Bernardo O’Higgins (1778–1842): Arquitecto de la Independencia Chilena y Padre de la Patria

Orígenes y formación de un libertador

El contexto colonial y las tensiones independentistas en el siglo XVIII

A finales del siglo XVIII, el dominio español en América se encontraba en una etapa de esplendor administrativo, pero también de creciente fragilidad. El sistema virreinal, si bien mantenía el control político y militar sobre vastas extensiones del continente, comenzaba a mostrar fisuras bajo la presión de nuevas ideas ilustradas, la experiencia de las revoluciones atlánticas y el descontento criollo. Chile, en particular, era una de las capitanías más alejadas del poder virreinal, gobernada por un sistema rígido y jerárquico en el que la nobleza local y los burócratas peninsulares mantenían férreo control sobre la economía y la política.

En ese escenario nació Bernardo O’Higgins, el 20 de agosto de 1778, en Chillán, al sur del Reino de Chile. Su vida desde el inicio estuvo marcada por contradicciones: hijo ilegítimo de un influyente funcionario colonial, fue parte tanto del sistema que deseaba reformar como de la clase criolla que acabaría liderando su ruptura.

Una filiación compleja: el hijo natural del virrey

El origen de O’Higgins es clave para comprender su trayectoria. Fue hijo natural de Ambrosio Higgins, un inmigrante irlandés que había llegado a América al servicio de la monarquía española, y que ascendería hasta convertirse en virrey del Perú en 1796. Su madre, Isabel Riquelme, era una criolla perteneciente a una antigua y poderosa familia del sur chileno. La relación entre ambos nunca se formalizó, y el nacimiento de Bernardo fue cuidadosamente ocultado por razones tanto sociales como políticas.

A pesar de la distancia, Ambrosio mantuvo cierto control sobre el destino de su hijo. Sin reconocerlo públicamente durante sus años de gobierno, organizó y financió una educación cuidadosa para él, que incluyó desde tutores privados hasta una formación internacional. Sin embargo, la ilegitimidad de Bernardo y el recelo de su padre a exponer esa vulnerabilidad política marcaron su infancia con una cierta marginalidad.

Infancia oculta y juventud entre dos mundos

La infancia de O’Higgins transcurrió lejos de los focos públicos. En 1782 fue enviado a vivir con Juan Jacobo Alvano, un hacendado cercano a su padre, quien asumió la tutela de forma discreta. Durante estos años su existencia fue cuidadosamente mantenida en secreto, sin vínculos oficiales con la familia Higgins. No fue hasta 1788 que Bernardo regresó a Chillán por orden de su padre y comenzó sus estudios con el apellido materno.

En Chillán convivió con su madre y con su hermanastra Rosita, hija del segundo matrimonio de Isabel Riquelme con Félix Rodríguez. Esta familia ampliada, aún golpeada por las convenciones sociales de la época, representaba para O’Higgins su único entorno afectivo estable. En 1790 fue enviado a estudiar al prestigioso Colegio de San Carlos, en Lima, capital del virreinato del Perú. Esta etapa marcó un hito en su formación intelectual y le permitió entrar en contacto con una realidad urbana y administrativa mucho más compleja que la del Chile rural.

Educación en Lima y el viaje iniciático a Europa

En Lima, O’Higgins recibió una educación sólida, acorde con los estándares de la elite criolla de finales del siglo XVIII. Estudió gramática, humanidades, matemáticas y principios de derecho, y empezó a mostrar una actitud crítica hacia las estructuras coloniales. Su padre, todavía en posiciones de poder, decidió entonces enviarlo a Europa, siguiendo el modelo de formación de los jóvenes aristócratas criollos. En 1795 se embarcó rumbo a Cádiz.

Allí fue acogido por Nicolás de la Cruz, tutor designado por Ambrosio Higgins, quien le facilitó una pensión y alojamiento temporal. Sin embargo, pronto quedó claro que el respaldo económico sería inconstante. Bernardo, con una asignación irregular y sin apoyo afectivo cercano, se vio obligado a desplazarse a Inglaterra, donde vivió en condiciones precarias. Esta experiencia fue transformadora: si en Lima había adquirido una base académica, en Londres conocería el pensamiento revolucionario que guiaría su destino.

El influjo de Miranda y la semilla de la independencia

Durante su estancia en Richmond, O’Higgins tuvo contacto con Francisco de Miranda, el pensador y militar venezolano que ya había participado en las guerras revolucionarias de América y Europa. Miranda, uno de los grandes ideólogos de la independencia latinoamericana, ejerció una influencia decisiva sobre el joven Bernardo. Fue él quien le introdujo a las ideas ilustradas, los derechos del hombre, la soberanía popular y la necesidad de liberar a Hispanoamérica del yugo colonial.

O’Higgins abrazó estas ideas con entusiasmo, combinando su formación intelectual con una creciente sensibilidad política. Pero su situación económica empeoró hasta el punto de la indigencia. Las remesas prometidas por su padre no llegaban, y las cartas a Nicolás de la Cruz eran ignoradas. Finalmente, en 1799, recibió los fondos necesarios para regresar a Cádiz. Desde allí intentó regresar a América, pero la fragata en la que viajaba, la Confianza, fue capturada por los británicos durante la guerra con España, y Bernardo terminó en Gibraltar, para después volver nuevamente a Cádiz.

Fue en ese difícil momento que recibió dos noticias fundamentales: su madre y hermanastra pasaban por estrecheces económicas, y su padre había muerto, no sin antes reconocerlo en su testamento y dejarle una considerable herencia.

Retorno a América y consolidación como terrateniente ilustrado

Recuperado de una fiebre amarilla que casi le cuesta la vida, O’Higgins decidió regresar a Chile. Arribó a su país natal el 2 de septiembre de 1802, donde lo aguardaba un cambio radical en su posición social. Su herencia incluía la hacienda de Las Canteras, una vasta propiedad agrícola que le otorgaba no solo riqueza, sino también peso político en la región.

Como hacendado, O’Higgins se dedicó a la administración de sus tierras, introduciendo mejoras agrícolas y ganaderas. Este período lo consolidó como parte de la oligarquía criolla, pero también le permitió desarrollar una red de contactos e influencias. Desde su posición de poder local, empezó a interesarse activamente en la política regional, a la espera de una coyuntura favorable que permitiera transformar el pensamiento independentista en acción concreta.

Esa oportunidad no tardaría en llegar. En 1808, la invasión napoleónica a la península ibérica desató una crisis institucional en el imperio español. Las autoridades locales comenzaron a cuestionar la legitimidad del gobierno colonial, y los movimientos emancipadores encontraron terreno fértil para florecer. O’Higgins, ya imbuido de las ideas ilustradas y con un capital simbólico, económico y militar en crecimiento, se preparaba para dar el salto definitivo al escenario de la historia.

La guerra por la independencia: alianzas, conflictos y gloria

Del cabildo de 1810 al Congreso: primeros pasos en la política

En 1810, la crisis política en España, provocada por la invasión napoleónica y la caída de la monarquía, generó un vacío de poder que se replicó en América. En Santiago, el 18 de septiembre de ese año, se conformó una Junta de Gobierno, con la excusa de gobernar en nombre del rey cautivo, pero que en realidad marcaba el inicio del proceso independentista chileno. Bernardo O’Higgins, gracias a su prestigio como terrateniente y a su conexión con el círculo ilustrado criollo, fue elegido diputado por Concepción en diciembre del mismo año.

Su alianza inicial con Martínez de Rozas, un veterano revolucionario amigo de su padre, lo situó en el centro de las discusiones sobre el futuro político de Chile. Sin embargo, las tensiones internas pronto comenzaron a marcar el desarrollo de los acontecimientos. En 1811, un golpe militar encabezado por José Miguel Carrera disolvió la primera junta y dio paso a una serie de regímenes sucesivos con tintes cada vez más radicales. O’Higgins, aunque en principio aceptó formar parte de uno de esos gobiernos, pronto se distanció de la familia Carrera, especialmente de José Miguel, cuyo estilo autoritario y personalista contrastaba con su visión institucionalista.

La rivalidad con los Carrera y el liderazgo militar

La rivalidad entre los hermanos Carrera y O’Higgins se convirtió en uno de los ejes políticos y militares más complejos del proceso emancipador chileno. Mientras los Carrera concentraban poder político en Santiago, O’Higgins fortalecía su liderazgo militar en las provincias del sur, especialmente en Concepción. En 1813, la guerra con los realistas se intensificó cuando tropas españolas desembarcaron en San Vicente.

O’Higgins y José Miguel Carrera intentaron coordinar esfuerzos, pero las tensiones entre ambos obstaculizaron la acción conjunta. La campaña de Linares, liderada por O’Higgins, fue uno de los primeros momentos decisivos de la contienda. Su liderazgo y el entusiasmo popular lo consolidaron como comandante del ejército patriota, aunque las divisiones internas persistieron. En 1814, los patriotas firmaron los Acuerdos de Lircay con los realistas, un armisticio breve y polémico que dividió aún más al campo insurgente. Carreras lo apoyaba, O’Higgins lo rechazaba.

El enfrentamiento llegó a su punto crítico en la batalla de Maipo, donde Luis Carrera derrotó a las fuerzas de O’Higgins, debilitando aún más la cohesión patriota. Mientras tanto, los realistas aprovecharon la discordia para lanzar una ofensiva final. En la épica batalla de Rancagua, en octubre de 1814, O’Higgins fue asediado por fuerzas superiores sin apoyo de los Carrera. Aunque logró escapar con vida, la derrota marcó el fin de la “Patria Vieja” y obligó a los líderes patriotas a exiliarse.

Derrotas y resistencia: Rancagua y la huida a Mendoza

El desastre de Rancagua supuso una catástrofe para el proyecto independentista. Santiago fue retomada por los realistas, y muchos patriotas fueron capturados, ejecutados o exiliados. O’Higgins, al igual que otros dirigentes, cruzó la cordillera de los Andes hacia Mendoza, donde encontró refugio y apoyo político.

En Mendoza fue recibido por el general José de San Martín, gobernador de la provincia de Cuyo y figura fundamental del movimiento emancipador del sur continental. Ambos compartían una visión estratégica: era necesario liberar primero Chile para luego atacar el virreinato del Perú, el principal bastión realista en América del Sur. San Martín había comenzado a planificar la creación de un Ejército de los Andes, y O’Higgins se unió de inmediato al proyecto, aportando su conocimiento del terreno chileno, su experiencia militar y su influencia entre los exiliados.

Un nuevo horizonte: la alianza con San Martín y la Logia Lautaro

La estancia en Mendoza no solo fue una etapa de reorganización militar, sino también de redefinición ideológica. O’Higgins se integró a la Logia Lautaro, una sociedad secreta de origen masónico fundada por Miranda y reorganizada por San Martín, cuyo objetivo era la independencia de América. La logia promovía principios republicanos, disciplina política y cooperación entre los distintos frentes emancipadores.

Mientras tanto, los Carrera emprendían gestiones por separado, tratando de conseguir apoyo en Estados Unidos. O’Higgins, más cercano a San Martín y a los intereses de Buenos Aires, fue visto como una figura más confiable para encabezar el proceso chileno. Esta división marcaría el destino de ambas facciones.

En 1815, O’Higgins se trasladó a Buenos Aires para colaborar en la preparación de la expedición libertadora. Allí consolidó alianzas políticas y militares, al tiempo que se distanciaba aún más de los Carrera. Su figura, ya considerada heroica tras Rancagua, adquiría dimensiones continentales.

El Ejército de los Andes y la victoria de Chacabuco

En enero de 1817, el Ejército de los Andes, comandado por San Martín y con O’Higgins como segundo al mando, inició el cruce de la cordillera. Fue una de las hazañas logísticas más impresionantes de la historia militar americana. A pesar de las dificultades del terreno y del clima, la operación fue un éxito. El 12 de febrero de 1817, en la batalla de Chacabuco, las fuerzas patriotas derrotaron decisivamente a los realistas cerca de Santiago.

Durante el combate, O’Higgins se destacó por su bravura y liderazgo. Fue herido al cargar con su caballo sobre las líneas enemigas, pero su acción galvanizó al ejército y al pueblo chileno. La entrada triunfal a Santiago consolidó su imagen de libertador de Chile. Aunque San Martín tenía un peso político mayor en el plano internacional, fue O’Higgins quien recibió el nombramiento de Director Supremo por parte del cabildo.

Ascenso al poder como Director Supremo

Asumido el cargo el 17 de febrero de 1817, Bernardo O’Higgins se convirtió en el primer jefe de Estado del Chile independiente. Su gobierno, inicialmente respaldado por la necesidad de orden y reconstrucción, pronto enfrentó múltiples desafíos. La guerra no había terminado: los realistas aún controlaban el sur del país y contaban con el apoyo de sectores araucanos. En ese contexto, O’Higgins impulsó una campaña militar para asegurar el territorio.

Al mismo tiempo, la influencia de San Martín y la Logia Lautaro en el gobierno chileno comenzó a generar tensiones entre los sectores criollos más conservadores. O’Higgins promovió reformas educativas, urbanas y militares, y propició la creación de símbolos nacionales como la bandera, el escudo y el himno nacional. Sin embargo, su estilo de gobierno autoritario, aunque eficiente, despertó resistencias.

Los problemas no solo eran internos. Los hermanos Carrera, desde el exilio, conspiraban contra él. Su regreso con apoyo extranjero fue interpretado como una amenaza. O’Higgins ordenó su detención, y Luis y Juan José Carrera fueron ejecutados en Mendoza en 1818. Aunque José Miguel escapó, el hecho dividió aún más al país y erosionó la legitimidad moral de su gobierno.

La situación se agravó con la llegada de una nueva expedición realista desde Perú. La victoria patriota en la batalla de Maipo, el 5 de abril de 1818, bajo el mando de San Martín, aseguró la independencia chilena en los hechos. Pero la paz no trajo estabilidad inmediata. Las reformas centralistas de O’Higgins, su alianza con figuras extranjeras como el corsario inglés Thomas Cochrane y las dificultades económicas incrementaron la oposición.

A pesar de sus esfuerzos por institucionalizar el Estado, O’Higgins no logró revertir el creciente malestar. La lucha por consolidar el poder republicano apenas comenzaba, y el país que había ayudado a liberar se volvía cada vez más crítico con su liderazgo.

Gobierno, declive y legado del primer estadista chileno

Consolidación del Estado y medidas autoritarias

Tras la victoria de Maipo y la consolidación de la independencia chilena en 1818, Bernardo O’Higgins continuó gobernando desde la posición de Director Supremo con un poder centralizado y amplio. Su visión era clara: Chile debía modernizarse, consolidarse como nación y garantizar su soberanía frente a las amenazas externas e internas. Con ese objetivo, emprendió una serie de reformas que transformaron profundamente la estructura del naciente Estado.

Impulsó la fundación de la Escuela Militar, fomentó la construcción de caminos y escuelas, y promovió políticas de modernización agrícola e institucional. También estableció la primera biblioteca nacional, favoreciendo la educación cívica y el acceso al conocimiento. En el plano simbólico, fue responsable de declarar a Chile como república independiente, institucionalizar el uso del escudo nacional y consolidar la festividad del 18 de septiembre como fiesta nacional.

Sin embargo, muchas de estas decisiones se tomaron sin consultar amplios sectores de la sociedad. Su gobierno adoptó un carácter autoritario, justificado por él como necesario en una etapa fundacional. Las represalias contra los enemigos políticos, la concentración del poder y el uso de tribunales especiales generaron un creciente malestar entre sus compatriotas.

Conflictos internos, críticas y rebeliones

El sur del país seguía siendo una región difícil de controlar. Las guerrillas realistas, respaldadas por algunas comunidades araucanas, mantenían la inseguridad en la frontera. En su afán de pacificación, O’Higgins ordenó campañas militares que resultaron costosas y poco eficaces. Al mismo tiempo, la situación económica del país era crítica: la guerra había devastado la producción agrícola y comercial, y las arcas fiscales estaban exhaustas.

Para aliviar la presión externa, O’Higgins apoyó la campaña de San Martín al Perú, autorizando la creación de una escuadra naval comandada por el corsario inglés Thomas Cochrane. Esta flota permitió a San Martín desembarcar en Lima y proclamar la independencia peruana en 1821. Aunque esta operación aumentó el prestigio internacional de Chile y reforzó la amistad con el Perú, en el interior del país no todos compartían ese entusiasmo.

Los sectores conservadores, liderados por miembros de la aristocracia y del clero, comenzaron a conspirar contra el gobierno. La percepción de que O’Higgins había llevado al país a una dictadura personalista creció. Además, el fusilamiento del último de los hermanos Carrera en 1821 —Juan José— intensificó las críticas de los antiguos seguidores de esa familia. Muchos lo acusaban de haber traicionado el ideal de unidad por el que se había luchado.

La rebeldía en Concepción, liderada por Ramón Freire, fue la señal definitiva de que su autoridad se debilitaba. El levantamiento fue acompañado por protestas en Santiago y por la negativa de varias provincias a seguir acatando sus órdenes. Aislado, sin apoyo militar y enfrentado a una clase política cada vez más organizada, Bernardo O’Higgins renunció voluntariamente al poder el 28 de enero de 1823.

Abdicación y exilio en Lima: el hombre detrás del mito

Tras su dimisión, O’Higgins fue escoltado a Valparaíso, desde donde se embarcó rumbo al exilio. Eligió como destino final Lima, la ciudad que lo había formado en su juventud y donde gobernaba ahora su viejo aliado, José de San Martín. San Martín, reconociendo su contribución histórica, le cedió una hacienda en Montalván, cerca de Lima, como muestra de gratitud.

Durante sus años en el Perú, O’Higgins llevó una vida discreta, alejado de la política activa. Se dedicó a la administración de su hacienda, a la lectura y al contacto con sus amigos más cercanos. Sin embargo, nunca dejó de interesarse por el devenir de Chile, ni de soñar con su regreso. En múltiples ocasiones intentó organizar su retorno, pero las condiciones políticas y su precaria salud lo impidieron.

La hacienda entró en declive económico, y su situación física también se deterioró con los años. Sufría de reumatismo crónico y otros males que le impedían viajar por mar. En este contexto, Bernardo O’Higgins falleció el 24 de octubre de 1842 en Lima, a los 64 años, lejos de la patria que había contribuido decisivamente a liberar.

El ocaso de una vida dedicada a la libertad

La muerte de O’Higgins no fue acompañada de grandes homenajes en Chile. Su figura estaba todavía envuelta en polémica, y el país vivía una etapa de redefinición institucional. Sin embargo, sus restos no quedaron olvidados. En 1869, sus cenizas fueron trasladadas a Chile y recibidas con honores oficiales. Fue sepultado como «Padre de la Patria», título que le sería reconocido de forma oficial décadas después.

A lo largo del siglo XIX, la imagen de O’Higgins fue recuperada por distintas corrientes políticas, que lo presentaron como el ejemplo de estadista visionario y hombre de principios. Su entrega personal, su renuncia voluntaria al poder y su dedicación a la causa americana comenzaron a valorarse más allá de las pasiones de su tiempo.

Rescate histórico: del olvido al reconocimiento nacional

A comienzos del siglo XX, el Estado chileno inició un proceso sistemático de resignificación del legado de O’Higgins. Su imagen fue incluida en manuales escolares, monumentos, calles y plazas. En 1925, durante el centenario de su renuncia, el gobierno organizó actos conmemorativos y se levantaron estatuas en su honor. En 1971, el gobierno de Salvador Allende trasladó sus restos al Altar de la Patria, en el centro de Santiago, donde descansan hasta hoy.

Este proceso de canonización simbólica transformó a O’Higgins en una figura central del relato nacional. Fue presentado como el constructor del Estado, el defensor de la soberanía y el prototipo del político que antepone el bien común a la ambición personal. Su figura sirvió como modelo en tiempos de crisis, como símbolo de unidad en momentos de fractura y como referente de liderazgo ético en épocas de confusión política.

Bernardo O’Higgins y la construcción de la identidad chilena

El legado de Bernardo O’Higgins trasciende la independencia. Su vida y obra encarnan los dilemas y desafíos de la construcción nacional: la tensión entre autoridad y libertad, entre caudillismo y legalidad, entre la gloria militar y la responsabilidad cívica. Fue un hombre que entendió que la libertad debía acompañarse de instituciones, que la independencia requería organización, y que el poder solo era legítimo si se ejercía en beneficio del pueblo.

Aun con sus errores, O’Higgins dejó un ejemplo de honestidad, austeridad y compromiso. Renunció al poder cuando pudo perpetuarse, respetó la voluntad popular en momentos de crisis y aceptó el exilio con dignidad. Esa coherencia entre pensamiento, palabra y acción es, tal vez, su contribución más duradera.

En la historia de Chile, su nombre está inscrito no solo como libertador, sino también como fundador. Un hombre que, entre la espada y la pluma, eligió ambas para forjar el destino de una nación libre.

Cómo citar este artículo:
MCN Biografías, 2025. "Bernardo O’Higgins (1778–1842): Arquitecto de la Independencia Chilena y Padre de la Patria". Disponible en: https://mcnbiografias.com/app-bio/do/o-higgins-bernardo [consulta: 18 de octubre de 2025].