Alonso de Aragón(1470–1520): El Príncipe Bastardo que Gobernó con Mitra y Espada
Contexto histórico del Reino de Aragón en el siglo XV
A finales del siglo XV, el Reino de Aragón vivía una profunda transformación política, marcada por la consolidación de la monarquía autoritaria y la creciente influencia de la Iglesia como instrumento de poder. Este periodo, dominado por la figura de Juan II de Aragón y más tarde por su hijo, Fernando el Católico, fue testigo de una intensa centralización del poder regio. En ese contexto, la nobleza aragonesa, tradicionalmente poderosa y autónoma, se vio obligada a redefinir su papel ante un rey decidido a limitar privilegios feudales y fortalecer la corona.
El panorama eclesiástico tampoco escapaba a estas dinámicas. La intervención de los monarcas en la designación de altos cargos religiosos, con la complicidad de la Santa Sede, convertía las sedes episcopales en herramientas políticas. Esta realidad explica cómo niños de corta edad, incluso ilegítimos, podían acceder a cargos tan poderosos como el arzobispado de Zaragoza, en una mezcla de conveniencia dinástica, influencia papal y cálculo estratégico.
Nacimiento ilegítimo y linaje real
En medio de ese juego de alianzas, intrigas y transformaciones, nació hacia 1470 en Cervera (Lérida) un niño que marcaría profundamente la historia política y eclesiástica de Aragón: Alonso de Aragón, hijo ilegítimo de Fernando II de Aragón, más conocido como Fernando el Católico, y de Aldonza Roig de Iborra y Alemany, dama de la nobleza catalana. Aunque su nacimiento estuvo envuelto en cierto hermetismo por parte de la corte aragonesa —quizás para no interferir con la imagen del joven príncipe Fernando, aún no casado con Isabel de Castilla—, el vínculo sanguíneo con el monarca nunca fue negado, aunque tampoco proclamado con oficialidad.
Aldonza Roig, posteriormente casada con Francesc Galcerán de Castro y de Pinòs, vizconde de Ébol, se alejó de la corte aragonesa, dejando al niño bajo la tutela de una red familiar y cortesana dispuesta a convertirlo en un actor útil para los intereses del rey. Desde muy temprano, su destino fue determinado no por vocación espiritual, sino por cálculo político.
Condicionamientos y decisiones de infancia
La designación de Alonso a la carrera eclesiástica fue un movimiento premeditado. En 1476, tras la muerte de Juan de Aragón, arzobispo de Zaragoza e hijo ilegítimo del rey Juan II, se abría una vacante que debía ser cubierta estratégicamente. Pese a tener apenas seis años, Alonso fue propuesto por su padre y su abuelo para ocupar la silla arzobispal de Zaragoza, uno de los cargos religiosos más influyentes del Reino de Aragón.
La elección fue aprobada por el papa Sixto IV, no sin ciertas dudas por la extrema juventud del candidato. Sin embargo, el acuerdo reflejaba una práctica habitual en las monarquías del momento: utilizar el aparato eclesiástico como red de poder dinástico. Si bien Alonso no podía ejercer funciones religiosas efectivas por su edad, el control de las rentas y la autoridad simbólica del cargo fueron asignados de facto al entorno real.
Nombramiento eclesiástico en Zaragoza
El arzobispado de Zaragoza era entonces mucho más que un cargo espiritual. Poseía un vasto patrimonio territorial y económico, y el control sobre él significaba influencia real en todo el valle del Ebro. La política de los Trastámara de utilizar los beneficios eclesiásticos como instrumento de consolidación regia encontró en Alonso de Aragón un candidato perfecto.
A lo largo de su vida, el joven prelado acumularía una impresionante serie de prebendas: abad de Montearagón, de Rueda, de San Cugat, archimandrita de Sicilia, patriarca de Jerusalén, y arzobispo de Valencia desde 1512 hasta su muerte en 1520. También se benefició de la camarería de la Seo, de los ingresos del maestrazgo de Alcántara y de numerosas capellanías honoríficas.
Curiosamente, no fue ordenado sacerdote hasta 1501, más de 25 años después de su nombramiento, y solo se tiene constancia de una misa celebrada por él mismo, inmediatamente antes de ser consagrado oficialmente como arzobispo. Esta irregularidad revela una verdad ineludible: Alonso nunca fue un religioso en sentido estricto, sino un príncipe de la Iglesia al servicio de intereses seculares.
Primeras acciones de poder y consolidación patrimonial
Durante su juventud, Alonso vivió rodeado de educadores cortesanos, consejeros reales y prelados experimentados, lo cual le proporcionó una formación refinada en política, estrategia militar y derecho canónico, más que en teología o espiritualidad. Su residencia episcopal en Zaragoza se transformó en una corte en miniatura, modelo del poder clerical del Renacimiento.
La gestión del patrimonio eclesiástico fue eficaz y ambiciosa. Alonso supo centralizar recursos, ampliar su influencia territorial y proyectarse como un verdadero señor feudal con mitra, siguiendo el ejemplo de otros grandes eclesiásticos renacentistas como César Borgia. Su estilo de vida, su forma de gobierno y su modo de relacionarse con la nobleza dejaban en claro que no era un clérigo en el sentido tradicional, sino un actor político con rango principesco.
Su posición se consolidó aún más con el apoyo incondicional del rey Fernando, quien veía en él no solo a un hijo leal, sino a un administrador capaz de sostener la presencia regia en Aragón en sus constantes ausencias. A medida que la monarquía hispánica comenzaba a tomar forma, Alonso de Aragón emergía como uno de los pilares de ese complejo edificio institucional que se estaba construyendo entre finales del siglo XV y principios del XVI.
Participación en la política interna de Aragón
Durante el reinado de Fernando el Católico, Aragón atravesó momentos de gran tensión entre la corona y los estamentos privilegiados. En este contexto, Alonso de Aragón emergió como un colaborador indispensable de su padre, asumiendo un papel activo en la consolidación del poder real. Uno de los episodios más ilustrativos de su compromiso con la autoridad monárquica fue su papel en la implantación de la Inquisición en Aragón en 1484.
Aunque esta medida violaba los Fueros del Reino, Alonso apoyó decididamente la creación del Tribunal del Santo Oficio, lo que le granjeó una duradera mala fama en ciertos sectores de la historiografía. La oposición popular fue feroz, y se materializó al año siguiente en el asesinato de Pedro de Arbúes, inquisidor general de Aragón. Con apenas 15 años, Alonso cabalgó por las calles de Zaragoza, enfrentando el caos con una mezcla de audacia y cálculo político. Este acto consolidó su imagen de hombre fuerte del régimen, más preocupado por el orden político que por la estricta ortodoxia eclesiástica.
Vida personal y contradicciones clericales
A pesar de ostentar una de las dignidades más altas de la Iglesia, Alonso vivió en abierta contradicción con los votos clericales. Hacia 1490 inició una relación estable con Ana de Gurrea, hija del noble aragonés Martín de Gurrea, señor de Argavieso. De esta unión nacieron cuatro hijos: Juan y Hernando, que llegarían a ocupar el mismo arzobispado zaragozano; Juana, futura duquesa de Gandía y madre de San Francisco de Borja; y Ana, duquesa de Medina Sidonia. Un quinto hijo, Alonso, abad de Montearagón, fue fruto de una relación paralela con una dama barcelonesa.
Este estilo de vida, alejado de la ortodoxia religiosa, era sin embargo común entre los altos prelados de la época, especialmente aquellos vinculados a casas reales. Alonso no ocultaba su descendencia, ni trataba de justificar su conducta. Su clero y sus contemporáneos asumían la doble moral del poder eclesiástico, que combinaba votos de castidad con alianzas matrimoniales no reconocidas oficialmente pero políticamente útiles.
Relación con Fernando el Católico
La confianza de Fernando el Católico en Alonso fue constante. Siempre que el rey se ausentaba de Aragón, el nombramiento de su hijo como virrey era automático. Esta continuidad le permitió a Alonso desarrollar una sólida capacidad administrativa, reforzada por una red de funcionarios leales y una comprensión detallada de los problemas locales. Sabía actuar con energía cuando la situación lo requería, pero también era capaz de mantenerse a la espera del regreso del monarca, respetando la jerarquía sin ceder poder real.
Su labor como virrey incluyó la organización del viaje a Francia en 1506 para traer a Germana de Foix, futura esposa del Rey Católico. Alonso encabezó el séquito junto al conde de Cifuentes, y el viaje fue una muestra de diplomacia en la que el arzobispo actuó como representante plenipotenciario de su padre. Esta misión revelaba hasta qué punto Alonso había ganado un lugar de privilegio como hombre de confianza de la monarquía.
Capacidad militar y diplomática
La política de los Reyes Católicos implicaba una visión moderna del Estado, en la que la Iglesia era uno de los pilares de gobierno, junto al ejército y la administración. Alonso de Aragón encarnó esta visión con eficacia. En 1512, participó activamente en la guerra de anexión de Navarra, al frente de un ejército de 7.000 hombres, desplegado en Sangüesa como fuerza de apoyo. Aunque no intervino directamente en los combates, su capacidad logística y su fidelidad al plan estratégico del rey fueron fundamentales para el éxito de la operación.
Alonso no era solo un gestor clerical ni un político cortesano: también tenía formación en cuestiones militares y sabía ejercer el mando. Esta combinación de cualidades lo hacía un aliado indispensable para Fernando, especialmente en los últimos años de su vida, cuando los desafíos internos y externos requerían colaboradores versátiles.
En 1513, volvió a demostrar su dominio diplomático al firmar en Sevilla, por poder, los esponsales de su hija Ana con el joven duque de Medina Sidonia, Juan Alonso de Guzmán. El acto, además de resolver una alianza estratégica, reflejaba el control que Alonso mantenía sobre la proyección social de su familia, pese a su estatus eclesiástico.
Gobierno provisional tras la muerte del Rey Católico
La muerte de Fernando el Católico, el 23 de enero de 1516, planteó una situación de interregno en Aragón. El testamento del monarca asignaba a Alonso de Aragón la responsabilidad de gobernar Aragón y Sicilia hasta la llegada del joven Carlos de Gante, futuro Carlos I de España. Era el momento más alto de su carrera política, aunque también el más breve.
Entre 1516 y 1517, el arzobispo ejerció como regente, aunque las circunstancias no le permitieron desplegar un gobierno personal. El reino se encontraba en un compás de espera, expectante ante la llegada del heredero, y cualquier decisión de gran calado quedaba postergada. Sin embargo, su presencia en el cargo garantizó la estabilidad institucional y permitió una transición sin sobresaltos. La ausencia de conflictos durante este período es, en sí misma, un testimonio de su capacidad de gobierno.
En 1519, Alonso realizó su última gran contribución al aparato imperial: la organización de la defensa de las tropas imperiales en Italia, bajo el mando del célebre Próspero Colonna. La reunión tuvo lugar en Barcelona, y en ella Alonso de Aragón ejerció como estratega y consejero. Su habilidad política, unida a su experiencia militar, lo convertía en un puente ideal entre la vieja guardia de los Reyes Católicos y la nueva generación de los Austrias.
Últimos años de vida y muerte
En los últimos años de su vida, Alonso de Aragón mantuvo una intensa actividad tanto política como eclesiástica. A pesar de los efectos del envejecimiento y el desgaste de décadas en el poder, seguía ocupando cargos de alta responsabilidad y su figura aún pesaba en el escenario peninsular. En 1519, su participación en la preparación de la campaña imperial en Italia confirmó que seguía siendo una pieza clave del engranaje estatal.
Sin embargo, sus días estaban contados. Durante una visita pastoral a la localidad de Lécera, en la actual provincia de Zaragoza, Alonso enfermó repentinamente. Falleció el 23 de febrero de 1520, y su muerte marcó el fin de una era en la que los altos cargos eclesiásticos eran tan políticos como espirituales. Fue enterrado en un primer momento en el monasterio de Santa Engracia, aunque más tarde sus restos fueron trasladados a la Seo de Zaragoza, donde descansan hoy en una capilla propia, testimonio de su influencia duradera en la historia aragonesa.
Influencia cultural y artística
Lejos de limitarse a la política y la guerra, Alonso de Aragón también fue un mecenas entusiasta del arte y la literatura. Al estilo de los príncipes renacentistas italianos, convirtió su residencia episcopal en Zaragoza en un centro de irradiación cultural. Pintores, músicos y poetas encontraron allí protección, financiación y prestigio, gracias a las capellanías y rentas que el arzobispo asignaba con generosidad.
Entre sus acciones más notables destaca su correspondencia con figuras como Lucio Marineo Sículo y el cardenal Cisneros, así como la promoción de obras litúrgicas de gran belleza y valor histórico. Fue promotor de los Sínodos Diocesanos de Zaragoza en 1479, 1488, 1495, 1500 y 1515, reuniones que reforzaron la estructura administrativa y disciplinaria de la Iglesia local.
Bajo su mecenazgo se produjeron obras de gran trascendencia, como el Misal Cesaraugustano (Zaragoza, 1485), una pieza de exquisita factura editada por Paulo Hurus de Constanza, y las Ordinaciones de la Diputación del Reino de Aragón (Zaragoza, 1495), que ayudaron a estructurar el poder institucional del reino. Posteriormente, se publicaron otras obras litúrgicas vinculadas a su influencia, como el Breviario de Zaragoza (Venecia, 1496) y el Breviario de Valencia (1533), este último bajo el impulso de sus sucesores.
Proyección dinástica y eclesiástica
El legado de Alonso no se limitó a sus acciones en vida. Dos de sus hijos —Juan y Hernando de Aragón— heredaron el arzobispado de Zaragoza, y durante sus mandatos prolongaron tanto el mecenazgo cultural como la influencia política de la familia. Este linaje, aunque nacido fuera del matrimonio, se insertó plenamente en las élites nobiliarias y clericales del siglo XVI.
La hija de Alonso, Juana de Aragón, fue madre de San Francisco de Borja, uno de los grandes santos españoles del Renacimiento, lo que otorga a Alonso un lugar indirecto en la historia religiosa universal. Su otra hija, Ana, casada con el duque de Medina Sidonia, consolidó la alianza con una de las casas más poderosas de Andalucía. Así, el arzobispo bastardo logró construir una dinastía paralela dentro de la aristocracia y la jerarquía eclesiástica del Imperio.
Percepciones contemporáneas y posteriores
La figura de Alonso de Aragón ha sido objeto de interpretaciones divergentes a lo largo de los siglos. Para algunos historiadores, fue un colaborador dócil de la monarquía autoritaria, un hombre que sacrificó la independencia eclesiástica en favor del control estatal. Para otros, fue un político pragmático, consciente de que en un mundo en transformación, el poder eclesiástico debía adaptarse o desaparecer.
También ha sido visto como un personaje contradictorio: un clérigo no devoto, un padre de familia que no abandonó su dignidad religiosa, un noble vestido con ropas episcopales. Su vida refleja la ambigüedad de una época en la que las barreras entre lo espiritual y lo secular eran permeables, especialmente en los círculos de poder.
La historiografía más reciente ha revalorizado su papel, subrayando su eficacia como administrador, su contribución a la estabilidad del Reino de Aragón, y su capacidad para manejar situaciones de gran complejidad política. Lejos de ser un mero beneficiario de privilegios, Alonso fue un agente activo del cambio institucional en los albores del Estado moderno.
Legado perdurable en Aragón y España
Más de cinco siglos después de su muerte, Alonso de Aragón sigue siendo una figura clave para entender la transición entre la Edad Media tardía y el Renacimiento político en la península ibérica. Como arzobispo, gobernante, diplomático, militar y mecenas, encarnó el modelo de líder polivalente que requerían los tiempos de cambio.
Su vida nos recuerda que la historia no siempre está hecha por los legítimos ni por los santos. A veces, los bastardos con inteligencia y ambición, dotados de acceso al poder, pueden dejar huellas más profundas que muchos herederos legítimos. En el caso de Alonso, su impronta está presente en la estructura eclesiástica del Reino de Aragón, en el patrimonio cultural renacentista, y en la memoria política de un siglo decisivo para la configuración de la Monarquía Hispánica.
Su tumba en la Seo de Zaragoza no es solo un monumento funerario, sino un símbolo de poder, legitimidad y permanencia. En ella reposa un hombre que supo unir la mitra y la espada, y que, a pesar de su condición bastarda, gobernó como un auténtico príncipe de su tiempo.
MCN Biografías, 2025. "Alonso de Aragón(1470–1520): El Príncipe Bastardo que Gobernó con Mitra y Espada". Disponible en: https://mcnbiografias.com/app-bio/do/aragon-alonso-de [consulta: 5 de octubre de 2025].