Caminha. Adolfo Ferreira (1867-1897).
Poeta y narrador brasileño, nacido en Aracati (en el estado de Ceará) el 29 de mayo de 1867, y fallecido en Río de Janeiro el 1 de enero de 1897. Autor de una breve pero densa producción narrativa en la que domina la descripción detallada de crímenes, bajezas y perversiones, no gozó de gran prestigio literario entre sus coetáneos, aunque en la actualidad se le considera como uno de los mejores representantes del Naturalismo en la narrativa brasileña de la segunda mitad del siglo XX.
Vino al mundo en el seno de la familia formada por don Raimundo Ferreira dos Santos Caminha y doña María Firmina Caminha, que eran primos hermanos y regentaban un próspero comercio en Aracati. El futuro escritor fue el mayor de cinco hermanos que, en 1877, quedaron huérfanos de madre, por lo que fueron criados por distintos familiares.
A sus diez años de edad, el pequeño Adolfo Ferreira fue, en efecto, enviado a la ciudad de Fortaleza, capital del estado de Ceará, donde fue acogido por unos parientes que, además de proporcionarle cobijo y manutención, facilitaron su acceso a los estudios primarios. Tres años después, pasó a Río de Janeiro para afincarse, ahora, en casa de un tío abuelo que decidió orientar su formación hacia la carrera militar.
Fue así como Adolfo Ferreira Caminha ingresó en la Escola da Marinha (“Escuela de Marina”) de Río de Janeiro, donde, como venía siendo habitual entre los aspirantes a oficiales del ejército brasileño, recibió una esmerada formación académica. Pronto mostró una especial inclinación hacia las disciplinas humanísticas, y en particular hacia la creación literaria, faceta en la que destacó, durante aquel período estudiantil, por una serie de textos primerizos, en verso y prosa, que fueron publicados en la revista carioca Fênix Literaria.
Estos escritos iniciales le granjearon un cierto prestigio literario entre sus compañeros de la Escuela de Marina, quienes agradecieron el valor de Caminha al publicar en la Gazeta de Notícias, tan pronto como hubo egresado de dicho centro, el cuento titulado “A Chibata”. En este notable relato, el jovencísimo escritor de Aracati denunciaba los malos tratos y los castigos físicos que eran moneda corriente en la Armada brasileña.
Como era de esperar, este debut de Adolfo Ferreira Caminha en la prensa nacional causó tanto enojo entre sus superiores como satisfacción entre sus compañeros de promoción (todos ellos víctimas de humillantes correctivos en las dependencias de la Escuela de Marina). Pero las represalias tomadas por los oficiales no pudieron impedir que el joven escritor alcanzara en 1885, a los dieciocho años de edad, el grado de guardiamarina, que le facultó para embarcarse al año siguiente en el buque Almirante Barroso.
A bordo de este navío, Caminha tuvo ocasión de visitar algunos lugares del mundo que le causaron una grata impresión, como las islas antillanas y, sobre todo, los Estados Unidos de América, nación a la que habría de dedicar, al cabo de unos años, un libro de viajes que publicó bajo el título de No país dos Ianques (En el país de los yanquis, 1894). Esta obra del escritor aracatiense apareció, primero, en forma de folletín por entregas en el Diário do Ceará, y más tarde vio la luz en formato de libro.
Pero, antes de consagrar este libro de viajes a los Estados Unidos, Caminha ya se había dado a conocer como escritor por medio de la publicación del poemario Vôos incertos (Vuelos inciertos, 1886), de las colecciones de cuentos Judite (Judith, 1887) y Lágrimas de um crente (Lágrimas de un creyente, 1887) y de la novela extensa A normalista (La normalidad, 1893). Mientras redactaba sus versos y cuentos primerizos, continuaba sirviendo en la Marina de Guerra, ahora destacado -tras su retorno de los Estados Unidos- en la bahía de Guanabara (perteneciente al estado de Río de Janeiro). Poco después, fue destinado a la Escola de Aprendizes Marinheiros, sita en la ciudad de Fortaleza (Ceará), donde se integró plenamente en los foros literarios e intelectuales, hasta llegar a convertirse en uno de los principales animadores culturales de la localidad.
Por aquel tiempo estaba en pleno auge, en el vecino estado de Pernambuco, la denominada Escuela de Recife, un amplio movimiento intelectual, de índole multidisciplinar, que se había propuesto introducir en Brasil las ideas y corrientes más avanzadas de la cultura y el pensamiento europeos de la segunda mitad del siglo XX, tales como el abolicionismo, el republicanismo, el cientificismo positivista, el materialismo, el anticlericalismo, etc. El influjo de esta Escuela de Recife se dejó notar muy pronto entre los jóvenes escritores del estado limítrofe de Ceará, a los que se puede decir que capitaneaba el joven Caminha desde que fuera destinado a Fortaleza en 1887.
Consagrado, en efecto, como una de las figuras más activas y relevantes de la vida social y cultural de Fortaleza -donde, al poco de su llegada, había participado en la fundación del Centro Republicano Cearense, asociación claramente influenciada por las ideas de la Escuela de Recife-, Adolfo Ferreira Caminha se vio obligado, no obstante, a abandonar con cierta precipitación esa ciudad donde tan bien se había integrado. El motivo de su marcha fue un escándalo amoroso que, protagonizado por el propio escritor y la dama Isabel Jataí de Paula Barros, anduvo en boca de la sociedad de Fortaleza, incapaz de asimilar, de facto, las ideas avanzadas que sus intelectuales -con Caminha a la cabeza- divulgaban en el plano teórico.
El caso fue que la mujer que mantenía relaciones amorosas con el escritor de Aracati estaba casada con uno de sus compañeros de armas; y que, lejos de recatarse en su comportamiento, ambos amantes se complacían en exhibirse juntos por las calles de Fortaleza, compartiendo sonrisas pícaras, palabras ambiguas y miradas cómplices que escandalizaban a la sociedad «bienpensante» de Fortaleza, cuanto más a los superiores militares de Caminha.
Consciente de que estas relaciones «ilegítimas» podían dar lugar a un violento y deshonroso altercado en el seno del cuerpo naval al que pertenecía, Adolfo F. Caminha solicitó una licencia temporal en la Armada, tal vez con el propósito de alejarse discretamente del lugar y aguardar a que volviese la calma. Así las cosas, en 1889, cuando apenas llevaba dos años en Fortaleza, fue reclamado con urgencia en Río de Janeiro por el mismísimo Ministro de Marina, quien le recriminó su conducta personal; pero Caminha no se dejó amilanar por esta dura reprimenda, porque, de regreso al estado de Ceará, empezó a disfrutar la licencia que le había sido concedida y, sin reparar en las reprobaciones del Ministro, se fue a vivir con Isabel a la localidad de Outeiro, población vecina a Fortaleza.
Llamado nuevamente a Río de Janeiro, el Ministro de Marina le comunicó su decisión de enviarle a un remoto destino en Europa, único medio a su alcance para evitar que el díscolo oficial continuase protagonizando ese escándalo que había enrarecido el ambiente entre los guardiamarinas destacados en el estado de Ceará. Caminha se negó de forma tajante a incorporarse a dicho puesto, por lo que el día 15 de febrero de 1890 -con la publicación del decreto en el que constaba su destitución- quedó definitivamente desligado de la Armada brasileña.
Entretanto, en todo Ceará se había ido forjando una opinión que le tachaba de hombre arisco y misántropo, ya que, lejos de avergonzarse antes quienes le reprochaban su conducta amorosa, solía responder con acritud y altivez, dando lugar a un notable incremento del número de sus enemigos. Ya apartado de la vida castrense, había aceptado un humilde empleo como escribiente del Tesouro Nacional, oficio que desempeñó hasta 1892; y, simultáneamente, decidió combatir la hostilidad de la pacata sociedad de Ceará volviendo a recuperar el favor de su clase intelectual.
Inmerso en una fructífera actividad literaria y cultural, fundó, en enero de 1891, la Revista Moderna, cuya dirección asumió el propio Caminha, al tiempo que mantenía en sus páginas la sección «Notas e impressões», en la que reseñaba las obras literarias que recibía y los acontecimientos sociales que tenían lugar en Fortaleza. Además, en estrecha colaboración con otros artistas, escritores e intelectuales locales, fundó la «Padaria Espiritual», un colectivo de jóvenes creadores y pensadores que se caracterizaban por la defensa entusiasta de ideas renovadoras en el arte, la cultura, la política y, en general, en todas las facetas de la vida.
En mayo de 1892, en una de las sesiones de la «Padaria Espiritual» -que se reunía en el Café Java, sito en céntrica Praça do Ferreira-, el escritor de Aracati ofreció a sus colegas una auténtica primicia literaria: la lectura de los primeros capítulos de la novela en la que estaba trabajando -que no era otra que la ya mencionada narración extensa A normalista (La normalidad), publicada al año siguiente-. Este adelanto causó auténtica satisfacción entre los miembros de la «Padaria Espiritual», aunque también complicó aún más la vida de Caminha en su estado natal de Ceará, ya que enseguida corrió la voz de que el polémico escritor estaba pergeñando una ácida descripción de la sociedad provinciana de Fortaleza.
Por aquel tiempo, su modesto empleo en el Tesouro Nacional apenas le daba para subsistir. Inició, entonces, una interesante colaboración periodística con el diario O Norte, pero pronto tuvo que abandonar este trabajo debido a un nuevo traslado a Río de Janeiro. Esta vez, enfermo de tuberculosis y acuciado por las deudas, su marcha a la gran urbe carioca estaba motivada por la necesidad de ampliar allí su actividad periodística -lo que consiguió al publicar sus artículos en la Gazeta de Notícias y en el Jornal do Comércio-, así como por el deseo de encontrar alguna prestigiosa editorial que le publicase los dos originales que llevaba en su equipaje: la novela A normalista y el libro de viajes No país dos ianques.
Ambos títulos vieron la luz, en efecto, en Río de Janeiro, el primero de ellos en 1893 y el segundo al año siguiente. Tras la publicación de A normalista, lejos ya del enrarecido ambiente provinciano de Ceará, Adolfo Ferreira Caminha fue saludado por la crítica y el mundillo literario de Río como una de las voces más sugerentes del Naturalismo brasileño, corriente que el propio escritor de Aracati se encargó de enriquecer, poco después, con otras dos novelas de sumo interés: Bom crioulo (Buen criollo, 1895) y Tentação (Tentación, 1896).
La grave enfermedad que padecía no le dio lugar a incrementar su obra. El primer día de 1897, cuando aún no había cumplido los treinta años de edad, Adolfo Ferreira Caminha perdió la vida en Río de Janeiro, sin haber alcanzado en modo alguno el reconocimiento literario y la bonanza económica que esperaba lograr cuando se afincó en la capital carioca. En un triste sepelio presidido por la discreción y la pobreza, sus restos mortales recibieron sepultura en el cementerio de São Francisco Xavier.
Obra
Los tres primeros libros que dio a la imprenta Caminha -el poemario Vôos incertos (Vuelos inciertos, 1886) y las recopilaciones de relatos Judite (Judith, 1887) y Lágrimas de um crente (Lágrimas de un creyente, 1887)- no merecen mayores consideraciones en una reseña de esta índole. Sin embargo, conviene prestar suma atención a las tres novelas que el escritor de Aracati publicó a continuación, auténticas joyas del Naturalismo y, en verdad, obras muy avanzadas para la mentalidad y los gustos literarios del momento.
Firme defensor, en estas narraciones extensas -y, de un modo señalado, en las dos primeras- de la existencia de una fatalidad que viene dada por el medio, así como de la necesidad de reflejar en el papel toda la crudeza de la realidad, sin excluir la narración o descripción minuciosa y detallada de los hechos más escabrosos, Caminha brindó en A normalista un ácido retrato de la sociedad provinciana de la capital de Ceará. Tomando como pretexto argumental un episodio de seducción amorosa -con lo que echaba mano, sin disimulos, a materiales narrativos procedentes de sus propias vivencias-, Caminha arremete en esta obra contra todos los grupos o estamentos que conforman dicha sociedad, desde el pueblo llano hasta la rancia aristocracia y la alta burguesía emergente. Aquí, es el medio urbano provinciano, con su conservadurismo, su inmovilismo, su hipocresía y el resto de las lacras que suelen caracterizarle, lo que determina y condiciona la vida de los protagonistas (quienes, en ocasiones, recuerdan mucho al propio Adolfo Ferreira Caminha y a su amada Isabel Jataí de Paula Barros). El deseo de vengar los sufrimientos y humillaciones personales que Caminha padeció en Fortaleza desvirtúa, en parte, esta novela, demasiado apegada -en múltiples pasajes inconsistentes- a una experiencia individual que, aunque debió de ser muy traumática para el autor, enturbia los valores literarios de la obra.
Mayor mérito artístico se aprecia en Bom crioulo (Buen criollo, 1895), que algunos críticos catalogan como novela breve o un cuento extenso antes que como novela propiamente dicha. Convencido de que el papel del escritor pasa necesariamente por reproducir las situaciones más crudas, turbias o escabrosas, Caminha refiere en esta narración un escandaloso caso de homosexualidad que acaba dando lugar a funestas consecuencias (entre ellas, un crimen pasional). La mera elección del tema pone de relieve la audacia del escritor de Aracati, ya que, hasta entonces, el tratamiento de dicha opción sexual apenas había aparecido en las Letras brasileñas (y, cuando lo había hecho, venía enfocado desde una perspectiva muy distinta a la elegida, con desgarro y crudeza naturalista, por Adolfo Caminha).
La narración, dividida en dos partes bien diferenciadas entre sí, refleja en la primera de ellas la convivencia de los marineros de guerra a bordo de un buque de la Armada, mientras que en la segunda se centra en las vivencias de estos personajes en el muelle de Río de Janeiro. El mulato Amaro, protagonista del relato, sufre en sus carnes algunas de las experiencias que vivió en su día el propio autor, quien ya había denunciado en un cuento juvenil los castigos físicos y la disciplina impuesta a base de látigo entre los miembros de la Marina. En la ficción, la trama se complica con la importancia que Caminha adjudica a las relaciones homosexuales, así como a algunos excesos que atribuye a sus antiguos compañeros de armas (como la indisciplina y la embriaguez).
Tentação (Tentación, 1896), tercera y última novela de Caminha, es, tal vez, la menos naturalista de sus narraciones. Como si, tras varios años de residencia fija en Río de Janeiro, tuviese la necesidad de retractarse de las ideas proclamadas en A normalista, el escritor de Aracati elogia ahora la vida tranquila y sosegada en las ciudades de provincias, y cifra en cambio los males del medio en la sociedad cortesana de la gran urbe. Caminha recurre ahora al protagonismo de Evaristo y Adelaide, un joven matrimonio que abandona la sencillez de su vida pequeño-burguesa en provincias para establecerse en Río, donde topa con las aspiraciones aristocráticas de la alta sociedad (en pleno 2º reinado) y, por otro lado, con las ambiciones de quienes postulan el fin de la monarquía y el advenimiento de la república.
Cabe recordar, por último, No país dos ianques (En el país de los yanquis, 1894), el libro de viajes que Adolfo Caminha escribió tras su visita a los Estados Unidos de América. Sobresale especialmente en esta obra la atención prestada por el autor a la ciudad de Nueva Orleáns y a la Exposición Internacional Americana que tuvo lugar en ella, a la que asistió el propio Caminha.
Bibliografía
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MIGUEL PEREIRA, Lúcia. Adolfo Caminha (Río de Janeiro: Agir, 1960).
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RIBEIRO, J. F. de Saboia. Roteiro de Adolfo Caminha (Río de Janeiro: Livraria São José, 1957).