Speke, John Hanning (1827-1864).
Explorador inglés, nacido en Bideford (Reino Unido) el 3 de mayo de 1827 y muerto cerca de Corsham, Wiltshire, el 16 de septiembre de 1864, que dedicó la mayor parte de sus exploraciones a localizar las legendarias fuentes del Nilo, que ya aparecían en los mapas de Ptolomeo. Según éste, el Nilo nacía de dos lagos situados al S del Ecuador y que, a su vez, recibían sus aguas de los montes de la Luna.
Con 17 años entró en el Ejército, sirvió en las Indias y tomó parte en la campaña contra los sijs, haciendo ya entonces interesantes expediciones al Himalaya y al Tíbet. En 1854 formó parte de la expedición a la Somalandia, conducida por Richard Francis Burton, y resultó gravemente herido en 1855. Más tarde, en 1856 Burton y Speke, emprendieron un viaje al corazón de África, cuyo objetivo era buscar las fuentes del río Nilo. Partieron de Zanzíbar y llegaron a Kaze a finales de 1857, pero, poco después, a principios de 1858, tuvieron que detenerse durante bastante tiempo a orillas de un lago al que Burton denominó Tanganica (‘lugar de encuentro de las aguas’). Speke decidió seguir las exploraciones por su cuenta y en julio de 1859 visitó un lago al N, al que los indígenas denominaban Nyanza y al que Speke dio el nombre de Victoria, en honor a la reina de Inglaterra. Dicho lago, de aproximadamente 70.000 km2, la superficie aproximada de Baviera, fue considerado por Speke con toda certeza la fuente del Nilo Blanco; sin embargo, dada la gran extensión de aquella masa de agua, le fue imposible decidir si se hallaba frente a un gran lago o ante una vastísima extensión de lagos reunidos.
A su vuelta el 25 de agosto de ese año, cargado de detallados planos y apuntes, comunicó a su amigo el descubrimiento de las fuentes del Nilo, pero Burton se mostró escéptico:
«Hemos desayunado escasamente antes de que me anunciara el asombroso hecho de que él había descubierto las fuentes del Nilo. Quizás fue una inspiración: en el momento en el que vio el Nyanza no tuvo duda alguna que del lago que se encontraba a sus pies nacía ese interesante río que ha sido objeto de tantas especulaciones y el objetivo de tantos exploradores. La convicción del afortunado descubridor era fuerte; sus razones eran débiles.»
A su regreso a Inglaterra, Speke obtuvo el mando de una expedición, financiada por la Real Sociedad Geográfica de Londres, que tenía por objeto demostrar la veracidad de sus hallazgos. Decidido a recorrer el lago, explorar los afluentes y las divisorias de las aguas de la región del lago Victoria, partió el 24 de enero de 1861 hacia el centro de África en compañía de James Grant. En 1862 descubrieron unas cataratas en el lugar en donde el Nilo abandona el lago, a las que llamaron cataratas Ripon:
«25. 7. 1862. Siguiendo por la izquierda del Nilo, aguas arriba y a considerable distancia de la orilla, llegué a un lugar cubierto de maleza y de plantaciones de plátanos. Nango, un antiguo conocido, nos enseñó las cercanas cataratas del Nilo eran de una belleza extraordinaria, pero muy turgentes. El agua corría profunda entre las orillas, cubiertas de delicadas hierbas de entre las cuales se alzaban acacias de hermosas flores y guirnaldas de magnificas campanillas de color lila. De trecho en trecho, donde el suelo sobresalía de los rápidos, podían verse manchas peladas de tierra de un rojo intenso. Velase también el agua, detenida por un dique natural, semejante a enorme balsa de molino, turbia y oscura y donde dos cocodrilos se agitaban en busca de alguna presa. Desde las altas orillas veíamos en el fondo una cadena de pequeñas islas cubiertas de bosque salpicadas constantemente por el choque de las aguas que se partían al llegar al obstáculo, formando a su vez nuevos rápidos. El conjunto era casi irreal, legendario y más romántico -he de confesar que mis pensamientos daban este singular salto- que todo cuanto yo había visto hasta entonces, excepto en el teatro. Realmente aquél era el preciso lugar donde en una noche de luna, los bandoleros, después de atravesar el río saltando temerariamente de roca en roca, se reunirían para concertar alguna tragedia horrible. Incluso los wanguana parecían arrobados en la contemplación de la belleza única del panorama; ninguno de ellos pensaba en moverse hasta que el hambre nos recordó que llegaba el crepúsculo y que era cosa de volver al campamento. […] Fuimos bien recompensados, pues las ‘piedras’, como llaman los waganda a las cataratas, constituían el espectáculo más interesante, sin comparación, de cuantos me ha proporcionado el África. Todos corrían para contemplarlo, a pesar de que la marcha había sido larga y extenuante; hasta mi cuaderno de dibujo fue puesto a contribución. La vista era maravillosa, pero no precisamente la que yo había esperado, pues la vasta extensión del lago quedaba oculta por un promontorio montañoso y los rápidos, que tendrán unos 12 pies de profundidad y de 400 a 500 de anchura, se hallaban cortados por las peñas. Con todo era un panorama que cautivaba horas enteras: el rugido del agua, los millares de peces avanzando veloces y saltando la catarata con toda su fuerza, los pescadores wasoga y waganda que, llegados en botes, se hablan situado con sus anzuelos y arpones en todos los puntos propicios, los hipopótamos y cocodrilos dormitando en el agua, las balsas trabajando aguas arriba de los rápidos, y los ganados, conducidos al abrevadero en la orilla del lago: todo eso me ofrecía la amable naturaleza del país -colinas diminutas cubiertas de altas hierbas, árboles en los valles y jardines en las laderas-, un cuadro tan múltiple y variado que no había más que pedir.«
Alcanzado su objetivo inició el camino de regreso siguiendo el curso del río, pero la hostilidad de los indígenas se lo impidió. A lo largo de esta travesía se encontró con Samuel Baker en Gondokoro, otro explorador inglés que estaba realizando el camino a la inversa. Al llegar a Khartum telegrafió a Londres el resultado de su expedición:
«El Nilo ha sido fijado. La expedición había dado cima a su misión. Yo había visto que el viejo padre Nilo sale sin duda del Victoria-Nyanza y que el lago, tal como había ya predicho, es la gran fuente del río sagrado. Me entristecía, sin embargo, el pensamiento de las cosas que me había perdido por causa de las vacilaciones durante el camino y de que me había privado del placer de avanzar hasta el ángulo NE del lago, para cerciorarme de la comunicación existente, por la ‘ruta’ tan frecuentemente mencionada, con el otro lago, del cual extraen los waganda la sal y que parece dar nacimiento a otro río que fluye hacia el N. Pero en el fondo comprendía que debía darme por satisfecho con lo que me había sido dado conseguir. Había visto toda una mitad del lago y poseía sobre la otra mitad informes tan completos que mi conocimiento del lago era perfecto, cuando menos por lo que afectaba a cuestiones fundamentales de importancia geográfica.«
La Royal Geographical Society organizó un careo público entre Speke y Burton, principal detractor de los descubrimientos de Speke; sin embargo, el 16 de septiembre de 1864, un día antes de dicha comparecencia de Burton y Speke ante el público, Speke moría de un disparo en una cacería. Su propia arma se había disparado y nunca se supo si fue un suicidio o un accidente.
Speke publicó Lo que nos condujo al descubrimiento de las fuentes del Nilo (1864) y Diario del descubrimiento de las fuentes del Nilo (1863).
Bibliografía
-
TREUE, W. La conquista de la Tierra. Barcelona, Ed. Labor, 1948.