Tirpitz, Alfred von (1849-1930).
Almirante alemán y protagonista fundamental en la Primera Guerra Mundial. Nació el 19 de marzo del año 1849, en Küstrin, Prusia (en la actualidad Kostrzyn, Polonia), y murió el 6 de marzo del año 1930, en la ciudad bávara de Ebenhausen, próxima a Munich. Entre los años 1897 a 1916 fue ministro de la Armada alemana. Gracias a él, Alemania levantó una potente armada, tan sólo superada por la de Gran Bretaña. Defensor de la guerra marítima total, fue el responsable del trágico hundimiento del transatlántico británico Lusitania, en mayo del año 1915, que acabó costándole el puesto y su prestigio. En el año 1911 fue distinguido por el emperador Guillermo II con el rango de Gran Almirante.
Una carrera militar fulgurante
Hijo de un funcionario del Estado prusiano, Tirpitz se alistó en la Armada prusiana en el año 1865, con el rango de guardiamarina, tras lo cual ingresó como alumno en la prestigiosa Kiel Naval School, de donde salió como oficial, en el año 1869. Después de servir como comandante de un torpedero y como inspector general de una escuadra de torpederos, Tirpitz, apasionado por el estudio del uso de la aplicación de proyectiles en los buques de guerra, tuvo la ocasión de demostrar su habilidad en tecnología armamentística naval, circunstancia que llamó la atención del almirante Stosch, quien por aquel entonces era ministro de Marina, el cual nombró a Tirpitz jefe de la Alta Comandancia Naval. En este relevante puesto, Tirpitz estableció una serie de talleres estatales encargados de la construcción de la nueva armada alemana, con el objeto de independizar al propio Estado de los constructores civiles o privados, los cuales tan sólo miraban por su propio beneficio. El resultado favorable de tal iniciativa no se hizo esperar al aumentar considerablemente la fabricación de los nuevos barcos de guerra alemanes. Entre los años 1886 y 1887, se le encomendó el mando de un escuadrón que surcó las aguas del sureste asiático y que tenía como finalidad la fundación de puertos alemanes estratégicos con miras al dominio del Pacífico. Tirpitz eligió la base estratégica de Tsingtao, que se convirtió posteriormente en la base naval alemana más importante de la zona. La carrera militar de Tirpitz siguió subiendo de manera imparable como consecuencia natural de unas grandes dotes de mando y por su talento organizativo, conocido por todo el Alto Mando militar alemán. Así pues, en el año 1890, fue elegido jefe del Estado Mayor de la escuadra alemana en el Báltico, éxito que culminó con su nombramiento, en junio del año 1897, como secretario de estado del Departamento Imperial de la Marina (ministro de marina). Se dio inicio, de este modo, a dos décadas de oro en su carrera militar como máximo responsable del Imperio naval alemán y gran colaborador del emperador Guillermo II, quien siempre le tuvo en considerable estima.
Como mando supremo de la escuadra alemana, Tirpitz no cesó de aumentar la flota alemana, aunque no sin grandes dificultades provenientes del Parlamento y de los propios generales alemanes, las cuales pudo solventar gracias a su notable habilidad política. Tirpitz apeló al patriotismo alemán, tan en alza en aquellos momentos de tensión prebélica, para crear la Liga Naval, que en pocos años contó con más de un millón de miembros, a la par que introdujo la primera ley naval, en el año 1898, para la reorganización y rearme del poder naval de Alemania. La nueva ley promovió la construcción acelerada de una verdadera flota de guerra, que consistía en un buque insignia, dieciséis acorazados, ocho guardacostas y una escuadra de veintiséis cruceros cortos y nueve largos. La nueva flota estuvo lista y a punto para surcar las aguas en el año 1904. En un principio, los nuevos buques alemanes se construyeron para hacer frente a un posible ataque contra Rusia y Francia, enemigos principales de Alemania en el continente, pero, a medida que la escalada prebélica fue subiendo enteros en toda Europa, a lo que se sumó la entrada en escena de Inglaterra, Tirpitz creyó necesario la construcción de una armada que aumentase aún más la capacidad de ataque de Alemania. Así pues, en el año 1900, Tirpitz logró que el reticente Parlamento alemán aprobase su segunda ley naval, por la que se construyeron dos buques insignias, treinta y seis acorazados, once cruceros largos y treinta y cuatro cortos; esto provocó un serio recelo en Inglaterra, que veía amenazada su superioridad naval de siempre. Tanto Inglaterra como Francia respondieron a la latente amenaza alemana con una política de acercamiento y de cordialidad entre ambos países que se plasmó en el año 1904, con la firma de un acuerdo de alianza y ayuda mutua ante amenazas de otros países, al que muy pronto se adhirió la Rusia imperial en el año 1908. Por otra parte, el programa naval británico del almirante Fisher permitió botar, en el año 1906, un nuevo barco conocido como Dreadnaught, acorazado que por su alta tecnología y modernidad superaba a todos los fabricados hasta la fecha. Tirpitz, alarmado por la respuesta naval inglesa, sacó a la luz su tercera ley de reconstrucción naval, la cual aprobó la construcción de ocho Dreadnaught para la Armada alemana, iniciativa que volvió a levantar serias voces de protesta dentro del propio Estado Mayor alemán y del país en general, que acusaban a Tirpitz de embarcarse en un programa armamentístico ruinoso para el país en lo económico y, sobre todo peligroso pues sólo servía para aumentar considerablemente los riesgos de entrar en una guerra total, para la que Alemania aún no estaba preparada.
La carrera armamentística: los submarinos.
Con la Entente Cordiale establecida en el año 1908 entre Rusia, Inglaterra y Francia, y con la manifiesta superioridad naval de Inglaterra que dominaba los mares abiertos y constreñía los movimientos de Alemania a pesar del gran esfuerzo que había realizado Tirpitz, el gobierno alemán se vio abocado a un cambio radical en la dirección de su política naval. El kaiser Guillermo II, asesorado por Tirpitz, lanzó la idea de construir una "flota de riesgo", capaz de tomar represalias frente a la inglesa, máxime cuando Inglaterra comenzó a fabricar los modernos Dreadnaught y, sobre todo, a partir del incidente de Agadir, en el año 1911, por el que el primer ministro británico, Lloyd George, amenazó a Alemania con apoyar sin reservas a Francia en caso de una nueva provocación por parte alemana.
Con el total apoyo del emperador, Tirpitz se embarcó con verdadero entusiasmo en la construcción de los submarinos como única arma válida para vencer la supremacía británica en los mares, a la vez que se le brindó la oportunidad de poner en práctica sus amplios conocimientos sobre balística submarina y, concretamente, sobre el torpedo, arma novísima inventada en el año 1870 y que acabó por convertirse en la gran pesadilla de los barcos aliados. Además, Tirpitz realizó un exhaustivo estudio sobre la fabricación de estos aparatos en el que se reveló que su construcción resultaba mucho más barata y fácil que la de los acorazados, máxime para un país con buena técnica como Alemania, país totalmente industrializado.
Entre los años 1906 a 1913, los astilleros alemanes construyeron sus primeros submarinos de la serie Desiderata, con motor Diesel y capaces de alcanzar una velocidad de 15 nudos en superficie y de 10,5 en inmersión, dotados de lanzatorpedos de 55 cms de calibre. Cuando la guerra estalló, los veintiocho submarinos de Tirpitz que constituían toda la flota de inmersión eran nuevos y dotados de lo más avanzado de la tecnología armamentística del momento; aunque nadie sabía, sin embargo, qué clase de guerra podían hacer aquellos hombres que navegaban sumergidos entre tubos y válvulas, ya que la noción de guerra bajo el agua era totalmente inédita, aunque, eso sí, los torpedos que llevaban les proporcionaban una capacidad ofensiva considerable.
Los militares alemanes se volvieron a quejar de los excesivos gastos proporcionados por la política de rearme naval acometida por Tirpitz, alegando que la construcción acelerada de submarinos disminuía notablemente los recursos del ejército de tierra. Cuando la ofensiva del frente francés fracasó en la batalla del Marne, el 6 de septiembre del año 1914, tanto el Estado Mayor como la Marina necesitaron justificarse. Pero la ocasión del desquite le llegó a Tirpitz dos semanas más tarde, el 12 de septiembre, cuando el submarino alemán U-9 hundió a los cruceros británicos Abonkir, Hogue y Cressy, en menos de dos horas, lo que suscitó la euforia en el Alto Mando alemán, que Tirpitz se apresuró en aprovechar para seguir con su política de rearme naval.
Poco después, el 8 de diciembre del mismo año, la flota de riesgo alemana fue batida por los acorazados ingleses de las Malvinas. Tirpitz optó entonces por replegar sus barcos de superficie al Báltico y mantenerlos en reserva, medida que dejó el mar en manos británicas para su práctica tradicional en la guerra marítima: el bloqueo del continente. Tirpitz prefirió responder con la acción submarina, embarcándose en una guerra total contra todos los buques con bandera aliada, incluyendo también a los mercantes, barcos comerciales y civiles.
A principios del año 1915, Tirpitz comenzó la campaña submarina, dando prioridad industrial a los submarinos, de los que Alemania llegó a fabricar un total de 400 durante todo el conflicto. Estos nuevos submarinos mejoraron, en la técnica de ataque y en los materiales de los que estaban construidos, a los antiguos Desiderata, con un tonelaje entre las 700 y 900 toneladas, propulsados en superficie por dos motores Diesel de 1.000 C.V. cada uno y, en inmersión, por dos motores eléctricos de 500 a 600 C.V. con cuatro tubos capaces de disparar a unos siete kilómetros de distancia gracias a su potente periscopio de ocho metros.
La eficacia del bloqueo naval británico y su incidencia sobre la población civil, indefensa y aquejada de hambre, incitó a los alemanes a confiar cada vez más en la guerra submarina desatada por Tirpitz como represalia. El Gobierno de Bethmann-Hollweg no se decidió a declarar una campaña submarina total, por el temor de que Estados Unidos se viera empujado a entrar en la guerra, circunstancia que irritó notablemente a Tirpitz, puesto que estaba plenamente convencido de que si se empleaban sus submarinos sin contemplaciones, aprovechando la ventaja adquirida en ese campo sobre Inglaterra, se destruiría el comercio británico y el avituallamiento de los aliados, a la par que se podían librar del terrible bloqueo inglés sobre las costas alemanas.
El hundimiento del transatlántico Lusitania.
A pesar de la postura moderada defendida por el Gobierno de Bethmann, un amplio sector de los mandos militares presionó al emperador para que la guerra submarina alcanzase cada vez cotas más altas. Por consiguiente, sin abandonar por completo la construcción de navíos de superficie, Tirpitz prosiguió con la acelerada construcción de submarinos.
El 7 de mayo del año 1915, ocurrió uno de los episodios decisivos de la guerra con el hundimiento del transatlántico británico Lusitania por el submarino alemán U-20 que navegaba a pocas millas de la costa sureste de Irlanda. El Lusitania, buque de 32.000 toneladas, fue alcanzado por un primer torpedo que le alcanzó de lleno en la proa, para recibir, poco después, un segundo impacto que acabó por hundir al buque. De los 1.959 pasajeros que viajaban a bordo, tan sólo consiguieron salvarse unos 700. Este trágico suceso tendría importantes repercusiones en el posterior devenir del conflicto, pues 128 de las víctimas eran norteamericanas, lo que sirvió para reavivar las tendencias que en Estados Unidos propugnaban por la entrada de lleno en el conflicto a favor de los aliados. La conmoción causada por la noticia provocó manifestaciones antigermánicas en todos los Estados Unidos y en el resto del mundo. El presidente norteamericano, Woodrow Wilson, envió una enérgica protesta a Berlín en la que exigía a Alemania que reconociera que había violado el derecho internacional de las aguas; además, demandaba el pago de una elevada indemnización y la depuración inmediata de los responsables directos del ataque, es decir, de Alfred von Tirpitz, en calidad de jefe supremo de la Armada alemana. Alemania se defendió alegando que el Lusitania transportaba material bélico destinado a los aliados, dato que resultó ser cierto, por lo que el hundimiento constituyó un acto de legítima defensa en tiempos de guerra. Sin embargo, más allá de toda argumentación jurídica, el emperador Guillermo II se vio obligado a promulgar un decreto, hecho público el 6 de junio, por el que Alemania se comprometía a renunciar parcialmente a la guerra submarina, ya que no interesaba, bajo ningún concepto, la posible entrada de Estados Unidos en la guerra.
La medida decretada por el kaiser provocó un gran malestar en la marina alemana, especialmente en Tirpitz, quien en vista de la situación y de la gran presión en contra de su persona y programa militar, acusado de ser el único responsable directo de la acción, pidió la dimisión de su cargo, que le fue admitida el 17 de marzo del año 1916. A partir de esta fecha no desempeñaría cargo alguno de importancia dentro del engranaje bélico alemán.
Una vez fuera de los asuntos directos de la guerra, Tirpitz vio alarmado cómo se perdía la moral de las tropas alemanas en todos los frentes de guerra, lo que conduciría al desastre total y a una derrota sin paliativos. Tirpitz se convirtió en el portavoz del pujante movimiento de corte nacionalista y patriótico que surgió en Alemania tras la guerra, conocido con el nombre de Partido de los Padres de la Patria. Fue elegido diputado del Reichstag entre los años 1924 a 1928, representando al Partido Nacional del Pueblo Alemán, pero debido a la nueva situación por la que atravesaba Alemania, humillada política y económicamente en el Tratado de París del año 1919, y a la gran transformación de la sociedad europea surgida de la guerra, las ideas defendidas por Tirpitz fueron vistas como excesivamente caducas y trasnochadas. Retirado de toda actividad pública en el estado de Baviera, finalmente murió en Ebenhausen, el año 1930.
La contribución de Alfred von Tirpitz a la Alemania moderna fue enorme. Gracias a él, junto con Moltke el Viejo y el canciller Otto von Bismarck, la Alemania del siglo XIX pudo salir de su secular ostracismo y conservadurismo para convertirse en una gran potencia europea. Con la organización del ejército prusiano en una maquinaria de guerra modernizada y temible a cargo de Moltke, la construcción de una poderosa Armada por parte de Tirpitz, y la aplicación de una política nacional e internacional influyente y audaz a cargo del mariscal Otto von Bismarck, Alemania entró en el siglo XX con voz propia y como nación cohesionada a la que había que tener en cuenta en la complicada política europea del momento.
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