Morales, Enriqueta R. (ss. XIX-XX).
Activista feminista y luchadora social panameña, nacida en la ciudad de Colón (capital de la provincia homónima) en el último tercio del siglo XIX y fallecida en la segunda mitad de la centuria siguiente. A lo largo de su longeva existencia -alcanzó a cumplir los noventa y cinco años de edad- desplegó una intensa labor cívica orientada a aliviar las penosas condiciones en que se desenvolvía la vida de los panameños pertenecientes a los grupos sociales más desfavorecidos, así como a apoyar y promocionar el desarrollo cultural y social de la mujer.
Alentada, por un lado, por sus firmes convicciones cristianas, y, por otra parte, por su no menos asentadas ideas progresistas y su acusado talante liberal, adoptó desde su temprana juventud una audaz determinación que, en palabras de algunos de sus biógrafos, ha sido calificada de «apostolado», en la medida en que decidió consagrarse por entero a la misión de paliar las calamidades que se cernían sobre los más pobres, calamidades que en su tiempo estaban directamente relacionadas con la falta de atención por parte de la administración política y la escasez de servicios públicos (como queda bien patente, en efecto, en palabras de otra estudiosa de su obra, Juana Oller: «Enriqueta despertó a la vida en un país que carecía en absoluto de Servicios Sociales, sin agua potable, en un ambiente poblado de insectos que transmitían enfermedades peligrosas y mortales, con escasez de hospitales y condiciones higiénicas deplorables«).
Nacida en el seno de una familia acomodada, la pequeña Enriqueta tuvo la fortuna de no padecer en su niñez estas penurias, que se daban por igual en el ámbito rural como en el medio urbano. Su padre -don Eusebio A. Morales- era un ilustre prohombre que había sobresalido por su condición de político, economista y embajador, y su madre -doña Enriqueta Bermúdez de Morales- pertenecía también a una de las familias más destacadas del país; ambos formaron un matrimonio del que nacieron seis hijos (tres mujeres y tres varones). Con el apoyo de sus progenitores, Enriqueta recibió desde niña una esmerada formación académica que en nada se parecía a la educación dispensada, por aquel entonces, al común de las mujeres de su país; cursó, en efecto, sus estudios primarios en el prestigioso colegio de las Hermanas de San Vicente, sito en su localidad natal de Colón, de donde pasó a la ciudad de Panamá para seguir recibiendo allí la instrucción básica en el no menos célebre colegio de las Hermanas Ucrós. La ideología liberal de su padre no impidió que cursara estos primeros años de su vida académica en centros religiosos (algo que, por lo demás, resultaba prácticamente obligado en la época, máxime cuando se trataba de enseñanza para niñas); sin embargo, ese mismo talante aperturista que respiró en su hogar desde niña contribuyó a formar en la joven Enriqueta un espíritu progresista que enseguida compensó el adoctrinamiento espiritual de sus primeras maestras, sin que por ello renunciara nunca a sus firmes convicciones cristianas.
Así las cosas, en plena adolescencia siguió beneficiándose de esa ideología liberal paterna y consiguió ser una de las pocas becarias que el gobierno nacional, en los primeros años de la República, empezó a enviar a Europa para que pudieran ampliar allí sus estudios, en un loable intento de impulsar la educación femenina y equipararla -dentro de las grandes limitaciones de la época- con la dispensada a la población masculina. Tuvo así ocasión la animosa Enriqueta R. Morales de frecuentar las aulas de algunas de las instituciones docentes más prestigiosas del Viejo Continente, como el Wavre Notre Dame de Bruselas, donde completó su formación secundaria. Allí obtuvo su título de bachiller como Educadora Infantil («Profesora de Kindergartens») y, posteriormente, la especialización en enfermería y en organización de sociedades de la Cruz Roja, materias que habrían de ocupar bien pronto toda su intensa trayectoria profesional y vocacional.
Pero no sólo adquirió en Europa los conocimientos específicos de estas disciplinas, sino también una sólida conciencia combativa en pro de la justicia social y la defensa de la mujer. Su estancia en el Viejo Continente coincidió, en efecto, durante los primeros años del siglo XX, con un período histórico de fuertes convulsiones sociopolíticas que en no pocos países derivaron en movimientos revolucionarios de diverso sesgo ideológico (socialismo, comunismo, anarquismo, etc.) y que, en general, crearon un ambiente propenso al pensamiento progresista en todas las naciones europeas, incluidas aquéllas en las que no había cuajado dicho furor revolucionario. Convertida, pues, en una decidida reformista social que daba prioridad a la causa feminista, concluyó sus estudios en Europa y partió en dirección a los Estados Unidos de América, en donde su padre ostentaba, a la sazón, el cargo de Embajador de Panamá. Durante el período de tiempo que residió en la nación norteamericana, Enriqueta R. Morales consolidó sus ideas progresistas y entró en contacto con diversos grupos feministas en los que adquirió algunos conocimientos que, junto a la experiencia ganada en Europa, le serían de gran utilidad a la hora de promover la causa de la mujer en su país natal.
Tan pronto como regresó a Panamá se consagró, en efecto, a una combativa lucha en pro de los derechos de las mujeres y, en general, de aquellos compatriotas suyos que habían quedado relegados a la marginalidad o que, simplemente, se veían desamparados a la hora de recibir las atenciones mínimas por parte de la Administración. Promovió enseguida la fundación del Centro Feminista Renovación, en cuya junta directiva se mantuvo como miembro de pleno derecho durante muchos años, y al cabo de algún tiempo se integró en el Partido Nacional Feminista, donde también ocupó altos cargos directivos durante un larguísimo período de militancia activa y comprometida. Su nombre sonaba ya de forma rotunda en la vida cívica istmeña cuando, en 1923, ejerció como Delegada en el Primer Congreso Feminista, y aún se hizo más célebre al cabo de tres años, a raíz de su participación en el Congreso Interamericano de Mujeres (1926) en calidad de representante de la Cruz Roja panameña.
Al tiempo que desplegaba esta intensa actividad político-social (en opinión de otro estudioso de su figura, Octavio Méndez Pereira, fue la «precursora de la Acción Social en Panamá» antes de que en la reciente República centroamericana se hubiera implantado una política social y una legislación laboral), Enriqueta R. Morales orientaba su vida laboral por el sendero de la pedagogía, que le condujo -al poco de haber regresado a Panamá, procedente de los Estados Unidos- hasta la Escuela Anexa a la Normal de Institutoras, cuyo jardín de infancia dirigió durante dos años. Pero su firme vocación humanitaria la impulsó a renunciar a este cargo docente para integrarse en la Cruz Roja -recién fundada en Panamá, en 1917, por Matilde Obarrio de Mallet-, a la que se incorporó para hacerse cargo primero de su secretaría (lo que la convirtió en representante de esta institución en el citado Congreso Interamericano de Mujeres de 1926) y, posteriormente, de las funciones de superintendenta (a las que accedió tras el retiro de la citada Obarrio de Mallet).
Para los grupos marginados de la población panameña, la llegada de Enriqueta R. Morales a la Cruz Roja fue providencial, ya que desde su puesto preeminente en esta institución pudo idear y poner en marcha un ambicioso proyecto de mejoras sociales y laborales que, atentas sobre todo a la protección de los niños y las mujeres, otorgaron a la población de su país un desarrollo hasta entonces desconocido. Consiguió, además del respeto y la admiración de los menos favorecidos, el apoyo institucional de numerosos organismos oficiales e, incluso, de muchos gobiernos panameños que, favorecidos por sus planes de reforma y por las mejoras derivadas de ello, otorgaron poder a Enriqueta R. Morales para coordinar desde la Cruz Roja los proyectos de otras instituciones benéficas dependientes de los presupuestos estatales, con lo que pronto se convirtió en la figura más relevante de la acción social en su país. Fruto de las innumerables iniciativas que se promovieron bajo su dirección fueron algunos logros tan dignos de encomio como la creación de los comedores escolares en las escuelas públicas panameñas; la fundación de la Clínica Prenatal Popular; la fundación de la primera clínica postnatal; la fundación de una farmacia gratuita; la fundación -en colaboración con otra relevante benefactora panameña, Amelia Lyons de Alfaro- de la primera casa cuna de Panamá; la fundación del jardín de infancia (allí llamado «El Kindergarten») de la Cruz Roja; la fundación del dispensario y la clínica para tuberculosos; la fundación del Asilo de la Infancia; la puesta en marcha de los programas de protección a los pobres de solemnidad; y el reclamo de una atención más digna y eficaz para los enfermos del leprosorio de Palo Seco.
Uno de los episodios de su vida que mayor renombre la otorgaron (y en el que se dieron la mano su vocación humanitaria, su convicción feminista y su talante combativo) tuvo lugar cuando era directora de enfermeras del Hospital Santo Tomás, centro sanitario en el que, a la sazón, ocupaba el cargo de Director Médico el doctor Arnulfo Arias Madrid, futuro presidente de la República. En una airada y valiente defensa de sus subordinadas, Enriqueta R. Morales se enfrentó al político y denunció el acoso al que había sometido a varias enfermeras del nosocomio en el que ambos trabajaban. Unos años después, tras la llegada al poder de Arias Madrid (1949), las secuelas de este agrio enfrentamiento forzaron a Enriqueta R. Morales a dimitir de todos sus cargos en 1950, fecha a partir de la cual ya no volvió a asumir ninguna responsabilidad en organismos oficiales ni a participar en ninguna actividad de índole pública.
Pero, hasta esta retirada, aún tuvo tiempo y ocasión de protagonizar otros muchos lances destacados en el panorama sociopolítico nacional e internacional. Así, v. gr., tras su salida de la Cruz Roja en 1940, marchó de nuevo a los Estados Unidos de América y en 1941, en plena Guerra Mundial, se alistó voluntariamente en el cuerpo de enfermeras que asistía a las tropas aliadas. En 1944, ya de nuevo en su país natal, Enriqueta R. Morales fue elegida Presidenta de la Federación de Damas de la Acción Católica, y dos años después, en el transcurso de la primera convocatoria electoral panameña en la que podían participar las mujeres, volvió a significarse por sus airadas proclamas feministas, ahora como miembro destacado de la agrupación política que concurrió a las elecciones bajo el nombre de Liga Patriótica Femenina. Pero este espíritu de lucha y rebeldía jamás se interpuso en su buen hacer como gestora y administradora de las numerosas organizaciones que dirigió; antes bien, fue elogiada por sus contemporáneos debido a las grandes dotes de organización y gestión de empresas que exhibió durante toda su dilatada trayectoria pública, hasta el extremo de merecer abundantes encomios como el emitido por el profesor Bontet, de la Universidad de Panamá, quien sostuvo que, bajo la dirección de Enriqueta R. Morales, la Cruz Roja era «la única institución organizada, llevada con inteligencia, que cumple con sus objetivos«. En reconocimiento, sin duda, a esta entrega, esta capacidad de trabajo y estos logros que permitieron mudar la faz de la sociedad panameña durante la primera mitad del siglo XX, el gobierno nacional la designó, en 1947, secretaria del ministerio de Previsión Social, Trabajo y Salud Pública (cargo en el que se mantuvo hasta el ya mencionado acceso a la Presidencia de Arnulfo Arias Madrid).
La Iglesia católica, con el propio pontífice Pío XII a la cabeza, reconoció también los méritos de esta luchadora que, a pesar de su talante progresista, siempre actuó movida por una firme espiritualidad religiosa guiada por los principios básicos del cristianismo. La condecoración «Pro eclesia et pontifice«, otorgada a Enriqueta por el citado papa, vino a reconocer, sobre todo, esa flexibilidad de dogmas y esa tolerancia ecuménica que permitieron a la ilustre benefactora panameña atender por igual a todas las voces de su entorno y realizar, gracias a ello, una ingente labor social de la que nadie quedó excluido por razones de sexo, raza, estado o religión.
Cabe recordar, por último, la dedicación de Enriqueta R. Morales a la prensa escrita, en la que dejó diseminados numerosas crónicas sociales centradas, fundamentalmente, en aquellos asuntos que requerían su máxima atención como dirigente de organizaciones benefactoras. Por espacio de tres lustros, colaboró asiduamente en algunos medios de comunicación de gran difusión, como El Tiempo, el Diario de Panamá y La Estrella de Panamá, actividad que suspendió también cuando hacia mediados de siglo se retiró definitivamente de la vida pública para pasar el resto de su longeva existencia dedicada a sus aficiones favoritas (escuchar música, presenciar funciones teatrales, conducir su automóvil y cuidar de los miembros menores de su familia).
J. R. Fernández de Cano.