Olivares Figueroa, Rafael (1893-1972).


Poeta, ensayista y folklorista venezolano, nacido en Caracas en 1893 y fallecido en su ciudad natal en 1972. Estudioso tenaz de las costumbres y el folklore de su nación y de la tradición popular española, dejó un interesante legado poético y ensayístico en el que sobresalen sus composiciones líricas destinadas al público infantil.

Tras pasar los primeros años de su infancia en Venezuela, se trasladó a España para fijar su residencia en diferentes puntos de la Península Ibérica (como Andalucía y Castilla La Nueva) y realizar sus estudios secundarios y superiores en Madrid, donde se licenció como profesor en Pedagogía y entró en contacto con los principales cenáculos culturales de la capital española, como el denominado Frente Literario. Además, durante un período de estancia en Córdoba se integró en el grupo literario Ardor.

Este bagaje cultural europeo le permitió, a su regreso a Venezuela, aproximarse a los diferentes grupos de creadores e intelectuales que, hacia la década de los años treinta, cultivaban y difundían las estéticas vanguardista procedentes del Viejo Continente. Así, entró a formar parte de otro colectivo poético, el grupo Viernes, donde los jóvenes autores venezolanos hallaban un cauce de expresión adecuado para el desarrollo de las corrientes creacionista y surrealista. Ya plenamente integrado en la vorágine de la Vanguardia venezolana, Rafael Olivares Figueroa se distinguió por su infatigable actividad a la hora analizar las diferentes manifestaciones del hecho literario, con especial predilección por la búsqueda y recopilación de testimonios folklóricos y -en justa coherencia con su formación académica de pedagogo- la creación de poesía infantil.

Ya había traído de España en su valija literaria dos obras primerizas que bastaron para situarle a la cabeza de la indagación teórica y práctica sobre las posibilidades del género poético en la formación estética y espiritual de los más jóvenes. Se trata de Poesía infantil recitable (Madrid: Ed. Mármol Aguilar, 1934) y La invención poética del niño (Córdoba [España]: Academia de Ciencias, Bellas Artes, Letras y Nobles Artes de Córdoba, 1936), dos espléndidas obras que, a la par que mostraban en desmedido interés del poeta caraqueño hacia las fantásticas posibilidades de creación que admite el mundo de la infancia, presentaban una novedosa y singular aportación de Rafael Olivares Figueroa al subgénero de la lírica destinada a los pequeños lectores: el aprovechamiento de buena parte de las técnicas y del lenguaje poético de las distintas vanguardias para la composición de esta suerte de poemas. En buena lógica, la libérrima utilización del lenguaje postulada por ultraístas, creacionistas y vanguardistas, así como la exótica fabulación incorporada por los modernistas al quehacer poético, resultaban sumamente provechosas para la redacción de poemas infantiles; sin embargo, hasta las primeras obras de Olivares Figueroa pocos autores y estudiosos del género poético habían reparado en ello.

Desde luego, la fascinación del escritor caraqueño por el mundo mágico e ilógico de la infancia venía a poner de manifiesto su interés general por la ingenuidad como ingrediente básico de la creación poética (algo que resulta evidente, por ejemplo, en la tradición folklórica universal); pero ello no era obstáculo para que, en el resto de su producción literaria, tuvieran cabida también otros elementos como la honda reflexión filosófica, la recuperación de los modelos clásicos y la preocupación por el perfecto acabado formal de sus poemas. De ahí que el resto de su obra poética -la que no está destinada específicamente a los jóvenes lectores- hunda sus raíces en la mejor tradición literaria española y aflore como un brillante epígono del ya ciertamente superado movimiento modernista.

Consagrado como uno de los grandes escritores venezolanos de la primera mitad del siglo XX, Rafael Olivares Figueroa fue distinguido con numerosos galardones y reconocimientos, como el prestigioso Premio Literario Luis Enrique Mármol (en su convocatoria de 1938), o el nombramiento como presidente de la Comisión Folclórica de la Sociedad Interamericana de Antropología y Geografía. Por desgracia, su constante inestabilidad interior, agravada por la búsqueda febril de formas y valores literarios que pudieran permitirle la exacta expresión de sus anhelos de ingenuidad y fantasía, acabó por conducirle a un desequilibrio mental que degeneró en la demencia durante los últimos años de su vida.

Entre las obras más significativas de Rafael Olivares Figueroa, cabe destacar, además de las dos publicadas en suelo español, las tituladas Espiga pueril (La Plata: Ed. Fábula, 1937), Sueños de arena (Caracas: Asociación de Escritores Venezolanos, 1937), Sentido evolutivo de la lírica en Jorge Carrera Andrade (Santiago de Chile: Ed. Ercilla, 1937), Teoría de la niebla (Caracas: Asociación de Escritores Venezolanos, 1938), Nuevos poeta venezolanos (Caracas: Asociación de Escritores Venezolanos, 1939), Escala en la renunciación (Caracas: Tip. La Nación, 1940), Antología infantil de la nueva poesía venezolana (Santiago de Chile: Ed. Ercilla, 1942), Suma poética (Santiago de Chile: Ed. Ercilla, 1942), Libro primero de las catearas (Caracas: Ed. Elite, 1942), Libro segundo de las catearas (Caracas: Ed. Ardor, 1946), Catearas (Caracas: Ed. Ardor, 1946), Folklore venezolano (Caracas: MInisterio de Educación, 1948), Libro tercero de las catearas (Caracas: Ed. Ardor, 1948), Diversiones pascuales en oriente y otros ensayos (Caracas: Ed. Ardor, 1949) y Teoría de la nieve (Caracas: Imprenta del Ministerio de Educación, 1957).

Bibliografía

  • – ACOSTA SAIGNES, Miguel. «Folklore venezolano», en RNC (Caracas), 67 (1948), págs. 187-188.

– GARCÍA HERNÁNDEZ, Marcial. «R. Olivares Figueroa y las Catearas«, en Literatura venezolana (Buenos Aires: Ed. Argentina, 1945), págs. 83-87.

– LIRA ESPEJO, E. «Diversiones pascuales en oriente y otros ensayos«, en RNC (Caracas), 142-143 (1960), págs. 261-263.

– PAREDES, Pedro Pablo. «Teoría de la nieve», en El Nacional (Caracas), 2 de abril de 1957.

J. R. Fernández de Cano.