedaba en ruinas. Para colmo, ese mismo año falleció su único hijo, el infante Miguel, nacido cuando ella apenas tenía once años. Este golpe personal la dejó sin descendencia y sin un heredero que pudiera mantener vivas sus pretensiones.

A partir de este punto, las posibilidades de restauración dinástica para Beatriz se desvanecieron casi por completo. Aunque Juan I de Castilla continuó reivindicando la legitimidad de su esposa, la realidad política era irreversible: Portugal había cerrado filas en torno a la nueva dinastía de Avís, y Beatriz pasó a ocupar un lugar simbólico, más que efectivo, en la política peninsular.

El ocaso de sus pretensiones y la muerte de Juan I

Con la derrota en Aljubarrota y la consolidación de Juan I de Avís en el trono portugués, el futuro de Beatriz de Portugal quedó sellado como el de una reina sin reino. Aunque su esposo, Juan I de Castilla, insistió en reclamar la corona lusa en nombre de su esposa, la legitimidad de Beatriz había sido desmantelada tanto política como jurídicamente por las Cortes de Coimbra. Las relaciones entre ambos reinos, sin embargo, siguieron siendo tensas, marcadas por escaramuzas fronterizas e intentos fallidos de reconciliación.

En 1390, la muerte de Juan I de Castilla representó un golpe definitivo para la causa de Beatriz. Su sucesor, Enrique III, hijo del primer matrimonio del rey, carecía de vínculos personales con ella y su legitimidad para defender los derechos de Beatriz a la corona portuguesa era mucho más débil. Aunque Enrique III fue criado con respeto hacia la reina viuda, los intereses dinásticos castellanos habían cambiado: la pretensión sobre Portugal dejó de ser una prioridad estratégica.

Pese a la desaparición de su principal aliado, Beatriz no renunció formalmente a sus derechos. En 1398, tras la muerte de su tío don Juan, otro de los infantes portugueses excluidos del trono, su hermano don Dionís asumió la defensa de la causa familiar. Lanzó un último intento de invasión sobre Portugal, con escasos recursos y escasa acogida interna. La ofensiva fracasó y representó el colapso definitivo de cualquier aspiración lusa por parte de la rama legítima fernandina. Beatriz, de forma simbólica, seguía siendo reina de Castilla, pero sus pretensiones a Portugal se diluían en el pasado.

Nuevos intentos de integración política

A pesar del fracaso militar, la figura de Beatriz siguió teniendo valor diplomático. En 1399, en medio de nuevas negociaciones de paz entre Castilla y Portugal, surgió una propuesta sorprendente: casar a Beatriz con el heredero del rey Juan I de Portugal, posiblemente con el futuro Duarte I. Esta unión, de haberse concretado, habría reconciliado a las dos ramas enfrentadas y cerrado la crisis sucesoria de manera simbólica. No obstante, el monarca portugués rechazó la propuesta rotundamente, viendo en ella un peligro para la estabilidad del nuevo orden establecido.

Por si fuera poco, Enrique III de Castilla, para consolidar la paz, se comprometió solemnemente a no apoyar jamás las aspiraciones de Beatriz al trono de Portugal, ni en su nombre ni en el de sus sucesores. Este acuerdo marcó el final oficial de las reclamaciones dinásticas castellanas sobre el trono luso derivadas del matrimonio de 1383. Beatriz quedó así definitivamente excluida del juego político luso, aunque conservó su dignidad como reina viuda en la corte castellana.

Vida posterior en Castilla y su figura como reina viuda

A pesar del fracaso de sus aspiraciones, Beatriz no fue repudiada por la corte castellana. Vivió una vida tranquila, alejada de la política activa, aunque con el respeto que le correspondía como viuda del rey. Enrique III la trató con deferencia y la mencionó afectuosamente en su testamento, refiriéndose a ella como “madre”, lo que sugiere una relación cordial o incluso afectuosa en lo personal.

Durante los años siguientes, Beatriz recibió varias propuestas de matrimonio, tanto dentro como fuera de la península. Una de las más destacadas fue la del duque de Austria en 1409, que podría haber reintroducido a la exreina en la política europea. Sin embargo, ella rechazó todas estas propuestas, optando por una vida retirada y digna. Este rechazo puede interpretarse como un gesto de fidelidad a su difunto esposo o como una forma de conservar su identidad como reina consorte legítima de Castilla.

No se sabe con certeza el lugar ni la fecha exacta de su muerte, aunque todo parece indicar que falleció después de 1409. Las crónicas castellanas mencionan que pudo haber sido enterrada junto a Juan I en la catedral de Toledo, lugar de sepultura habitual de los reyes castellanos de la dinastía Trastámara.

Repercusiones históricas y relecturas

La figura de Beatriz de Portugal ha sido objeto de múltiples reinterpretaciones a lo largo de los siglos. En la historiografía portuguesa, ha sido vista frecuentemente como un símbolo del peligro de la unión dinástica con Castilla, una especie de advertencia histórica sobre la pérdida de soberanía nacional. En cambio, en las fuentes castellanas, su figura se presenta con más compasión, como la de una reina digna, víctima de las circunstancias, que supo mantener su honor incluso cuando perdió todo poder efectivo.

Historiadores como Sérgio Dias Arnaut y Enrique Sarrablo han profundizado en su biografía, subrayando la complejidad de su posición entre dos mundos irreconciliables. Para algunos, Beatriz representa la última esperanza de una unión pacífica entre Portugal y Castilla, truncada por intereses faccionales y por una coyuntura internacional adversa. Para otros, su historia es la de una víctima más de los juegos de poder medievales, una mujer utilizada desde la infancia como herramienta política, que jamás pudo ejercer plenamente su voluntad ni como infanta ni como reina.

Un símbolo de la fragilidad dinástica medieval

Beatriz de Portugal no dejó una descendencia que perpetuara su legado, ni gobernó formalmente ninguno de los reinos que su matrimonio pretendía unir. Sin embargo, su historia sirve como una poderosa representación de las tensiones políticas de la Europa bajomedieval, donde las alianzas matrimoniales eran tan determinantes como las batallas, y donde las mujeres de sangre real eran a menudo rehenes de los intereses de sus linajes.

Su vida, marcada por las promesas incumplidas, las traiciones familiares y el destierro silencioso, revela los límites del poder femenino en las monarquías medievales. Y al mismo tiempo, su figura digna y respetada hasta el final demuestra que incluso en la derrota, una reina sin trono puede conservar su majestad.

Cómo citar este artículo:
MCN Biografías, 2025. "Beatriz de Portugal (1373–ca.1409): Reina sin trono en el corazón de dos coronas". Disponible en: https://mcnbiografias.com/app-bio/do/beatriz-de-portugal-reina-de-castilla [consulta: 16 de octubre de 2025].