José Martínez Ruiz (1873–1967): El Genio Literario de la Generación del 98 y su Búsqueda del Tiempo
José Martínez Ruiz, conocido mundialmente bajo su pseudónimo literario Azorín, nació el 8 de junio de 1873 en Monóvar, un pequeño municipio de la provincia de Alicante, en el seno de una familia de clase media. Desde temprana edad, su vida estuvo marcada por una profunda inclinación hacia las humanidades, un interés que se fortalecería en su paso por diversas instituciones educativas y que, posteriormente, definiría toda su obra literaria.
Su formación inicial tuvo lugar en el Colegio de los Padres Escolapios de Yecla (Murcia), una etapa fundamental que dejó una huella perdurable en su obra y que rememoraría años más tarde en su novela Las confesiones de un pequeño filósofo (1904). En este entorno, José Martínez Ruiz comenzó a forjar sus primeros contactos con la literatura y a descubrir su vocación literaria. Durante este período, sus inquietudes se centraban en las disciplinas humanísticas, ya que, desde pequeño, mostró una curiosidad insaciable por autores clásicos y su capacidad para captar la belleza en los detalles de la vida cotidiana.
Al finalizar el bachillerato, José se dirigió a la Universidad de Valencia con el propósito de estudiar Derecho. Sin embargo, pronto se dio cuenta de que la abogacía no era su verdadera pasión. Su fascinación por la literatura y las ciencias humanas creció de forma más prominente, lo que lo llevó a desinteresarse por sus estudios de Derecho. En su paso por diversas facultades, como las de Granada, Salamanca y Madrid, el joven escritor comenzó a tomar consciencia de sus talentos y potencial literario, aunque no sería hasta su llegada a Madrid que su carrera como escritor tomaría un rumbo decisivo.
En la capital española, José Martínez Ruiz, todavía sin el reconocimiento que alcanzaría más adelante, se introdujo en el mundo literario y periodístico. Sus primeros pasos fueron inciertos y difíciles, pues a menudo se encontró con la hostilidad de sectores más conservadores, quienes veían en su escritura radical una amenaza a los valores tradicionales. Fue en este contexto que adoptó sus primeros pseudónimos literarios: «Cándido» y «Ahrimán». El primero, tomado de la famosa obra de Voltaire, reflejaba una actitud crítica y filosófica ante la vida, mientras que el segundo, Ahrimán, evocaba a la figura del espíritu maligno en la mitología persa, subrayando su enfoque provocador y desconcertante ante la realidad. A través de estos pseudónimos, Azorín dio sus primeros pasos como escritor en los medios de comunicación más radicales de la época.
En sus colaboraciones iniciales, se observaba una clara inclinación hacia ideologías radicales, como el anarquismo, que se reflejaba tanto en sus artículos como en las traducciones que realizó de Kropotkin, uno de los teóricos más destacados del movimiento. Azorín se unió a diversos periódicos de orientación republicana y anarquista, como El País, El Progreso y Arte Joven, donde sus escritos incendiarios tuvieron una gran repercusión. A través de sus artículos, Azorín defendió el nihilismo existencial y las ideas de Nietzsche y Schopenhauer, con una postura crítica ante el orden establecido y la decadencia de la sociedad española.
Su relación con el escritor y periodista Vicente Blasco Ibáñez, quien dirigía el diario El Pueblo, resultó clave en la trayectoria inicial de Azorín. Blasco Ibáñez le ofreció al joven escritor una plataforma para dar a conocer sus primeros artículos. Este apoyo inicial marcó un punto de inflexión en su carrera, pues le permitió darse a conocer en el ámbito literario y periodístico. Sin embargo, el periodo madrileño de José Martínez Ruiz estuvo lejos de ser fácil. En ocasiones, sus escritos caían en el olvido, mientras que en otras, sus opiniones generaban rechazo entre los sectores más conservadores de la sociedad española. A pesar de las dificultades económicas y profesionales, Azorín persistió en su empeño literario, dedicándose con fervor a la crítica literaria y a la traducción de autores extranjeros.
A finales del siglo XIX, y con apenas 27 años, Azorín comenzó a plasmar en su obra una reflexión profunda sobre la identidad nacional y el destino de España, un tema que se convertiría en una de sus grandes preocupaciones a lo largo de su vida. A través de sus primeras obras, como La crítica literaria en España (1893) y Buscapiés (1894), mostró una aguda visión de la literatura y las circunstancias sociales y políticas de su país. En estos textos, su voz crítica y reflexiva encontró eco en una sociedad española profundamente marcada por el desastre del 98, que había dejado una nación en busca de su identidad. Azorín, ya un joven escritor prometedor, se unió a otros autores de su generación, como Pío Baroja y Ramiro de Maeztu, con quienes más tarde formaría el célebre Grupo de los Tres.
Una de las primeras obras que definió su vocación fue El alma castellana (1900), un ensayo que le permitió afianzar su devoción por el paisaje y la idiosincrasia de Castilla. En esta obra, se reflejaba la influencia de su contexto, particularmente tras el desastre de 1898, que dejó a la sociedad española sumida en una profunda crisis existencial. Azorín, al igual que otros miembros de la Generación del 98, se preocupó por la necesidad de regenerar a España y por encontrar una respuesta a la decadencia del país. En El alma castellana, propuso una visión del paisaje interior de España como un reflejo de la nación misma, y comenzó a delinear la que sería su característica más reconocible: la búsqueda de la identidad española a través de la reflexión sobre su historia, su cultura y su gente.
El impacto de esta obra fue considerable, y pronto Azorín se convirtió en una figura destacada dentro de la Generación del 98, que incluía a autores como Pío Baroja y Ramiro de Maeztu. El grupo compartía una visión crítica sobre la realidad española, considerando que el país necesitaba un cambio radical en sus estructuras sociales, políticas y culturales. A pesar de sus posturas inicialmente más radicales, Azorín comenzó a inclinarse hacia un enfoque más regeneracionista, que también adoptó otros escritores de la época. Este enfoque se reflejó en sus textos literarios y en su análisis del pasado histórico de España, un tema que se convertiría en central en toda su obra.
En cuanto a su ideología política, el joven Azorín vivió un constante vaivén, comenzando con sus posturas radicales y anarquistas, pero gradualmente evolucionando hacia el conservadurismo. Esta evolución sería evidente en sus escritos y en su participación activa en el periodismo español, en el que pasaría de las publicaciones más radicales a las de mayor circulación y menos extremistas, como El Imparcial y ABC, donde colaboró hasta su muerte.
En resumen, los primeros años de vida y carrera de José Martínez Ruiz estuvieron marcados por su búsqueda de una voz propia en la literatura y el periodismo, a través de una perspectiva crítica e ideológica que fue evolucionando a lo largo de su vida. Su paso por la universidad, sus primeros escritos bajo los pseudónimos de «Cándido» y «Ahrimán», y su cercanía a figuras como Vicente Blasco Ibáñez y Kropotkin fueron esenciales para forjar la base de un escritor que, en el siglo XX, sería fundamental en la creación de una nueva conciencia literaria española.
El Surgimiento de Azorín: La Influencia de la Generación del 98
La obra de José Martínez Ruiz, conocido bajo su pseudónimo Azorín, se inserta de manera decisiva dentro de la historia literaria española gracias a su pertenencia a la Generación del 98, un grupo de escritores y pensadores que surgieron en el contexto de la crisis del 98, tras la pérdida de las últimas colonias españolas. Este desastre llevó a la nación a una profunda reflexión sobre su identidad, su cultura y su futuro, temas que fueron tratados por autores como Pío Baroja, Ramiro de Maeztu, Antonio Machado, entre otros, quienes compartían una visión de regeneración para un país que consideraban estaba atrapado en un marasmo decadente.
Azorín no solo fue testigo de este cambio, sino que fue uno de los principales motores de la reflexión sobre la identidad española. Su obra estuvo impregnada de una continua búsqueda por comprender la esencia de España: su paisaje, su historia, su cultura, y sus defectos. Este interés se reflejó en el enfoque tan singular que dio a la descripción del paisaje y la memoria histórica, dos elementos que ocuparon un lugar central en su producción literaria.
Azorín nunca dejó de ser un escritor con un enfoque detallista y reflexivo, y su estilo, basado en la simplicidad y la precisión, se caracterizó por una prosa que sabía captar lo esencial de la realidad, sumergiéndose en los más mínimos detalles y desentrañando lo profundo a través de un lenguaje sobrio pero muy preciso. Su capacidad para observar y profundizar en los detalles del paisaje y las costumbres locales de España le permitió dar forma a un universo literario único que, en cierto modo, representaba la nación misma, pero también un país que estaba en crisis, buscando su identidad y su futuro.
La Devoción por Castilla y la Identidad Nacional
Uno de los aspectos más significativos de la obra de Azorín es su devoción por Castilla, una región de España que para él representaba la esencia misma de la identidad nacional. Esta visión quedó reflejada en su ensayo El alma castellana (1900), una obra fundamental que inauguró una serie de textos que no solo describían un paisaje físico, sino que también buscaban capturar el alma de una región a través de sus tradiciones, su historia, su gente y su paisaje. Esta obra, además, representó un punto de inflexión para Azorín, pues marcó su transición de un escritor preocupado principalmente por la crítica literaria a un autor que profundizaba en las raíces culturales y nacionales de España.
El interés de Azorín por Castilla no era accidental. En muchos de sus escritos, la región representaba la esencia de una España eterna, marcada por su historia y tradiciones, pero también por su decadencia, que se reflejaba en la situación política y social del país en ese momento. Sin embargo, a través de sus descripciones de los paisajes castellanos, Azorín intentaba resucitar el pasado glorioso de la nación, evocando a las figuras más destacadas de la literatura clásica española, como Miguel de Cervantes y Garcilaso de la Vega, cuyas obras no solo cimentaron la cultura literaria de España, sino que también se convirtieron en una parte esencial de la identidad colectiva de la nación.
En este sentido, la obra de Azorín no solo se dedicó a la recuperación del pasado, sino que también se centró en la necesidad de una regeneración de España. A través de sus reflexiones sobre el paisaje y las costumbres españolas, Azorín invitaba a los lectores a reflexionar sobre el presente y el futuro del país, reconociendo las debilidades y carencias del momento, pero también el potencial de la nación para renacer a través del redescubrimiento de su propia identidad.
La Generación del 98 y la Creación de un Nuevo Pensamiento Literario
Aunque el concepto de la Generación del 98 fue acuñado formalmente por Azorín en 1913, el grupo comenzó a gestarse hacia finales del siglo XIX y principios del XX. Formado por escritores y pensadores de distintas tendencias y preocupaciones, el grupo compartía una visión común sobre la necesidad de un cambio profundo en la sociedad española, que debía pasar por una renovación cultural, política y económica. Esta necesidad de regeneración se produjo en un contexto de agitación social, tras la pérdida de las colonias y el sentimiento de derrota que invadió a España. El desastre del 98 dejó una sensación de desolación en el país, y, como resultado, la literatura y el pensamiento de la época se orientaron hacia la reflexión sobre la identidad nacional y la búsqueda de un camino hacia el futuro.
Azorín fue una de las voces más destacadas dentro de este movimiento, y su ensayo sobre la identidad española fue un tema constante a lo largo de su obra. En sus escritos, reflexionó sobre el concepto de España como una nación cuyos elementos esenciales debían ser preservados y potenciados. De esta manera, a través de su prosa sobria y depurada, buscó aportar un diagnóstico sobre la situación nacional y encontrar soluciones para la crisis que atravesaba el país. En su obra, el paisaje se convirtió en un vehículo para explorar las identidades regionales, y Azorín recurrió a la Castilla rural como un símbolo de lo auténtico y tradicional de España.
La Convergencia de Estilo y Filosofía: El Nihilismo Existencial y el Fluir del Tiempo
Uno de los rasgos más característicos de la obra de Azorín fue su estilo, que se distinguía por su sobriedad y precisión. Su enfoque de la literatura se basaba en una sintaxis clara, pero profunda, y en una adjetivación sobria y precisa que le permitía expresar con gran eficacia los sentimientos y emociones que experimentaba al contemplar el paisaje o al reflexionar sobre el paso del tiempo.
La contemplación del paisaje era un tema central en su obra, y, a través de sus descripciones, Azorín trataba de captar la esencia del tiempo que pasaba, la fugacidad de la vida y la inmutabilidad de la naturaleza. En este sentido, su estilo se vio profundamente influenciado por las ideas filosóficas que había leído y adoptado en su juventud, especialmente las de Nietzsche y Schopenhauer, cuyas obras sobre el nihilismo existencial y el eterno retorno dejaron una marca indeleble en su pensamiento.
En sus escritos, Azorín abordaba la angustia existencial del ser humano y la incertidumbre del futuro, pero también la belleza y la majestuosidad de la naturaleza, que parecía trascender el paso del tiempo. Esta tensión entre la contingencia de la vida y la permanencia del paisaje fue uno de los elementos más poderosos en su prosa, y le permitió crear una obra que no solo describía la España de su tiempo, sino que también reflexionaba sobre el destino y el sentido de la existencia humana.
Azorín y la Evolución Ideológica: De la Radicalidad al Conservadurismo
A medida que avanzaba su carrera literaria, la ideología política de Azorín experimentó una transformación significativa. Inicialmente, se alineó con posturas de extrema izquierda, particularmente influenciado por Nietzsche y los textos de Kropotkin, y estuvo muy vinculado con el anarquismo y las ideas radicales que se encontraban en auge en la época. Sin embargo, con el paso del tiempo, sus ideas fueron cambiando, y comenzó a abrazar el conservadurismo, alineándose con los intereses de la derecha española.
Esta evolución ideológica fue especialmente evidente durante la dictadura de Primo de Rivera y en su relación con el Francoismo tras la Guerra Civil. Durante este período, Azorín adoptó una postura más conservadora, aunque continuó siendo una figura influyente en el ámbito intelectual y periodístico de España. En sus últimos años, su estilo se vio marcado por una moderación que se reflejaba en su prosa, que se caracterizaba por un enfoque más tranquilo y reflexivo, en lugar de la energía radical y contestataria de sus primeros escritos.
La Generación del 98: La Búsqueda de la Identidad Española
En definitiva, la participación de Azorín en la Generación del 98 fue fundamental para la creación de un nuevo pensamiento literario en España. A través de su obra, exploró los problemas de identidad nacional, el paisaje, el tiempo y la tradición, mientras promovía la regeneración de un país que se encontraba en crisis. Azorín fue una figura clave en la reconfiguración del pensamiento español del siglo XX, y su legado perdura como uno de los pilares de la literatura moderna española.
Madurez Literaria: Ensayos, Novelas y Obras Teatrales
A lo largo de su carrera, José Martínez Ruiz (Azorín) fue una figura fundamental no solo en la literatura española, sino también en la transformación del pensamiento y la visión cultural del país. Su madurez literaria se consolidó con una producción extensa y variada, que abarcó desde ensayos filosóficos y literarios hasta novelas y obras teatrales, todas ellas marcadas por su estilo inconfundible: una prosa depurada, de notable concisión y capacidad reflexiva. A medida que avanzaba en su carrera, su prosa se fue orientando hacia una profunda meditación sobre el paso del tiempo, la identidad nacional y la decadencia de España tras el desastre de 1898, temas que seguirían siendo el centro de su obra hasta el final de su vida.
La Consolidación de su Estilo: El Paisaje y la Contemplación Filosófica
En los primeros años del siglo XX, Azorín fue poco a poco dejando de lado sus escritos más radicales y de corte político para centrarse en una producción literaria más introspectiva y meditativa. El cambio en su enfoque estuvo marcado por su obsesión con el paisaje español, que no solo le permitió expresar la realidad tangible, sino también profundizar en temas existenciales y filosóficos. La influencia de autores como Nietzsche y Schopenhauer quedó reflejada en esta nueva etapa de su obra, donde el paisaje ya no era solo un telón de fondo, sino un reflejo de las emociones y tensiones internas del ser humano.
Una de las obras más representativas de este cambio es La ruta de Don Quijote (1905), donde Azorín se aleja del discurso político y se sumerge en la revisión de la literatura española clásica. En esta obra, el autor no solo se dedica a describir el paisaje que recorren los personajes de Cervantes, sino que también realiza una profunda reflexión sobre el idealismo y la realidad. Azorín se adentra en los lugares que habitó el Quijote, haciendo un paralelismo entre la locura del personaje y la crítica a la realidad social de la España de su tiempo. De esta forma, las rutas de los personajes literarios se convierten en un medio para la contemplación y la reflexión filosófica.
En este contexto, se observa también un uso característico de las descripciones precisas del paisaje, que no solo buscan dar cuenta de la realidad, sino crear una atmósfera de introspección. Azorín comienza a contemplar España no solo como un espacio físico, sino como un lugar cargado de historia, tradición y emociones. Esta capacidad de observar los pequeños detalles, las pequeñas cosas que conforman el paisaje, es una de las marcas que definieron a su prosa. Al igual que otros autores de la Generación del 98, la mirada hacia lo más cercano, lo cotidiano y lo cotidiano se convirtió en una forma de indagar en el sentido profundo de la vida y la sociedad española.
Novelas de la Regeneración: “La Voluntad” y la Trilogía de Azorín
En la obra de Azorín, la regeneración de España no solo está contenida en los ensayos, sino también en sus novelas. Una de las primeras en consolidar su estilo narrativo fue La voluntad (1902), una novela que se destaca por su estructura introspectiva y sus elementos autobiográficos. En esta obra, Azorín desarrolla una narración que se aleja de la acción tradicional para centrarse en los pensamientos y emociones de un personaje que reflexiona sobre la realidad que lo rodea. La novela de Azorín se caracteriza por la falta de una trama dinámica; en lugar de eso, el autor se enfoca en la construcción psicológica de los personajes y sus conflictos internos. Es una obra que puede considerarse como un ejemplo del género híbrido entre el ensayo y la narrativa.
La voluntad se convierte en el primer libro de una trilogía que incluye Antonio Azorín (1903) y Las confesiones de un pequeño filósofo (1904), tres novelas que no solo revelan el proceso de formación y pensamiento del protagonista, sino que también exploran las tensiones sociales y políticas que vivía España en esa época. En estas tres obras, Azorín se aleja del estilo narrativo tradicional y desarrolla un enfoque caracterizado por la meditación sobre los temas filosóficos de la existencia, la voluntad y la identidad, que darán forma a su visión del país y del individuo.
El personaje de Antonio Azorín, que aparece en la trilogía, fue concebido como una especie de alter ego del propio Azorín. A través de este personaje, el escritor profundiza en las cuestiones existenciales, como la relación entre la voluntad individual y el destino, el concepto del paso del tiempo y la crisis de identidad de la España de principios del siglo XX. Aunque estas novelas no alcanzaron el mismo nivel de popularidad que otras de la Generación del 98, La voluntad es considerada una obra importante dentro de la narrativa modernista española y la producción azoriniana.
El Ensayo Literario: Reflexiones sobre los Clásicos y la Literatura Española
A la par de sus novelas, Azorín continuó produciendo ensayos literarios, los cuales se convirtieron en una de las facetas más destacadas de su carrera. Su enfoque único en los clásicos españoles, especialmente en la figura de Cervantes, fue uno de los pilares de su obra ensayística. En obras como La ruta de Don Quijote (1905) y Clásicos y modernos (1913), Azorín aborda la figura de Cervantes como un símbolo de la identidad literaria de España. En este tipo de ensayos, no solo analiza las obras de los clásicos, sino que también las contextualiza en el marco de la historia y la cultura española, ofreciendo una interpretación moderna de los textos del Siglo de Oro.
A través de sus ensayos, Azorín convirtió a los grandes autores clásicos de la literatura española en figuras vivas para los lectores contemporáneos, rescatando sus enseñanzas y aplicándolas a los problemas sociales y políticos de su tiempo. Además, esta revisión de los clásicos fue una forma de renovar el interés por la literatura española y hacerla más accesible para los lectores modernos, en lugar de relegarla al ámbito académico o erudito.
La importancia de la crítica literaria y la reflexión sobre la literatura española está también presente en su obra Lecturas españolas (1912), donde Azorín da su propia visión sobre el estado de la literatura española, haciendo un recorrido por los escritores más representativos de la tradición literaria española. A lo largo de sus ensayos, Azorín ofreció un enfoque único, en el que se alejaba de las técnicas críticas tradicionales para crear un espacio en el que la reflexión filosófica se fusionaba con el análisis literario, desarrollando lo que más tarde sería conocido como la crítica impresionista.
El Teatro: Azorín en el Escenario
Además de su obra en prosa, Azorín también incursionó en el género teatral, aunque sus trabajos en este ámbito no tuvieron tanto éxito ni repercusión como sus ensayos y novelas. A lo largo de la década de 1920, Azorín escribió varias piezas teatrales, entre las que destacan Judit (1926), Old Spain! (1926) y Angelita (1930). Estas obras teatrales, que en muchos casos tuvieron escasa representación en los escenarios, se centraron en una visión nostálgica de España, al igual que sus novelas, y reflejaban la misma angustia existencial y la tensión entre tradición y modernidad.
En sus obras teatrales, Azorín continuó desarrollando su estilo narrativo y filosófico, pero en lugar de centrarse en los personajes internos como en sus novelas, se volcó en crear un universo simbólico donde las tensiones sociales y políticas del momento podían ser representadas en el espacio del escenario. No obstante, el teatro de Azorín nunca alcanzó la popularidad de autores contemporáneos como Ramiro de Maeztu o Pío Baroja, lo que hizo que su producción teatral fuera relativamente olvidada en comparación con sus ensayos y novelas.
La Evolución hacia una Prosa Más Reflexiva y Pacífica
Hacia la segunda mitad de su carrera, Azorín experimentó un giro hacia una prosa más serena y reflexiva. El escritor dejó de lado la radicalidad de sus primeros años y se volcó en una vida más tranquila y ordenada, reflejando esa evolución en sus escritos. De esta forma, sus obras fueron más meditativas y cercanas a la contemplación del paso del tiempo y la decadencia de la nación, pero también de la existencia humana en un mundo moderno y complejo.
En este período de madurez, la escritura de Azorín adquirió una sensibilidad especial hacia el ser humano y su lugar en el mundo, y aunque las crisis ideológicas de su juventud se diluyeron, sus reflexiones continuaron teniendo un gran impacto en la literatura española.
Cambio Ideológico y Años de Crisis: De la República a la Dictadura
Los últimos años de la vida de José Martínez Ruiz (Azorín) estuvieron marcados por profundos cambios ideológicos, tensiones internas y una serie de revalorizaciones personales y literarias que reflejaban tanto la evolución de la sociedad española como los propios vaivenes de la política en un contexto histórico complejo. Este periodo de su vida abarca desde sus años de compromiso con la Segunda República, pasando por el exilio durante la Guerra Civil y su posterior retorno a España en el contexto de la dictadura franquista, hasta su definitiva alineación con el conservadurismo en sus últimos años.
De la República a la Dictadura: Un Cambio en la Perspectiva Política
En los años previos a la Guerra Civil, Azorín ya había comenzado a experimentar una profunda transformación ideológica. Si bien en su juventud se había identificado con posiciones de extrema izquierda, sobre todo influenciado por el anarquismo y el nihilismo existencial de filósofos como Nietzsche y Schopenhauer, su evolución hacia el conservadurismo fue paulatina y compleja. A partir de los años 10 y 20 del siglo XX, su enfoque literario se fue distanciando de sus primeras posiciones radicales, mientras se orientaba más hacia una postura reformista que buscaba una regeneración espiritual y cultural de la nación, sin comprometerse de manera directa con los movimientos políticos de la época.
Durante los años de la Segunda República (1931-1939), Azorín adoptó inicialmente una postura favorable al nuevo régimen democrático, que ofrecía un cambio en la estructura política de España tras la dictadura de Primo de Rivera. Sin embargo, sus ideales republicanos no fueron completamente firmes ni estables. En los años posteriores a la proclamación de la República, mientras el país se sumía en la polarización política, Azorín vivió las tensiones crecientes entre los sectores republicanos de izquierda y los elementos más conservadores. A pesar de su inicial simpatía hacia el gobierno republicano, las tensiones políticas y sociales, sumadas a la creciente violencia, lo llevaron a una reflexión crítica sobre el rumbo del país.
La Guerra Civil y el Exilio: Reflexiones y Desarraigo
Con el estallido de la Guerra Civil Española en 1936, Azorín adoptó una actitud de aislamiento. Mientras las facciones de republicanos y nacionales se enfrentaban, él optó por el exilio, refugiándose en París. Este periodo fue crucial para su vida, ya que la guerra civil dejó una huella indeleble en la conciencia de la nación y también en la vida de los intelectuales españoles. Azorín, como muchos de sus contemporáneos, vivió el conflicto desde una cierta distancia, pero también desde la tristeza y la consternación que generó el enfrentamiento fratricida.
A pesar de su exilio, Azorín continuó reflexionando sobre la situación de su país, aunque su producción literaria disminuyó notablemente durante este tiempo. Fue una etapa en la que sus trabajos reflejaron una profunda desilusión y un creciente sentimiento de desarraigo. En sus escritos de este período, como en su libro París (1945), se observa la mezcla de la añoranza por España y la crítica al rumbo que había tomado la política española. Azorín, lejos de ser un ideólogo radical, se mostró como un observador melancólico de los cambios históricos, en lugar de un activo participante en ellos. La guerra y su trágica consecuencia le dejaron un sabor amargo y profundo, pues vivió de forma indirecta el fracaso de una generación de escritores que había luchado por regenerar a la nación.
El Regreso a España: La Transición hacia el Franquismo
Tras el final de la Guerra Civil y la victoria del general Franco, Azorín regresó a España en 1939. El regreso del escritor a su país tras el conflicto fue una vuelta cargada de contradicciones, pues, aunque ya se había alineado con la derecha en años anteriores, sus simpatías con el franquismo no eran tan absolutas ni tan evidentes. La década de 1940 fue testigo de una modificación en sus posturas, a medida que se adaptaba a los nuevos tiempos y a la dictadura que se imponía en España. Aunque en sus primeros escritos tras el retorno se mantenía una postura cautelosa, pronto Azorín adoptó una actitud más afín al régimen franquista, al que no solo mostró simpatía, sino también apoyo tácito a través de sus colaboraciones en los periódicos de la época, como el influyente ABC, donde continuó publicando hasta el final de sus días.
Este cambio hacia el conservadurismo fue una evolución lógica para un hombre que había dedicado gran parte de su vida a reflexionar sobre la decadencia de España y la necesidad de regeneración. Con el paso del tiempo, Azorín se posicionó como uno de los principales intelectuales conservadores del país, aunque no sin contradicciones. A pesar de su adhesión al régimen de Franco, su postura nunca fue completamente dogmática ni uniforme. Azorín nunca dejó de ser un pensador que se cuestionaba las realidades de su país, y su obra continuó explorando temas como la identidad nacional, la historia y, sobre todo, la memoria colectiva de la nación española.
La Tensión entre el Pensamiento Conservador y la Modernidad
En los últimos años de su vida, Azorín vivió una lucha interna con el concepto de la modernidad y los cambios que estaba experimentando la sociedad española bajo la dictadura de Franco. Mientras España se encontraba sumida en un proceso de autarquía y represión política, la sociedad española experimentaba grandes cambios en las últimas décadas del régimen franquista. En medio de este contexto, Azorín intentaba mantener una postura de reflexión tranquila ante la modernización de la cultura española, que se estaba viendo influenciada por nuevos movimientos como el vanguardismo o el cine.
Azorín, en sus últimos años, adoptó una nueva fascinación por el cine, un medio que estaba tomando relevancia en la cultura popular española. Aunque no llegó a ser un cineasta, su curiosidad por el séptimo arte y su capacidad para integrar la reflexión filosófica en una forma de expresión más moderna y accesible son aspectos destacables de su última etapa. Esta atracción por el cine se presentó en obras como El cine y el momento (1953), donde reflexionó sobre el impacto de este nuevo medio artístico en la sociedad contemporánea.
Aunque Azorín continuó escribiendo hasta su muerte en 1967, su obra comenzó a ser percibida como un residuo de un pasado literario que ya no era del todo relevante para las nuevas generaciones de escritores que comenzaban a emerger en el ámbito literario español. Las novelas y ensayos de Azorín fueron vistos en muchos casos como arcaicos o excesivamente nostálgicos, en un momento en que la literatura española parecía estar orientada hacia nuevas formas de expresión más cercanas al realismo social y a los modelos literarios internacionales.
El Legado de Azorín: Un Intelectual Conservador en la España del Franquismo
A pesar de las contradicciones y tensiones que marcaron su última etapa, Azorín dejó un legado intelectual de gran envergadura. Su prosa depurada y su capacidad para reflexionar sobre el paso del tiempo, la historia y la identidad española lo han colocado como uno de los grandes maestros de la literatura española contemporánea. Sin embargo, el cambio en sus posturas ideológicas y su adaptación al régimen franquista lo alejaron de los círculos más progresistas de la cultura española, lo que ha provocado una ambivalencia en la interpretación de su figura en los estudios literarios.
A pesar de esto, su influencia perdura, especialmente en la obra de los escritores de la Generación del 98, y su capacidad para captar la esencia del paisaje español y la identidad nacional sigue siendo una de las mayores aportaciones de su obra a la literatura universal.
Últimos Años y Legado: El Refugio en la Reflexión y el Cine
Los últimos años de José Martínez Ruiz (Azorín) estuvieron marcados por una tranquilidad melancólica en la que el escritor se distanció de los círculos literarios más activos, pero al mismo tiempo se dedicó intensamente a la reflexión personal y a sus propias experiencias, especialmente a través de la literatura y el cine. En este período, Azorín mantuvo su fascinación por el paso del tiempo, que había sido uno de los grandes motores de su obra desde sus primeros años como escritor. A pesar de la crisis política y social que vivió España en los años posteriores a la Guerra Civil y la llegada del franquismo, Azorín se mantuvo firme en su propósito de capturar la esencia de su país, sin dejarse arrastrar por las corrientes ideológicas más extremas.
La Retirada de los Círculos Literarios
A medida que avanzaban los años 40 y 50, Azorín fue retirándose cada vez más de la escena literaria activa. Su relación con los movimientos intelectuales más vanguardistas fue cada vez más distante. De hecho, se le veía cada vez menos en los grandes círculos literarios de la posguerra española, una época en la que las nuevas generaciones de escritores se orientaban más hacia el realismo social y otros movimientos literarios que reflejaban el estado de ánimo del momento. Sin embargo, Azorín no perdió el contacto con los medios de comunicación, y continuó colaborando en ABC, donde publicaba artículos y ensayos sobre los temas que más le apasionaban: el paisaje, la historia y, sobre todo, la identidad española.
A pesar de su aparente aislamiento, Azorín continuó siendo una figura influyente para muchos jóvenes escritores que le veían como un modelo de integridad literaria y un testigo privilegiado de la evolución de la cultura española. En este contexto, se da una curiosa paradoja: Azorín fue un escritor al que sus contemporáneos admiraban, pero cuya obra, con el paso del tiempo, se fue relegando a un segundo plano debido al cambio en los gustos literarios y la evolución de los temas en la narrativa española.
El Refugio en el Cine: Un Interés Tardío por el Séptimo Arte
Uno de los aspectos más interesantes de los últimos años de Azorín fue su fascinación por el cine, una forma de arte que, aunque no fue esencial en su vida literaria, le permitió seguir involucrado con las nuevas formas de expresión artística. Aunque la relación de Azorín con el cine fue principalmente como espectador reflexivo, este medio despertó en él una nueva reflexión sobre el tiempo, la memoria y la representación. Durante este periodo, Azorín comenzó a asistir con regularidad a proyecciones cinematográficas, y no solo se convirtió en un entusiasta del cine, sino también en un crítico del mismo. A través de sus escritos, particularmente en el artículo El cine y el momento (1953), Azorín reflexionó sobre cómo el cine, como medio visual y narrativo, podía ofrecer una nueva interpretación del tiempo.
En este sentido, el cine para Azorín no era solo un entretenimiento, sino una herramienta de reflexión similar a la que había utilizado en sus ensayos literarios. El autor veía en el cine una nueva manera de representar la realidad, especialmente en términos de la percepción del tiempo y del espacio, dos temas que siempre le habían preocupado. Como había hecho en su obra literaria, Azorín utilizó el cine para seguir planteando preguntas sobre la memoria, la identidad y la historia de España. En su visión del cine, como en su visión literaria, el paso del tiempo se convertía en un elemento crucial para la comprensión del individuo y de la nación.
La Influencia de la Memoria Histórica en la Obra de Azorín
Una constante en la obra de Azorín, tanto en su etapa de madurez como en sus últimos años, fue la reflexión sobre el paso del tiempo. Este tema se convirtió en el eje central de muchos de sus ensayos y novelas, en los cuales buscó la preservación de la memoria histórica y la reflexión sobre los misterios del pasado. Azorín creía que la única forma de comprender la esencia de una nación era mediante la contemplación de su historia y sus paisajes, elementos que para él eran inseparables de la identidad nacional.
En sus últimos años, Azorín dedicó varias obras a la exploración de los temas de la memoria y la historia, como en sus memorias publicadas en dos volúmenes, Madrid y Valencia (1941) y Memorias inmemoriales (1946). En estos textos, Azorín se adentró en su propio pasado, rememorando su juventud, sus primeras inquietudes literarias y sus primeros viajes por España. Estas memorias no solo son un ejercicio de autobiografía, sino también una reflexión sobre el paso del tiempo y el proceso de regeneración personal a lo largo de los años.
En su perspectiva, la memoria era un componente fundamental para la comprensión de la identidad nacional, y por eso muchos de sus escritos profundizan en la recuperación de las tradiciones y la cultura popular que él consideraba esenciales para la recuperación de España tras los años de guerra y de dictadura. Este afán por conservar la memoria del pasado le permitió convertirse en uno de los grandes difusores de la literatura clásica española, en particular la de Cervantes y Garcilaso de la Vega, cuyos textos seguían siendo una referencia fundamental para él, incluso en los años de su vejez.
El Regreso al Periodismo: La Firmeza de un Pensador Conservador
A pesar de sus años de aislamiento, Azorín nunca dejó de ser un pensador activo. Después de regresar a España tras su exilio, continuó siendo un comentarista y un escritor comprometido, aunque desde una perspectiva más reservada y reflexiva. En sus últimos años, colaboró en varios medios de comunicación, especialmente en ABC, donde sus artículos se centraban en una visión más moderada de los eventos históricos y literarios. Aunque su alineación política se había orientado cada vez más hacia el conservadurismo, Azorín se mostró siempre como un pensador preocupado por los destinos de su país, y su contribución al periodismo fue un testimonio de su compromiso intelectual.
En sus artículos periodísticos, Azorín continuó reflexionando sobre los temas de siempre: la identidad española, la historia y la literatura, pero también comenzó a mostrar un interés por la política contemporánea, especialmente por la evolución del régimen franquista y la situación internacional en la posguerra. Azorín, aunque siempre distante de los extremos, se mostró firme en su apoyo al Franco después de la Guerra Civil, y en sus últimos artículos criticó a aquellos intelectuales que se oponían al régimen o que buscaban un cambio radical en la política española. De esta manera, se alineó más con los valores de la derecha y se convirtió en un defensor de la restauración del orden tras los años de guerra.
El Legado Literario de Azorín: Un Autor Atrapado Entre el Pasado y el Futuro
El legado de Azorín es complejo y en muchos aspectos contradictorio. Su obra, que abarcó desde ensayos literarios hasta novelas de carácter existencial y artículos periodísticos, sigue siendo un testimonio clave de los tensiones y transformaciones de la sociedad española de finales del siglo XIX y principios del XX. Azorín no solo se dedicó a describir el paisaje y la historia de España, sino que también exploró las profundidades del alma humana a través de sus personajes introspectivos.
Su capacidad para combinar la reflexión filosófica con la descripción detallada de la realidad social y cultural lo colocó como uno de los grandes literatos del modernismo español. Sin embargo, su posterior alineación conservadora y su apoyo al franquismo han generado debates sobre su papel en la literatura española. Aunque la crítica contemporánea ha revalorizado ciertos aspectos de su obra, como su capacidad para mezclar la literatura con la filosofía y su estudio de los clásicos, el cambio ideológico de Azorín le alejó de las nuevas tendencias literarias que surgieron después de la Guerra Civil.
Azorín murió en Madrid en 1967, dejando un legado literario que sigue siendo estudiado y discutido. Su influencia en la literatura española del siglo XX es innegable, aunque su obra, marcada por su evolución ideológica, sigue siendo vista con ambivalencia. Sin embargo, no cabe duda de que su reflexión sobre el paso del tiempo, la memoria y la identidad nacional sigue siendo una de las principales contribuciones de este escritor a la cultura española.
MCN Biografías, 2025. "José Martínez Ruiz (1873–1967): El Genio Literario de la Generación del 98 y su Búsqueda del Tiempo". Disponible en: https://mcnbiografias.com/app-bio/do/martinez-ruiz-jose [consulta: 28 de septiembre de 2025].