Weyler y Nicolau, Valeriano (1838-1930)


Militar español, nacido en Palma de Mallorca en 1838 y muerto en Madrid en 1930. Sus primeros pasos en el ámbito castrense los dio en el Colegio de Infantería de Toledo y, en 1861, una vez terminados los estudios militares, fue nombrado capitán del Estado Mayor. Dos años más tarde pidió el traslado a Cuba, donde participó en la campaña de Santo Domingo, que le mereció la Laureada de San Fernando por sus muchos méritos. En 1868, ya con el rango de coronel, volvió a Cuba para dirigir el Batallón de Cazadores de Valmaseda.

Con la proclamación de la Primera República, Weyler luchó contra los carlistas. Derrotó a Santés en diciembre de 1873, lo que le valió el ascenso a mariscal de campo. Durante la Restauración su ascensión prosiguió, fue nombrado teniente general y se le adjudicó la Capitanía General de Canarias, que ocupó durante el período comprendido entre 1878 y 1883. Años más tarde, en 1888, dirigió la Capitanía General de Filipinas, hasta 1893. En su vuelta a España sirvió en Cataluña, tratando de sofocar los numerosos atentados anarquistas que se producían en aquella ciudad.

Cuando la guerrra de independencia cubana se estaba enquistando para el gobierrno canovista, se pensó que Weyler era la figura idónea para mandar las tropas allí destacadas, de forma que, en 1896, llegó a la isla para sustituir al fracasado Martínez Campos. Weyler era muy severo, obstinado, serio, inteligente en la batalla y, sobre todo, inhumano. Su figura respondía a lo que mandaba la situación: en una guerra de guerrillas se necesitaba alguien que entrase a sangre y fuego, que llevase a cabo una guerra total. Personalmente, era puritano en exceso, capaz de hacer lo más grandes sacrificios por llevar a cabo su labor. Se trataba a sí mismo como un soldado raso, sin concederse los privilegios que tenían los oficiales; contrariamente a la tradición castrense, no fumaba ni bebía licores fuertes. En su personalidad, se podían encontrar tremendas contradicciones. Era cruel y despiadado con las personas pero, al mismo tiempo, amaba tanto a los caballos, que incluso mantenía una caballeriza en Madrid en la que evitaba que fueran conducidos al matadero. Weyler tuvo mucho predicamento entre los oficiales más jóvenes y ambiciosos.

En los planes de Weyler estaba acabar con la insurrección en dos años. Su primer objetivo en la isla era aislar al rebelde Maceo, al que consideraba el más peligroso para los intereses españoles al tener este el apoyo de los negros. De esta manera fortificó una línea que atravesaba la isla de norte a sur. Su siguiente paso iba a ser la división de Cuba en sectores. Para que la caballería fuera más eficaz, Weyler la repartió mejor. Además, cambió el sable reglamentario por el machete, más útil en la sierra cubana. Trató de que los batallones de cada posición fueran autosuficientes. En el campo redujo el número de puestos militares, por lo que las poblaciones pequeñas fueron defendidas por guarniciones de voluntarios. Estos voluntarios en muchos casos eran contraguerrilleros cubanos. Pero su gran legado en la isla, y lo que le valió su fama de sanguinario, fue la concentración de toda la población en las zonas militares. Estos fortines que reunían a la población tenían como objetivo la defensa. El abastecimiento de estos nuevos núcleos de población se hizo mediante zonas especiales de cultivo. Al poco tiempo de la llegada de Weyler a Cuba, este la había convertido en un enorme campo de concentración. Esto lo completó con promulgación de diversos decretos que regulaban la movilidad de las personas. Los delitos de traición fueron castigados con el fusilamiento; todas las comunidades del este de la isla fueron intensamente registradas; otorgó poderes judiciales a los jefes militares para llevar a cabo juicios sumarísimos contra toda persona que no observara sus decretos. Weyler tenía claro que, si se seguía con severidad su política, la riqueza agrícola de la isla quedaría totalmente aniquilada, por lo que los rebeldes tendrían que rendirse.

Su plan de aislar a Maceo fue un fracaso. La presencia de Weyler hizo, además, que la Junta de Nueva York decidiera mandar más material y armas a la isla en apoyo de los insurgentes. Además, la prensa norteamericana se encargó de que todo el mundo conociera las atrocidades que el general español estaba llevando a cabo. Tanto el sensacionalista Journal, de Hearts, como el World de Pulitzer publicaron toda clase de artículos, muchos de los cuales estaban falseados, de tal forma que pronto se conocería a Weyler como el Carnicero. A pesar de toda esta campaña, Weyler no se amilanó y, el 21 de octubre de 1896, ordenó la concentración de todos los habitantes de Pinar del Río que vivían en en exterior de los fortines españoles. De no cumplir en ocho días esta orden toda persona que transitase en el exterior sería considerada rebelde y fusilada; se prohibió el comercio de alimentos de una población a otra, salvo permiso expreso del mando español, y, asimismo, se requisó todo el ganado de la isla.

Cuando en octubre de 1897 el Partido Liberal, encabezado por Sagasta, llegó al poder, una de sus primeras decisiones fue retirar de la posición cubana a Weyler, quien no sólo tenía mala prensa en Estados Unidos, sino también en España. A partir de esos momentos desempeñó diversos puestos en la estructura militar en España; fue nombrado ministro de Guerra durante el período comprendido entre 1901 a 1905, y en 1907. En 1905, ya en posesión de dicho cargo, no obedeció las órdenes del gobierno, ante los continuos ataques que estaba sufriendo el ejército por los numerosos escándalos de corrupción. Los oficiales no estuvieron tranquilos hasta que el rey les garantizó que defendería sus intereses. En 1909 fue el general que estuvo al mando de la represión llevada a cabo en Barcelona conocida como la Semana Trágica. El 23 de enero de 1910 fue ascendido al rango de Capitán General. En 1916 se hizo cargo de la Jefatura del estado Mayor Central del Ejécito, pero en 1925, con la dictadura de Primo de Rivera, y por su abierta oposición a éste y a su régimen, dimitió de su cargo e incluso tomó parte activa en la sanjurjada que trató de derrocar al dictador.

Bibliografía

  • HUGH THOMAS. Cuba. La lucha por la libertad 1762-1970. (Vol.1, De la dominación española a la dominación norteamericana, 1762, 1909). (Barcelona, 1973).

  • PORTUONDO DEL PRADO, Fernando: Historia de Cuba. (La Habana, 1853).