Rodrigo Calderón (1570–1621): El ascenso fulminante y la caída trágica del hombre más temido de la corte deFelipe III

Orígenes, formación y ascenso fulgurante

En el turbulento contexto de la monarquía hispánica del siglo XVII, un nombre destaca con fuerza entre los más controvertidos: Rodrigo Calderón, marqués de Siete Iglesias, cortesano ambicioso y símbolo del favoritismo que marcó el reinado de Felipe III. Su vida fue una parábola ascendente y fulgurante, seguida de una caída pública que lo convirtió en un referente proverbial del orgullo castigado. Para entender esta trayectoria singular, es necesario comenzar por su origen, marcado por el cruce de culturas y el contacto temprano con el poder.

Infancia y trasfondo familiar

Rodrigo Calderón nació hacia 1570 en Amberes, ciudad entonces bajo dominio español en los Países Bajos. Su padre era un hidalgo castellano que servía en los prestigiosos tercios de Flandes, donde alcanzó el rango de comendador mayor de Aragón en la Orden de Santiago, una de las más ilustres órdenes militares de la Península. Su madre, por el contrario, era de origen flamenco, lo que convirtió a Rodrigo en un producto simbólico del imperio de los Austrias: un hijo del mestizaje entre España y sus territorios europeos.

El matrimonio de sus padres fue posterior a su nacimiento, lo que colocó al joven Rodrigo en una situación familiar no del todo convencional para la nobleza de la época. Tras la muerte de su madre, aún niño, se trasladó a España junto a su padre, fijando residencia en Valladolid, entonces una de las ciudades más importantes del reino y ocasional sede de la corte real.

Educación y primeros pasos en la administración

Valladolid ofrecía al joven Calderón un entorno idóneo para la formación de un futuro cortesano. Estudió leyes en el Colegio de San Pablo, uno de los centros más prestigiosos de la ciudad, perteneciente a los dominicos y vinculado a la Universidad de Valladolid, donde se cultivaban las disciplinas jurídicas, humanísticas y religiosas que moldeaban a los futuros servidores del Estado.

Fue allí donde Calderón adquirió las herramientas intelectuales y sociales para iniciar su carrera administrativa. Su primer destino importante fue como servidor del vicecanciller de Aragón, un puesto burocrático de menor relieve pero que lo situó dentro de la órbita institucional de la Corona. La verdadera transformación de su destino llegaría pocos años después, de la mano de uno de los personajes más poderosos del reinado de Felipe III: Francisco de Sandoval y Rojas, el duque de Lerma.

Al servicio del duque de Lerma: el inicio del ascenso

En 1598, año clave para la monarquía hispánica por la muerte de Felipe II y la entronización de Felipe III, Rodrigo Calderón entró al servicio del recién nombrado valido, el duque de Lerma, figura central del nuevo reinado. El duque, consciente de la necesidad de una red de fieles colaboradores, encontró en Calderón un servidor leal, eficaz y, sobre todo, ambicioso.

Calderón pronto se convirtió en uno de los hombres más cercanos al duque. Su habilidad política y su capacidad para granjearse la confianza de sus superiores hicieron que, en poco tiempo, pasara a formar parte del entorno más íntimo del poder. Fue nombrado ayuda de cámara del rey, un cargo que le permitía el acceso directo al monarca y lo situaba en una posición de privilegio excepcional dentro de la corte.

La red de cargos: acumulación de poder y honores

A partir de su entrada en el entorno real, Rodrigo Calderón vivió una escalada meteórica que lo llevó a acumular títulos, cargos y distinciones con una rapidez insólita incluso para los estándares del favoritismo cortesano. Felipe III le otorgó el hábito de la Orden de Santiago, la más prestigiosa de las órdenes militares, junto con la encomienda de Ocaña, una fuente notable de ingresos y estatus.

A lo largo de los años, sumó una impresionante lista de cargos: marqués de Siete Iglesias, consejero de Estado, tesorero de las alcabalas de Sevilla, alguacil mayor de la Chancillería de Valladolid, capitán de la guardia alemana, entre muchos otros. La mayoría de estos puestos no solo implicaban poder simbólico, sino también beneficios económicos concretos, lo que convirtió a Calderón en uno de los hombres más ricos e influyentes del reino.

Matrimonio y consolidación social

En un gesto que confirma la magnitud de su influencia, Rodrigo Calderón recibió del propio rey la autorización para contraer matrimonio con doña Inés de Vargas, un enlace que consolidaba su posición dentro de la aristocracia castellana. Esta unión, celebrada en un periodo muy breve desde su llegada al entorno real, provocó recelos en otros miembros de la corte, que veían con desconfianza la rapidez de su ascenso y la protección directa del monarca.

Este matrimonio, además de reforzar sus redes familiares, confirmó la dimensión casi meteórica de su ascenso: de hijo ilegítimo de un hidalgo en Flandes a uno de los grandes del reino en apenas una década. Pero esta aceleración, como ocurre a menudo en las cortes barrocas, tenía un precio: la multiplicación de enemigos y la generación de odios soterrados.

El perfil del favorito: virtudes políticas y defectos personales

La figura de Rodrigo Calderón dividía profundamente a sus contemporáneos. Mientras sus aliados lo veían como un hombre capaz, eficaz y dotado de una inteligencia política notable, sus detractores lo describían como altanero, avaro y despótico. El mismo duque de Lerma, su principal protector, parecía tener plena confianza en él, hasta el punto de encomendarle misiones delicadas y de alto nivel.

Sin embargo, Calderón no supo o no quiso disimular su prepotencia. Maltrataba a quienes acudían a él en busca de favores, se mostraba desdeñoso con otros nobles y actuaba como si su poder fuera permanente e incuestionable. Estas actitudes le granjearon enemigos en todos los sectores de la corte: entre los funcionarios, los religiosos, los nobles tradicionales y, más tarde, incluso dentro de la propia familia real.

Contexto político del favoritismo

El ascenso de Rodrigo Calderón no puede entenderse sin aludir al sistema político del momento: el de los validos, que desplazaron a los antiguos consejos como forma principal de gobierno. Felipe III, monarca de carácter piadoso y más inclinado a la contemplación que a la acción política, delegó el poder casi por completo en el duque de Lerma. Este, a su vez, necesitaba de hombres fieles y eficaces para sostener su red clientelar y garantizar la estabilidad de su gobierno.

Calderón representaba el ideal del ministro útil: competente, leal y con capacidad de intimidación. Su ascenso era también reflejo del declive institucional de la monarquía, en la que las decisiones se tomaban cada vez más en círculos cerrados de influencia. Pero también era el reflejo de una corte que premiaba la astucia y el favoritismo por encima del mérito heredado o del servicio público.

Rodrigo Calderón, en este entorno, fue tanto un beneficiario como un símbolo de un sistema que pronto comenzaría a resquebrajarse. Su destino, aunque aún lejano en este punto, empezaba a insinuarse ya entre murmullos de envidias, ambiciones ajenas y alianzas peligrosas.

Poder, riqueza y enemigos

A medida que Rodrigo Calderón consolidaba su posición en la corte, su poder, su riqueza y su influencia crecían sin cesar. Su presencia en el círculo íntimo de Felipe III le otorgaba un acceso sin precedentes a los mecanismos del poder y la posibilidad de acumular cargos y distinciones. Sin embargo, su carácter, su afán de acumular poder y su manejo de las redes clientelistas empezaron a generar un cóctel peligroso de enemistades, rencores y resentimientos dentro de la corte.

Un favorito entre los favoritos

La figura de Rodrigo Calderón representaba la cúspide del favoritismo en la corte de Felipe III. Aunque Francisco de Sandoval y Rojas, el duque de Lerma, era el valido indiscutido del monarca, la influencia de Calderón fue tal que muchos lo consideraron, en la práctica, como el verdadero poder detrás del trono. Este tipo de cercanía con el rey le permitió no solo obtener numerosos privilegios y cargos, sino también acumular una enorme fortuna, fruto de los diversos monopolios y concesiones que gestionaba.

Su acceso a importantes recursos le permitió amasar riqueza a una velocidad sin igual, lo que, combinado con su carácter implacable y su falta de sutileza en sus tratos, generó envidias y celos en los círculos cortesanos. La figura de Calderón, que ya se distinguía por su arrogancia, empezó a atraer no solo la hostilidad de los rivales, sino también la irritación de aquellos que antes fueron sus aliados.

Acumulación de poder y riqueza

Rodrigo Calderón no solo fue favorecido con títulos nobiliarios y prestigiosos cargos cortesanos, sino que también consiguió el control de recursos económicos fundamentales. Fue nombrado tesorero de las alcabalas de Sevilla, lo que le dio acceso directo a uno de los más lucrativos impuestos del reino. Además, su posición como alguacil mayor de la Chancillería de Valladolid le permitió no solo ejercer influencia política, sino también ejercer un control significativo sobre los tribunales y el comercio en la región.

El sistema clientelar que Calderón desarrolló fue un reflejo de la degeneración de la administración del reinado de Felipe III. Fue acusado en varias ocasiones de cohecho y corrupción, prácticas que no solo le fueron ventajosas, sino que también consolidaron su reputación como un hombre de prácticas cuestionables. A pesar de la hostilidad creciente de varios sectores de la corte, Calderón no tuvo reparos en utilizar el poder a su favor, algo que, lejos de amedrentarlo, lo encumbró aún más.

El carácter de Calderón: arrogancia y ambición desmedida

Una de las características más destacadas de Rodrigo Calderón era su arrogancia, que se manifestaba tanto en su trato hacia los demás como en su visión de sí mismo. Convencido de que su poder estaba respaldado por el favor real y la protección de Lerma, Calderón no escatimó esfuerzos para mostrarse distante y despectivo hacia aquellos que no compartían su visión o que, en su opinión, podían amenazar su posición.

Este orgullo desmesurado fue una de las claves de su caída. Si bien las cortes políticas y sociales de la época estaban acostumbradas a las intrigas y a la competencia por el favor real, la actitud de Calderón fue percibida como excesiva. A pesar de estar rodeado de rivales, su confianza no se vio mermada. En lugar de ser cauteloso y diplomático, se mostraba cada vez más prepotente y despectivo, lo que alimentó los recelos entre los cortesanos.

La inestabilidad política de la corte no era ajena a Calderón, pero su sentido de invulnerabilidad lo llevó a subestimar a sus enemigos y a ignorar las advertencias que empezaron a llegar desde diversos sectores. En particular, se enemistó con ciertos religiosos influyentes, como el fraile Juan de Santa María y la priora sor Mariana de San José, quienes, con su influencia sobre la reina Margarita de Austria, se convirtieron en las primeras piezas clave de la oposición a Calderón.

La reina Margarita de Austria y la confrontación política

La reina Margarita de Austria, esposa de Felipe III, desempeñó un papel fundamental en la oposición a Calderón. Desde su posición en la corte, la reina tenía un gran poder debido a su influencia sobre el monarca, y fue ella quien lideró la campaña en su contra. Los dos religiosos, que mantenían relaciones cercanas con la reina, fueron los encargados de convencerla de la necesidad de deshacerse de Calderón, acusándolo de ser un ministro corrupto que amenazaba la moralidad de la administración.

Calderón, por su parte, parecía cada vez más despreciar la crítica y el descontento de los sectores religiosos y cortesanos. A pesar de las evidencias de sus malas prácticas, continuó acumulando más poder y riqueza, lo que provocó la animosidad no solo de la reina y su círculo, sino también de otros personajes influyentes dentro del gobierno y la corte.

Su cercanía al duque de Lerma, quien era percibido como el máximo responsable de la corrupción del reinado, hizo que cualquier ataque contra Calderón también se viera como un ataque indirecto contra el propio valido del rey. Este vínculo hizo que Rodrigo Calderón fuera visto como el emblema del régimen corrupto y uno de los principales obstáculos para las reformas que algunos sectores de la corte deseaban implementar.

La ofensiva contra Calderón: rumores y pasquines

A lo largo de los primeros años del siglo XVII, la presión contra Calderón creció de manera exponencial. En 1607, comenzaron a circular por la corte libelos y pasquines que no solo cuestionaban su integridad, sino que también lo acusaban de conspirar contra los intereses del reino. La situación empeoró cuando se empezaron a difundir rumores sobre su comportamiento despótico, y su afán por acumular riquezas sin reparos ni remordimientos.

La oposición al duque de Lerma, aunque aún no lo atacaba directamente, empezó a centrarse en Rodrigo Calderón como la figura más vulnerable y accesible. El contexto político en el que se encontraba la corte, marcado por la lucha por el poder y la continua intriga, favorecía este tipo de conspiraciones. Sin embargo, lo que Calderón no sabía era que su destino ya estaba marcado, no solo por sus enemigos, sino también por su propia actitud intransigente.

El círculo de sus adversarios empezó a estrecharse, y lo que en un principio eran críticas aisladas se convirtió en un ataque organizado. En este clima de creciente hostilidad, Rodrigo Calderón, aún confiado en el respaldo de su protector Lerma, comenzó a perder terreno. Pero lo peor estaba por venir.

Caída, proceso judicial y ejecución

La acumulación de enemigos políticos y el incremento de las acusaciones en su contra hicieron que la situación de Rodrigo Calderón se volviera cada vez más insostenible. A pesar de sus esfuerzos por mantener el favor real, las presiones internas de la corte, alimentadas por el resentimiento y las intrigas, comenzaron a pasarle factura. Su caída fue tan rápida como su ascenso, y la historia de su proceso judicial, marcado por la tortura y la posterior ejecución, se convirtió en un capítulo sombrío del reinado de Felipe III.

Muerte de la reina Margarita de Austria: un giro fatal

Uno de los giros más dramáticos en la vida de Calderón ocurrió con la muerte de la reina Margarita de Austria en 1611. La reina, que había sido una de sus principales enemigas debido a sus vínculos con los religiosos que se oponían a Calderón, falleció a causa de un sobreparto, un hecho trágico que en circunstancias normales hubiera pasado desapercibido. Sin embargo, en un contexto tan cargado de tensiones y envidias, comenzaron a circular rumores infundados de que Rodrigo Calderón había sido el responsable de su muerte, acusándosele de haberla envenenado.

Aunque no existían pruebas que vincularan a Calderón con la muerte de la reina, los rumores se expandieron rápidamente en la corte. La oposición a Calderón aprovechó este momento para lanzar un ataque decisivo contra él, acusándolo de asesinato y de conspiración. Esta nueva acusación, combinada con su ya cuestionada integridad, hizo que su situación se volviera extremadamente peligrosa.

Exilio temporal y el regreso a la corte

Tras las acusaciones que lo señalaban como responsable de la muerte de la reina, Calderón fue alejado de la corte y enviado a una misión diplomática en los Países Bajos entre 1612 y 1614. Durante su estancia en Flandes, su posición como embajador extraordinario parecía haberle permitido recuperar cierto apoyo. La infanta Isabel Clara Eugenia y su esposo, el archiduque Alberto, lo recibieron con muestras de afecto y le ofrecieron hospitalidad. Estos gestos de bienvenida fueron un bálsamo para Calderón, quien todavía mantenía la esperanza de que sus problemas en España pudieran ser solucionados.

Sin embargo, a su regreso a la península, las tensiones en la corte seguían vivas. Aunque fue nombrado marqués de Siete Iglesias por Felipe III y continuó disfrutando de ciertos honores, los enemigos de Calderón no cesaron en sus esfuerzos por desacreditarlo. La presión política contra él aumentó nuevamente, y aquellos que antes habían sido aliados del duque de Lerma comenzaron a unirse a la causa en su contra.

El retiro de Lerma: el fin de una era

En 1618, el duque de Lerma fue obligado a retirarse de la vida política debido a la presión de los enemigos del régimen. Este cambio de poder fue el preludio de la desestabilización definitiva de la posición de Rodrigo Calderón. El hijo del duque de Lerma, el duque de Uceda, que también aspiraba a ejercer influencia, veía a Calderón como un obstáculo a sus propios intereses y se alineó con los opositores a su figura. La retirada de Lerma dejó a Calderón vulnerable, aislado y sin el apoyo de su principal protector.

La nueva situación política, con la caída de Lerma y la emergencia de nuevos actores, hizo que los enemigos de Calderón viesen la oportunidad de atacar. El ascenso del consejero Gaspar de Guzmán y Pimentel, el conde-duque de Olivares, quien representaba una nueva corriente en la corte, también implicó el renacer de las críticas contra Calderón.

La acusación formal y el proceso judicial

En 1619, Rodrigo Calderón fue finalmente arrestado en su casa de Valladolid bajo la acusación de haber ordenado el asesinato de Francisco Juara, un plebeyo, y de estar involucrado en otros crímenes, como la muerte de Agustín de Ávila. Ante la creciente presión de los opositores, Felipe III ordenó que se llevara a cabo un proceso judicial para esclarecer su culpabilidad.

Durante su encarcelamiento, Calderón trató de destruir documentos comprometedores y ocultó gran parte de sus riquezas. Sin embargo, su actitud no pasó desapercibida para las autoridades, que ya tenían la firme intención de llevarlo a juicio. A lo largo del proceso, Rodrigo Calderón enfrentó una serie de acusaciones graves que afectaron su imagen pública y la percepción que se tenía de él en la corte.

Tortura y resistencia: el tormento de Calderón

El proceso judicial de Rodrigo Calderón estuvo marcado por la aplicación de la tortura, un procedimiento común en la época para obtener confesiones. El 9 de enero de 1620, Calderón fue sometido a la tortura del potro, un instrumento de castigo que le causó un sufrimiento extremo. A pesar de las dolorosas torturas, Calderón no confesó su participación en el asesinato de la reina Margarita de Austria, un hecho que se convirtió en uno de los aspectos más relevantes del juicio.

Sin embargo, las confesiones que finalmente obtuvo la justicia fueron las de su implicación en los asesinatos de Francisco Juara y Agustín de Ávila. A pesar de la falta de pruebas definitivas sobre las acusaciones más graves, como el envenenamiento de la reina, los jueces consideraron que Rodrigo Calderón debía ser castigado por los crímenes que sí habían sido probados.

La sentencia y la ejecución pública

A pesar de los esfuerzos de su familia y algunos allegados para obtener su indulto, el reinado de Felipe IV, que comenzó en 1621, significó un cambio en la política de la corte y en la percepción pública de Calderón. El nuevo monarca, apoyado por Gaspar de Guzmán y Pimentel, adoptó una postura más severa frente a los antiguos favores de la corte de Felipe III. El proceso judicial se reinició bajo el nuevo régimen, y la presión pública para castigar a Calderón aumentó.

El 21 de octubre de 1621, después de una serie de retrasos, Rodrigo Calderón fue ejecutado en Madrid, condenado a muerte por los crímenes de los que se le acusaba. La ejecución fue pública, y Calderón, en su último momento, mostró una serenidad impresionante, aceptando su destino con resignación. Frente a la multitud que se reunió para presenciar su caída, Rodrigo Calderón expresó un profundo arrepentimiento por sus errores, lo que, paradójicamente, le ganó el respeto de muchos de sus antiguos enemigos.

El legado de Calderón: orgullo y caída

La figura de Rodrigo Calderón pasó a la historia como un símbolo de la arrogancia y el abuso de poder. La famosa frase popular que decía “tener más orgullo que don Rodrigo en la horca” refleja la paradoja de su caída: un hombre cuya altivez en la vida lo llevó a su destrucción y, sin embargo, en su último momento, logró conmover incluso a quienes lo habían repudiado.

Memoria, reinterpretaciones y legado cultural

La ejecución de Rodrigo Calderón marcó el fin de una era de corrupción y favoritismo en la corte de Felipe III, pero también dejó una huella indeleble en la memoria colectiva española. Aunque su caída fue el resultado de sus propios excesos y las intrigas palaciegas, su figura adquirió, con el paso del tiempo, un simbolismo que trascendió los límites de su época. Su trágica historia fue objeto de reinterpretaciones, y la frase “tener más orgullo que don Rodrigo en la horca” quedó como testimonio de su destino, un destino marcado por la prepotencia y la fatalidad.

El fin del reinado de Felipe III y la llegada de Felipe IV

En marzo de 1621, Felipe III falleció, y el reinado de Felipe IV comenzó con la llegada al poder de una nueva generación de cortesanos y administradores. El ascenso del joven monarca también significó un cambio en las políticas y las actitudes hacia los antiguos favores de la corte de Felipe III. El conde-duque de Olivares, nuevo valido del rey, representaba una ruptura con las figuras del pasado, como el duque de Lerma y sus allegados, entre los que se encontraba Rodrigo Calderón.

El proceso contra Calderón, que se había iniciado bajo el reinado de Felipe III, fue retomado con renovado ímpetu durante la primera parte del reinado de Felipe IV. La situación política del momento, caracterizada por el cambio generacional y el afán de los nuevos administradores por desvincularse de la corrupción del pasado, influyó decisivamente en la condena de Calderón. La crítica a la administración de Felipe III, en la que Calderón había sido uno de los principales protagonistas, se convirtió en una justificación para su castigo ejemplar.

Un caso paradigmático de corrupción y decadencia

Rodrigo Calderón pasó a ser considerado no solo un favorito corrupto, sino también el emblema de un sistema político que había sido sostenido por el clientelismo y la ineficacia. La situación de Calderón fue vista como un símbolo del desmoronamiento de las instituciones en el reinado de Felipe III, donde la corrupción y la falta de principios morales habían alcanzado niveles alarmantes. A pesar de sus virtudes en el manejo de las finanzas y su astucia política, Calderón nunca pudo sobreponerse a los juicios negativos sobre su carácter y su comportamiento, que finalmente determinaron su caída.

El proceso judicial contra Calderón, a pesar de las acusaciones infundadas sobre el asesinato de la reina Margarita, reflejó las tensiones de una corte dividida entre facciones enemigas, que utilizaban cualquier excusa para deshacerse de aquellos a quienes consideraban un obstáculo a sus intereses. Calderón fue uno de los principales chivos expiatorios de esta lucha interna, y su ejecución sirvió como un aviso a los demás favoritos de la corte y a los cortesanos de la nueva era: el precio del poder podría ser mucho más alto de lo que cualquier ambicioso podría haber imaginado.

El perdón de la historia: el arrepentimiento de Calderón

Uno de los aspectos más conmovedores de la ejecución de Calderón fue su actitud ante la muerte. Al subir a la horca, mostró una serenidad asombrosa y expresó un profundo arrepentimiento por sus errores. En sus últimas palabras, dejó ver un hombre que, aunque había sido prepotente y avaro durante su vida, se enfrentó a la muerte con dignidad, reconociendo las consecuencias de sus acciones. Esta actitud hizo que muchos de sus antiguos enemigos lo vieran con respeto y compasión, y en cierto sentido, Calderón encontró una especie de redención pública en su último momento.

Este arrepentimiento en la horca añadió una capa de tragicidad a su figura, convirtiéndolo en un hombre digno de piedad en los ojos de la gente que lo había repudiado. La contradicción entre su vida despótica y su muerte digna generó una reflexión profunda en la sociedad española, que comenzaba a percatarse de los efectos de un sistema de gobierno basado en el favoritismo y la corrupción.

La frase «más orgullo que don Rodrigo en la horca»

El destino de Rodrigo Calderón se hizo legendario a través de la célebre frase “tener más orgullo que don Rodrigo en la horca”, que pasó a la historia como una crítica al exceso de arrogancia y la falta de autocomprensión que caracteriza a aquellos que se creen invulnerables al poder. Esta expresión se convirtió en un símbolo de la caída de los grandes, aquellos que, confiados en su posición de privilegio, terminan siendo desbordados por las fuerzas que ellos mismos han creado.

La frase encapsula la esencia de la figura de Calderón: un hombre que despreciaba a los demás, abusaba de su poder y se creía intocable, solo para encontrarse en el último momento con la humillación pública. El proverbio, por tanto, no solo refleja el destino de un hombre concreto, sino el trasfondo cultural de una época en la que el favoritismo y la corrupción estaban tan arraigados en la corte que la caída de figuras como Calderón se veía inevitable.

Reinterpretaciones posteriores: de símbolo de corrupción a figura trágica

Con el paso de los siglos, la figura de Rodrigo Calderón fue reinterpretada de diversas maneras. Si bien en su época fue considerado un ejemplo de corrupción y abuso de poder, con el tiempo comenzó a ser visto como una figura trágica, alguien que, a pesar de su carácter y sus errores, representaba los excesos de una monarquía que ya se encontraba en plena decadencia.

Historiadores y escritores posteriores han hecho de Calderón un símbolo de la arrogancia humana y de la injusticia social. Se ha subrayado cómo su vida reflejaba la disfunción del sistema político de la España de los Austrias, un sistema donde los favoritos eran tratados como piezas intercambiables y los rivales eran eliminados sin piedad. En este sentido, la figura de Calderón se ha convertido en un emblema de los peligros del poder absoluto y de la corrupción política.

El legado de Calderón: la historia de un hombre caído

El legado de Rodrigo Calderón es ambiguo y contradictorio. Por un lado, se le recuerda como el favorito corrupto que representó todo lo negativo de la corte de Felipe III, y cuya caída sirvió como ejemplo de lo que ocurre cuando se abusa del poder. Por otro lado, su figura también es vista como la de un hombre trágico, víctima de sus propios defectos y de un sistema que lo utilizó como chivo expiatorio. En cualquier caso, la historia de Rodrigo Calderón sigue siendo una advertencia sobre los peligros de la ambición desmedida y la falta de humildad.


Cómo citar este artículo:
MCN Biografías, 2025. "Rodrigo Calderón (1570–1621): El ascenso fulminante y la caída trágica del hombre más temido de la corte deFelipe III". Disponible en: https://mcnbiografias.com/app-bio/do/calderon-rodrigo [consulta: 16 de octubre de 2025].