Araujo, Orlando (1927-1987).
Poeta, narrador, ensayista, periodista y economista venezolano, nacido en Calderas (en el estado de Barinas) el 14 de agosto de 1927, y fallecido en Caracas el 15 de septiembre de 1987. Poseedor de una riquísima versatilidad literaria y de una acusada personalidad a la hora de comprometerse con algunas de las causas socio-políticas que le rodearon, su figura y su legado impreso constituyen un modelo fehaciente del humanista hispanoamericano brillante, polifacético y comprometido.
Hijo de Sebastián Araujo y Belén Ciangherotti, inició sus estudios primarios en su lugar de origen, para proseguirlos en Boconó y concluirlos en Barinitas. Posteriormente, se matriculó en el Liceo «Simón Bolívar» de San Cristóbal, donde empezó a cursar unos estudios secundarios que daría por terminados en el Liceo «Andrés Bello» de Caracas. Este continuo peregrinar por tan diversas ciudades a lo largo de su infancia y adolescencia habría de servirle, años después, de gran utilidad a la hora de caracterizar la variada riqueza geográfica y humana de su país natal.
Durante los años de 1949 a 1953 se instaló en Nueva York (Estados Unidos de América), donde realizó estudios superiores de Letras y Economía en la Columbia University. Posteriormente, amplió esta formación universitaria con un doctorado en Ciencias Económicas (1955-1957).
En 1966, año en el que contrajo matrimonio con Trina Urbina, dio a la imprenta un destacado ensayo sobre Manuel Díaz Rodríguez, titulado La palabra estéril, obra a través de la cual se reveló como un agudo explorador del hecho literario. Dos años después, volvió a los anaqueles de las librerías venezolanas con otro ensayo, esta vez de carácter político, titulado Venezuela violenta. Se trata de una obra lúcida en la valentía de sus planteamientos y amarga en la claridad con que se expresa, donde Orlando Araujo postulaba, en los últimos coletazos del gobierno de Raúl Leoni (1964-1968), el cambio a través de la vía revolucionaria, para contrarrestar de alguna manera esa violencia estatal que había dado lugar, entre otras muchas calamidades para el pueblo venezolano, a la trágica figura del ‘desaparecido’.
De vuelta a sus preocupaciones literarias, en 1970 irrumpió con fuerza en el panorama de la ficción venezolana con el libro Compañero de viaje, una deslumbrante recopilación de relatos que, localizados en un ámbito rural (el piedemonte andino), huían de las deformaciones mágicas y de la desfiguración barroca para plasmar un lenguaje cortante e incisivo, unas vivencias duras y reales, y unos personajes que revelan su trasfondo humano a través de unos diálogos ágiles, desnudos y veraces. Causó gran asombro la capacidad fabuladora mostrada en este libro por Orlando Araujo, quien hasta entonces había brillado más como investigador serio y riguroso de fenómenos políticos y económicos.
Sin embargo, el éxito de su primera entrega literaria no le impulsó a abandonar ese género ensayístico en el que tanto había destacado. Y así, en 1972 publicó un Ensayo sobre la obra literaria de Enrique Bernardo Núñez, texto que primero apareció como prólogo a la edición de Cacao, del susodicho autor (Caracas: Ed. Banco Central de Venezuela, 1972), y más tarde vio la luz como volumen independiente (Caracas: Monte Ávila, 1980). Dos años después de haber publicado dicho prólogo dio a la imprenta un nuevo ensayo literario, titulado Contrapunto de la vida y la muerte. Ensayo sobre la poesía de Alberto Arvelo Torrealba (1974), y en 1975 volvió a las librerías con una aproximación a la vida y a la obra del poeta, narrador y ensayista Antonio Arráiz, obra que, titulada bajo el nombre de dicho autor, escribió en colaboración con Óscar Sambrano Urdaneta.
En 1978 reanudó su línea creativa con la narración titulada Manuel Vicente Patacaliente, y en 1980 volvió a visitar el género narrativo breve con la recopilación titulada 7 cuentos. Aquel mismo año de 1980 publicó también Barinas son los ríos, el tabaco y el viento, última obra que vio impresa en vida, pues su postrera aportación a las Letras de su país, titulada Narrativa venezolana contemporánea, vio la luz, con carácter póstumo, en 1988.
Al margen de todos los títulos citados, una buena parte de la obra literaria y periodística de Orlando Araujo quedó dispersa en numerosos órganos de información y propaganda revolucionaria, en los que el autor de Calderas colaboró asiduamente a lo largo de la década de los años sesenta. Su implicación en el desarrollo económico, político y cultural no sólo de su país, sino de toda Hispanoamérica, quedó bien patente en estas colaboraciones, así como en su firme e ilusionado apoyo a la Renovación de la Escuela de Letras venezolana y, posteriormente, a la revolución sandinista puesta en marcha en Nicaragua.
En el prólogo de una de sus obras más relevantes, el ensayo Lengua y creación en la obra de Rómulo Gallegos (1976), Orlando Araujo dejó estampado un agudo comentario acerca de la realidad literaria de su tiempo y lugar, comentario que constituye, en sí mismo, un valioso compendio del vigor, la audacia y estilo que caracterizan toda su obra: «Estamos asistiendo a un reencuentro con la obra de Rómulo Gallegos. Ese reencuento no era difícil: bastaba con leer a Gallegos sin prejuicios; pero esto no se hacía en la década de los sesenta. Un prejuicio literario: cuanto aspirante al Concurso de Cuentos de El Nacional caía de bruces en el monólogo de la Señora Bloom, o en las ficciones de Borges, se sentía obligado al menosprecio de Gallegos, aun antes de entrar en su obra«.