García y Cuesta, Manuel, «Espartero» (1865-1894).


Matador de toros español, nacido en Sevilla el 18 de enero de 1865 y muerto en la plaza de toros de Madrid el 27 de mayo de 1894. En el planeta de los toros, es conocido por el sobrenombre de «Espartero».

Hijo de un modesto espartero (del que tomó el primer oficio que desempeñó y el apodo que habría de hacer famoso en la historia de la Tauromaquia), sintió desde niño una temprana afición que le impulsaba a escaparse, en compañía de otros maletillas de su cuerda, para lidiar reses bravas en capeas y dehesas de los alrededores de Sevilla. En cierta ocasión, sorprendido por los mayorales de una ganadería en la que se había colado a hurtadillas para dar algún mantazo a los toros, fue detenido y conducido a la cárcel; y una ironía trágica dispuso que fuera precisamente don Eduardo Miura -que, andando el tiempo, sería el criador del toro que habría de matar a «Espartero»- quien medió para que el joven Manuel quedara en libertad.

A las órdenes del matador José Cineo, «Cirineo», inició en 1882 un aprendizaje taurino que dio sus primeros frutos en esa misma campaña, cuando, el día 8 de octubre, lució sus artes de banderillero en la Real Maestranza de Sevilla. Su andadura como subalterno, que dejó gratos recuerdos en varias plazas menores del sur de la Península (Cazalla de la Sierra, Sanlúcar de Barrameda, Antequera, etc.), concluyó en 1885, cuando Manuel García se presentó en Sevilla como novillero. Tan clamoroso fue su triunfo que en dos meses mató más de treinta novillos, lo que le facultó para tomar la alternativa aquella misma temporada. La ceremonia de su doctorado tuvo lugar también en su Sevilla natal, el día 13 de septiembre de 1885, ante un toro del hierro de Saltillo, Carbonero, que le había cedido Antonio Carmona y Luque, «Gordito». Mas, comoquiera que después de haber tomado la alternativa, volvió a lidiar y matar una novillada (en Zalamea la Real), el día 11 de octubre de aquel año repitió su doctorado en el mismo escenario y con el mismo padrino, aunque enfrentándose en esta ocasión con el ganado miureño, que parecía ir marcando su trágico destino.

El 14 de octubre de 1885 se presentó en Madrid para confirmar esa curiosa alternativa dúplice. Fue entonces su padrino Francisco Arjona Reyes, «Currito», quien, delante de Fernando Gómez, «El Gallo», le cedió un toro de la vacada de Núñez de Prado. «Espartero» estuvo afortunado en la lidia de este burel, pero luego fracasó estrepitosamente, lo que originó el injusto desprecio de la afición madrileña, harto severa con quien se presentaba delante de ella precedido de sonoros triunfos provincianos. Sin embargo, hasta sus más acérrimos detractores advirtieron una característica relevante en la particular concepción del toreo que tenía Espartero: el valor (un valor ciego y temerario) se anteponía a cualquier otra cualidad. Fruto de este desprecio por los peligros que anidan en las astas de los toros, surgió en boca de Manuel García aquella celebérrima sentencia que después ha gobernado las carreras de tantos coletudos de orígenes humildes: «más ‘cornás’ da el hambre«.

Y, en efecto, esa actitud casi suicida quedó pronto sellada por la sangre que generosamente fue derramando «Espartero» por casi todos los ruedos que pisaba. En la temporada de 1886, aunque también conoció la cara favorable del triunfo (verbigracia, en la plaza de Barcelona, donde desorejó a los tres toros que mató), sufrió quince cogidas, alguna de ellas de extrema gravedad, como la que le propinó el 11 de julio un toro de Segura en la plaza del Puerto de Santa María. Sin embargo, ningún percance, por muy serio que fuese, parecía tener la fuerza necesaria para reducir el arrojo de que hacia gala «Espartero»; ello le granjeó una enorme simpatía por parte del público ingenuo y tremendista, por más que muchos aficionados cabales censurasen estos alardes suicidas.

Tuvo, no obstante, siempre a su favor a la afición sevillana, que empezó a enfrentarlo con el genial Rafael Guerra Bejarano, «Guerrita». Ello no le reportó ningún provecho, habida cuenta de que el toreo del cordobés rayaba a una altura muy superior a la que podía alcanzar el impávido tremendismo de «Espartero». En su contra, además, obraba el hecho de que los fanáticos partidarios de «Lagartijo», muy enemistados con «Guerrita», se empeñaban en acentuar esta rivalidad que tan escasamente le beneficiaba.

Pero en 1891, más sosegados los ánimos con la retirada de «Frascuelo» y la progresiva decadencia de «Lagartijo», Manuel García armó varios revuelos excepcionales en la arena madrileña. Estuvo muy bien el día 22 de marzo y colosal el 7 de julio, alternado con Mazzantini bajo un auténtico diluvio. No se libró, desde luego, de ese castigo en forma de cornadas que continuamente le infligían los astados, pero completó una temporada que puede calificarse como la más triunfal de su carrera. Sin embargo, no conservó la racha favorable en las temporadas siguientes, en las que, para mayor desgracia, siguió recibiendo fortísimas heridas. Su muerte en la arena de algún coso era un presagio que cada día cobraba mayor fuerza en el mundillo de los toros, pues no pasaba ninguna campaña en la que «Espartero» no fuese víctima de varias cogidas graves. Y hubo hasta alguna copla popular que cantaba su temeridad con versos de este tenor: «Espartero, Esparterito, / no te vayas a morir, / que las niñas de la Alfalfa / se pondrán luto por ti«.

El fatídico 27 de mayo de 1894, Manuel García «Espartero» se presentó en Madrid para alternar con Antonio Fuentes y con «Zocato». Perdigón, un miura de bella lámina, colorado, ojo de perdiz, listón, astifino, largo y hondo, lo volteó sin mayores consecuencia la primera vez que el sevillano entró a matar; al segundo intento, mientras «Espartero» dejaba una estocada contraria, Perdigón le asestó una cornada en el pecho que le causó la muerte a los pocos minutos. Del inmenso dolor que provocó este fatal desenlace -muy llorado entre las gentes más humildes-, quedaron huellas tanto en la tradición lírica popular («los toritos de Miura / ya no le temen a nada, / porque ha muerto el «Espartero», / el que mejor los mataba«) como en la poesía culta contemporánea («Malhaya sea Perdigón, / el torillo traicionero. / Negras gualdrapas llevaban / los ocho caballos negros: / de negro los mayorales, / y en la fusta un lazo negro. / Ocho caballos llevaba / el coche del «Espartero«. Fernando Villalón).

Bibliografía.

  • -MARCOS LINARES, Victoria. El capote del «Espartero». (Madrid, 1945).

-REY CABALLERO, José María del. Espartero y Guerrita. (Sevilla: Tipografía El Orden, 1884).