Fernando III. Rey de Castilla y de León (1201-1252)
Rey de Castilla (1217-1252) y de Castilla y León (1230-1252), apodado el Santo, nacido en la villa de Valparaíso, provincia de Zamora, el 19 de agosto del año 1201, y muerto en Sevilla, el 30 de mayo del año1252. Fue hijo de Alfonso IX de Leóny de la infanta castellana doña Berenguela, hermana del rey de Castilla Enrique. Bajo su reinado se consumó la reunificación en una sola corona de Castilla y León, separadas casi un siglo antes tras la muerte de Alfonso VII.
En el año 1204, el matrimonio entre Alfonso IX de León y doña Berenguela fue declarado nulo por el papa Inocencio III, debido al grado de parentesco de los cónyuges. Inocencio III amenazó al rey de León con el entredicho eclesiástico si no rompía su unión, a lo que ambos tuvieron que ceder. Tal circunstancia provocó que el infante Fernando, que había sido criado hasta la fecha junto a su madre, se tuviera que marchar a la corte leonesa con su padre.
El 6 de junio del año 1217 murió Enrique de Castilla sin dejar descendencia alguna, por lo que su hermana doña Berenguela fue declarada su sucesora en el trono castellano. La infanta doña Berenguela, acto seguido, mandó llamar a su hijo, al que traspasó la corona de Castilla, en una ceremonia llevada a cabo en la ciudad de Valladolid, apoyándose en un documento sacado del archivo de la catedral de Burgos por el que parecía ser ésta la voluntad de Alfonso VIII.
El reconocimiento como rey de Castilla de Fernando III encontró pronto una gran oposición concretada en la figura del alférez mayor del reino, don Álvar Núñez de Lara, quien acudió a Alfonso IX para que le apoyara en su reivindicación, sabedor de la firme política anticastellana del rey leonés. El sublevado alférez montó un ejército poderoso con el que invadió el reino de Castilla, presentándose con celeridad hasta las puertas de la misma ciudad de Valladolid. Fernando III y su madre, no pudiendo resistir la invasión, se retiraron hacia Burgos, desde donde lanzaron varias propuestas de paz al partido rebelde.
Alfonso IX de León se entrevistó con su hijo en Burgos, tras lo cual se firmó una tregua, el 11 de noviembre de ese mismo año, por la que Fernando III reconoció a su padre la posesión de varias ciudades y villas castellanas de importancia (Villagarcía, Ureña, Villalar, etc), a la par que se hizo cargo de la deuda de 11.000 maravedíes que el difunto rey Enrique I debía al rey de León, su padre. Fernando III también tuvo que garantizar los bienes y señoríos a la casa de los Lara, la auténtica beneficiada en el embite.
Doña Berenguela, en aras de asegurar lo mejor posible la posición de Fernando III, arregló la boda de su hijo con la princesa alemana Beatriz de Suabia, con lo que enlazó la dinastía de los reyes castellanos con la dinastía imperial germana y jefa de la facción gibelina. La boda se celebró en la catedral de Burgos, el día de San Andrés, el 30 de noviembre del año 1219, y de este enlace nacerían diez hijos, siete varones y tres hembras.
En el año 1218, don Álvar Núñez de Lara volvió a levantarse en contra del rey, convenciendo de nuevo al rey de León, Alfonso IX, en su empeño por derribar del trono a Fernando III. Tras una serie de combates y encuentros, todos ellos favorables al noble rebelde, éste murió repentinamente cuando se disponía a asaltar el castillo de Castrejón, lugar en el que se habían refugiado don Gonzalo Ruiz Girón, don Lope Díaz de Haro y don Alfonso Téllez de Meneses, caballeros a las ordenes de Fernando III de Castilla. Finalmente, por mediación de doña Berenguela, se pudo firmar el pacto de Toro, el 26 de agosto del año 1218, entre Fernando III de Castilla y su padre Alfonso IX de León, con el que se puso fin definitivamente a las guerras entre ambos reinos.
Pacificado el reino de Castilla, Fernando III se dispuso a asumir lo que sería la gran obra político-militar de su reinado: la reconquista. La rápida desintegración del imperio almohade, tras el desastre sufrido por éstos en la famosa batalla de las Navas de Tolosa, acaecida en agosto del año 1212, favoreció sobremanera los planes del monarca castellano.
Otro suceso favorable a los intereses castellanos precipitó la decisión de Fernando III de intervenir directamente en los asuntos musulmanes. La muerte del emir Abu Yusuf, en el año 1224, y las posteriores disidencias a que dio origen la sucesión al emirato almohade pusieron en bandeja de plata la oportunidad que tanto estaba esperando el rey castellano. Fernando III se alió con al-Bayasí, gobernador de Jaén, quien se había proclamado califa frente a su hermano al-Adil, que había sido elegido en Marrakesh.
Fernando III se apoderó de la población de Quesada, en el año 1224, tras lo cual mandó sus tropas, formadas por caballeros cristianos y por un alto número de mercenarios musulmanes, contra las poblaciones de Jaén, Priego, Loja y Granada. Ante semejante impulso conquistador, al-Adil se retiró a África. Una vez en el poder, al-Bayasí hizo entrega a Fernando III de las poblaciones de Salvatierra y Baños. El nuevo rey de la taifa de Sevilla, al-Mamum, también se avino a firmar una tregua con el monarca castellano, pagando por el mantenimiento de dicha paz la considerable suma de 300.000 maravedíes. A finales de julio del año 1230, Fernando III puso sitio a Jaén, asedio que duró hasta septiembre de ese mismo año, en que se vio obligado a levantar el sitio, desesperado por no poder tomarlo.
Ese mismo año, de 1230, murió el rey leonés y padre de Fernando III, Alfonso IX de León, en cuyo testamento se reflejó la sostenida animadversión de éste hacia Castilla, puesto que dejó como herederas del trono a las dos hijas habidas de su primer matrimonio, relegando a Fernando III a un segundo plano. Éste, que se encontraba en plena campaña andaluza contra las fuerzas musulmanas, fue avisado por su madre de la circunstancia, acudiendo rápidamente a León donde, nada más llegar, reivindicó con energía sus derechos al trono leonés, doña Berenguela allanó el camino a su hijo antes de que éste llegara a la ciudad, firmando con la madre de las herederas, doña Teresa de Portugal, un acuerdo pacífico que se plasmó en el tratado de Valençia do Minho, por el que Fernando III fue reconocido rey de León a cambio de conceder a sus hermanastras una generosa dote, cuyo pago cumplió escrupulosamente con posterioridad. Poco después, Fernando III y Sancho II de Portugal se entrevistaron en la ciudad lusa de Sabugal, el 2 de abril del año 1231, a fin de confirmar los acuerdos fronterizos y renovar la amistad entre ambos reinos. El tratado firmado entre ambos también sirvió para acordar entre ambos reinos una coordinación conjunta contra el Islam peninsular en los años venideros.
Una vez que Fernando III pacificó el reino de León, tras un intento de oposición nobiliar, pudo, por fin, dedicar todas sus fuerzas y energías al avance reconquistador, para lo cual pudo contar con la inestimable ayuda de los reyes de Portugal y Aragón, Sancho II y Jaime II respectivamente. En diciembre del año 1232, Fernando III concentró en Toledo un impresionante ejército, al que se sumaron tropas concejiles y de las órdenes militares, con las que tomó la importante localidad de Baeza, que le abrió la entrada al Valle del Guadalquivir, mientras que, de forma simultánea, las tropas aragonesas y portuguesas lanzaron serios ataques en los que conquistaron una gran franja de terreno en detrimento de varios reyezuelos de taifas. El 29 de junio del año 1236, Fernando III hizo su entrada triunfal en la que aún se consideraba como la capital simbólica del Islam en la península, Córdoba. El rey castellano regresó a Castilla, confiando la defensa de la frontera a don Álvar Pérez de Castro. Al año siguiente, Fernando III se volvió a casar con Juana de Ponthieu, biznieta de Luis VII de Francia, con la que tuvo tres hijos más.
Gracias a la conquista castellana de Córdoba, Fernando III pudo preparar con tranquilidad un ambicioso proyecto militar, cuyo objetivo era la conquista de Sevilla. Para ello volvió a requerir la intervención de la caballería de las órdenes militares, las cuales fueron conquistando, poco a poco, pero sin descanso, las poblaciones más importantes del valle del Guadalquivir, Santiella, Hornachuelos, Mirable, Zafra, etc. A su vez, las tropas, comandadas por el propio Fernando III, se hicieron con las villas de Aguilar, Cabra, Osuna y Morón. En el año 1243, Fernando III mandó a su hijo primogénito y heredero al trono, el infante Alfonso, a la conquista de Murcia, región que se rindió sin dificultades, excepción hecha de Lorca, Cartagena y Mula, ciudades que fueron sometidas al año siguiente por el maestre de Santiago, don Paio Pérez Correira, y por don Rodríguez González Girón. La ocupación murciana por los castellanos trajo consigo serios enfrentamientos y roces fronterizos con la corona de Aragón, por lo que fue necesario la firma de un tratado, firmado en la localidad de Almizra, el 25 de mayo del año 1244, por el que ambas coronas fijaron una línea fronteriza. Fernando III encaminó después su acción militar a la conquista de Jaén, plaza de excepcional importancia económica y estratégica, cuya conquista fue trabajosa y dilatada, desde agosto del año 1245 hasta abril del año siguiente.
Con el reino de Murcia en poder de los castellanos y el avance portugués por el Guadiana hasta Ayamonte, a Fernando III sólo le quedó un único objetivo por conquistar: Sevilla. Para semejante empresa, Fernando III contó con la colaboración de su vasallo Muhammad I, antiguo señor de Arjona, y puesto en el trono del recién constituido reino de Granada, el cual se lo debía a Fernando III como premio a su colaboración en las campañas andaluzas. El cerco sevillano fue largo y trabajoso, comenzado a mediados del año 1246, y en el que se necesitó el concurso de una escuadra naval, mandada por Ramón Bonifaz, que remontó el río Guadalquivir para asegurar el aislamiento total de la ciudad. El 23 de noviembre del año 1248, la ciudad sevillana se rindió a Fernando III, izándose el estandarte real en el alcázar como símbolo de la caída del poder musulmán. Fernando III hizo su entrada triunfal diez días más tarde, el 22 de diciembre.
Fernando III continuó la tradición repobladora emprendida por su padre, pero adoptando una fórmula muy distinta, conocida como repartimiento, por la que se asignaron los territorios recién conquistados entre todos aquellos que participaron directamente en el proceso de reconquista, teniendo en cuenta, a la hora del reparto, la condición social del beneficiario (persona o institución). Las grandes concesiones que Fernando III llevó a cabo a favor de nobles, eclesiásticos y órdenes militares, dieron origen a los latifundios, muchos de los cuales aún perduran y que han condicionado la estructura socioeconómica del agro andaluz. La partición y posterior entrega de los lotes de las tierras eran aprobadas por el propio rey, a propuestas de una comisión de partidores, divisores y cuadrelleros, cuyos dictámenes finales eran puestos en los llamados Libros de Repartimientos.
Con la caída de Sevilla se puso fin, temporalmente, al proceso reconquistador de envergadura en la península. Tan sólo Castilla y León poseía fronteras con el Islam, por lo que la posesión de estos últimos restos musulmanes pasó a ser de su exclusividad. Otro cambio significativo fue el nacimiento de una nueva realidad política a nivel europeo. La anexión por parte de Castilla y León de Murcia, Sevilla, Jaén y Córdoba, títulos incorporados al ya de por sí muy largo que los monarcas castellano-leoneses usaban, junto con el vasallaje de Granada y Niebla, hicieron de Castilla y León una de las primeras potencias de Europa y un reino de envergadura, que convenía tener en cuenta en el equilibrio de fuerzas en Europa.
Fernando III protegió los intereses de la Iglesia de su reino, así como el ámbito cultural. En el año 1242, concedió privilegio y exenciones al Estudio General de Salamanca, que había sido fundado anteriormente por su padre, Alfonso IX de León. Gracias a su mecenazgo y empuje dieron comienzo las construcciones de las catedrales de Burgos y Toledo, en el año 1217 y 1217 respectivamente. Sustituyó el uso del latín por el idioma vernáculo en los documentos de la cancillería. Su proyecto de refundir la antigua legislación (Fuero Juzgo) por una nueva fue llevado a cabo durante el reinado de su hijo Alfonso X el Sabio (Las Partidas, Fuero Real), pero fue Fernando III quien mandó traducir al castellano el Fuero Juzgo, ley que se remontaba al reinado del rey visigodo Recesvinto, en el año 654.
El estado de salud del monarca se resintió de manera alarmante debido al enorme desgaste y esfuerzo que realizó en sus empresas militares. Sin embargo, aún tuvo fuerzas suficientes para preparar una nueva expedición, esta vez en territorio africano. Pero la muerte le sorprendió en plena preparación de la campaña, el 30 de mayo del año 1252. Fue sucedido por su hijo Alfonso X el Sabio.
Fue canonizado en 1671, y su fiesta se celebra el 30 de mayo.
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