León, Fray Luis de (1527-1591).
Poeta y teólogo español, nacido en Belmonte (Cuenca) en 1527, y muerto en Madrigal de las Altas Torres (Ávila) en 1591.
Vida.
Nació en el seno de una familia de hidalgos de origen judío. Su bisabuela había sido reconciliada en un auto de fe celebrado en Cuenca. Su padre, Lope de León, ejerció de abogado en la Corte, y en 1541 fue nombrado oidor en la Chancillería de Granada. Hasta los catorce o quince años vivió en casa de su padre en Madrid y en Valladolid. En 1541 entró en el convento de San Agustín en Salamanca, donde profesó tres años más tarde. Siguió el curso normal de los estudiantes de la Orden, aunque hay una interrupción, por causa desconocida, entre 1551 y 1552. Por ello siguió sus estudios en Alcalá, donde se matriculó en 1556, y donde permaneció dieciocho meses. Allí fue discípulo del hebraísta Cipriano de la Huerga y condiscípulo de Arias Montano. En 1556 estuvo como lector en un convento de Soria. En 1558 se graduó de bachiller en Toledo y en 1560 recibió el grado de Licenciado y de maestro en Teología en la Universidad de Salamanca. En 1561 obtuvo la cátedra de Teología Escolástica en Salamanca, en una reñida oposición con los dominicos. Un año más tarde murió su padre en Granada. En 1561, a instancias de una monja, Isabel de Osorio, tradujo el Cantar de los cantares. Un año después tuvo que declarar ante la Inquisición de Valladolid sobre un libro que le había prestado Arias Montano. En 1565 consiguió la cátedra de Teología Escolástica y Sagrada Escritura.
Fray Luis fue denunciado a la Inquisición en 1570 a causa de una lección acerca del matrimonio, aunque la denuncia no tuvo mayores consecuencias. Un año más tarde fue denunciado por el fraile Medina, junto a Grajal y Martínez Cantalapiedra, como sospechosos de herejía; los tres fueron arrestados en 1572. Fray Luis fue encarcelado en Valladolid, acusado de haber criticado la Vulgata, de haber traducido el Cantar de los cantares y de haber mantenido opiniones novedosas acerca del sentido de las Escrituras. Permaneció en prisión hasta el mes de diciembre de 1576, sometido a completo aislamiento. Durante este encarcelamiento, fray Luis se dedicó a esbozar algunas de sus obras en prosas y a escribir parte de sus poesías.
Salido de la cárcel, tras haber sido considerado inocente, volvió a Salamanca, donde tomó en 1577 posesión de la cátedra de Escritura. En 1579 obtuvo, en disputa con fray Domingo de Guzmán, hijo de Garcilaso de la Vega, la cátedra de estudios bíblicos. A partir de aquí se dedicó a sus clases y a la publicación de sus obras: en 1580 publicó In cantica canticorum, versión latina del Cantar de los cantares. Hasta el año 1590 fue requerido para participar en asuntos relacionados con la Universidad (pleito con el Colegio Mayor del Arzobispo), con cuestiones de las órdenes religiosas (defensa de las monjas del Carmelo y publicación de las obras de Santa Teresa), y con su propia Orden (revisión de las cuentas del Provincial de Castilla; redacción de los estatutos de los religiosos recoletos de San Agustín). En 1591 fue nombrado vicario provincial de la Orden de San Agustín, cargo que le obligaba a trasladarse a Madrid. A pesar de ello, continuó unos meses más en su cátedra salmantina. Asistió al capítulo que los agustinos celebraron en el convento de Madrigal, donde fue elegido Vicario General, cargo que no llegó a desempear pues murió el 23 de agosto de ese mismo año.
Obra.
Fray Luis de León fue un hombre renacentista, y como tal su cultura abarcaba todos los campos de la ciencia: matemáticas, física, astronomía, música, derecho, medicina y, sobre todo, teología. Su interés principal fue el didáctico, el facilitar el conocimiento de los textos sagrados, sobre el retorno a la veritas hebraica; es decir, recuperar el auténtico texto de la Biblia, que según él y otros hebraístas destacados de la época había sido, en determinados casos, mal traducida por San Jerónimo. Por ello, con sus conocimientos filológicos quiere, como dice en el Cantar de los cantares, «declarar la corteza de la letra, así llanamente, como si en este libro no hubiera otro mayor secreto del que muestran aquellas palabras desnudas […] que será solamente declarar el sonido de ellas, y aquello en que está la fuerza de la comparación y el requiebro«. Su función, pues, será doble: la comprensión del sentido del texto original y la expresión en que ha de explicitar las explicaciones. Consciente de su labor didáctica, escribe algunos de sus comentarios en castellano, en una lengua cuidada y conscientemente elaborada: «el bien hablar no es común, sino negocio de particular juicio, así en lo que se dice como en la manera como se dice. Y negocio que de las palabras que todos hablan elige las que convienen, y mira el sonido de ellas, y aun cuenta a veces las letras, y las pesa, y las mide, y las compone para que no solamente digan con claridad lo que se pretende decir, sino también con armonía y dulzura«. Refleja aquí fray Luis el concepto del Renacimiento de elevar la lengua vernácula a la altura de la latina, para lo que diferencia entre la lengua hablada y la escrita, en oposición a Juan de Valdés que en su Diálogo de la lengua afirmaba: «escribo como hablo«.
Como sucedió con los grandes escritores de su época, no se preocupó demasiado por la edición de sus obras, y sólo por obediencia a sus superiores publicó en 1580 In cantica canticorum y el comentario In Psalmum XXVI. En 1583 se editaron La perfecta casada y la versión incompleta de De los nombres de Cristo. También, como hemos dicho, editó las obras de Santa Teresa. La producción de fray Luis se divide en dos grupos fundamentales: poesía y prosa. Dentro del primero podemos distinguir dos grupos: poesías originales y traducciones. Las obras en prosa son más numerosas y también se dividen en dos grupos: las escritas en latín y las que lo están en castellano. Dentro de las primeras hay una subdivisión: las exegéticas y las filosóficas y teológicas. Entre las exegéticas están: Epistola II ad Thessalonicenses, inacabada; el Cántico de Moisés; los Salmos XXVIII, XXXVI, LVII, LXXVII; el Comentario al Eclesiastés; todos ellos en forma de explicaciones de clase, no publicadas hasta el siglo XIX. Publicadas en el siglo XVI son: el Comentario al Salmo XXVI, sobre la afirmación de integridad que hace David; In Cantica canticorum explanatio, exégesis de la obra de Salomón; In Abdiam Prophetam, comentarios sobre el profeta Abdías, en el que fray Luis cree descubrir la referencia al descubrimiento de América; De utriusque agni, typici atque veri immolationis legitimo tempore. Las obras filosóficas y teológicas fueron: De incarnatione Verbi, De creatione rerum, Commentaria in III partem D. Thomae, De pradestinatione, De charitate, De spe y el De fide. Las obras exegéticas en castellano son: Cantar de los cantares, Exposición del Libro de Job, De los nombres de Cristo y La perfecta casada.
Obra poética.
Las poesías de fray Luis no fueron publicadas en vida, aunque envió un códice a don Pedro Portocarrero con una dedicatoria en la que las considera como «obrecillas, a las cuales me apliqué, más por inclinación de mi estrella, que por juicio o voluntad«. Esta ausencia de impresión o interés por parte del autor en publicarlas ha creado grandes dificultades a los estudiosos. No poseemos manuscritos autógrafos de sus poesías, aunque el padre Custodio Vega afirma que debió de existir un ejemplar preparado por el poeta para la imprenta. De la gran cantidad de manuscritos que contienen las poesías de fray Luis se ha deducido la existencia de dos familias de las que provienen casi todos los demás: los códices de la familia Quevedo, así llamados por pertenecer a este grupo el manuscrito del que se sirvió Francisco de Quevedo para su edición de las poesías del fraile agustino (1631), y la de la familia Lugo-Jovellanos, que presenta variantes frente a la otra familia. Las poesías originales de fray Luis no siguen los modelos adaptados de la literatura italiana por Garcilaso; buena prueba de ello es que sólo escribió cinco sonetos y ninguna égloga, que fueron las formas más relevantes de la poesía garcilasiana, que se extendieron por la poesía española del quinientos. Fray Luis no tiene a los italianos como máximos modelos, sino que sus fuentes tienen dos orígenes: por una parte, los clásicos latinos (Horacio y Virgilio), de los que quedan claras huellas en sus odas; y por otra, la poesía bíblica (los Salmos). Según Alcina: «intenta hacer con el castellano lo mismo que hacen los humanistas con su poesía en latín: imitar directamente a los clásicos y formar una colección poética equivalente a la que podría hacer un humanista«.
Esta búsqueda le lleva a coincidir formal y temáticamente con la poesía neolatina. Esta tendencia del poeta se aprecia claramente en el uso de la oda. El género surgió en Grecia, donde la oda pindárica había sido un himno solemne escrito para celebraciones públicas, en la cual el poeta se presentaba como el mantenedor de las tradiciones míticas. Horacio no siguió completamente el modelo pindárico, sino que lo adaptó a sus propios intereses; así, dejó de lado, en muchas ocasiones, los temas heroicos y trató de una manera estoica o epicúrea hechos de la vida cotidiana con cierto humorismo y en una manera conversacional. Fray Luis conocía perfectamente estos modelos clásicos (tradujo una de Píndaro y veintidós de Horacio), y sus odas imitan, a veces en el detalle, a veces en la estructura, las odas horacianas. También la liiteratura italiana utilizó el modelo de la oda horaciana; Landino y Pontano, en el siglo XV, y Bernardo Tasso, en la centuria siguiente, escribieron odas. Rivers piensa que fray Luis conocía las composiciones de este último.
Las odas luisianas han sido clasificadas temáticamente por Oreste Macrí y Juan Francisco Alcina. Macrí las ha dividido en lo siguientes grupos: de soledad rústica; morales heroicos; morales satíricos; morales con antagonismo entre lo heroico y lo satírico (fugacidad de la belleza-la Magdalena; encantos mujeriles-prudencia de Ulises; tirano-hombre constante); épicos nacionales; religiosos; místicos; de poética. Alcina presenta una clasificación más completa y establece dos grupos. El primero, sobre la virtud y el rechazo de los bienes externos (pasiones y afectos), se subdivide de la manera siguiente: la búsqueda de la virtud, o sea de la filosofía que lleva al conocimiento de sí mismo; la virtud del alma frente a los bienes externos (el linaje); rasgos del varón justo, el ánimo constante; las pasiones (el avaro y el tirano); las pasiones (la pasión amorosa); las virtudes (la esperanza). El segundo, sobre los caminos de la virtud y la armonía: elogios del otium; el otium opuesto a la guerra; la música como búsqueda de armonía; la contemplación y conocimiento de la naturaleza como camino hacia la filosofía y a la virtud. La «Oda XI» («Recoge ya en el seno«) es un ejemplo del primer grupo. La oda está dirigida a Juan de Grial, secretario de Pedro Portocarrero y amigo salmantino de fray Luis. Hasta el verso 34 la composición expresa en una manera horaciana (epodo XIII «Ad amicos») la tristeza del prisionero, aunque el paisaje es distinto y se transforma en el otoño incipiente; es la descripción, tópica en la poesía humanística, del final del verano y el principio del otoño. El poeta recuerda que «el tiempo nos convida / a los estudios nobles«, y por esto traza la alegoría del ascensus ético-estético: el poeta, «solicitado por la fama«, afianzado por el estudio y por la técnica del arte, supera todos los obstáculos y llega a la cima del «sacro monte» de la poesía, que satisfará al amigo. En la oda se hace referencia a la poesía neolatina de Grial: «que lo antiguo / iguala y pasa el nuevo / estilo«. La «Oda IV» («Inspira nuevo canto«), que fue escrita para el nacimiento de la hija del marqués de Alcañices, pertenece, según Francisco Rico, al genethliacon clásico. Fray Luis, como era habitual en el género del genethliacon, presenta un futuro feliz para la recién nacida, al que está destinada por su linaje. La XV muestra («No siempre es poderosa«), según Alcina, los rasgos del varón justo, el triunfo del ánimo constante e inocente contra los acusadores (serpiente, tigre, basilisco). En vano se levanta contra el cielo porque «cuando más alto sube, viene al suelo«; en este sentido se recuerda a los Titanes. La última estrofa se presenta a la Fama condenando a la sierpe y al tigre, y a la Victoria que, «con vuelo ligero / veniendo […], / corona al vencedor de gozo y gloria«. Para Macrí esta composición es autobiográfica: «la persona singular ha triunfado sobre el ínvido enemigo, y se autoejemplariza, se hipostatiza: ¡es el `vencedor’ besado por la Fama!«. Las odas V, XII y XVI reflejan las pasiones. En la «Oda V» («En vano el mar fatiga«) hay una transposición de la figura horaciana del avaro; la moraleja de la composición es, según Lapesa, «la inutilidad de las riquezas para conseguir la tranquilidad del alma«. El poeta busca la tranquilidad del ánimo, la vida descansada, alejada de la ambición, y contra estas intenciones la avaricia es el enemigo; la avaricia corrompe el espíritu humano: «¿Qué vale el no tocado / tesoro, si corrompe el dulce sueño, / si estrecha el ñudo dado, / si más enturbia el ceño, / y deja en la riqueza pobre al dueño?«. La XVI («Aunque en ricos montones«) continúa el tema de la avaricia, aunque esta vez venga personificada en la figura de un juez con un ensañamiento verbal contra ellos que recuerda las composiciones humanísticas in tyrannos. Durante el humanismo, el tirano era el prototipo de la corrupción espiritual; así, en la segunda estrofa la avaricia aparece asimilada a la figura del tirano: «y aunque cruel tirano / oprimas la verdad, y tu avaricia / […] / convierta en compra y venta la justicia«. La XII («¿Qué vale cuanto vee«) comienza con el tema de la avaricia, comparando en las dos primeras estrofas la figura del indio pobre y la del avaro que extrae las riquezas de su tierra, pero que se convierte en esclavo de las riquezas adquiridas. En la tercera estrofa se produce un cambio y el tema ya es el de la sed de dominio con las antítesis de tiranía-libertad y prisión-cielo. La VII y la IX tratan de las consecuencias de la pasión amorosa. En la primera de ellas («Folgaba el rey Rodrigo«) fray Luis nacionaliza el tema; en esta oda narra la leyenda de la violación de la Cava por el rey visigodo, en la que la atención no se centra en el erotismo de los acontecimientos, sino en el desastre que para el reino visigodo, y para España, al fin y al cabo, sobrevino por la ira divina, reflejada en la contundente última estrofa: «El furibundo Marte / cinco luces las haces desordena, / igual a cada parte; / la sesta, ¡ay!, te condena, / ¡oh cara patria!, a bárbara condena«. La oda IX («No te engañe el dorado«) trata el tema de la pasión, pero con una historia sacada de la literatura clásica: el episodio de Ulises y las sirena (Odisea, canto IX). La imagen que se deduce de la composición es que el sabio ha de ser como Ulises -aquí personificación de la prudencia humana- con las sirenas. Los hombres se dejan llevar por los vicios, que surgen por falsas representaciones u opiniones de las cosas externas, de las que el hombre se libera conociéndolas de antemano y cerrándose a ellas: «Si a ti se presentare, / los ojos sabio cierra; firme atapa / la oreja, si llamare; / si prendiere la capa, / huye que sólo aquel que huye escapa«. La XVII («Huid, contentos, de mi triste pecho«) presenta una diferencia formal: está escrita en tercetos, con lo que abandona el modelo métrico que había seguido hasta entonces. La poesía tiene dos partes: la primera (vv. 1-45) describe a su pensamiento sumido en el error; la segunda (46-63) se concibe como una oposición a la primera, con una síntesis de los temas fundamentales de las otras odas en torno al otium del hombre justo y sabio. La última estrofa supone el reconocimiento de que en su alma no puede reinar el «contento«, al que conmina que vaya a vivir en el ocio descrito desde donde hablará de él a los que por él le pregunten. En el segundo grupo propuesto por Alcina fray Luis refleja o trata de enseñar los caminos de la virtud y de la armonía. Así hemos de entender la oda I («Qué descansada vida«), en la que el poeta presenta el ideal de los sabios: vivir alejados del «mundanal ruido» en armonía con la naturaleza. Este tópico aparece cristianizado en la número XIII («Alma región luciente«), en la cual manifiesta el anhelo del sabio cristiano de la vida del cielo, en el que espera poder unir su alma a la del amado para convertirse en él, tal y como sugería la doctrina platónica del amor: «fuera / de sí el alma se pusiese / y toda en ti, oh Amor, la convirtiese!«. La «Oda XXII» («La cana y alta cumbre«) tiene como tema la ausencia de un amigo y las actitudes de un hombre sereno ante la vida. El poema se estructura en una serie de contraposiciones cuya finalidad última es la consecución de la armonía. Estas contraposiciones preparan el contraste nuclear del poema: la paradoja en medio de la guerra. La «Oda III» («El aire se serena«) busca también la armonía, pero en este caso a través de la armonía musical que es afín a la armonía del alma; la música despierta la armonía del alma y le hace recordar su primitivo origen. En este poema, fray Luis hace uso de conceptos de origen pitagórico y platónico, en un poema místico en el que se plantea la unión del alma con Dios. La VIII («Cuando contemplo el cielo«) tiene como tema «la contemplación y conocimiento de la naturaleza como camino a la filosofía y a la virtud«, según Alcina. Fray Luis contempla aquí el cielo estrellado y se produce la abstracción, el éxtasis. El poema se divide en tres partes: una primera (vv. 1-10) en la que el poeta contempla el cielo estrellado; una segunda (vv. 11-65) en la que se presenta la antítesis tierra-cielo; una tercera (vv. 66-80) con la descripción estática del cielo, morada del «Amor sagrado»: «¡Oh campos verdaderos! / ¡oh prados con verdad frescos y amenos! / ¡riquísimos mineros! / ¡oh deleitosos senos! / ¡repuestos valles de mil bienes llenos!«.
Fray Luis de León: Oda a la vida solitaria.
Fray Luis también cultivó el soneto; se han conservado cinco poesías en ese metro preferido por los poetas petrarquistas. Vossler los considera como alegóricos y cree que son obras juveniles de imitación toscana. Los sonetos luisianos se prestan a dos interpretaciones: la erótica y la religiosa; pueden ser leídos como poemas amorosos dedicados a una mujer o como oraciones a la Virgen. Así, en el soneto I, los dos tercetos leen: «mas luego me consuela y asegura / el ver que soy, señora ilustre, obra / de vuestra sola gracia, y que en vos fío: // porque conservaréis vuestra hechura, / mis faltas supliréis con vuestra sobra, / y vuestro bien hará durable el mío«. También escribió un poema en redondillas («Aquí la envidia y mentira«), poema que escribió a la salida de la cárcel y en el que censura, en los dos primeros versos, a la Inquisición por haberlo encerrado, para pasar en el resto del poema a abordar otra vez el tópico de la vida retirada.
Otra parte importante de sus poesías son las traducciones de los textos clásicos y sagrados. En estas dos facetas se comprueba su gran conocimiento tanto de la Biblia -era un gran escriturario- como de la literatura clásica. De esta última tradujo églogas y la segunda Geórgica de Virgilio, odas de Horacio, una de Píndaro, parte de la Andrómaca de Eurípides y fragmentos de una tragedia de Séneca. Sus traducciones sacras se centran en los salmos y en el capítulo último de los Proverbios de Salomón, en las que confiesa «procuré cuanto pude imitar la sencillez de su fuente y un sabor de antigüedad que en sí tienen, lleno a mi parecer de dulzura y de majestad«.
Obra en prosa.
La Exposición del Libro de Job es la obra en prosa más extensa del autor. Fue compuesta en un largo periodo de la vida de fray Luis; el padre Félix García piensa que las distintas partes de la obra fueron escritas entre 1573, cuando habría traducido y comentado hasta el capítulo XX, hasta marzo de 1591, en que compondría el capítulo XLII. El libro está dedicado a la madre Ana de Jesús, sucesora de Santa Teresa al frente de las Carmelitas descalzas. Fray Luis, en la dedicatoria, reconoce la obscuridad del texto bíblico y, por tanto, la dificultad de traducirlo y comentarlo. Los primeros capítulos de la obra abundan en referancias autobiográficas, aunque su vida anímica y su personalidad se pueden sentir a lo largo de la obra, como si se supiera identificado con la biografía del autor hebreo; Oreste Macrí piensa que los treinta y un primeros capítulos fueron escritos en prisión, y considera que esta parte es «más biográfica y trágica […]; remóntase a los orígenes de la tradición mística hebraica y profundiza en ella, equiparando las aventuras de su propia vida con los antiguos hechos bíblicos, tomados como tipos y ejemplos del drama religioso y moral de la humanidad«. A partir del capítulo XXXIII cambia el tono de la obra y el comentario se hace más resignado y la prosa se hace más sencilla; el padre Félix García atribuye este cambio a la lectura de las obras de Santa Teresa. Cada uno de los capítulos que compone la Exposición está estructurado en tres partes: la primera la constituye la traducción correspondiente; la segunda, una detallada y minuciosa explicación de los distintos aspectos del texto, y la tercera unos tercetos, en los que el poeta va más allá de la mera traducción para convertirlos en «ricas y densas elaboraciones, definitiva poesía original«. La obra no fue impresa en vida del autor, a pesar del interés demostrado por la madre Ana de Jesús, quizás por la versión escogida del texto de Job. La primera edición fue editada por el padre Merino en 1779.
La perfecta casada, dedicada por fray Luis a doña María Varela Osorio, fue compuesta para servir de regalo de bodas a la recién casada y para guiarla en su vida matrimonial. La obra fue publicada por primera vez en 1583 e inmediatamente conoció un gran éxito hasta tal punto que el autor la revisó, introduciendo nuevos fragmentos y corrigiendo algunas cosas. La obra se divide en veinte capítulos en los que se comentan los versículos 10 a 31 de los Proverbios, en los cuales se expone las virtudes que deben poseer las mujeres para lograr la armonía de su entorno. Fray Luis fue criticado en su época por haber tratado un tema que no se consideraba apropiado para un religioso, de lo que se defendió en la introducción al libro tercero de De los nombres de Cristo: «Resta decir algo a los que dicen que no fue de mi cualidad ni de mi hábito escribir del oficio de la casada; que no lo dijeran, si consideraran primero que es oficio del sabio antes que hable mirar bien lo que dice […] y que yo en aquel libro lo que hago solamente es poner las mismas palabras que Dios escribe, y declarar lo que por ellas les dice«. La obra es de tipo exegético a la que el autor aplica sus formulaciones y métodos explicativos, respaldando sus interpretaciones con su vasta erudición de libros sagrados y clásicos. La literatura sobre el comportamiento de la mujer tiene una amplia tradición desde los Padres de la Iglesia (San Ambrosio, San Agustín), renovada por el humanismo y el erasmismo.
En La perfecta casada, fray Luis vuelve a tratar el tema de la armonía, aunque en esta obra la armonía se consigue a través de la armonía aportada por la conducta de la mujer casada, que debe equipararse al orden natural. La mujer, con su buena conducta, logrará la correspondencia entre el orden natural y el orden social; de esta forma, el autor introduce comentarios sobre aspectos económicos, sociales y políticos de la sociedad española del siglo XVI. La obra no plantea aspectos negativos de la condición femenina, pues los versículos de Proverbios le obligan a centrarse en las virtudes de la mujer casada, presentada en esta exégesis como modelo que debe ser imitado; las únicas alusiones a rasgos negativos hay que entenderlas como el contrapunto que ratifica los rasgos positivos. Fray Luis, a partir de los textos bíblicos y de los autores y filósofos anteriores al fraile, expresa sus propias opiniones, que son fórmulas de comportamiento social equilibrado. En la interpretación de los textos bíblicos, fray Luis sigue el siguiente esquema: la interpretación filológica y textual, y la ejemplificación; ambas son complementarias y en ambas se articula el tema. Según demuestra Alexander Habib Arkin, fray Luis se aproxima al método trimembre propuesto por Rabí Abraham ibn Ezra, que facilita una específica exposición temática.
La perfecta casada está concebida como una epístola dirigida a un familiar; ello explica que la obra reúna ideas y consejos, erudición y referencias a hechos cotidianos. Por otra parte, está presente un contexto jurídico, pues los proverbios eran normas, y debían ser interpretados como reglas del derecho natural. En este caso el exégeta es el intérprete, el intermediario entre el texto divino y la sociedad cristiana que ha de recibir esas palabras como normas que deben ser respetadas y obedecidas; así, en un momento escribe: «digo que en este capítulo, Dios, por la boca de Salomón, por unas mismas palabras hace dos cosas. Lo uno, instruye y ordena las costumbres; lo otro, profetiza misterios secretos«. Para establecer esta unión entre lo divino y lo terreno, debe aplicar perfectamente los más estrictos lógicos y dialécticos, para lograr la síntesis necesaria, y la síntesis ha de realizarse en la ordenación del texto, y, a su vez, la palabra se ha de corresponder con la idea. Para Mercedes Etreros, lo que caracteriza la composición de esta obra del resto de sus obras exegéticas «es la representación de transposiciones que Fray Luis realiza con un magistral sentido, como si se tratara de una creación plástica«. Para reforzar la función probatoria del texto utiliza la descripción, el símil, el ejemplo y la cita. Los símiles y ejemplos son habituales en los discursos de tipo didáctico, puesto que la comparación facilita la comprensión de una idea al relacionarla con elementos o ideas conocidas y usadas por los lectores; ese recurso también abunda en la exégesis rabínica.
De los nombres de Cristo ha sido considerado como la obra maestra de la prosa luisiana y una síntesis del pensamiento recogido en sus otras obras, tal y como lo afirma Macrí: «Los Nombres son un comentario perpetuo de las poesías originales; son la prosa desenvuelta de las creencias y de los sentimientos de un hombre del Renacimiento español llegado al culmen de su prieta y madurez«. La redacción de la obra debió de iniciarse en 1573-1574 y el proceso de elaboración, como sucede en otras obras del mismo autor, se extiende por varios años, hasta que se publicó, por primera vez y estructurada en dos partes, en 1583, y dos años más tarde, volvió a aparecer dividida en tres. La intención que movió a fray Luis a escribir esta obra fue la de presentar un florilegio bíblico y patrístico que reemplazara la lectura de los Libros Sagrados para aquellos que no sabían leer latín, pues de esta lectura podían sacar enseñanzas para ser buen cristiano: «esto, que de suyo es tan bueno, y que fue tan útil en aquel tiempo, la condición triste de nuestros siglos, y la experiencia de nuestra grande desventura, nos aseguran que nos es ocasión agora de muchos daños«. Pero también quería ofrecerle a los lectores una introducción al pensamiento bíblico y patrístico, que sirviera como de compendio del dogma, la moral. Pero esto no quiere decir que el libro fuera dirigido a lectores incultos, sino que el lector que el fraile tiene en mente es el lector culto, ya que, como dice Félix García, «como todas las grandes obras, es más admirada que leída, pues para su lectura se requiere una preparación doctrinal adecuada y un gusto acrisolado«. La estructura de la obra varía y aumenta con las sucesivas ediciones: la edición de 1583 se divide en dos libros, el primero con cinco nombres y el segundo con cuatro; en la publicada en 1585 se añade el libro tercero, con otros cuatro nombres, incluyendo el de «Pastor» en el primero; la definitiva, publicada póstumamente en 1595, añade el nombre de «Cordero», que debe ser colocado entre «Hijo de Dios» y «Amado». Sin embargo, la estructura bimembre que ya se da en la primera edición se mantiene en las restantes a pesar de los cambios. Cuevas piensa que fray Luis proyectaba desde el principio estucturar la obra en tres libros, pues en la introducción afirma que va a hacer hablar a Juliano, que sólo lo hace en el último libro. Cada uno de los tres libros consiste en una exposición en prosa, en la que se intercalan versos, siempre en boca de Sabino, y que acaba con la traducción en endecasílabos de un salmo. Por otra parte, cada nombre presentan el mismo desarrollo: Sabino lee ciertos pasajes de las Escrituras que contienen el nombre sobre el que se va a hablar; después se prueba la pertenencia de ese nombre a Cristo; por último se sacan las consecuencias teológicas, místicas que se consideran necesarias. Los cinco primeros nombres mantienen la armonía y el sentido de la medida, pero a partir de «Padre del Siglo Futuro», los tratados se hacen más extensos. En el libro III aparecen citas muy extensas de Padres y Doctores antiguos, que no se daban en los anteriores y que restan credibilidad al carácter dialogal de la obra.
Temporalmente, los tres libros se sitúan en tres tiempos distintos: el libro primero transcurre la mañana del día de san Pedro; el segundo comienza después de la siesta y termina cuando cae la noche; el tercero ocupa el día siguiente, festividad de san Pablo. A estos diferentes tiempos corresponden dos diferentes espacios dentro de «La Flecha», la finca a la que se retiraba fray Luis. La forma literaria de la obra no varía en los tres libros; se trata del diálogo mantenido por tres frailes agustinos (Marcelo, Sabino y Juliano), que en los dos primeros diálogos utilizan un «papel» o nota perteneciente a Marcelo y encontrado por Sabino. Mucho se ha discutido sobre ese «papel«; se refiere a un De nueve nombres de Cristo, que unos atribuyen al beato Alonso de Orozco y otros al propio fray Luis, y otros consideran un mero recurso literario.
Un problema que se ha planteado con los diálogos renacentistas es el carácter ficticio o real de los personajes que intervienen en el diálogo; así hay quien piensa que Marcelo es fray Luis y los otros dos amigos suyos, y otros piensan que bajo los tres nombres se esconde la figura del autor que se desdoblaría en el biblista (Marcelo), el escolástico (Juliano) y el poeta (Sabino). Ciertamente, Marcelo es el que asume el papel del maestro, pero el verdadero dominador del diálogo es fray Luis. En la obra se siguen las principales características de los diálogos renacentistas: la estructura dramática, el uso de la lengua literaria, el enfoque de los temas desde distintas perspectivas, la pintura artística de escenas y personajes, la amenidad que procede del cambio de