Ortega Domínguez, Rafael (1921-1997).


Matador de toros español, nacido en San Fernando (Cádiz) el 4 de julio de 1921, y muerto en Cádiz el 18 de diciembre de 1997. Ha pasado a la historia del Arte de Cúchares como uno de los mejores estoqueadores de todos los tiempos.

Torero de vocación tardía, no se vistió su primer traje de luces hasta 1945, año en el que hizo el paseíllo en la plaza de toros de Ceuta. Sin embargo, el hecho de contar en su familia con destacados antecedentes taurinos -era sobrino del banderillero gaditano «Cuco de Cádiz»- le fue animando a tomarse en serio el ofico de matador de toros, al que se consagró plenamente desde 1947.

En efecto, a partir de dicho año comenzó a foguearse por plazas de verdadera importancia, aprendizaje taurino que le llevó a presentarse en Madrid, en calidad de novillero -y ya en corrida solemnizada por el concurso de los picadores-, un 14 de agosto de 1949. Repárese en que, a la sazón, Rafael Ortega ya había cumplido los veintiocho años de edad, lo que le convierte en uno de los matadores de toros más tardíos de los últimos tiempos. Pero la irrelevancia de este detalle quedó bien patente en el hecho de que la primera afición del mundo aprobara con agrado el toreo del maduro novillero gaditano, lo que le permitió acelerar su hasta entonces demorada alternativa. Para tomarla, el día 2 de octubre de aquel año de 1949 Rafael Ortega Domínguez compareció en el coso de la Monumental de Las Ventas (Madrid), acompañado por el coletudo sevillano Manuel González Cabello; el cual, bajo la atenta mirada del espada portugués Manuel dos Santos (que hacía las veces de testigo), cedió al toricantano los trastos con los que había de dar lidia y muerte a estoque a Cordobés, un toro negro listón marcado con el hierro de don Felipe Bartolomé. A pesar de lo avanzado de la temporada, aún tuvo tiempo y ocasión Rafael Ortega de intervenir en otras tres corridas antes de cerrar su primera campaña como matador de toros.

Estos comienzos tan prometedores anduvieron a pique de verse trágicamente truncados en la temporada siguiente, cuando el día 8 de julio de 1950, en el transcurso de los Sanfermines pamplonicas, un morlaco perteneciente a la ganadería de don Fermín Bohórquez le asestó una tremenda cornada. Sin embargo, y a pesar de que los facultativos llegaron a temer, en un primer momento, por la vida de Rafael Ortega, el valiente coletudo de San Fernando se repuso con asombrosa vitalidad y completó un total de veinteséis actuaciones en el curso de aquella dramática temporada.

Este gravísimo percance sufrido en las arenas navarras fue tan sólo el preámbulo de una largo rosario de aparatosas cogidas que, con malhadada inoportunidad, fueron jalonando la andadura torera de Rafael Ortega. Así, en la campaña siguiente resultó gravemente herido en dos plazas de su provincia natal, la de La Línea de la Concepción y la de la propia capital gaditana; pero ello no fue obstáculo para que cerrara el balance de esta temporada con un total de veintiocho corridas en su haber. Con algo más de fortuna, en 1952 hizo cuarenta y ocho paseíllos, treinta y cinco en la campaña siguiente, veintinueve en la de 1954, y treinta y nueve en la de 1955.

Continuó manteniendo un número similar de actuaciones hasta la temporada de 1958. En la siguiente, cuando el número de los contratos que había firmado sólo alcanzaba la cifra de diecinueve, un toro perteneciente a la ganadería del marqués de Domecq volvió a herirle gravemente en el transcurso de un festejo del ciclo del Pilar, en Zaragoza. Las secuelas físicas y psíquicas de este nuevo percance le forzaron a retirarse de los ruedos en 1960, año en el que sólo hizo cinco paseíllos. Sin embargo, sorprendió gratamente a toda la afición cuando, al cabo de seis años, volvió a vestirse el terno de luces, a pesar de que su edad y el exceso de kilos que había ganado durante el retiro no parecían aconsejar este retorno a los ruedos.

Reapareció, con todo, Rafael Ortega el día 10 de julio de 1966, en el ruedo del taurino pueblo de El Puerto de Santa María (Cádiz), en donde alternó con su paisano Juan García Jiménez («Mondeño»), para enfrentarse entre ambos con un encierro de don Carlos Núñez. Su mala fortuna no quiso estar ausente en esta segundo etapa, ya que también reapareció durante aquella temporada para, en el coso de Motril (Granada), deparar al matador gaditano otra seria cornada inferida por una res perteneciente al hierro de Espinosa de los Monteros. Este nuevo percance le ocasionó una grave fractura de los huesos cúbito y radio del brazo derecho, por lo que Rafael Ortega se vio obligado a suspender su campaña cuando sólo había cumplido doce ajustes.

El año siguiente, cuando toreaba en las arenas de la Ciudad Condal, un toro que se había criado en las dehesas de Hoyo de la Gitana le infirió otra tremenda cornada en el muslo izquierdo, que quedó atravesado por el pitón de parte a parte. Era el primer día de octubre de 1967, año que Rafael Ortega dio por concluido tras haber matado veinte corridas. Y en 1968, tras haber intervenido en tan sólo ocho funciones, abandonó definitivamente el ejercicio activo del toreo. Se cortó la coleta en la sevillana plaza de Écija, y ya no volvió a vestirse de luces.

Sin embargo, nunca abandonó del todo los trastos de lidiar y matar, ya que, una vez retirado, asumió la dirección de la Escuela de Tauromaquia de Cádiz. Allí pudo enseñar a no pocos matadores actuales -entre ellos, Francisco Ruiz Miguel y Jesús Janeiro Bazán («Jesulín de Ubrique»)- los secretos de su mayor virtud como matador del toros: la perfecta ejecución de la suerte suprema. En efecto, tan certero, elegante y eficaz era Rafael Ortega en el manejo del estoque, que el propio diestro acabó lamentando que esta pericia eclipsara su gran dominio del capote y su aseado trasteo con la flámula.

Bibliografía.

  • -ORTEGA DOMÍNGUEZ, Rafael. El toreo puro (Valencia: 1986).

J. R. Fernández de Cano.