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HistoriaBiografía

D'Aubray, María Magdalena. Marquesa de Brinvilliers (1630-1676).

Aristócrata francesa, nacida el 22 de julio de 1630 y muerta en 1676, una de las más célebres envenenadoras de la historia -como así figura en los anales judiciales franceses- debido a su posición social y la enormidad de sus delitos.

Vida

Fue la mayor de los cinco hijos de Antoine Dreux d'Aubray, consejero de Estado y gestor de las finanzas del rey. Como era preceptivo en alguien de su posición, recibió una esmerada educación infantil, sobre todo en las materias de humanidades; no así en lo tocante a moral y religión, pues se sabe que a los siete años de edad perdió su doncellez y además cometió incesto, circunstancias de su vida que se han conocido por testimonio de ella misma. En 1651 contrajo matrimonio con un joven maestre de campo del regimiento de Normandía, de nombre Antoine Gobelin de Brinvilliers, quien descendía del fundador de la famosa fábrica de tapices gobelinos.

El matrimonio vivió en el seno de la corte de Luis XIV, el Rey Sol, un ambiente refinado, mundano y corrompido, en el que imperaba la galantería y donde el adulterio no sólo se consentía, sino que era la norma; el historiador Taine dice a propósito de éste que "la mujer de la que el hombre de buen tono se preocupa menos es la propia", y, según parece, el joven marqués de Brinvilliers no sólo acogió con entusiasmo esta conducta, sino que fue él mismo quien presentó a su mujer al que andando el tiempo se convirtió en su amante, el marqués de Sainte-Croix.

Éste fue encarcelado en la Bastilla por el padre de la marquesa, en la intención de que su hija no consumara el adulterio, y, durante el corto tiempo que permaneció en prisión, el galán compartió celda con un químico italiano, de nombre Exili o Egidi, quien le adiestró en el arte de los venenos, en el cual la Brinvilliers resultó ser una aventajada alumna. Ambos amantes frecuentaban la casa de un famoso boticario, de nombre Glaser, que les surtía de los tósigos necesarios para llevar a cabo sus experimentos. Éstos comenzaron en los hospitales parisinos, a los que la marquesa llevaba golosinas en "caritativas" visitas, que se saldaban con la muerte de varios enfermos. Pronto comenzó la marquesa a ensayar sus ponzoñas con sus propios sirvientes, a los que hacía enfermar, sanar y recaer a voluntad.

En junio de 1666 su padre se retiró a sus posesiones de Compiègne y rogó a su hija que le acompañase junto a sus dos hijos pequeños, a lo cual ésta accedió. No bien se hubo instalado en la casa paterna, el anciano consejero empezó a sufrir unos terribles padecimientos estomacales, que ningún médico consiguió explicar, y que finalmente le llevaron al sepulcro el 19 de septiembre de ese año, y, aunque los galenos certificaron muerte natural, lo cierto es que corrió el rumor de que su hija le había envenenado. Libre ya de su padre, la marquesa se lanzó de lleno a su licenciosa vida. Se relacionó con varios amantes, de los que tuvo varios hijos, además de los dos que ya tenía de Sainte-Croix, de los habidos en su matrimonio legítimo y de otro que concibió de un primo carnal suyo, y tuvo también relaciones con el preceptor de sus hijos. Como es lógico, esta vida disipada iba acabando con su fortuna, al extremo de que uno de sus castillos salió a pública subasta para pagar a los acreedores; entabló además pleitos con sus hermanos por motivos de herencia y por esta razón decidió asesinarlos con sus venenos, lo cual hizo al poco tiempo, y pensó también en dar muerte a las dos hermanas que le quedaban, a las que consideraba un estorbo para sus fines.

Mientras tanto, y a pesar de las varias aventuras amorosas con otros hombres, la marquesa seguía alimentando su pasión por Sainte-Croix, obsesión que se fue convirtiendo en enfermiza, al extremo de que el galán, harto de ella, le hizo beber arsénico, de lo que ella se salvó ingiriendo grandes dosis de leche caliente. Por su parte, el marido legal de la marquesa que, con toda la tolerancia que permitía la época, vivía bajo el mismo techo que su esposa y Sainte-Croix, empezó a ser envenenado por su esposa, decidida a contraer matrimonio con su amante; sin embargo, Sainte-Croix, que prefería mantener su soltería, le daba antídotos que contrarrestaran el veneno.

Algún tiempo después, Sainte-Croix murió, según parece, al romperse la máscara de vidrio que le protegía el rostro mientras realizaba unos experimentos de alquimia. Después de su muerte se encontró una confesión, escrita de su puño y letra, en la que daba cuenta de los crímenes cometidos por él y por su amante; el documento se encontraba en una caja que contenía también comprometedoras cartas de su amante, y que cayó en manos de la justicia. La marquesa de Brinvilliers, viéndose descubierta, huyó, primero a Inglaterra y luego a los Países Bajos, por los que inició un largo periplo que la llevó finalmente a Lieja, en donde fue detenida en 1676. Fue llevada de vuelta a París en medio de la expectación popular, y allí encarcelada; durante su estancia en prisión, la Brinvilliers, que no estaba dispuesta a ser procesada por sus delitos, se intentó suicidar tragándose los vidrios de un vaso que había roto con los dientes, pero no lo consiguió.

Durante el juicio subsiguiente confesó ante los jueces, tras sufrir tormento -la ley estipulaba que debía pasar por éste-, sus crímenes a sangre fría y sus numerosos adulterios. Sentenciada a decapitación pública, su cadáver fue quemado, y las cenizas barridas y esparcidas al viento. Poco antes de su muerte, su confesor, el abate Pirot, había logrado que se arrepintiera y ofreciera su alma a Dios. El religioso puso por escrito la muerte de la Brinvilliers en un impresionante relato que roza la frontera de lo novelesco, y que inspiró a novelistas posteriores como Michelet, el novelista Dumas y Hoffmann.

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