Joaquín Abarca y Blaque: Obispo de León y figura clave en el carlismo

Joaquín Abarca y Blaque, nacido en Huesca en 1780 y fallecido en Lanzo (Turín) en 1844, fue un influyente eclesiástico español que desempeñó un papel crucial en los convulsos años del siglo XIX en España. Su trayectoria abarcó desde la cátedra universitaria y el episcopado hasta las altas esferas del poder en el movimiento carlista, donde llegó a ser ministro universal de Don Carlos. Su figura, profundamente marcada por su ideología antiliberal y tradicionalista, simboliza el nexo entre el poder eclesiástico y los conflictos políticos de su tiempo.
Orígenes y contexto histórico
Joaquín Abarca nació en el seno de una sociedad que pronto vería sacudidos sus cimientos por las guerras napoleónicas, las luchas constitucionales y las disputas dinásticas. Formado intelectualmente en su ciudad natal, Huesca, se doctoró en Derecho Civil y Canónico, y completó estudios de Jurisprudencia en Madrid, lo que le permitió integrarse con solidez en el ámbito jurídico y eclesiástico.
Los primeros años del siglo XIX en España estuvieron marcados por una profunda transformación política, desde el Antiguo Régimen hasta los intentos liberales de instaurar una nueva estructura constitucional. En este contexto, Abarca se posicionó firmemente contra las corrientes liberales, lo que provocó su encarcelamiento por parte de las tropas francesas en Zaragoza en 1808. Este encarcelamiento no hizo más que reafirmar su compromiso con los valores del absolutismo y la tradición católica, que defendería con convicción el resto de su vida.
Ascenso eclesiástico y político
Tras ejercer como abogado y catedrático, obtuvo el cargo de procurador general cerca de la corte eclesiástica. Posteriormente, accedió a la plaza de canónigo doctoral en la catedral de Tarazona, y en 1822 fue elegido por el cabildo para dirigir la diócesis tras el destierro del obispo titular. Sin embargo, su ideología antiliberal lo obligó a huir a Francia, país donde permanecería hasta que cambió el rumbo político en España.
La suerte de Abarca cambió con la restauración absolutista de Fernando VII, quien lo nombró obispo de León el 27 de septiembre de 1824. La estrecha amistad que le unía a Calomarde, figura clave del absolutismo fernandino, fue determinante en su ascenso. A los pocos meses de ser nombrado obispo, Fernando VII lo incorporó también al Consejo de Estado, consolidando su poder tanto eclesiástico como político.
Implicación en el carlismo y momentos clave
El compromiso de Abarca con la causa tradicionalista se acentuó durante los últimos años del reinado de Fernando VII. En 1832, su nombre comenzó a sonar con fuerza vinculado a los sucesos de León, considerados como uno de los preámbulos de la Primera Guerra Carlista. Ante la creciente tensión, el gobierno lo instó a regresar a su diócesis, pero el 18 de enero de 1833 huyó a Portugal, y poco después se integró en el cuartel general de Don Carlos, el pretendiente carlista al trono de España.
Allí recibió el nombramiento de ministro universal, convirtiéndose en uno de los máximos responsables de la estrategia política y diplomática del carlismo. Sus gestiones se extendieron a Francia e Inglaterra, donde trató de recabar apoyos para la causa. En 1836, aunque estuvo a punto de ser detenido por las autoridades francesas, logró llegar a las provincias Vascongadas, refugio habitual de los carlistas.
En ese mismo año, el papa Gregorio XVI le otorgó jurisdicción sobre los sacerdotes y religiosos incomunicados por motivos religiosos de sus ordinarios, un gesto que reforzaba su autoridad eclesiástica en un contexto de guerra y división.
Sin embargo, su creciente poder también generó tensiones dentro del propio bando carlista. En 1839, tras enemistarse con Maroto, uno de los principales generales carlistas, Abarca se vio forzado a exiliarse nuevamente. Esta ruptura interna debilitó al movimiento y marcó el ocaso de su participación activa en la contienda.
Persecución y condena
El compromiso absoluto de Abarca con la causa carlista le convirtió en objetivo del gobierno liberal. El 16 de febrero de 1836, fue condenado a muerte en rebeldía por las autoridades liberales, aunque con la condición de ser escuchado antes de ejecutarse la sentencia si llegaba a ser capturado. Esta excepción legal fue objeto de disputa por parte del fiscal José Alonso, pero su intento de eliminarla no prosperó.
A pesar de la condena, Abarca logró eludir la captura gracias a su continua movilidad entre Francia, Portugal y el País Vasco, así como a la protección de sectores afines al carlismo. Su vida en el exilio se prolongó hasta su muerte en 1844 en Lanzo, cerca de Turín, lugar que acogió a muchos de los derrotados del bando carlista.
Relevancia actual
La figura de Joaquín Abarca y Blaque destaca por su papel como clérigo comprometido políticamente, algo habitual en la España del siglo XIX, donde la Iglesia Católica jugó un rol protagonista tanto en la defensa del Antiguo Régimen como en la resistencia contra el liberalismo. Su actuación como obispo, consejero de Estado, ministro de Don Carlos y diplomático carlista lo convierten en un símbolo del tradicionalismo español, especialmente en su vertiente más intransigente y combativa.
Además, su vida ilustra cómo los altos cargos eclesiásticos podían convertirse en actores políticos determinantes, interviniendo directamente en guerras civiles y decisiones de Estado. En su caso, la conexión directa con personajes como Fernando VII, Calomarde, Don Carlos, Gregorio XVI y Maroto refleja su profunda implicación en los procesos históricos más significativos de su época.
En la actualidad, su figura es objeto de estudio por parte de historiadores especializados en el carlismo y la historia eclesiástica, así como en investigaciones centradas en la participación del clero en los conflictos armados del siglo XIX. Abarca representa la voz de quienes, desde la fe, defendieron con ahínco una visión del mundo opuesta al cambio político liberal, configurando una resistencia que perduraría durante décadas.
Un legado de fe y lucha por la tradición
El legado de Joaquín Abarca y Blaque se cimenta en su inquebrantable fidelidad a los valores tradicionales y su compromiso con una España regida por el absolutismo y la ortodoxia católica. Su papel como obispo de León, aliado de los sectores más conservadores del Estado, y posteriormente como líder carlista, muestra su capacidad para influir tanto en el ámbito religioso como en el político.
Su vida fue una constante lucha por evitar el avance del liberalismo y preservar el modelo monárquico tradicional. Condenado, exiliado, perseguido y finalmente apartado del poder, Abarca no cejó en su empeño, convirtiéndose en uno de los rostros más representativos del clero militante del siglo XIX. Su nombre queda vinculado de manera inseparable a las guerras carlistas, al absolutismo fernandino y a la resistencia eclesiástica frente a la modernidad.
Hoy, su figura es un testimonio de una época de profundas divisiones ideológicas, donde la Iglesia y el Estado caminaban juntos en defensa de un orden que se desmoronaba. Joaquín Abarca y Blaque fue, en definitiva, uno de los últimos grandes defensores de la España tradicional, cuyo recuerdo pervive como símbolo de una lucha intensa y apasionada por la fe, la monarquía y la tradición.
MCN Biografías, 2025. "Joaquín Abarca y Blaque: Obispo de León y figura clave en el carlismo". Disponible en: https://mcnbiografias.com/app-bio/do/abarca-joaquin [consulta: 2 de octubre de 2025].