Giurlani, Aldo, o «Aldo Palazzeschi» (1885-1974).
Poeta y narrador italiano, nacido en Florencia en 1885 y fallecido en Roma en 1974. Aunque su verdadero nombre era el de Aldo Giurlani, ha pasado a la historia de las Letras italianas y universales por su seudónimo literario de «Aldo Palazzeschi». Autor de una extensa e inspirada producción creativa que, originada en las corrientes vanguardistas de los primeros años del siglo XX, evolucionó hacia el tratamiento de los problemas humanos y sociales, en el conjunto de su obra triunfa el amor a la vida y la capacidad de superación que exhiben unos personajes reducidos a la pobreza y la marginación.
Inclinado desde su temprana juventud al estudio de las disciplinas artísticas y humanísticas, se decantó primero por una vocación teatral que le llevó a recibir clases de interpretación en la escuela de arte dramático de Florencia. Sin embargo, pronto se vio capacitado para afrontar profesionalmente la creación literaria, muy influido al principio por una estética naïf y un simbolismo onírico-infantil que quedaron bien plasmados en sus primeras entregas poéticas, presentadas bajo los títulos de I cavalli bianchi (Los caballos blancos, 1905), Lanterna (Linterna, 1907) y Poemi (Poemas, 1909). La aparición de estas colecciones de poemas -acompañadas por una primera incursión en el género narrativo, Riflessi (Reflexiones, 1908), granjeó a Aldo Palazzeschi un cierto reconocimiento literario que, a su vez, le permitió integrarse en los principales cenáculos artísticos e intelectuales del país, a la sazón dominados por la estela del vanguardismo y, muy especialmente, por el movimiento futurista capitaneado por el gran poeta italiano -pero nacido en Alejandría- Filippo Tommaso Marinetti.
En el seno de la briosa corriente futurista, Palazzeschi estrechó sus relaciones con los principales poetas florentinos y milaneses que abanderaban esta estética y fue invitado a colaborar con asiduidad en el órgano difusor de las ideas y las obras del futurismo, la prestigiosa revista Poesia, fundada y dirigida por el propio Marinetti. A pesar de estos estrechos contactos, el poeta de Florencia nunca llegó a sentirse plenamente identificado con la totalidad de los postulados defendidos por los futuristas, lo que no le impidió contribuir a la consolidación del movimiento con un par de poemarios que, en líneas generales, comulgaban con las principales ideas de Marinetti: L’incendiario (El incendiario, 1910) e Il controladore (El controlador, 1914). Entre la publicación de ambas colecciones de versos, Aldo Palazzeschi dio a la imprenta también una excelente novela que puede catalogarse como una de las mejores muestras en prosa de la estética futurista: Il codice di Perelà (El código de Perelà, 1911). A través de estas bellísimas páginas, el autor florentino presentaba la historia alegórica de Perelà, un hombre de humo que fracasa en su intento idealista de redimir a toda la humanidad. Al socaire de los guiños que el futurismo italiano realizó a algunos de los movimientos totalitarios que comenzaban a germinar en diversos lugares de Europa, algunos críticos y lectores interpretaron la novela de Palazzeschi como un símbolo alegórico del fascismo naciente, empecinado también en la redención del mundo por medio de la creación de un hombre nuevo.
Sin embargo, nada más lejos de la intención de Aldo Palazzeschi, quien, en 1914, rompió abruptamente con las formas estéticas y los planteamientos ideológicos de Marinetti, para emprender un progresivo distanciamiento de las actitudes nacionalistas y, desde luego, de la tentación fascista que comenzaba a arraigar sólidamente en Italia. Muchos años después, con el fin de eximir Il codice di Perelà de las acusaciones de propaganda fascista que había recibido, Palazzeschi agrupó esta novela con otras dos narraciones que dieron lugar a lo que el propio narrador denominó Romanzi straordinari (Novelas extraordinarias), una trilogía de relatos grotescos formada -además del título ya mencionado- por La pirámide (1926) y Allegoria di novembre (Alegoría de noviembre, 1943).
Antes de que viera la luz la última entrega de esta trilogía, Aldo Palazzeschi ya había dado por concluido su ciclo de novelas juveniles, para iniciar una nueva andadura narrativa que, en la década de los años treinta, arrojó algunos frutos tan sazonados como Stampe dell’Ottocento (Estampas del siglo XIX, 1932) y Le sorelle Materassi (Las hermanas Materassi, 1934), esta última considerada por buena parte de la crítica como la mejor obra narrativa de su extenso corpus literario. Cuenta la historia de dos hermanas solteras que, merced a su profesión de costureras y a la política de ahorro y sacrifico que han practicado durante toda su vida, alcanzan la cincuentena rodeadas de un moderado bienestar económico. A esas alturas de su edad adulta, ya cercanas a los primeros síntomas de la vejez, deciden acoger en su casa al joven Remo, un sobrino suyo que se ha quedado huérfano, al que enseguida toman un desmesurado afecto y rodean de todas las atenciones que son capaces de ofrecerle. Remo es un apuesto adolescente que, a medida que va creciendo, va tomando conciencia de su capacidad de seducción para sacar partido de todos los seres que le rodean, incluidas sus tías y su sirvienta Niobe. El egoísmo del joven le impulsa a llevar una vida de lujo y disipación que acaba por ocasionar la ruina de sus bondadosas tías, quienes, ya en su solitaria vejez, se ven obligadas a volver a las labores de aguja para subsistir penosamente, lo que no es óbice para que, en todas sus conversaciones, siga latiendo el amor que sienten hacia su sobrino, que las ha abandonado para casarse con una rica heredera americana.
Esta línea de preocupación por los temas humanos y sociales marcará la siguiente etapa de la producción novelesca de Aldo Palazzeschi, iniciada a partir de 1941 con el afincamiento del escritor florentino en Roma y su consagración a una escritura neorrealista y desacralizadora, siempre dominada por el tono sosegado y la ternura en el tratamiento de las peripecias de los personajes más tristes y desgraciados. Surgieron entonces de su pluma nuevas narraciones de impecable factura, como las tituladas I fratelli Cuccoli (Los hermanos Cuccoli, 1948), Roma (1953), Viaggio sentimentale (Viaje sentimental, 1955), Vita militare (Vida militar, 1959), Il piacere della memoria (El placer de la memoria, 1964) y Cuor mio (Corazón mío, 1968), todas ellas insertas en esa corriente de realismo social que intenta recuperar los momentos alegres de unos personajes reducidos a la pobreza y la marginación.
Sin embargo, y a pesar del éxito obtenido entre críticos y lectores gracias a la publicación de todas estas novelas, Aldo Palazzeschi volvió en su vejez a retomar la línea grotesca y surrealista que había animado sus primeras narraciones. Con un vigor expresivo y una capacidad imaginativa que en nada envidiaban los alardes creativos de su juventud, el narrador florentino dio a la imprenta en sus últimos años de vida unas magníficas obras que, como la novela corta Il bufo integrale (El cómico integral, 1966) y las narraciones extensas Bestie del ‘900 (Bestias del siglo XIX), Il doge (El dogo, 1967), Stefanino (1969) y Storia di un’amicizia (Historia de una amistad, 1971), recobraron todo el antiguo esplendor de su vena vanguardista y fantástica.
Véase Italia: Literatura.
JRF