Montfort, Francisco II de, Duque de Bretaña (1435-1488).
Aristócrata francés, nacido en el señorío de Montfort el 23 de junio de 1435 y fallecido en Couëron (Bretaña) el 9 de septiembre de 1488. Miembro de una rama colateral del linaje Montfort, se convirtió en duque de Bretaña en 1458, cuando, fallecido su tío Arturo III, Francisco era el primer heredero por línea masculina, lo que le encumbró a uno de los más importantes títulos nobiliarios franceses.
A partir de 1458, pues, Francisco II de Montfort continuó haciendo valer la política independentista de los duques de Bretaña, manteniendo el territorio a salvo de la dominación francesa y conservando sus usos y costumbres. Evidentemente, este tipo de actuaciones provocó unas relaciones muy tirantes entre el duque bretón y la monarquía gala de Luis XI. Estos problemas fueron en aumento hasta que en 1465 Francisco II se unió al conde de Charolais y duque de Borgoña, Carlos el Temerario, para formar la Liga del Bien Público, confederación nobiliaria francesa que peleó contra Luis XI a favor de los intereses de Carlos de Berry, el hermano de Luis XI, que había sido desposeído de cualquier herencia por su belicoso hermano.
Por lo que respecta a Francisco II, su principal acción a lo largo de esta nueva contienda tuvo lugar en 1467, cuando invadió Normandía al frente de un gran ejército de tropas señoriales y, después de vencer a los leales a Luis XI, tomó parte en el nombramiento de Carlos como duque de Normandía. La solvencia militar del duque de Bretaña llamó la atención del más encarnizado enemigo de Luis XI, que no era otro sino el rey inglés, Eduardo IV. A cambio de ayuda militar para mantener la independencia de Bretaña, Francisco II firmó en 1468 un pacto de amistad con el monarca británico, lo que, en principio, parecía salvaguardar sus posesiones con una fuerte alianza. No obstante, la contraofensiva de Luis XI no se hizo esperar y envió un potente ejército a Bretaña, donde derrotó a la Liga del Bien Público y se deshizo de la amenaza de su hermano, Carlos de Berry, nombrándole duque de Guyena. Asimismo, Luis XI obligó al duque bretón a aceptar las condiciones del tratado de Ancenis (1468), impuesto por el triunfante monarca a sus nobles rebeldes. Aunque todavía consiguió Francisco II salvaguardar los usos y costumbres bretonas por encima de la acción de los agentes, reales, Luis XI le conminó a rechazar los acuerdos firmados con Eduardo IV. Obviamente, Francisco II sabía que sólo a través de la alianza con el rey inglés podría conseguir la autonomía bretona, por lo que las espadas iban a volver a enfrentarse y el actual era sólo un momento de tregua.
Desde 1468, el devenir biográfico de Francisco II de Montfort está siempre ligado a la preservación de la autonomía bretona contra los ataques de la monarquía francesa, siempre deseosa de adquirir el ducado para administrarlo desde su posición de poder. Esta lucha, el verdadero eje de la vida del duque de Bretaña, se complicó mucho más por motivos familiares, ya que no tuvo ningún hijo varón en su matrimonio y, por lo tanto, el futuro de Bretaña quedaba en manos de una acertada política matrimonial de sus hijas, sobre todo de la que a la postre fue heredera, Ana de Bretaña.
A finales del mismo año de 1468, la reacción de la Liga del Bien Público no se hizo esperar: Carlos el Temerario, ayudado por las tropas señoriales del duque de Bretaña, logró derrotar a Luis XI y hacerle prisionero en Perona. En ese momento, Francisco II volvió a retomar la amistad con el monarca inglés, con cuyo apoyo se decidió a reforzar la autoridad entre la nobleza limítrofe del territorio bretón. A pesar de ello, la habilidad del intrigante Luis XI consiguió, entre 1470 y 1477, la adhesión a la corona de los condados de Borgoña, Picardía y Artois, lo que dejaba a Francisco II en una posición muy débil para contrarrestar el centralismo francés. Tras un tímido acercamiento diplomático entre monarca y duque, en 1480 las hostilidades volvieron a desatarse, ya que Luis XI compró, mediante una alta suma de dinero, los derechos sucesorios que sobre el ducado de Bretaña tenía la familia Penthièvre. Francisco II tomó este suceso como una afrenta personal y se decidió a jugarse el todo por el todo: en enero de 1481 ya había firmado un nuevo acuerdo con Eduardo IV mediante el que se comprometía a casar a su hija primogénita, Ana de Bretaña, con el príncipe de Gales, hijo de Eduardo V y heredero de la corona inglesa. No obstante, los propios problemas internos de una caótica Inglaterra, sumida en la Guerra de las Dos Rosas, impidieron llevar a buen puerto cualquier pacto entre ambos personajes, con la consiguiente desesperación de Francisco II, que veía cada vez más cerca la intervención francesa en Bretaña.
En 1483 tuvo lugar un punto de inflexión: el fallecimiento, prácticamente a la par, de Luis XI y de Eduardo IV. Aparentemente, la regencia de Ana de Beaujeau durante la minoridad de su hermano, el nuevo monarca francés Carlos VIII, permitía a Francisco un amplio margen de maniobra para poder asentar la autonomía bretona. Pero entonces el duque de Bretaña cometió dos errores de bulto: el primero, alejarse de la órbita inglesa, si bien es cierto que el sucesor de Eduardo IV, el sanguinario duque de Gloucester coronado como Ricardo III, no ofrecía ninguna garantía; el segundo error de Francisco II fue confiar la administración local de Bretaña a Pierre de Landais, el jefe de su casa nobiliaria. Landais, dejándose llevar por intereses privados, llevó a cabo una brutal persecución contra otro de los consejeros del duque, llamado Guillaume Chavin, muy apreciado entre los nobles por su pericia en la jurisprudencia.
El caso es que la antaño unida nobleza bretona comenzó a distanciarse de la obediencia de Francisco II, lo que aprovechó a la perfección la inteligente Ana de Beaujeau, quien no dejó de fustigar a los detractores del duque hasta llegar a la rebelión. En 1485, un grupo de nobles contrarios al gobierno de Landais, ayudados por tropas y armas de la monarquía francesa, capturó al odiado gobernador y le ejecutó en la horca. El problema vino después, ya que las tropas francesas, una vez dentro de Bretaña, se negaron a retirarse; la maniobra de Ana de Beaujeau había salido redonda.
En tan precaria situación, Francisco II volvió a sacar fuerzas de flaqueza y obligó a todos los barones feudales bretones a prestarle obediencia para luchar contra el invasor francés, prometiendo el indulto y el perdón para aquellos que, burdamente, habían dejado entrar al enemigo. En los tres años siguientes, las escaramuzas y choques entre franceses y bretones llevaron la guerra al territorio gobernado por Francisco II, quien, derrotado en 1488, tuvo que aceptar una tregua: el tratado de Le Verger. En él, y tras pelear duramente, el duque de Bretaña conseguía la retirada del ejército francés del ducado, así como la autonomía e independencia de la corona, obligando a la regente a aceptar las leyes, usos y costumbres del país. Pero la victoria de Ana de Beaujeau fue casi total, puesto que Francisco II tuvo que claudicar ante la petición de su rival: que ninguno de los matrimonios de sus hijas se hiciese sin el consentimiento de la corona francesa. Al parecer, la plena consciencia de que lo pactado acabaría con la autonomía bretona aceleró la muerte del duque, ocurrida en su residencia de Couëron (Bretaña) el 9 de septiembre de 1488.
Bibliografía
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TOUBERT, P. Historia de Francia. (Barcelona, Crítica: 1987).