Abdelaziz, Muley (1878-1943). El reformista incomprendido que desafió la tradición en Marruecos

Muley Abdelaziz, sultán de Marruecos entre 1894 y 1908, fue una figura controvertida y decisiva en la historia del país magrebí. Su intento de modernizar el reino desde una óptica occidental se enfrentó a una fuerte resistencia interna que terminó por costarle el trono. Nacido en un momento de agitación política, su reinado representa uno de los periodos más turbulentos de la historia contemporánea marroquí, marcado por reformas audaces, oposición religiosa y tribal, así como una creciente injerencia extranjera.
Orígenes y contexto histórico
Abdelaziz nació el 18 de febrero de 1878 en Marrakech, hijo del sultán Muley Hasán y de Lalla Regia, una esclava circasiana. Desde sus primeros años recibió una educación refinada y orientada hacia los valores europeos, algo inusual para un príncipe musulmán de la época. Esta preparación intelectual y cultural, impulsada por su padre, fue vista como una estrategia para integrar a Marruecos dentro de un mundo cada vez más influenciado por las potencias europeas.
Su ascenso al trono se produjo en 1894, tras la muerte de su padre. Aunque aún era menor de edad, fue proclamado sultán en Rabat, con el apoyo de los notables y tribus marroquíes. Su acceso al poder se dio en un clima complejo, donde las tensiones sociales, religiosas y tribales estaban en ebullición, y el país sufría una evidente crisis de legitimidad política y económica.
El contexto internacional también jugó un papel clave. A finales del siglo XIX y principios del XX, Marruecos se convirtió en un escenario de rivalidades coloniales entre Francia, España, Alemania y el Reino Unido, todas ellas interesadas en controlar un territorio estratégico tanto por su ubicación como por sus recursos.
Logros y contribuciones
A pesar de las críticas que recibiría posteriormente, Muley Abdelaziz fue un reformador visionario. Inspirado por los modelos europeos, se propuso transformar Marruecos en un Estado moderno. Entre sus principales acciones se destacan:
-
Introducción de tecnologías europeas, como el teléfono, el telégrafo y el ferrocarril.
-
Reorganización parcial del ejército y de la administración central.
-
Fomento del comercio exterior y establecimiento de relaciones diplomáticas más intensas con las potencias europeas.
-
Promoción de una educación más laica y técnica para la élite del país.
Sin embargo, estas medidas fueron recibidas con recelo por la clase dirigente tradicional y el clero islámico, que veían en estas reformas una amenaza a la identidad religiosa y cultural de Marruecos. Su estilo de vida personal, más alineado con los gustos europeos que con la austeridad islámica, alimentó aún más la desconfianza hacia su gobierno.
Momentos clave de su reinado
Ascenso y primeras reformas
Tras su coronación, Abdelaziz fue tutelado por Sidi Amed ibn Mouza y el gran visir Hadj al-Mokhtar. A medida que fue ganando independencia en sus decisiones, comenzó una serie de reformas que lo distanciaron de la élite tradicional. La adopción de costumbres occidentales, tanto en lo personal como en lo político, provocó una ola de oposición entre los sectores más conservadores.
Rebelión de Bu-Hamara y guerra civil
Uno de los episodios más graves de su reinado fue la rebelión encabezada por Bu-Hamara en la ciudad de Taza. Este líder carismático, con un fuerte respaldo popular, acusó al sultán de violar leyes islámicas y declaró una guerra santa en su contra. La crisis se agravó cuando Bu-Hamara reclamó el trono para el exiliado Muley Muhammad, el hermano mayor de Abdelaziz.
La situación interna se deterioró hasta desembocar en una guerra civil entre facciones rivales, que debilitó gravemente la autoridad del sultán. Las tensiones internas fueron aprovechadas por potencias extranjeras, especialmente Francia y España, que buscaban ampliar su influencia en el norte de África.
Conferencia de Algeciras y debilitamiento del poder central
En 1906, se celebró la Conferencia de Algeciras, un evento que tuvo como objetivo mediar en la situación marroquí pero que, en la práctica, otorgó a Francia y España la potestad de garantizar el orden en Marruecos. Esta decisión fue vista como una humillación nacional y evidenció la debilidad del sultán ante los poderes extranjeros.
La crisis se intensificó con el asesinato del médico francés Émile Mauchamp en 1907, atribuido a las tropas del sultán. Este hecho brindó a Francia una justificación para intervenir militarmente en el país. El mismo año, tropas francesas ocuparon la ciudad de Oujda sin oposición, lo que llevó al colapso del apoyo tribal hacia Abdelaziz.
Abdicación y exilio
En enero de 1908, su hermano menor, Muley al-Háfiz, fue proclamado sultán con el respaldo de Francia y de numerosos jefes tribales. Abdelaziz intentó resistir militarmente, pero fue derrotado en agosto del mismo año y obligado a abdicar públicamente. A partir de entonces, se retiró de la vida política activa.
Durante un tiempo vivió en Casablanca y luego se trasladó a Europa, residiendo en varios países bajo la protección del gobierno francés. Finalmente, regresó a Marruecos y se instaló en Tánger, donde llevó una vida discreta, dedicada a actividades filantrópicas.
Relevancia actual
La figura de Muley Abdelaziz ha sido objeto de revaluación en la historiografía marroquí contemporánea. Si bien en su época fue visto como un gobernante débil y demasiado influido por las potencias extranjeras, hoy se le reconoce como un precursor del reformismo político y un defensor de la modernización del Estado.
Su experiencia muestra las dificultades inherentes a introducir cambios profundos en sociedades fuertemente tradicionales, especialmente cuando se carece de una base de poder sólida y se enfrenta una presión internacional constante. Además, su caso ilustra cómo la apertura al exterior, mal gestionada o impuesta sin consenso, puede ser percibida como una traición cultural.
Entre los aspectos que hoy se destacan de su legado se encuentran:
-
Su voluntad de modernizar la estructura del Estado marroquí.
-
El impulso a la educación técnica y laica.
-
Su actitud tolerante y cosmopolita, que anticipó una visión más abierta del islam marroquí.
Aunque su reinado terminó en fracaso político, su figura sirve como símbolo de los desafíos que enfrenta cualquier líder que busque conciliar tradición y modernidad. Abdelaziz representa el dilema permanente entre conservar la identidad nacional y adaptarse a las exigencias del mundo contemporáneo.
Un legado más allá del trono
Ya retirado de la vida pública, Muley Abdelaziz se dedicó a labores de beneficencia en Tánger, lo que le permitió recuperar parte del respeto perdido durante su mandato. Su muerte, ocurrida el 9 de junio de 1943, fue sentida por el pueblo marroquí, que reconoció en él a un hombre que, a pesar de sus errores, actuó siempre con la intención de mejorar su país.
Sus restos fueron trasladados a Fez, donde recibió honores de jefe de Estado. Este último homenaje simbolizó una cierta reconciliación entre el reformador y la nación que, décadas atrás, no supo o no pudo seguir su visión. En retrospectiva, Muley Abdelaziz fue más víctima de su tiempo que de sus decisiones, un adelantado a una época que aún no estaba lista para el cambio.