Labrador Ruiz, Enrique (1902-1991).
Poeta, narrador, ensayista, periodista y crítico literario cubano, nacido en Sagua la Grande (en la provincia de Villa Clara) en 1902, y fallecido en Miami (Estados Unidos de América) en 1991. Autor de una novedosa y rutilante producción narrativa que, por medio de radicales innovaciones formales y temáticas -como la ruptura de la trama argumental convencional, la introducción de bruscos saltos en el tiempo y la presentación deformada de la realidad circundante-, se adelantó en muchos años a la novelística de los prosistas de los años sesenta y setenta, está considerado como uno de los grandes iniciadores de la literatura cubana contemporánea.
Impulsado desde su niñez por una firme inclinación hacia la escritura, cursó estudios de periodismo en su ciudad natal y comenzó a colaborar en algunos rotativos y revistas locales. En 1923, cuando contaba poco más de veinte años de edad, se trasladó a La Habana y continuó allí ejerciendo el periodismo, actividad a la que se mantuvo ligado durante toda su vida profesional. A comienzos de los años treinta se dio a conocer como escritor con la publicación de El laberinto de sí mismo (La Habana: Carasa, 1933), primera entrega de una trilogía que se completó con Cresival (La Habana: Talleres de Carasa, 1936) y Anteo (Id. Id., 1940). Estas tres narraciones iniciales -que el propio Enrique Labrador denominó «novelas gaseiformes»- le colocaron sin discusión alguna dentro del privilegiado grupo de escritores cubanos (con Alejo Carpentier a la cabeza) que, por aquella década de los treinta, mostraban un firme interés por renovar los cauces tradicionales de la narrativa, buscando al mismo tiempo una voz propia y unas señas de identidad comunes que permitieran hablar de una novela nacional específicamente cubana.
En esta trilogía de Labrador Ruiz -así como en las dos recopilaciones de relatos que dio a la imprenta en la década siguiente, bajo los títulos de Carne de quimera (La Habana: Talleres de Tamayo, 1947) y Trailer de sueños (La Habana: Ayón, 1950)-, la indagación formal y estilística emprendida por el autor de Sagua la Grande apuesta claramente por unos postulados estéticos diametralmente opuestos a los de esa corriente costumbrista que seguían manteniendo en boga numerosos novelistas tradicionales, y que el propio Enrique Labrador combatió también con su valiosa producción crítica y ensayística. Precisamente, los cuentos recopilados en esas dos colecciones (a los que su autor designó, desde el subtítulo de la primera de ellas, como «novelines neblinosos») constituyen la muestra más acabada y extrema de esas innovaciones rupturistas que, con asombrosa capacidad de anticipación, proponía por aquellos años Labrador Ruiz (especialmente notable es el relato titulado «Conejito Ulán», que en 1946 fue galardonado con el prestigioso Premio Nacional de Cuento Hernández Catá).
Un sorprendente cambio de orientación en los postulados estéticos del escritor cubano se produjo a partir de 1950, cuando dio a la imprenta la que sin duda puede considerarse como su obra maestra. Se trata de la narración extensa titulada La sangre hambrienta (La Habana: Ayón, 1950), sobre la que de inmediato recayó el Premio Nacional de Novela otorgado por la Dirección de Cultura del Ministerio de Educación de Cuba. En este espléndido relato, así como en los cuentos que Labrador Ruiz publicó al cabo de tres años bajo el epígrafe de El gallo en el espejo (La Habana: Lex, 1953), el escritor de Sagua la Grande, en vez de rechazar visceralmente el costumbrismo, se enfrenta a él dentro de las propias coordenadas fijadas por la tradición, pero despojándolo de ese pesado lastre de ingredientes pintorescos y localistas que, en el fondo, eran la causa del desprecio que había causado entre los autores de su generación. Así, Enrique Labrador logra con La sangre hambrienta y El gallo en el espejo elevar a categoría literaria unas claves estéticas específicamente antillanas que abandonan el regionalismo amable y complaciente al que se habían visto relegadas para convertirse, por medio de estos dos libros, en materia de proyección universal.
El resto de la producción narrativa del autor cubano se completa con una nueva selección de sus mejores narraciones breves, aparecidas bajo el título genérico de Cuentos (La Habana: UNEAC, 1970). Al margen de esta obra en prosa, Enrique Labrador Ruiz también publicó un volumen de versos titulado Grimpolario (1937).
En su faceta de ensayista, el escritor de Sagua la Grande sobresalió por el cultivo de una crítica literaria de enfoque impresionista. Algunos de sus ensayos más célebres son Manera de vivir. Pequeño expediente literario (1941), Papel de fumar. Cenizas de conversación (1943) y El pan de los muertos (1958).
Bibliografía
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ANDERSON IMBERT, Enrique: «Enrique Labrador Ruiz, original escritor cubano», en La Vanguardia (Buenos Aires), 30 de mayo de 1937.
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BUENO, Salvador: «Trayectoria de Labrador Ruiz», en Temas y personajes de la literatura cubana, La Habana: Unión, 1964.
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FEBRES CORDERO, G. Julio: «Enrique Labrador Ruiz. Contribución a una bibliografía», en Revista de la Biblioteca Nacional (La Habana), 2ª serie, 3, 2 (1952), pp. 93-135.
J. R. Fernández de Cano.