Juan de Arfe y Villafañe (1535–1603): El Renacentista que Fundió el Arte con la Ciencia
El Renacimiento español y la expansión de las artes técnicas
España en el siglo XVI: auge imperial y efervescencia cultural
El siglo XVI fue una época de esplendor para la Monarquía Hispánica, bajo el gobierno de Carlos I y su hijo Felipe II, en la que el país se convirtió en el epicentro político y cultural de Europa. El flujo constante de metales preciosos desde América, combinado con la consolidación de un imperio global, propició un ambiente de crecimiento económico, pero también de gran efervescencia intelectual. La Contrarreforma, la expansión del humanismo y la integración de influencias artísticas y científicas europeas configuraron un panorama único, donde el arte y la ciencia comenzaban a entrelazarse como nunca antes.
En este contexto, la figura del artista-técnico renacentista cobraba vida: un creador que no solo dominaba un oficio, sino que reflexionaba sobre sus fundamentos científicos y filosóficos. Fue el caldo de cultivo perfecto para la trayectoria de Juan de Arfe y Villafañe, quien no solo encarnó este arquetipo, sino que lo redefinió en múltiples dimensiones: como orfebre, tratadista, ensayador y anatomista.
El oro de América y el desarrollo de la ciencia aplicada
El descubrimiento y explotación de las minas americanas convirtió a España en uno de los principales centros de acuñación de moneda y ensayo de metales preciosos. A esta situación se sumó la necesidad creciente de garantizar la calidad de las monedas y lingotes mediante métodos cada vez más rigurosos. Así, la técnica del ensayo químico se convirtió en una ciencia aplicada de primer nivel. Tal como señalaron C. Stanley Smith y J. Forbes, ningún otro ámbito científico estaba tan avanzado en la práctica empírica como el de los ensayadores durante el siglo XVI.
La figura de Juan de Arfe encontró en esta necesidad una plataforma para destacar no solo como orfebre, sino como un pionero de la química cuantitativa aplicada a la metalurgia.
Herencia familiar y entorno inicial
Los Arfe: una dinastía de orfebres desde Enrique de Arfe
Juan de Arfe y Villafañe nació en León en 1535, dentro de una familia que ya contaba con una sólida reputación en el mundo de la orfebrería. Su abuelo, el alemán Enrique de Arfe, había sido un pionero en trasladar a España técnicas centroeuropeas de orfebrería, estableciendo una dinastía artística que transformaría este arte en la península. Enrique fue el autor de custodias y objetos litúrgicos que marcaban el tránsito de lo gótico a lo renacentista en el arte religioso español.
Antonio de Arfe y la transmisión del arte familiar
Su padre, Antonio de Arfe, fue un refinado orfebre que educó a Juan desde la infancia en el dominio del trabajo con metales preciosos, pero también en el sentido estético y devocional que impregnaba estas obras. A través de él, Juan recibió no solo conocimientos técnicos, sino también una visión más amplia del papel del artista como intelectual. La tradición familiar no se limitaba al taller, sino que incluía la adquisición de libros, la observación anatómica y el contacto con los principales focos culturales del país.
Formación académica, técnica y artística
Aprendizaje en múltiples ciudades: Valladolid, Sevilla, Segovia, Madrid
A lo largo de su vida, Juan de Arfe residió en Valladolid, Sevilla, Segovia y Madrid, centros neurálgicos de la cultura y el poder en la España de los Austrias. Cada una de estas ciudades aportó elementos clave a su formación. En Valladolid, pudo empaparse de la tradición humanista de su universidad; en Sevilla, accedió a una intensa vida artística e intelectual marcada por su puerto transatlántico; Segovia le proporcionó experiencia práctica como ensayador; y Madrid, capital desde 1561, fue el escenario de sus últimos años y consolidación como figura eminente.
Autodefinición como “esculptor de oro y plata” y la figura del artista-científico
Juan de Arfe rompió con la percepción tradicional del orfebre como un mero artesano. Él se presentaba como “esculptor de oro y plata”, título que remite tanto a la nobleza del arte como al dominio técnico y científico de su oficio. Esta autodefinición anticipa la imagen del artista-intelectual que se convertiría en canon durante el Renacimiento. Para él, cada obra era tanto un objeto de culto como un experimento material, una fusión entre estética, fe y ciencia.
Primeras manifestaciones de talento y vocación científica
Observación, disección y práctica: la anatomía como base de la escultura
Uno de los aspectos más originales de su formación fue su interés en la anatomía humana, fundamental para la representación artística del cuerpo. Juan de Arfe asistió personalmente a disecciones en la Universidad de Salamanca, guiadas por el Dr. Cosme de Medina, un pionero en la enseñanza anatómica en España. Este contacto directo con los cadáveres justiciados y su estudio meticuloso del esqueleto y la musculatura le permitieron abordar la escultura con una precisión morfológica inaudita.
Conservaba un esqueleto humano en su propia casa y realizaba estudios prolongados sobre los cambios físicos del cuerpo. Este enfoque anticipa la metodología científica moderna, basada en la observación empírica y la experimentación directa.
Interés temprano por la precisión científica y técnica en el arte
El joven Juan no se conformaba con la repetición de modelos tradicionales. Muy pronto comenzó a desarrollar métodos propios de medición y proporción, aplicados tanto al cuerpo humano como a los animales y a la arquitectura. Este interés por la sistematización técnica se consolidaría más adelante en sus obras «Quilatador de la plata, oro y piedras» (1572) y «De varia commesuración para la Esculptura y Architectura» (1585-1587), que funden saberes científicos con aplicaciones artísticas.
En sus inicios, ya apuntaba a una visión interdisciplinar que desbordaba los límites del taller para integrarse con la anatomía, la geometría y la química. Su obra comenzó así, desde una juventud marcada por la práctica, el estudio y una profunda vocación de elevación intelectual del arte.
Orfebrería monumental y legado artístico
Las custodias de Ávila, Sevilla y Burgos como síntesis de arte y técnica
Uno de los legados más admirables de Juan de Arfe y Villafañe se encuentra en sus custodias procesionales, obras que sintetizan su maestría técnica, su sensibilidad estética y su profundo conocimiento religioso. Entre las más destacadas figuran las realizadas para las catedrales de Ávila, Sevilla y Burgos, consideradas entre las joyas de la orfebrería del Renacimiento español. Estas piezas no eran meros objetos litúrgicos: encarnaban la cosmología, la teología y la visión del mundo de la época.
Cada una de estas custodias evidencia un equilibrio perfecto entre el diseño arquitectónico y la riqueza ornamental, donde columnas, nichos, figuras humanas y motivos florales se ensamblan con una precisión casi matemática. La utilización del oro y la plata no sólo respondía a un simbolismo sagrado, sino también a exigencias técnicas que Juan de Arfe dominaba como ningún otro, aplicando conceptos derivados de la geometría y la proporción renacentista.
La dimensión simbólica y religiosa de su orfebrería
La obra litúrgica de Arfe tenía una función doble: servir al culto y educar al espectador. En un contexto contrarreformista, las imágenes religiosas adquirían una renovada importancia doctrinal. La custodia, como receptáculo de la eucaristía, se convertía en objeto de devoción y representación teológica, y Arfe supo convertir cada una de sus piezas en una catequesis visual. Integraba símbolos del Antiguo y Nuevo Testamento, apóstoles, santos y alegorías que dialogaban con la arquitectura circundante, siempre dentro de una estructura racional y armónica.
Juan de Arfe como científico aplicado
Ensayador real y participación en la junta de 1585
La faceta científica de Arfe se consolidó cuando Felipe II, interesado en regular los métodos de ensayo de metales preciosos, convocó en 1585 una junta de expertos, en la cual el orfebre leonés desempeñó un papel central. Su experiencia en la evaluación de metales, adquirida tanto en talleres como en cecas, lo convirtió en una voz autorizada para establecer criterios técnicos en una época en que la riqueza imperial dependía directamente de la pureza del oro y la plata.
Once años después, el monarca lo designó como ensayador oficial de la ceca de Segovia, una de las más importantes de la península. Este cargo no sólo implicaba autoridad técnica, sino también una enorme responsabilidad en la política económica del imperio.
El “Quilatador de la plata, oro y piedras”: una obra precursora en química práctica
En 1572, Arfe publicó el tratado «Quilatador de la plata, oro y piedras», considerado la primera monografía técnica española dedicada al ensayo de metales preciosos. Hasta entonces, solo existían textos fragmentarios como el Probierbuchlein alemán o secciones dispersas en obras de Biringuccio o Agricola. La originalidad del «Quilatador» reside en su enfoque práctico: no pretende ser un tratado erudito, sino un manual técnico basado en la experiencia directa.
El texto incluye descripciones claras del proceso de copelación, los instrumentos de laboratorio, las unidades de medida y los cambios de color que indican pureza y composición de los metales. Su estilo es directo y didáctico, buscando ante todo la eficacia del procedimiento. La obra fue tan influyente que se reeditó y amplió en 1598, y más tarde fue reimpresa en 1678, integrando ambas versiones.
Tratado “De varia commesuración” y su dimensión interdisciplinar
Geometría, anatomía, zoología y arquitectura al servicio del arte
El proyecto más ambicioso de Arfe fue sin duda el tratado «De varia commesuración para la Esculptura y Architectura», publicado entre 1585 y 1587. Esta obra, dividida en cuatro “libros”, ofrece un panorama completo de los conocimientos técnicos que consideraba esenciales para la formación del artista renacentista. El primer libro, basado en Euclides y autores como Serlio y Durero, enseña geometría práctica para escultores y arquitectos. Incluye también un estudio sobre relojes de sol y coordenadas geográficas, muestra de su interés por la ciencia aplicada.
El segundo libro, dedicado a la anatomía humana, es el primero impreso en España sobre anatomía artística, y el primero en Europa en ilustrar el cuerpo con fines artísticos antes que médicos. Los libros tercero y cuarto se enfocan en la anatomía animal y en los órdenes arquitectónicos, respectivamente. Esta estructura enciclopédica refleja una concepción integral del arte como disciplina científica y humanística a la vez.
La anatomía artística como innovación editorial y pedagógica
En la segunda parte del tratado, Arfe introduce el estudio detallado de huesos y músculos, ilustrado con veintiocho xilografías originales basadas en su propia observación. Este enfoque marca un punto de inflexión en la representación del cuerpo humano en el arte, al sustituir los modelos idealizados por un conocimiento derivado de la disección. Cada ilustración va acompañada de textos en prosa y resúmenes en octavas reales, siguiendo un método mnemotécnico propio de los tratados didácticos del Renacimiento.
Este libro se convirtió en referencia obligada para generaciones de escultores y pintores, como Juan Rizi o Bernardino Genga, y fue objeto de múltiples reediciones hasta bien entrado el siglo XVIII.
Relaciones intelectuales y científicas
Influencias: Euclides, Serlio, Durero, Vitrubio, Gessner
El pensamiento de Arfe está impregnado de influencias clásicas y renacentistas. En geometría, sigue a Euclides y Durero, cuyo tratado sobre la proporción humana es una fuente clave. En arquitectura, se apoya en Vitrubio y en los tratados de Sebastiano Serlio y Philibert de l’Orme. En anatomía animal, recurre a los trabajos de Conrad Gessner, aunque aporta observaciones propias, como en el caso del rinoceronte, cuya representación copia de la xilografía de Durero de 1515, única fuente gráfica disponible en Europa por entonces.
Esta amalgama de saberes clásicos, renacentistas y personales da a su obra una profundidad única. Lejos de ser un mero compilador, Arfe interpreta, selecciona y adapta los contenidos a la realidad hispánica, desarrollando un modelo original.
Vinculación con la Universidad de Salamanca y Cosme de Medina
La relación de Arfe con la Universidad de Salamanca marcó una etapa crucial en su desarrollo intelectual. Asistió a disecciones dirigidas por Cosme de Medina, pionero de la escuela anatómica valenciana y primer catedrático de anatomía en Salamanca. Estas sesiones le permitieron observar directamente el desollamiento y disección de cuerpos humanos, lo que derivó en un conocimiento práctico de la morfología que ningún otro artista español de su tiempo poseía.
Este contacto con la universidad demuestra su carácter autodidacta pero también su deseo de integrar el saber académico en su formación artística. El propio Arfe menciona la importancia de “ver hacer anatomía” como parte de su preparación como escultor, revelando una mentalidad científica avanzada.
Últimas obras y años finales
Consolidación como autoridad científica y artística bajo Felipe II
En la última etapa de su vida, Juan de Arfe y Villafañe alcanzó el reconocimiento institucional más alto que podía aspirar un técnico-artista en la España del siglo XVI. La designación como ensayador de la ceca de Segovia, en 1596, supuso no sólo una validación de su capacidad técnica, sino también la confianza directa de Felipe II, quien había promovido activamente la normalización de los ensayos químicos como parte de una estrategia imperial de control sobre el valor de los metales preciosos.
Esta responsabilidad técnica se extendió también a la formación de otros ensayadores y a la redacción de criterios uniformes, donde su experiencia práctica, recogida en el Quilatador, servía como manual de referencia. A través de sus escritos y de su cargo, Arfe se convirtió en una figura normativa, cuyas definiciones pesaban no solo en talleres o cecas, sino también en las decisiones de la administración real.
Nombramiento como ensayador en la ceca de Segovia
La ceca de Segovia era, desde su fundación, un emblema del control técnico y simbólico de la Monarquía sobre sus recursos. La presencia de Arfe allí desde 1596 aseguró la aplicación rigurosa de las técnicas más avanzadas de ensayo. Su doble rol como artista y técnico de confianza refleja la amplitud de su perfil: era capaz tanto de ejecutar obras religiosas de gran complejidad como de garantizar el cumplimiento de normas fiscales y metalúrgicas.
Arfe continuó trabajando en el perfeccionamiento de sus escritos, dejando una versión ampliada del Quilatador en 1598, y consolidó así un cuerpo doctrinal que sobreviviría mucho más allá de su muerte, ocurrida en Madrid en 1603.
Recepción en vida y pervivencia de su obra
Reconocimiento institucional y prestigio en los círculos técnicos
Durante su vida, Arfe gozó de un prestigio creciente no solo en los círculos artísticos, sino en los ámbitos técnicos, científicos y administrativos. Su obra no fue recibida como una curiosidad, sino como una herramienta funcional, especialmente en el contexto de una economía basada en metales preciosos. El hecho de que sus tratados fueran recomendados a aprendices, utilizados por ensayadores y citados en documentos oficiales es prueba de su utilidad práctica y autoridad reconocida.
El uso de una lengua clara, sin excesos retóricos ni erudición vacía, facilitó su difusión. A diferencia de muchos tratadistas italianos contemporáneos, Arfe escribió desde la experiencia directa, para ser entendido y aplicado, lo que garantizó la vigencia de sus textos por más de dos siglos.
Difusión y reediciones de sus tratados durante los siglos XVII y XVIII
Tanto el Quilatador como el De varia commesuración fueron reeditados en múltiples ocasiones. El primero fue integrado en un volumen único en 1678, y el segundo conoció nuevas ediciones en 1675, 1736, 1763, 1773 y 1795, siempre con algunas adiciones o adaptaciones. La persistencia editorial de estos tratados refleja no solo su utilidad, sino también su estatus como clásicos técnicos dentro de la tradición científica española.
Ya en el siglo XVIII, las reediciones comenzaron a integrar aspectos nuevos, como cambios en las unidades de medida, terminología adaptada a los estándares ilustrados y modernizaciones iconográficas. Sin embargo, el núcleo conceptual de las obras —la integración de ciencia, arte y experiencia empírica— permaneció intacto.
Relecturas modernas e historiografía
Críticas y valoraciones de estudiosos modernos
El interés por Juan de Arfe no cesó con el paso de los siglos. A lo largo del siglo XX, diversos historiadores del arte, la ciencia y la técnica destacaron su figura como precursora de la interdisciplinariedad moderna. J. M. López Piñero, uno de los más destacados, lo reconoció como pionero de la anatomía artística y la química aplicada en España. E. Portela enfatizó su originalidad metodológica y su rigor técnico, considerando el Quilatador como un manual práctico sin precedentes en la literatura científica de la época.
En el ámbito artístico, autores como J. Camón Aznar y J. Pijoán lo ubicaron entre los grandes renovadores de la escultura y orfebrería renacentista, mientras que F. Checa Cremades lo encuadró dentro de la escuela sevillana que definió la estética del periodo. En suma, Arfe ha sido objeto de una revalorización integral, tanto como científico como artista.
La edición ilustrada de 1806 y su reinterpretación ilustrada
La culminación de esta larga recepción se produjo con la edición de 1806 del De varia commesuración, realizada por un grupo de ilustrados encabezado por el grabador José Asensio Torres. Esta versión transformó el texto en un producto acorde con la estética neoclásica y la ciencia moderna, utilizando técnicas de calcografía y criterios académicos actualizados. Aunque el espíritu renacentista del original se vio alterado, esta edición garantizó su permanencia como obra pedagógica durante el siglo XIX.
Más que una simple reedición, este proyecto ilustrado reinterpretó a Arfe como precursor de la modernidad científica, y como ejemplo del ideal ilustrado de integración entre saberes.
Influencia duradera y relevancia contemporánea
Su impacto en el desarrollo de la anatomía artística y la química aplicada
El legado de Juan de Arfe trasciende su tiempo. En el campo de la anatomía artística, su tratado fue un punto de partida para autores posteriores que continuaron desarrollando la observación directa del cuerpo como fundamento de la representación escultórica y pictórica. Su influencia puede rastrearse en la obra de Bernardino Genga en Italia o Juan Rizi en España, y llega incluso a las academias de bellas artes del siglo XIX.
En el ámbito de la química aplicada, el Quilatador se considera uno de los primeros textos que formalizó técnicas de ensayo con un lenguaje claro, empírico y reproducible. Anticipó elementos del método científico y sentó las bases de lo que más tarde sería la química analítica cuantitativa.
Modelo renacentista de integración entre arte y ciencia
Más allá de sus logros concretos, la figura de Arfe representa un modelo de integración disciplinar que resulta especialmente relevante en la actualidad. En un mundo fragmentado entre especialidades, su vida y obra recuerdan que el conocimiento es más fértil cuando conecta ámbitos diversos: el arte y la ciencia, la técnica y la filosofía, la teoría y la práctica.
Juan de Arfe y Villafañe supo unir en su persona la precisión del laboratorio con la belleza de la liturgia, el rigor del tratadista con la intuición del artista. Fue un puente entre mundos, y su legado perdura como testimonio de un tiempo en que el pensamiento y la creación no se entendían como opuestos, sino como dos caras de una misma moneda.
MCN Biografías, 2025. "Juan de Arfe y Villafañe (1535–1603): El Renacentista que Fundió el Arte con la Ciencia". Disponible en: https://mcnbiografias.com/app-bio/do/arfe-y-villafanne-juan-de [consulta: 29 de septiembre de 2025].