Aranda Pérez, Raúl (1952-VVVV).
Matador de toros español, nacido en Almazora (Castellón) el 3 de enero de 1952. Cuando contaba dos meses de edad, su familia se trasladó a Zaragoza, donde creció y se inició en el Arte de Cúchares el joven Raúl, por lo que siempre ha sido considerado como uno de los espadas más representativos de la afición aragonesa.
Torero precoz, con tan sólo catorce años de edad dio sus primeros capotazos en Calanda (Teruel), dentro de la parte seria de un espectáculo cómico-musical-taurino. Siguió, a partir de entonces, fogueándose en el duro aprendizaje del oficio, hasta que en agosto de 1968 consiguió estrenar su primer terno de alamares en un festejo para noveles celebrado en la plaza de Zaragoza, del que salió catapultado como uno de los más sólidos aspirantes de la región a alcanzar el grado de figura del toreo. Aun así, durante casi toda la campaña siguiente se vio obligado a seguir anunciándose en novilladas sin picar, de las que protagonizó más de una treintena; pero el día 19 de octubre de aquel año de 1969, en la localidad malagueña de Fuengirola, debutó finalmente en su primer festejo asistido por el concurso de los varilargueros, en compañía de los jóvenes novilleros Antonio José Galán y Curro Claros. Se jugaron aquella tarde seis novillos criados en las dehesas de Mora Figueroa, uno de los cuales, sometido a la muleta de Raúl Aranda, marchó desorejado hacia el desolladero.
Aunque este éxito contribuyó notablemente a consolidar su siempre amenazada trayectoria novilleril (que, a finales de 1970, le situó a la cabeza del escalafón de los toreros principiantes), el maño de adopción no logró presentarse en la primera plaza del mundo hasta el día 28 de marzo de 1971, fecha en la que alternó con Germán Urueña y el susodicho Antonio José Galán para medirse, entre los tres, con un encierro procedente de la vacada de Pío Tabernero. La hondura y plasticidad de los lances de capa que enjaretó a su primer oponente anunciaron a la severa afición madrileña que el joven Raúl Aranda estaba en condiciones de tomar esa alternativa que ya había anunciado para dentro de un par de meses.
Ingresó, en efecto, en el escalafón superior de los matadores de reses bravas el día 23 de mayo de 1971, cuando la afición de su querida tierra aragonesa abarrotó el coso de la capital maña para verle hacer el paseíllo acompañado de su padrino, el célebre espada jiennense Sebastián Palomo Martínez («Palomo Linares»); el cual, bajo la atenta mirada del coletudo malagueño Miguel Márquez Martín, que se hallaba presente en calidad de testigo, cedió al ilusionado Raúl Aranda la flámula y el acero con los que había de muletear y estoquear a un morlaco procedente de la ganadería del conde de la Corte. Entre el delirio de sus paisanos, el toricantano cortó una oreja a su primer enemigo y, dispuesto a postularse como la figura del toreo que Aragón estaba buscando, desorejó al burel que cerraba plaza, con lo que dejó patente su seria intención de competir desde aquel mismo instante por los puestos cimeros del escalafón.
Pero la fatalidad se cruzó de inmediato en este entusiasta arranque de la carrera de Raúl Aranda como matador de toros, pues en el plazo de unos meses una cornada en una axila, sobrevenida el día 23 de agosto en la plaza de Tarragona, le hizo perder varios contratos; para colmo, al poco tiempo de haberse reincorporado al circuito profesional una grave dolencia hepática le obligó a cortar la temporada, con lo que puso fin a su primer año de alternativa con tan sólo dieciocho corridas toreadas. A pesar de estas adversidades, el diestro maño afrontó la campaña siguiente con la firme determinación de recuperar cuanto antes el tiempo y el lugar perdidos; y así, el día 15 de mayo de 1972, en plena feria de San Isidro, volvió a merecer la aprobación de la severa afición de Las Ventas, después de haber cortado una oreja a un toro marcado con el hierro Galache. Esta buena actuación en el coliseo de la calle de Alcalá propició la incorporación de Raúl Aranda al cartel de la corrida extraordinaria de Beneficencia de aquel año, en el que se anunciaron los otros dos triunfadores del abono isidril: Francisco Rivera Pérez («Paquirri») y Gabriel de la Casa Pazos.
Muy castigado siempre por los toros, el joven espada aragonés volvió a ser corneado gravemente el día 10 de septiembre de 1972, esta vez en el redondel de Barcelona, circunstancia que de nuevo interrumpió su brillante ascenso hacia los puestos superiores del escalafón. Se había vestido de luces, aquel año, en veintiocho ocasiones, cifra que se elevó hasta las treinta y cinco funciones toreadas en la campaña siguiente, a pesar de que sufrió otra vez dos percances que le privaron de muchos contratos (el primero en Pamplona, el día 13 de julio, y el segundo en Huesca, el 11 de agosto). En adelante, la fatalidad, en forma de violenta cornada, reapareció una y otra vez en la carrera de Raúl Aranda para impedirle enderezar esa trayectoria profesional que parecía llamada a convertirse en una de las más rutilantes de su generación: en agosto de 1974 cayó gravísimamente herido en las arenas del coso bilbaíno, y, aún no del todo restablecido, volvió a ser herido por un toro en Logroño el día 22 de septiembre, con lo que hubo de poner fin a la campaña de aquel año con tan sólo diecisiete contratos cumplidos. A partir de entonces, en medio de grandes dificultades pero valorado siempre por el público de Madrid y Zaragoza, se vino manteniendo en los puestos intermedios del escalafón, con un promedio de entre veinte y treinta actuaciones por año durante el segundo lustro de los setenta. En la década de los ochenta siguió en activo, pero ya tocado por una innegable decadencia manifiesta en la escasez de contratos (así, v. gr., en 1985 se vistió de luces en tan sólo once ocasiones), lo que no fue óbice para que el pundonoroso diestro maño conservara una acreditada dignidad torera que, entre otras gestas, le permitió celebrar en 1991 sus veinte años como matador de reses bravas, encerrándose en solitario frente a seis reses en el anillo zaragozano.
J. R. Fernández de Cano.