Aguirre Morales, Augusto (1888-1957).


Narrador peruano, nacido en Arequipa en 1888 y fallecido en Lima en 1957. Autor de El pueblo del Sol (1924), una de las obras cimeras de la narrativa peruana de la primera mitad del siglo XX, supo conjugar en su estilo los rasgos característicos de la ficción novelesca y el tratado histórico, para elevar el remoto pasado incaico de su pueblo a la categoría de género literario.

Volcado desde su juventud al cultivo de la Literatura y el estudio de la Historia peruana, quiso aunar ambas aficiones en un obra literaria profundamente novedosa y original, en la que cualquier entramado de ficción se sostiene sobre las teorías y los descubrimientos de los historiadores, los etnógrafos y los arqueólogos.

Íntimo amigo del gran escritor modernista Abraham Valdelomar, el joven Aguirre Morales participó de lleno en las actividades del grupo generacional de los «colónidos», así llamados porque se aglutinaban en torno a la revista literaria Colónida, fundada por el susodicho Valdelomar. Al igual que éste y otros miembros del grupo -que cultivaron lo que después se ha denominado «incaísmo modernista»-, Augusto Aguirre se mostró fascinado por el pasado del pueblo Inca y orientó su obra literaria hacia dicha temática; sin embargo, el escritor de Arequipa se apartó radicalmente de la visión amable e idealizada de Valdelomar y el resto de los «colónidos», empecinados en embellecer -consciente e intencionadamente- un pasado remoto que, a falta de otros datos más rigurosos desde el punto de vista histórico, quisieron recrear con vivos colores modernistas (siguiendo así las pautas de sus coetáneos europeos, que por aquel entonces idealizaban en bellas obras literarias los esplendores de otras civilizaciones arcaicas, como la ateniense, la cartaginense o la bizantina).

Frente a esta actitud mostrada por Valdelomar y otros «colónidos», Augusto Aguirre optó por reconstruir de un modo fidedigno el auténtico Imperio incaico -bien es verdad que sin buscar esas profundas interpretaciones que, arraigadas en el interior del propio mundo andino, habrían de caracterizar las obras de otros narradores posteriores, especialmente las de José María Arguedas-. En una posición intermedia entre aquel modernismo idealizado de Valdelomar y este regionalismo andino de Arguedas, Aguirre Morales emprendió una apasionada investigación de fuentes históricas que, basada principalmente en la Crónica del Perú, del cronista e historiador español Pedro de Cieza de León, le empujó a abordar la tarea de relatar, con tanta belleza como rigor, «una luminosa leyenda que esperaba dormida a quien se sintiera capaz de despertarlas» (según el testimonio del propio escritor de Arequipa).

Surgió, así, El pueblo del Sol (Lima, 1924), una bellísima narración híbrida que aspiraba a aunar la imaginación y la fantasía con la investigación histórica y el cotejo de datos arqueológicos e iconográficos. Con asombrosa paciencia y tenacidad, Aguirre Morales procedió a un estudio sistemático de cuantos documentos tenía a su alcance, con el único deseo de que los personajes y situaciones surgidos de su imaginación novelescas (o, dicho de otro modo, los elementos específicamente literarios de su obra) estuviesen siempre enmarcados en una reconstrucción exacta del Imperio Inca.

Ya en una obra publicada seis años antes, La justicia de Huayna Cápac (Lima, 1918), Augusto Aguirre Morales había decidido emprender este camino de rigor historicista que comenzó a separarle del punto de vista estético de Valdelomar y el resto de los cultivadores del «incaísmo modernista». Mientras sus colegas «colónidos» seguían dando más importancia a la fantasía idealista y a la creación artística de un mundo que parecía fascinarles por su exotismo, el autor de Arequipa bebía con fruición en los estudios más recientes sobre el Perú precolombino, releía con avidez la ya citada crónica de Cieza de León y otros materiales parejos, y se interesaba vivamente por los últimos descubrimientos de algunos arqueólogos que, como el alemán Max Uhle o el peruano Julio César Tello, habían llamado la atención de la comunidad científica internacional acerca del relieve y la importancia no sólo del legado de los Incas, sino también del interesantes y mal conocido substrato preincaico.

Este camino novedoso emprendido por Aguirre Morales a la hora de hacer literatura sobre el pasado de su nación pronto arrojó diferencias substanciales respecto al trabajo de Valdelomar y otros «colónidos»; entre ellas, tal vez las más llamativas sean las plasmadas en la visión literaria de la figura del indio. Para Valdelomar y la mayor parte de los cultivadores del «incaísmo modernista», el indio, de acuerdo con su visión idealista y embellecedora del pasado, aparece adornado de virtudes positivas que resaltan su bondad natural. Se trata, en definitiva, de un punto de vista romántico originado no sólo por esa necesidad de adornar literariamente un período arcaico que fascina por su exotismo, sino también por la circunstancia peculiar de la realidad social del Perú, donde, en el momento en que Valdelomar y el resto de sus colegas escriben, sigue existiendo una nutrida población indígena descendiente de aquellos incas idealizados, y sometida al dominio sucesivo de conquistadores, colonizadores y explotadores políticos y mercantiles. A diferencia de los europeos que ensalzaban otras civilizaciones remotas con fines únicamente estéticos, el «incaísmo modernista», con Valdelomar a la cabeza, asume también una parte de la conciencia revisionista de la intelectualidad peruana -y, en general, hispanoamericana- del siglo XX, comprometida con la justicia social y con la necesidad de equiparar a los pueblos indígenas -que no son, aquí, meras figuras literarias de una Antigüedad gloriosa, como en Europa, sino parte substancial de la realidad nacional- con el resto de los grupos de la sociedad.

Y es en este punto donde surge la aportación más original de Aguirre Morales, quien, en aras de ese rigor historicista que anima sus escritos, opta por presentar a los incas despojados de cualquier atisbo de idealismo romántico. En sus textos, el Perú prehispánico del Imperio Inca está sumido en el odio, la tiranía de los poderosos y, sobre todo, el arbitrio de las incontroladas pasiones y los rudos sentimientos de que hacen galas los miembros de las clases dominantes. Así, el mundo reflejado por Aguirre Morales -siempre de acuerdo con sus datos históricos y arqueológicos- es un escenario dominado por la tiranía y el despotismo, en el que la gran mayoría del pueblo es víctima de la esclavitud y la infelicidad; un espacio muy alejado del supuesto «comunismo» primitivo e idílico que la historiografía marxista cree vislumbrar en la organización social de los incas; un lugar, en definitiva, donde hasta los rasgos positivos -como, por ejemplo, el desinterés de los incas por el robo- son atribuidos por el propio autor de Arequipa a «una falta de imaginación para el mal«, no a una intrínseca bondad natural -noción propia del «incaísmo modernista»- o un producto lógico de un régimen donde no existía la propiedad privada -concepto aportado por la historiografía marxista.

En esta línea de trabajo, Augusto Aguirre Morales y su gran epopeya del Imperio Inca acusan también la influencia de la corriente historiográfica encabezada por otra ilustre figura de la intelectualidad peruana de la primera mitad del siglo XX, José de la Riva Agüero. Éste sostiene en su obra que la Historia reciente del Perú y del resto de las naciones del subcontinente hispanoamericano nace con la Conquista, y que resulta ridículo el empeño de «americanizar» las distintas literaturas nacionales recurriendo a dudosas visiones idealizadas de las civilizaciones precolombinas (ya sea la inca, la quechua, la azteca, etc.).

Cabe citar, por último, antes de concluir esta breve reseña sobre la figura y la producción literaria del original escritor arequipeño -quien definió su obra maestra como una «novela en que tuviesen cabida diferentes aspectos, singularmente precisos, para dar completa idea de aquella civilización«-, los títulos de las obras publicadas anteriormente por el propio Augusto Aguirre Morales. Se trata de Flor de ensueño (Arequipa, 1906), Devocionario (Arequipa, 1913), La medusa (Lima, 1916) y la ya mencionada La justicia de Huayna Cápac (Lima, 1918).

Bibliografía

  • ARROYO REYES, Carlos Eduardo. «El Flaubert de los Andes», en rev. Cambio (Lima), 14 de diciembre de 1989.

  • ———–. El incaísmo peruano. El caso de Augusto Aguirre Morales (Lima, 1996).

  • BUENO, Leoncio. «Historia de una epopeya indígena», en diario El Nacional (Lima), 10 de diciembre de 1989.

  • CORNEJO POLAR, Jorge. «Epopeya indígena. El pueblo del Sol y la novela peruana, en La República (Lima), 3 de marzo de 1990.