Muhammad II (980–1010): El breve reinado que marcó la caída del Califato de Córdoba
Muhammad II (980–1010): El breve reinado que marcó la caída del Califato de Córdoba
Orígenes y contexto histórico de Muhammad II
A finales del siglo X, al-Andalus vivía una época de esplendor y decadencia a la vez. El califato de Córdoba, que había alcanzado su máxima expansión y poder bajo el gobierno de Abd al-Rahman III (912–961), estaba comenzando a desmoronarse. La estabilidad que había garantizado el califato omeya de Córdoba se encontraba en peligro debido a los conflictos internos entre los árabes, los beréberes y los eslavos, grupos que formaban la base de las fuerzas militares del califato. En este contexto de agitación política y social, surgió Muhammad II, quien sería el cuarto califa de al-Andalus, aunque su reinado sería tan breve como dramático.
Muhammad II nació en el año 980 en Córdoba, la capital del califato, como bisnieto de Abd al-Rahman III, el gran califa omeya que consolidó el dominio musulmán en la península ibérica. A lo largo de su vida, Muhammad fue testigo del lento pero irreversible declive del poder califal. La figura de su abuelo, un líder carismático que gobernó con mano firme, contrastaba profundamente con los sucesores del califato, cuyas luchas internas debilitarían aún más al Estado. Los últimos años del siglo X y los primeros del XI marcaron una época de constantes disputas por el poder, en la que los intereses personales y familiares estaban por encima de la estabilidad del califato.
La muerte de Hisham ben Abd al-Chabbar y el ascenso de Muhammad II
La situación en al-Andalus empeoró en 1006 con la muerte de Hisham ben Abd al-Chabbar, el padre de Muhammad II, a manos de las fuerzas de Abd al-Malik al-Muzaffar, líder de una revuelta que buscaba derrocar a los amiríes, que ejercían una creciente influencia en la corte de Córdoba. La revuelta tenía como objetivo principal acabar con la dictadura de los amiríes y restablecer un liderazgo más alineado con los intereses de los omeyas descontentos. La muerte de Hisham ben Abd al-Chabbar dejó a su hijo Muhammad II como una de las figuras clave para los omeyas que deseaban tomar el control del califato.
En este contexto, Muhammad II se posicionó como el pretendiente legítimo al trono, apoyado por aquellos que querían deshacerse de los amiríes y restaurar el poder omeya. La situación se volvió aún más tensa con la muerte de Abd al-Malik al-Muzaffar en 1008, un envenenamiento que algunos creían orquestado por su hermanastro Abd al-Rahman Sanchuelo, quien inmediatamente tomó el control de la situación. Sanchuelo, al contrario de Muhammad II, no era un líder competente y pronto se convirtió en una figura impopular, pues su gobierno fue marcado por el desorden y el desinterés por los asuntos del califato.
La caída de Abd al-Rahman Sanchuelo y la toma de Córdoba
El gobierno de Abd al-Rahman Sanchuelo comenzó a ser cada vez más cuestionado, ya que sus decisiones y su estilo de vida afectaban gravemente la estabilidad del califato. El califa no solo vivió rodeado de lujos y excesos, sino que también mostró una total falta de capacidad para manejar las tensiones sociales y políticas que sacudían al reino. Los cordobeses, enfurecidos por el caos y la desorganización, comenzaron a apoyarse en los pretensiosos omeyas, buscando una solución que les permitiera recuperar el control de la ciudad.
Muhammad II aprovechó este contexto para actuar. En febrero de 1009, se lanzó con un gran ejército a la toma de Córdoba. La ausencia de Sanchuelo, quien estaba ocupado en campañas contra los reinos cristianos del norte, facilitó su acceso a la capital. El 15 de febrero, Muhammad II logró apoderarse de Córdoba sin mayores dificultades. Después de forzar la renuncia de Sanchuelo al trono, Muhammad asumió el califato bajo el título de al-Mahdí bi-llah (‘el bien guiado por Alá’), un título que denotaba su legitimidad y su conexión con lo divino.
Sin embargo, a pesar de la facilidad con la que tomó la ciudad, Muhammad II no supo cómo consolidar su poder. En lugar de establecer una gobernanza eficaz, permitió que sus tropas, en su mayoría compuestas por los sectores más humildes de la población, saquearan la ciudad sin misericordia. Córdoba quedó prácticamente arrasada por el saqueo. La violencia y el caos se apoderaron de la ciudad, y la toma de poder de Muhammad II quedó marcada por la destrucción y el desorden.
Mientras tanto, Sanchuelo, alertado por los sucesos en Córdoba, regresó rápidamente para intentar recuperar el control de la ciudad. Sin embargo, fue interceptado por las tropas de Muhammad II antes de llegar a la capital. En la batalla que se libró, Sanchuelo fue asesinado, y su cabeza fue exhibida como un trofeo en las calles de Córdoba. Con su muerte, Muhammad II se consolidó como califa de al-Andalus, recibiendo la adhesión de los gobernadores de las provincias del califato.
El gobierno errático de Muhammad II y la oposición interna
Con la victoria sobre Sanchuelo y su consolidación como califa de al-Andalus, Muhammad II tuvo una oportunidad única para fortalecer su reinado. Sin embargo, la historia de su breve gobierno se caracteriza por una serie de errores políticos y decisiones desastrosas que terminarían por socavar su autoridad. En lugar de aprovechar su posición para unificar y estabilizar el califato, Muhammad II se rodeó de una corte de visires ineptos, hombres sin preparación que fueron elegidos más por su cercanía a él que por su capacidad para gobernar. Esta corte, compuesta por sus amigos de juergas y fiestas, se dedicaba más a la diversión y el lujo que a los asuntos serios del Estado.
Uno de los actos más emblemáticos de su reinado fue su manejo del cautivo Hisham II, el califa derrocado. Aunque la mayoría de los habitantes de Córdoba creían que Hisham II había muerto, Muhammad II mantuvo al califa prisionero en condiciones severas, sin atreverse a matarlo por miedo a las repercusiones que un asesinato real podría acarrear. En un intento por resolver la situación, Muhammad II organizó un montaje en el que mostró el cadáver de un judío que se parecía a Hisham II, enterrándolo con todos los honores. Esta treta rápidamente levantó sospechas entre los omeyas, lo que obligó a Muhammad a encarcelar a algunos de sus propios parientes para sofocar cualquier murmullos de desconfianza.
Este tipo de maniobras, que dejaban ver la debilidad de Muhammad II, solo empeoraron la situación política. El descontento dentro de la corte creció, y entre los opositores más fuertes se encontraba Sulayman, un bisnieto de Abd al-Rahman III, que aprovechó las tensiones internas para buscar el apoyo de los beréberes. Los beréberes, disgustados con el gobierno de Muhammad II, encontraron en Sulayman un nuevo líder y, en alianza con el conde castellano Sancho García, se rebelaron contra el califa.
La rebelión de Sulayman y la guerra civil
La situación política en al-Andalus se tornó aún más caótica con el ascenso de Sulayman como rival de Muhammad II. Los beréberes, un grupo étnico clave en las fuerzas militares de al-Andalus, se habían rebelado contra el gobierno del califa, frustrados por su incapacidad para gobernar y por el abuso de poder de sus aliados. Sulayman, quien se presentaba como un legítimo heredero del trono, aprovechó esta revuelta para proclamarse califa. Con el apoyo de los beréberes y la alianza con Sancho García, el conde castellano, Sulayman se convirtió en un nuevo contendiente por el control del califato.
El 1 de noviembre de 1009, las fuerzas de Muhammad II se enfrentaron a los rebeldes en la batalla de Alcolea, una de las más significativas de esta guerra civil. Las tropas de Sulayman, respaldadas por los beréberes y los castellanos, derrotaron a las fuerzas de Muhammad II, lo que permitió a Sulayman entrar triunfalmente en Córdoba. Muhammad II, en un último intento por recuperar el trono, intentó desvelar el engaño sobre la muerte de Hisham II, presentándolo nuevamente ante la ciudad para ganar el apoyo popular. Sin embargo, este truco no tuvo el efecto deseado, ya que la mayoría de los cordobeses consideraba a Hisham II ya como un muerto simbólico.
Tras la derrota, Muhammad II huyó a Toledo, donde aún mantenía algunas lealtades. A pesar de esta derrota, aún no estaba dispuesto a rendirse y comenzó a reclutar un ejército para recuperar el poder. Mientras tanto, Sulayman se autoproclamaba califa con el título de al-Mustain bi-llah (‘el que busca el auxilio de Alá’), consolidando su autoridad en el sur de la península.
La derrota final y el asesinato de Muhammad II
Durante su exilio en Toledo, Muhammad II logró reunir un ejército formidable de unos 40,000 hombres, en su mayoría eslavos fieles a su aliado Wadih, junto con tropas de apoyo de los condados catalanes, incluidos los condes Ramón Borrell III de Barcelona y Armengol de Urgel. Con esta impresionante fuerza militar, Muhammad II regresó a la lucha por el trono, y el 10 de mayo de 1010, derrotó a Sulayman en una cruenta batalla. Esta victoria le permitió recuperar el control de Córdoba y asumir el califato por segunda vez.
Sin embargo, la estabilidad que tanto había deseado se le escapó rápidamente. La victoria fue efímera, ya que las fuerzas de Sulayman continuaron atacando en la serranía de Ronda, donde Muhammad II sufrió una derrota significativa. En esta campaña, perdió la mayor parte de sus tropas, lo que debilitó aún más su posición.
Al regresar a Córdoba para reorganizar sus fuerzas, Muhammad II se encontró con que sus aliados catalanes ya no estaban dispuestos a seguir luchando por él. Sin apoyo militar, se vio obligado a esperar en la ciudad mientras Sulayman reunía sus tropas para un golpe final. Durante este tiempo, la actitud de Muhammad II se mostró cada vez más desinteresada y errática. No solo fue incapaz de organizar la ciudad para resistir el ataque, sino que su comportamiento disoluto y su falta de decisiones claras contribuyeron a su caída.
El general Wadih, que había sido uno de sus principales apoyos, se cansó de la falta de liderazgo de Muhammad II. Harto de su ineficacia, Wadih decidió tomar medidas drásticas. El 23 de julio de 1010, en un acto de traición, uno de los oficiales de Wadih asesinó a Muhammad II en presencia de Hisham II, quien fue restaurado brevemente en el trono como el nuevo califa, pero bajo el control de Wadih y de los intereses del ejército esclavo.
Reflexión sobre la breve pero impactante figura de Muhammad II
El reinado de Muhammad II, aunque breve, es significativo en la historia de al-Andalus. Su ascenso al poder y su posterior caída reflejan las tensiones internas y la fragmentación del Califato de Córdoba. Su incapacidad para consolidar el poder, sumada a su errático gobierno y sus decisiones desastrosas, aceleró la descomposición de una de las entidades más poderosas de la península ibérica en la Edad Media. Con su muerte, el califato omeya de Córdoba entró en una fase terminal, que culminaría en su disolución definitiva pocos años después.
La figura de Muhammad II es un claro ejemplo de cómo las luchas internas, las conspiraciones familiares y la inestabilidad política pueden llevar al colapso incluso de los imperios más grandes. Su breve reinado dejó a al-Andalus sumido en la incertidumbre, preludio de un período de fragmentación en el que diferentes reinos de taifas surgieron en el sur de la península, marcando el fin de una era y el comienzo de otra.
MCN Biografías, 2025. "Muhammad II (980–1010): El breve reinado que marcó la caída del Califato de Córdoba". Disponible en: https://mcnbiografias.com/app-bio/do/muhammad-ii [consulta: 18 de octubre de 2025].