Manoel da Costa Ataíde (1762-1830). El maestro del barroco mineiro brasileño
El nombre de Manoel da Costa Ataíde, conocido popularmente como Mestre Ataíde, brilla con luz propia en el panorama del arte colonial brasileño. Nacido en 1762 en Mariana, en el corazón de Minas Gerais, y fallecido en la misma ciudad en 1830, este insigne pintor fue una de las figuras fundamentales del barroco mineiro, corriente artística que floreció con fuerza en el Brasil del siglo XVIII y principios del XIX. Su legado visual, profundamente arraigado en la religiosidad popular y el mestizaje cultural, ha convertido su obra en un testimonio invaluable de la identidad nacional brasileña.
Orígenes y contexto histórico
Manoel da Costa Ataíde nació en un entorno familiar ligado al ámbito militar: su padre, Luis da Costa Ataíde, era militar de origen portugués. La estrecha relación con ingenieros militares amigos de su padre le permitió familiarizarse desde joven con cartas geográficas y planos arquitectónicos, elementos que estimularon su precoz inclinación por el dibujo y las formas espaciales.
A pesar de que se desconocen detalles precisos sobre su formación artística, se sabe que fue un autodidacta inspirado por grabados llegados de Europa, especialmente ilustraciones religiosas y bíblicas. Entre los artistas europeos que más influyeron en su estilo se encuentra Francesco Bartolozzi, cuyos grabados, junto con los de Demarne, contribuyeron a modelar la transición del barroco al rococó en su obra.
Ataíde vivió durante una etapa convulsa en la historia de Brasil, cuando la región de Minas Gerais estaba en plena efervescencia económica debido a la minería del oro. Fue una época de intensa actividad religiosa, en la que surgieron numerosas órdenes y hermandades que impulsaron la construcción de iglesias y templos decorados con gran riqueza artística. Este entorno fue el escenario perfecto para que un talento como el de Ataíde floreciera con plenitud.
Logros y contribuciones
Ataíde fue un referente absoluto del barroco tardío brasileño, no solo por su dominio técnico, sino por su capacidad de fusionar influencias europeas con una visión estética profundamente local. Se convirtió en alférez y ordenanza de su ciudad natal, Mariana, y ejerció también como profesor de pintura y arquitectura, dejando una huella indeleble en las generaciones posteriores de artistas de la región.
Su obra más destacada es, sin duda, la serie de frescos pintados entre 1801 y 1812 en la Iglesia de San Francisco de Asís en Ouro Preto, una joya del arte colonial. En esta obra monumental, Ataíde desplegó toda su maestría al crear ilusionismos visuales que convertían techos en cielos abiertos, jugando con luces, sombras y perspectivas que dotaban de una profundidad casi mágica a las superficies planas. Las escenas de la vida de Abraham, pintadas en los paneles laterales, refuerzan la narrativa bíblica con una estética que refleja la espiritualidad y teatralidad barroca.
Además de los frescos de Ouro Preto, Ataíde dejó su sello en múltiples iglesias del estado de Minas Gerais, destacando por su versatilidad tanto en la pintura de techos como en retablos, cuadros de caballete y representaciones del Via Crucis.
Principales obras de Manoel da Costa Ataíde
A lo largo de su trayectoria, Ataíde participó en la decoración de varios templos y espacios religiosos. A continuación, se destacan algunas de sus creaciones más relevantes:
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Santuario de Bom Jesus dos Matozinhos (Congonhas do Campo): Encargado en 1781 de dar color a las imágenes del santuario, trabajo que ocupó gran parte de su juventud hasta 1818.
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Iglesia de San Antonio (Mariana): Pinturas del techo de la capilla mayor realizadas en 1806.
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Iglesia Matriz de San Antonio (Itaverava): Frescos del techo de la capilla mayor ejecutados en 1811.
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Colegio del Caraça (Santa Bárbara): Pintura de “La Última Cena” en 1828.
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Iglesia del Rosario (Mariana): Pinturas en la capilla mayor, realizadas en 1823.
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Santuario de Bom Jesus (Congonhas): Decoración del techo de la nave.
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Iglesia de la Orden Tercera de San Francisco: Intervenciones en la sacristía hacia el año 1800.
Momentos clave
La vida de Ataíde puede resumirse en varios hitos que marcaron su evolución personal y profesional:
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1762: Nace en Mariana, Minas Gerais.
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1781: Comienza su primer gran encargo: el colorido de las imágenes del santuario de Congonhas do Campo.
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1800: Interviene en la sacristía de la Iglesia de la Orden Tercera de San Francisco.
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1801-1812: Realiza su obra maestra en la Iglesia de San Francisco de Asís en Ouro Preto.
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1806: Pinta el techo de la capilla mayor de la Iglesia de San Antonio en Mariana.
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1811: Frescos en la capilla mayor de la Iglesia Matriz de San Antonio de Itaverava.
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1823: Pintura de la capilla mayor en la Iglesia del Rosario en Mariana.
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1828: Pinta “La Última Cena” en el Colegio del Caraça.
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1830: Muere en su ciudad natal el 2 de febrero. Es sepultado en la Iglesia de la Orden Tercera de San Francisco.
Relevancia actual
La figura de Manoel da Costa Ataíde sigue siendo de vital importancia en el patrimonio cultural brasileño. Su obra no solo representa una cumbre del arte sacro colonial, sino que también constituye una afirmación estética de la identidad nacional mestiza de Brasil. Uno de los aspectos más innovadores de su pintura fue precisamente la incorporación de rostros mestizos y autóctonos en sus representaciones de santos y figuras bíblicas, en una época en la que lo habitual era recurrir a cánones exclusivamente europeos.
Aunque él mismo era blanco y descendiente de portugueses, rompió con los moldes visuales de su tiempo al dotar a sus figuras de rasgos típicamente brasileños, con lo cual reivindicó la diversidad étnica y cultural del país en el plano visual y espiritual. Su legado ha sido objeto de múltiples estudios, exposiciones y restauraciones, y su nombre figura entre los más venerados del arte latinoamericano.
Mestre Ataíde no solo decoró iglesias; dio color y forma al alma brasileña en un periodo crucial de su historia. Las iglesias de Minas Gerais que albergan sus obras son hoy destinos turísticos y centros de peregrinación artística, donde su genio sigue siendo contemplado y admirado por visitantes de todo el mundo. El realismo, la fuerza expresiva y el sentido místico de sus composiciones hacen de su legado un testimonio eterno de la fusión entre fe, arte e identidad nacional.
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