Cestero, Tulio Manuel (1877-1955).


Poeta, narrador, ensayista, dramaturgo, político y diplomático dominicano, nacido en San Cristóbal (capital de la provincia homónima) el 10 de julio de 1877, y fallecido en Santiago de Chile el 21 de octubre de 1955. Autor de La sangre (1913), una de las mejores novelas de la narrativa dominicana de todos los tiempos, sobresalió también por sus trabajos de crítica literaria y, en general, por su papel de animador cultural e impulsor de las Letras en todo el ámbito hispanoamericano.

Sus padres, don Mariano Antonio Cestero Aybar y doña Mercedes Leiva y Puello, le proporcionaron una espléndida formación académica desde que era un niño de corta edad. Pertenecían ambos a la alta burguesía dominicana que había sustituido a la aristocracia española tras la cesión de parte de la isla de Santo Domingo a Francia (1795), para ir asumiendo paso a paso un destacado protagonismo en la vida política, económica, social y cultural de la joven república durante la segunda mitad del siglo XIX.

Trasladado a la capital del país, en compañía de los suyos, cuando era aún muy niño, cursó sus primeros estudios en el prestigioso colegio de San Luis Gonzaga de Santo Domingo, donde, ya en plena adolescencia, empezó a tomar conciencia política y a relacionarse con las principales figuras de la vida pública de su nación.

En su juventud, merced a la buena posición de su familia, tuvo ocasión de viajar por varios países de Hispanoamérica, donde entró en contacto con numerosos escritores e intelectuales que despertaron su interés por la corriente que, a la sazón, estaba en boga en todas las literaturas escritas en lengua hispana: el Modernismo. Comenzó entonces a cultivar, dentro de las coordenadas estéticas de dicho movimiento, diferentes géneros literarios, con especial atención al ensayo crítico –Notas y escorzos (Santo Domingo, 1898)- y a la creación poética –Del amor (Santo Domingo, 1901), El jardín de los sueños (Santo Domingo, 1904) y Sangre de primavera: poemas en prosa (Madrid, 1908)-. En su precoz capacidad de mudar sin problema de un género a otro, el todavía joven Tulio Manuel Cestero brilló también como autor teatral, con una pieza titulada Citérea (Madrid, 1907) en la que volvía a exhibir su perfecta asimilación de los principales rasgos formales y temáticos del Modernismo.

Hombre de Letras en todas sus vertientes, el escritor de San Cristóbal colaboró también asiduamente en algunos de los principales medios de comunicación del ámbito antillano, como los rotativos El Teléfono, El Listín Diario, La Campaña y El Hogar, y la revista Letras y Ciencias. Y no descuidó, entretanto, su cada vez más acusada vocación política, que le llevó a ocupar algunos cargos públicos de gran relieve, como el de secretario personal del político y militar Horacio Vázquez-que presidió la República Dominicana en varias ocasiones-, y el de colaborador y consejero del también presidente Carlos Morales Languasco -quien, en 1903, con el apoyo de los Estados Unidos, asumió la jefatura del Estado y, entre otras medidas muy impopulares en todo el entorno antillano, concedió a sus aliados norteamericanos el derecho de administrar las aduanas dominicanas-. Cestero, tras su apariencia burguesa de inofensivo «ratón de biblioteca», ocultaba las ansias inflamadas de un fervoroso patriota y llegó a tomar parte activa en varias campañas armadas protagonizadas por ambos próceres.

También había intervenido en algunas contiendas posteriores al Golpe del 23 de marzo de 1903, al lado de Casimiro Cordero. Luego se vio forzado a residir durante un tiempo en Cuba, a la espera de que volviese la calma a su tierra natal; y, a su regreso a la República Dominicana, se convirtió en uno de los principales colaboradores del ya citado Carlos Morales, con lo que su carrera política cobró un impulso decisivo. Muchos años después, habría de realizar notables misiones diplomáticas al servicio de su país, como la que llevó a cabo en 1923, cuando actuó como embajador plenipotenciario de la República Dominicana en la Quinta Conferencia Panamericana, celebrada en Santiago de Chile. A partir de entonces (y, principalmente, durante el decenio que se extendió entre 1928 y 1938), Tulio Manuel Cestero representó a su país en otros muchos foros internacionales (reuniones políticas, firmas de acuerdos y tratados, conferencias sobre derechos humanos, etc.). Estas labores diplomáticas le permitieron volver a viajar profusamente por los Estados Unidos de América, la amplia región del Caribe y varios países de América del Sur.

Obra

Como ya se ha indicado más arriba, Tulio Manuel Cestero se dio a conocer como escritor por medio del volumen ensayístico Notas y escorzos (Santo Domingo, 1898), obra en la que hacía gala de una extraordinaria agudeza para la crítica literaria. Más adelante, cuando su ya sólida producción literaria se había adentrado con notable maestría en otros muchos géneros, continuó cultivando la prosa de no-ficción, a la que aportó, entre otras obras, un libro de viajes y testimonios personales, titulado Hombres y piedras: al margen del Baedeker (Madrid, 1915). Prologada nada menos que por Rubén Darío, esta obra reúne las impresiones y reseñas viajeras acumuladas por Cestero durante los numerosos desplazamientos que, en calidad de diplomático y conferenciante, realizó por diversos países del continente americano.

Mención aparte merece la dedicación del escritor dominicano al complejo género de la biografía, en el que dejó algunas obras maestras, entre ellas el libro consagrado a la vida del genial poeta nicaragüense que era ya un referente universal como maestro indiscutible del Modernismo –Rubén Darío: el hombre y el poeta (La Habana, 1916)-. Muchos años después, publicó un nuevo ensayo biográfico bajo el título de Colón (1933), y pasó, a continuación, a enfrascarse en una densa investigación acerca de la familia de los Borgia, fruto de la cual fue su interesante biografía César Borgia (1935).

Ya se han citado también, en parágrafos anteriores, la pieza teatral y los poemarios publicados por Tulio Manuel Cestero, obras todas ellas que revelan la adscripción del escritor dominicano, en la primera etapa de su carrera literaria, al movimiento modernista. Sin embargo, la lectura de algunas grandes narraciones europeas de finales del siglo XIX -y, muy especialmente, las novelas de Émile Zola– propició su progresiva evolución hacia el Naturalismo, corriente en la que el estilo de Cestero se tornó más depurado, personal y convincente, amén de más adecuado para transformar en material literario lo específicamente dominicano.

Surgieron, dentro de esta nueva línea de trabajo, la dos grandes obras maestras de Tulio Manuel Cestero, ambas pertenecientes al género de la prosa de ficción. En ellas, el autor de San Cristóbal logró reflejar con sumo acierto y gran destreza expresiva las vicisitudes de la burguesía dominicana, enfrascada por aquel tiempo en la construcción de una identidad nacional que le asegurase el control político y económico de la nación.

La primera de estas dos grandes narraciones, publicada bajo el título de Ciudad romántica (París, 1911), es realmente un texto donde la descripción supera con creces los aspectos puramente narrativos, de acuerdo con un planteamiento inicial que eleva a la ciudad de Santo Domingo a la categoría de protagonista de la novela. En efecto, Cestero no sólo reproduce morosamente el paisaje, la arquitectura y otros aspectos de la geografía física de la capital, sino que refleja también la riqueza cultural y las vivencias cotidianas de sus gentes, en un claro intento de poner de manifiesto la belleza y amenidad de ciertos lugares o determinados usos, con los aspectos más crudos y sórdidos de esa misma realidad urbana. Hay, desde luego, por detrás de ese protagonismo excepcional de la ciudad y las formas de vida que ella propicia, una trama narrativa sostenida por un triángulo amoroso que tendrá consecuencias fatales (todo ello, como se ve, en la línea de la novela realista y naturalista europea); pero el peso de esta anécdota argumental es ciertamente leve en comparación con la importancia concedida por Cestero a la descripción de la ciudad, su historia y sus gentes.

Dos años después de la publicación de Ciudad romántica, Tulio Manuel Cestero regresó a los anaqueles de las librerías con la que habría de ser considerada, unánimemente, como su obra maestra. Se trata de la excepcional novela titulada La sangre, cuya primera versión vio la luz en Santo Domingo en 1913, aunque un año más tarde apareció París en una segunda versión, convenientemente corregida por el propio autor. Obra de plena madurez creativa, donde se hace patente la riqueza expresiva del estilo propio del autor -a veces crudo y descarnado como exigen los cánones del Naturalismo, pero sin perder nunca el rutilante esplendor del colorido aprendido durante su fase modernista-, La sangre pone también de relieve la compleja problemática de la burguesía dominicana, y se erige en una de las grandes novelas que ponen de manifiesto la existencia de una específica identidad nacional.

Al ensanchar notablemente los límites espaciales en relación con su novela anterior -puesto que esta nueva obra transcurre tanto en el ámbito urbano como en amplias zonas rurales-, Cestero multiplica la riqueza y variedad de enfoques descriptivos y expresivos, así como el número de matices psicológicos que cabe achacar a los diferentes personajes que pueblan sus páginas. Esta multiplicidad de espacios y ambientes le permite, asimismo, dar cabida en La sangre a toda la amplia gama de niveles y registros del habla que conformaban la pluralidad lingüística dominicana a finales del siglo XIX, desde el lenguaje culto hasta el registro coloquial, pasando por amplias variedades urbanas y campesinas. Y, al hilo de esta enorme riqueza lingüística, surgen de contino en boca de los diferentes personajes abundantes rasgos de oralidad, como proverbios y refranes, voces de jerga picaresca o términos tan específicos del habla de la isla que pueden ser considerados dominicanismos propiamente dichos. Consciente, en fin, de la amplia gama de matices léxicos y expresivos que está presente en La sangre, Cestero se deja llevar por el vértigo de la creatividad lingüística y adorna su estilo con una gran profusión de recursos semánticos (juegos de palabras, paralelismos léxicos, etc.) que embellecen notablemente la dimensión formal de la novela, al tiempo que ponen de manifiesto algunos de los aspectos más destacados de su trama argumental.

Respecto a dichos contenidos temáticos y argumentales, cabe insistir, una vez más, en la constante preocupación del escritor de San Cristóbal por poner de manifiesto en sus obras las tensiones y contradicciones internas dentro de la clase social a la que pertenece. Aquí, en un marco histórico dominado por la opresión dictatorial del segundo mandato presidencial de Ulises Heureaux, se alza la voz de Antonio, el protagonista de la novela, quien se encarga de mostrar el caos ideológico en que naufraga la burguesía dominicana durante dicho régimen (1887-1899). Por un lado, un facción destacada de esta clase social, so pretexto de defender el progreso y la modernización del país, negocia la soberanía nacional mientras sella múltiples alianzas con el capitalismo extranjero; y, por otra parte, otra facción de la burguesía (en la que está incluido Antonio) defiende la posibilidad de implantar un modelo liberal de corte genuinamente dominicano, una especie de liberalismo-nacionalista que, a tenor de lo que va reflejando la trama argumental, parece condenado a un irremisible fracaso.

Bibliografía

  • ALCÁNTARA ALMÁNZAR, José. «Tulio Manuel Cestero», En Dos siglos de literatura dominicana (s. XIX-XX) (Santo Domingo: Colección Sesquicentenario de la Independencia Nacional, 1996), págs. 202-214.

  • ALFAU DURÁN, Vetilio. «Tulio Manuel Cestero», en «Apuntes para la bibliografía de la novela en Santo Domingo» (Santo Domingo), Anales de la Universidad de Santo Domingo, nº 24 (1958), págs. 429-432.

  • HENRÍQUEZ UREÑA, Max. «Tulio Manuel Cestero», en Breve Historia del Modernismo (México: Fondo de Cultura Económica, 1962), págs. 447-448.

  • RODRÍGUEZ DEMORIZI, Emilio. Rubén Darío y sus amigos dominicanos (Bogotá: Espiral, 1948).