Jerónimo Muñoz (ca. 1520–ca. 1591): Astrónomo y Humanista Valenciano que Desafió el Cielo de Aristóteles
El contexto valenciano del siglo XVI
La Valencia de comienzos del siglo XVI, donde nació Jerónimo Muñoz, era un hervidero cultural alimentado por los aires del Renacimiento y el Humanismo. Tras la unión de las Coronas de Castilla y Aragón, y con la consolidación del poder de los Reyes Católicos, se había iniciado en la península un proceso de centralización política que, sin embargo, no logró sofocar del todo la efervescencia intelectual de algunas ciudades como Valencia. En este entorno se combinaban la pujanza económica con una notable actividad académica impulsada por la Universidad de Valencia, fundada en 1499.
Las ideas renacentistas traídas de Italia comenzaban a permear en los ámbitos universitarios, y con ellas se revalorizaba el estudio de las lenguas clásicas, las ciencias matemáticas, la astronomía y las disciplinas naturalistas. Además, el siglo XVI fue testigo de un creciente interés por el hebraísmo, muchas veces ligado a la recuperación de textos bíblicos y al acceso directo a las fuentes del Antiguo Testamento, impulsado por eruditos cristianos y algunos conversos que hallaban en el estudio del hebreo una forma de reivindicar su saber. Es precisamente en este entorno, fértil en debates y tensiones, donde se forma la figura singular de Jerónimo Muñoz.
Orígenes, formación y viajes
Nacido hacia 1520 en Valencia, Muñoz procedía de un entorno del que no han quedado registros familiares concluyentes. Sin embargo, existe al menos un testimonio que ha llevado a algunos investigadores a plantear la posibilidad de que fuera un cristiano nuevo, es decir, descendiente de judíos conversos. Un testimonio italiano de la época lo describe como “Munyocio, llamado el valenciano, que hablaba el hebreo con selecta perfección, como si se hubiera criado y educado entre hebreos”. Este dominio del hebreo, insólito incluso entre eruditos renacentistas, sería una constante a lo largo de su vida y tendría consecuencias en su carrera académica.
Muñoz comenzó su formación en la Universidad de Valencia, donde obtuvo en 1537 el título de Bachiller en Artes. Poco tiempo después alcanzó el grado de Maestro, lo que sugiere un aprovechamiento académico destacado. Algunas fuentes afirman que también cursó estudios de medicina, aunque no existen documentos que lo confirmen. En cualquier caso, su curiosidad intelectual y su sed de conocimientos lo llevaron a viajar por Europa durante sus años de juventud. Uno de sus destinos fue la ciudad italiana de Ancona, donde llegó a ocupar una cátedra de Hebreo en su universidad. Esta experiencia, además de consolidar su dominio lingüístico, le permitió entrar en contacto con círculos académicos y humanistas que estaban a la vanguardia del pensamiento europeo.
El paso por Italia fue determinante, no sólo por su profundización en las lenguas clásicas, sino también por el contacto con corrientes que desafiaban los dogmas establecidos, especialmente en astronomía. Aunque el heliocentrismo aún no había sido plenamente aceptado, las observaciones astronómicas comenzaban a poner en cuestión la cosmología aristotélica, y Muñoz absorbería estas inquietudes de primera mano.
Primeras observaciones y enseñanza en Valencia
De regreso a España, Jerónimo Muñoz comenzó a integrarse activamente en el ambiente científico valenciano. Una de sus primeras intervenciones significativas ocurrió en 1556, cuando observó desde Elche el gran cometa que ese año cruzó los cielos europeos. Sus reflexiones sobre el fenómeno se recogieron más adelante en un apéndice del que sería su libro más influyente, lo cual muestra no sólo su vocación de observador, sino también su voluntad de interpretar los fenómenos astronómicos más allá del mero espectáculo celeste.
Durante esta etapa, y hasta su ingreso formal en la docencia universitaria, Muñoz enseñó privadamente Matemáticas en Valencia, una labor que le permitió construir una red de discípulos fieles y comenzar a formar su círculo intelectual. En 1563 fue finalmente nombrado catedrático de Hebreo en la Universidad de Valencia, y dos años más tarde, en 1565, se le permitió fusionar esta cátedra con la de Matemáticas, ocupando ambas hasta 1578. Esta doble función es especialmente significativa, ya que refleja tanto su erudición humanista como su habilidad técnica.
Durante este extenso periodo, Muñoz no sólo enseñó con entusiasmo, sino que también produjo una intensa actividad investigadora y editorial. Varias de sus obras matemáticas y astronómicas fueron publicadas, mientras que otras quedaron manuscritas. En este ambiente florecieron alumnos como Bartolomé Antist, astrólogo y geógrafo, y Pedro Ruiz, autor en 1575 de un importante tratado sobre relojes solares. La influencia de Muñoz en estos jóvenes talentos ilustra la profundidad de su impacto pedagógico, que no se limitaba a la repetición de saberes tradicionales, sino que alentaba la experimentación y la observación empírica.
Es en esta etapa cuando se gesta la publicación de su primera obra impresa, las Institutiones Arithmeticae ad percipiendam Astrologiam et Mathematicas facultates necessariae (1566), un tratado que aúna el cálculo numérico con su aplicación a la astrología y astronomía, y que representa un puente entre las matemáticas puras y las ciencias celestes. La obra está pensada como herramienta de enseñanza y muestra claramente su orientación didáctica, con ejemplos tanto en notación decimal como sexagesimal, propias del cálculo astronómico. Además, trata temas como proporciones y progresiones aritméticas y geométricas, demostrando su dominio técnico y su enfoque aplicado.
Este perfil híbrido entre humanista y científico, entre maestro de lenguas antiguas y analista del cielo, hace de Jerónimo Muñoz una figura emblemática del Renacimiento español. Su labor en Valencia consolidó su reputación como un sabio polifacético, al tiempo que lo preparó para afrontar, en la siguiente etapa de su vida, una serie de desafíos que lo convertirían en uno de los astrónomos más respetados de Europa.
Maestro y mentor en Valencia
Durante los años que ejerció la docencia en la Universidad de Valencia, Jerónimo Muñoz no solo consolidó su prestigio académico, sino que se convirtió en un referente para una generación de eruditos que comenzarían a transformar el panorama científico peninsular. Su aula se convirtió en un semillero de talento donde se forjaron figuras como Bartolomé Antist, destacado astrólogo y geógrafo, y Pedro Ruiz, autor de un excelente tratado sobre relojes solares publicado en 1575. Esta labor formativa fue, sin duda, uno de los pilares de su legado intelectual.
En ese mismo periodo, Muñoz publicó una de sus obras fundamentales, las Institutiones Arithmeticae ad percipiendam Astrologiam et Mathematicas facultates necessariae (1566), que puede considerarse el primer manual español de aritmética concebido para la enseñanza de la astronomía y la astrología. El libro pone de manifiesto su preocupación por la claridad didáctica y la utilidad práctica del conocimiento matemático. En él, explica con detalle las operaciones básicas y avanzadas mediante ejemplos tomados de la práctica astronómica, incluyendo el uso de numeración sexagesimal, esencial en los cálculos astronómicos de la época.
Este enfoque aplicado a la enseñanza posiciona a Muñoz como un precursor de una pedagogía científica más moderna, en contraste con la tradición escolástica que predominaba entonces en muchas universidades españolas. Su perfil como matemático, astrónomo y filólogo lo convirtió en un exponente del saber renacentista más completo, capaz de unir los lenguajes del cielo y la tierra.
El cometa de 1572 y la ruptura con Aristóteles
El año 1572 supuso un punto de inflexión no solo en la carrera de Muñoz, sino en la historia misma de la astronomía. En noviembre de ese año apareció en el cielo una “nueva estrella”, que los astrónomos del siglo XX identificarían como una supernova de tipo I. Su repentina aparición, su intensidad lumínica y su aparente inmovilidad respecto a las estrellas fijas pusieron en cuestión uno de los dogmas más persistentes del pensamiento aristotélico: la incorruptibilidad e inmutabilidad de las esferas celestes.
Jerónimo Muñoz fue uno de los primeros astrónomos europeos en estudiar sistemáticamente el fenómeno. Su obra Libro del nuevo cometa (1573), escrita a petición de Felipe II, tuvo como objetivo principal demostrar que aquella estrella no era un fenómeno atmosférico ni sublunar, sino un cuerpo celeste auténtico que alteraba la concepción aristotélica del cosmos. Para ello recurrió a una herramienta fundamental: la determinación del paralaje. A través de una serie de observaciones meticulosas y cálculos precisos, concluyó que el paralaje era insensible, lo que indicaba que el astro debía encontrarse más allá de la esfera lunar.
Aunque Muñoz llamó al objeto “cometa”, pronto reconoció que su comportamiento no encajaba con la descripción tradicional de esos cuerpos celestes. En sus propias palabras: “en ningún autor hallo cometa semejante a éste, el cual más parece estrella que cometa”. Su tentativa de comprensión, aunque imprecisa en la terminología, fue profundamente innovadora en el fondo, ya que apuntaba hacia una cosmología dinámica, sujeta al cambio y la alteración.
En términos técnicos, Muñoz describió la posición de la nueva estrella en relación con las estrellas α, β y γ de Cassiopea, formando con ellas una figura “casi rombo”. Además, calculó sus coordenadas ecuatoriales y eclípticas, lo que demuestra su destreza astronómica y su familiaridad con los sistemas de referencia celestes.
El impacto de su obra no tardó en trascender las fronteras españolas. En 1574, fue traducida al francés y publicada en París por Martin Lejeune, facilitando su difusión por Europa. Astrónomos como Cornelius Gemma en Lovaina y Thaddaeus Hagecius en Bohemia la citaron y comentaron con detalle. El prestigioso Tycho Brahe le dedicó un capítulo entero de su Astronomiae Instauratae Progymnasmata, donde compara las observaciones del valenciano con las suyas propias y las valora muy positivamente.
En este contexto, Jerónimo Muñoz aparece como uno de los primeros astrónomos europeos en desafiar explícitamente el modelo aristotélico desde una perspectiva empírica. Si bien no llegó a adoptar el modelo heliocéntrico copernicano, su insistencia en la alterabilidad del cielo lo coloca en la misma senda de pensamiento que llevaría a la revolución científica del siglo XVII.
Reputación creciente y traslado a Salamanca
El eco de sus observaciones astronómicas y su creciente prestigio como matemático lo hicieron objeto de atención por parte de la corte. El propio Felipe II lo convocó para un encargo técnico de gran envergadura: la nivelación de dos ríos con el objetivo de canalizar agua hacia Murcia, Lorca y Cartagena. En el transcurso de este proyecto, Muñoz determinó con gran exactitud la latitud de varias localidades, lo que confirma su competencia en el terreno de la geografía matemática y su aplicación práctica de las ciencias exactas.
En 1578, recibió una oferta para ocupar la cátedra de Astrología en la Universidad de Salamanca, una de las instituciones académicas más prestigiosas de Europa en ese momento. El aumento salarial que implicaba esta propuesta, junto con el reconocimiento institucional, fueron factores determinantes en su decisión de abandonar Valencia. Este cambio marca el inicio de una nueva etapa en su vida, donde, aunque más alejado de la corte, siguió profundizando en sus investigaciones científicas y consolidando su legado académico.
En Salamanca, Jerónimo Muñoz continuó su labor formativa y atrajo a nuevos discípulos que contribuirían a prolongar su influencia más allá de su generación. Uno de los más destacados fue Diego de Lava, autor del tratado El perfecto capitán instruido en la disciplina Militar, y nueva ciencia de la Artillería (1590), en el cual cita las experiencias de su maestro en balística y cuestionamiento de las ideas de Tartaglia sobre la trayectoria de los proyectiles.
El paso a Salamanca no significó una renuncia a su vocación científica, sino más bien un cambio de escenario que le permitió seguir desarrollando su pensamiento con mayor libertad. Su figura comenzaba a adquirir un carácter casi legendario entre los círculos intelectuales peninsulares, y su papel como puente entre la tradición escolástica y la ciencia moderna se volvía cada vez más evidente.
Docencia avanzada y discípulos en Salamanca
Durante su última década de vida, Jerónimo Muñoz permaneció en Salamanca, donde siguió ejerciendo como profesor y científico respetado. Aunque el cambio de ciudad supuso un alejamiento de su entorno valenciano, su labor como formador de discípulos alcanzó en esta etapa un nuevo nivel de madurez. Entre los jóvenes que atrajo a su cátedra se encuentran figuras notables como Diego de Lava, ya mencionado por su obra sobre artillería, y Antonio Núñez Zamora, quien también sería catedrático de matemáticas y astronomía en Salamanca.
Núñez Zamora publicó en 1610 un tratado sobre la supernova de 1604, fenómeno que, como el de 1572, reavivó el debate sobre la mutabilidad de los cielos. La influencia metodológica de Muñoz en este trabajo es patente, tanto por el énfasis en la observación como por el uso de cálculos rigurosos para determinar la posición y naturaleza del astro. A través de estos discípulos, el pensamiento de Muñoz se proyectó hacia las primeras décadas del siglo XVII, consolidando un modelo de investigación científica basada en la evidencia empírica y el análisis matemático.
Además, durante estos años, Muñoz volvió a impartir clases de hebreo, reanudando su doble perfil de científico y humanista. Esta vuelta al estudio de las lenguas clásicas sugiere un esfuerzo por integrar de forma armónica el saber antiguo con las nuevas formas de conocimiento que emergían del Renacimiento.
Proyectos frustrados y escritos perdidos
En 1582, Jerónimo Muñoz intentó regresar a Valencia. A través de su discípulo Bartolomé Antist, gestionó su reingreso a las cátedras que había ocupado previamente. Los jurados de la ciudad aprobaron una retribución de 100 libras por cada cátedra, más 50 libras adicionales para cubrir los gastos de traslado. Sin embargo, por razones que no han quedado documentadas, la oferta no fue suficiente o no se concretó, y Muñoz decidió permanecer en Salamanca hasta su muerte, que debió ocurrir hacia 1591.
Este intento frustrado de retorno parece haber marcado un cierto repliegue de su figura en el contexto valenciano, aunque su influencia se mantuvo viva en el ámbito académico. En sus últimos años, se dedicó también a revisar y escribir nuevas obras, muchas de las cuales quedaron inéditas o perdidas. De entre sus escritos manuscritos conocidos destaca un tratado de astrología, probablemente autógrafo, en el que comenta la obra del astrólogo medieval Alcabitius, cuya traducción latina había sido muy influyente desde el siglo XII. Este manuscrito se conserva en la Biblioteca Nacional de Madrid bajo el título In Isagogas principiis agdilasi Servi gloriosi dei Alcabiciis de Astrorum Apotelesmatis elucubratio Geronimo Muñoz.
Además, se tiene constancia de otros manuscritos de carácter matemático, como una interpretación de los seis primeros libros de Euclides (Interpretatio in sex libros Euclides) y otro tratado titulado De planispherii parallelogrammi inventione. Muñoz mismo, en su Libro del nuevo cometa, hace referencia a varias obras manuscritas de astrología, lo que sugiere una producción intelectual más amplia de la que ha llegado a nuestros días.
En el campo de la geografía, se le atribuye un tratado impreso en 1577 titulado Lectura geográfica y un manuscrito llamado Descripción geográfica de España, que podría corresponder al mismo texto. Estas obras, aunque escasamente conservadas, fueron utilizadas y citadas por varios eruditos valencianos posteriores, quienes lo reconocían como una autoridad en la materia.
Influencia póstuma y reconocimiento europeo
La resonancia de las obras de Jerónimo Muñoz fue notable incluso después de su muerte. La traducción al francés de su Libro del nuevo cometa en 1574 permitió que sus ideas circularan por los centros académicos del norte de Europa. Su correspondencia científica con astrónomos como Bartholomaeus Reisacherus de Viena y Thaddaeus Hagecius de Praga fue comentada por el propio Tycho Brahe, quien en su obra Astronomiae Instauratae Progymnasmata dedicó varios pasajes a las observaciones y cálculos de Muñoz.
Tycho Brahe, uno de los astrónomos más influyentes del siglo XVI, no sólo valoró la precisión técnica del español, sino que comparó sus observaciones con las propias, reconociendo su mérito en un campo aún en formación. Que un sabio danés de fama internacional considerara con respeto a un astrónomo español es un indicador del alto nivel alcanzado por Muñoz en el panorama científico europeo.
La influencia de Muñoz se hizo sentir también en el ambiente científico hispánico, particularmente en los círculos valencianos, donde su nombre fue citado durante generaciones como ejemplo de rigor y erudición. Eruditos como José Rodríguez, en su Biblioteca Valentina (1747), y F. Picatoste Rodríguez, en sus Apuntes para una biblioteca científica española del siglo XVI (1891), reconocen el valor de sus aportaciones y lamentan la pérdida o dispersión de parte de su obra.
Desde una perspectiva historiográfica, Muñoz representa la transición entre el pensamiento científico medieval y la ciencia moderna. Su defensa de una astronomía empírica, su crítica al modelo aristotélico, su método basado en la observación y el cálculo, y su vocación didáctica lo convierten en un pionero de la revolución científica en la península ibérica. Aunque no rompió abiertamente con la tradición, contribuyó de forma decisiva a minar sus fundamentos desde dentro del sistema académico y con las herramientas del propio saber renacentista.
Su capacidad para combinar saberes filológicos, matemáticos, astronómicos y geográficos hace de él una figura enciclopédica, similar en espíritu a otros grandes del Renacimiento, aunque menos conocida fuera del ámbito hispano. Su trayectoria, marcada por la constancia, el rigor y la independencia intelectual, es un testimonio ejemplar de cómo la ciencia podía florecer incluso en contextos dominados por el dogma y las limitaciones institucionales.
Hoy, al recuperar su figura, no sólo se hace justicia a un sabio injustamente relegado, sino que se recupera una pieza clave en el complejo rompecabezas del nacimiento de la ciencia moderna en Europa. Jerónimo Muñoz, el astrónomo que hablaba hebreo con perfección y que desafió con sus cálculos la eternidad de los cielos, merece ser recordado como un hombre adelantado a su tiempo, un auténtico hombre del Renacimiento cuya herencia aún espera ser plenamente reconocida.
MCN Biografías, 2025. "Jerónimo Muñoz (ca. 1520–ca. 1591): Astrónomo y Humanista Valenciano que Desafió el Cielo de Aristóteles". Disponible en: https://mcnbiografias.com/app-bio/do/munnoz-jeronimo [consulta: 29 de septiembre de 2025].