Borgia, Lucrecia (1480-1519).
Famosa aristócrata italiana, nacida en Roma en 1480 y muerta en Ferrara el 24 de junio de 1519, que ha personificado durante siglos la lascivia y licenciosidad del Renacimiento. Sobre su historia existen muchas contradicciones e inexactitudes, pues los Borgia fueron una familia muy poderosa, a cuyos miembros se acusó de todos los crímenes posibles: de su afición a la daga y al conocido como «veneno de los Borgia», la cantarella (un compuesto de arsénico), para deshacerse de sus enemigos; de practicar el incesto, y de otras tantas aberraciones; no obstante, esto fue moneda corriente en la intrigante Italia de entonces, en que la moralidad no fue nunca un valor en alza. Los historiadores contemporáneos tienden a reivindicar la figura de esta mujer, a la que juzgan víctima de la época que le tocó vivir.
Vida
Era hija de Rodrigo Borgia, el futuro papa Alejandro VI, quien había mantenido relaciones con una viuda llamada Vanozza dei Catanei cuando era cardenal; de esta unión nacieron, además de Lucrecia, cuatro varones: Francisco, César, Luis y Godofredo.
Pasó su niñez en el palacio del Vaticano y fue educada por Adriana de Milá, pariente del papa, a cargo de la cual estaba también la joven Julia Farnesio que era, con sus quince años, la concubina del Papa, que contaba por aquel entonces cincuenta y ocho. Lucrecia convivió estrechamente con Julia y fue testigo constante de las relaciones de ésta con su padre, adulterio facilitado por el aya, quien, además, inició a las dos en los secretos de sexo. Ambas jóvenes eran rubias, de piel muy blanca y ojos azules, estaban dotadas de una sorprendente hermosura y poseían una instrucción poco común en la época, lo cual, unido a su natural ingenio, a su carácter optimista y a una natural «ligereza» hizo de ellas -sobre todo de Lucrecia- juguete de las intrigas del Papa.
En 1492, gracias a su enorme fortuna, pudo Rodrigo Borgia obtener el solio pontificio y suceder a Inocencio VIII en la Santa Sede, lo cual hizo con el nombre de Alejandro VI. Al año siguiente, cuando los franceses invadieron Italia, el Vaticano sintió la necesidad de estrechar relaciones con el ducado de Milán, así que se preparó el matrimonio de Lucrecia -que tan sólo contaba trece años de edad- con Giovanni Sforza, señor de Pésaro y sobrino de Ludovico el Moro, el poderoso duque de Milán. De los esponsales, que duraron varios días con sus noches, se cuenta que tras la ceremonia religiosa hubo un gran banquete cuyas sobras se arrojaron por los balcones al pueblo, y que dicha cena se convirtió en una orgía profana, que estuvo acompañada de música, bailes y representaciones de comedias eróticas, y que la novia realizó diversos juegos lascivos con el bufón de su esposo para deleite de los invitados; al final de la noche, finalizado el convite, el propio Papa se presentó en la cámara nupcial para asistir al desnudamiento de su hija.
Pronto dejó el joven esposo de interesar al Papa, quien tomó la decisión de quitarlo de en medio. Sforza, prestamente advertido por Lucrecia, huyó apresuradamente de Roma y el Papa decidió declarar la nulidad de este matrimonio, alegando la impotencia de Sforza, pues, al parecer, el matrimonio no se había consumado en los tres años que duró (aunque, curiosamente, la primera mujer de Sforza había muerto de sobreparto). Otras versiones refieren que César, hermano de Lucrecia, intentó asesinarle por oponerse a sus miras.
Sea como fuere, el caso es que Lucrecia estaba libre para casarse de nuevo, de forma que seis meses después de la anulación de su primer matrimonio, y ante la necesidad de un acercamiento a Nápoles, la joven Lucrecia que, a la sazón, contaba dieciocho años de edad, contrajo segundas nupcias con con Alfonso de Aragón, duque de Bisceglia, un año menor que ella. Éste era hijo natural del rey de Nápoles Alfonso II el Bizco y de una concubina de éste, Trussia Cazullo. Vivieron juntos por espacio de dos años, y ella, tras un primer aborto, dio a luz un niño al que llamaron Rodrigo.
Conforme el Vaticano se fue alejando políticamente de los franceses y aproximándose a los españoles, Alfonso, cuya familia había sido, de hecho, expulsada del trono de Nápoles, tomó partido por los suyos, lo que le convirtió en persona non grata en el Vaticano. En 1500, un día después de haber celebrado el Jubileo con los Borgia, Alfonso fue apuñalado por cuatro enmascarados en las escaleras de San Pedro. Se le trasladó con toda rapidez al palacio del Vaticano, donde salvó la vida gracias a los solícitos cuidados de su esposa. Sin embargo, no bien se hubo recuperado, fue estrangulado en su propia cama, según dicen por el propio César Borgia que, supuestamente, seguía manteniendo sus incestuosas relaciones con Lucrecia, y que estaba celoso de la fuerte inclinación de ésta hacia su marido.
Lucrecia, profundamente afligida por esta muerte, sufrió un aborto, y viuda a los veinte años, se retiró al castillo de Nepi, cuyas habitaciones hizo tapizar de negro y se encerró a llorar su dolor en soledad, lo cual suscitó de nuevo las iras de César. Éste, celoso de la predilección de Lucrecia por su hermano Juan, el duque de Gandía, que también disfrutaba de los favores de la joven, ordenó el asesinato de su propio hermano. Resultado de las relaciones de Lucrecia -ya fuera con su padre o con uno de sus hermanos- fue que en 1498 dio a luz un hijo natural, al que llamó Juan, lo cual motivó la publicación de dos bulas papales. En una de ellas, el Papa lo reconoció como propio, pero en otra posterior declaró que era hijo de César Borgia, lo cual no hizo sino acrecentar los rumores de incesto que circulaban entre el pueblo, que bautizó al pequeño como el «Infante Romano».
Su luto se respetó por breve tiempo, pues apenas un año más tarde fue requerida de nuevo por el Vaticano. Esta vez se había concertado para ella un nuevo matrimonio, más brillante, si cabe, que los anteriores. El designado fue Alfonso, duque de Ferrara y miembro de una de las más prestigiosas y linajudas familias de Italia, lo que permitiría al Papa comenzar sus aspiraciones de la gran unidad italiana. El novio aceptó el matrimonio a instancias de su padre, Hércules de Este; la boda se celebró en diciembre de 1501 y, un año después, los nuevos esposos se establecieron en el ducado de Ferrara. En 1505, a la muerte de Hércules de Este, heredaron la corona ducal; Lucrecia, embarazada de nuevo, se trasladó a Módena y luego a Reggio para evitar la epidemia de peste que se había declarado en aquella localidad; en Reggio dio a luz a un vástago al que puso por nombre Alejandro, en honor a su padre, que había muerto en 1503. El niño murió poco después, y Lucrecia fue reclamada por su marido, así que emprendió el viaje de regreso a Ferrara.
Durante el viaje se detuvo durante una temporada en Mantua, invitada por Francisco de Gonzaga, que estaba casado con su cuñada, Isabel de Este. Parece ser que allí se inició un romance entre ambos que se mantuvo, ya de vuelta Lucrecia en Ferrara, en forma de epístolas clandestinas a través del poeta y humanista Hercules Strozzi. En 1508 Lucrecia dio a luz al tan ansiado heredero de la casa de Este, pocos meses después del parto se retiró de nuevo a Reggio, terriblemente afectada por el asesinato de Strozzi, que apareció apuñalado en las escaleras del palacio de Ferrara. No por esto terminaron las relaciones entre Lucrecia y el marqués de Mantua, al cual intentó sorprender en numerosas ocasiones Alfonso de Este, el marido agraviado, nunca con éxito.
En sus últimos años, Lucrecia se fue debilitando y perdió la belleza que le había dado fama a causa de los continuos partos. Fue precisamente el puerperio de su última hija el que la llevó a la tumba el 24 de junio de 1519. Durante los diecisiete años que pasó en Ferrara se rodeó de una brillante corte de literatos y artistas, entre los cuales destacaron ilustres personalidades como Ariosto, que le dedicó sus simpatías en una estrofa del Orlando furioso, y el poeta Pietro Bembo, quien se enamoró apasionadamente de ella.
LU