Caruso, Enrico (1873-1921)


Tenor italiano, nacido en Nápoles el 25 de febrero de 1873 y fallecido en su ciudad natal el 2 de agosto de 1921. Muy aclamado por la crítica y el público de su época, está considerado como uno de los genios universales del bel canto.

Enrico Caruso.

Miembro de una familia numerosa formada por siete hermanos (entre los que ocupaba el tercer lugar), pronto hubo de contribuir al sostenimiento económico de los suyos, por lo que recurrió a sus dotes innatas para el canto y empezó a interpretar tonadas populares en locales públicos de su barrio (como plazas, tabernas y cafés) y en ceremonias religiosas.

Al no contar con recursos para enviarle a la escuela, su madre le enseñó los rudimentos del Lenguaje y la Aritmética. Con esta escasa formación, ingresó a muy temprana edad como aprendiz en un taller mecánico, donde logró ganar lo suficiente para pagarse unas lecciones vespertinas de canto en la Escuela Coral de Nápoles. Allí sorprendió a sus compañeros y maestros por la tesitura y calidad de su voz, y pronto adquirió un merecido renombre popular que le permitió empezar a interpretar piezas en solitario en los principales templos de Nápoles. Debutó con uno de estos solos en la célebre Iglesia de San Severino.

Su adolescencia se vio ensombrecida por la muerte de su madre, sobrevenida cuando el futuro tenor sólo contaba quince años. Poco después, su padre volvió a unirse en matrimonio, circunstancia desaprobada por el joven Enrico, que comenzó así a distanciarse de su familia.

Al cumplir los dieciocho años, después de haber consagrado gran parte de su breve existencia a sus obligaciones laborales, decidió que debía explotar a conciencia las dotes naturales que poseía y comenzó a recibir lecciones de vocalización, impartidas por los maestros Guglielmo Vergine y Vincenzo Lombardi. Así las cosas, en 1894, con tan sólo veintiún años de edad, subió por vez primera a un escenario en calidad de intérprete profesional, para representar un pequeño papel en la obra L’amico Francesco.

Lanzado ya al bel canto, el 2 de febrero de 1895 Enrico Caruso interpretó personajes de la Traviata y Rigoletto en la Catedral de Caserta; y, un mes más tarde (concretamente, el 15 de marzo de dicho año), hizo su debut oficial como tenor en el Teatro Nuevo de Nápoles, con una nueva representación de L’amico Francesco, de Morelli. Convertido, a partir de entonces, en una de las grandes revelaciones del género lírico de finales del siglo XIX, comenzó a prodigar sus actuaciones por diferentes escenarios del ámbito mediterráneo (como los de Caserta, Salerno y El Cairo, además de su Nápoles natal), hasta que, en 1898, obtuvo su primer gran éxito de resonancia universal, al presentarse en La Scala de Milán para ofrecer una magistral interpretación del papel de Loris, de Fedora, la inmortal ópera de Umberto Giordano (1867-1948).

Su incipiente carrera entró, a partir de esta actuación, en una fase vertiginosa que le llevó, de éxito en éxito, por numerosos escenarios operísticos de toda Europa (San Petersburgo, Roma, Lisboa, Dresde, Berlín…); y al llegar a Montecarlo, volvió a cosechar un triunfo de repercusión internacional con su interpretación de Rodolfo, personaje de La Bohemia, de Giacomo Puccini (1858-1924).

Este trabajo le lanzó definitivamente al estrellato, de tal manera que, en los albores del siglo XX, ya había sido contratado en las capitales más importantes del circuito operístico mundial (Roma, Buenos Aires, Milán, etc.). Por aquel tiempo, cantó también en el Covent Garden de Londres, para pasar en 1903 a la celebérrima Metropolitan Opera House de Nueva York, donde cautivó a la crítica y el público con una soberbia interpretación del Duque de Mantua en Rigoletto, de Verdi (1813-1901) -papel que había desempeñado también en el citado escenario londinense-. Y gustó tanto su voz en la ciudad de los rascacielos, que fue contratado para cantar en la Metropolitan Opera House durante dieciocho temporadas consecutivas.

En 1904, Enrico Caruso firmó un ventajoso contrato con la compañía Víctor Talking Machine, embrión de la que luego habría de ser la poderosa casa discográfica RCA Records, para la que realizó numerosas grabaciones a cambio de suculentas cantidades de dinero. Se convirtió, así, en el pionero de la música culta en soporte discográfico, con lo que contribuyó notablemente a la divulgación del bel canto entre esas clases populares de las que el propio divo procedía. Se calcula que llegó a grabar más de doscientos cincuenta temas a lo largo de su exitosa carrera como tenor, casi todos ellos arias operísticas, aunque también incluyó en sus discos alguna canción de diferente género, como el popular tema «Over there», que alcanzó el número uno en las listas de discos más vendidos en los Estados Unidos en 1918.

Como cantante en directo, llegó a perfeccionar un repertorio propio de unas cuarenta óperas, casi todas ella de compositores italianos. Sobresalió especialmente en obras como Adriana Lecouvreur, de Cilea (1866-?) y La fanciulla del West, de Puccini.

Tras sus primeros éxitos neoyorquinos, su fama se extendió por todos los Estados Unidos de América, lo que propició su presentación en Washington, en un estreno al que asistió el presidente norteamericano Theodoro Roosevelt (1858-1919). Poco después, de nuevo en Europa, viajó al Reino Unido y fue recibido en audiencia privada por el rey Eduardo VII (1841-1910) y su esposa Alejandra de Dinamarca.

A raíz del éxito obtenido por sus grabaciones para el fonógrafo, Caruso pasó a cobrar quince mil dólares por actuación (cuando su caché inicial era de dos dólares por noche). Estos honorarios venían justificados por las ventas de sus discos y, desde luego, por los llenos a rebosar que se producían en las plateas de los teatros donde se anunciaba su presencia. Así, por ejemplo, fue muy recordada su actuación en la Ópera de París en 1910, donde interpretó uno sus personajes favoritos: Radamés, de Aida. A lo largo de su carrera, también logró recreaciones memorables de Don Álvaro, figura central de La fuerza del destino.

El 22 de marzo de 1919, en el Teatro Metropolitan de Nueva York, Enrico Caruso celebró sus veinticinco años como tenor operístico; y, unos meses después, en la Plaza de Toros de México, llegó a congregar a veinticinco mil espectadores para ofrecer una nueva versión de su papel predilecto (Radamés).

A comienzos de 1921 se vio afectado por una grave dolencia en la garganta que le obligó a suspender todas sus actuaciones previstas para someterse a una delicada intervención quirúrgica. Durante el proceso post-operatorio surgieron serias complicaciones que le aconsejaron regresar a Nápoles para intentar restablecerse al lado de su familia (había tenido dos hijos con la soprano Ada Giachetti); pero las atenciones que le prodigaron los suyos no lograron impedir la muerte del gran tenor, sobrevenida cuando aún no había alcanzado el medio siglo de existencia.