Juan XXIII (1881–1963): El Papa del Concilio Vaticano II y Promotor de la Paz Mundial
Juan XXIII (1881–1963): El Papa del Concilio Vaticano II y Promotor de la Paz Mundial
Formación Humana y Vocacional (1881–1904)
Angelo Giuseppe Roncalli, conocido más tarde como Juan XXIII, nació el 25 de noviembre de 1881 en Sotto il Monte, una pequeña localidad cerca de Bérgamo en la región de Lombardía, Italia. Hijo de Giovanni Battista Roncalli y Marianna Mazzola, pertenecía a una familia humilde de campesinos, pero profundamente religiosa, lo que fue crucial para su desarrollo espiritual. Con una infancia marcada por las austeras condiciones rurales, desde muy joven sintió una fuerte vocación religiosa que orientó toda su vida hacia el sacerdocio.
La familia de Angelo era numerosa, con trece hermanos, lo que le permitió experimentar de manera temprana el significado del trabajo en equipo y el valor de los lazos familiares. Esta cercanía a la familia y la vida rural le proporcionó un carácter sensible y solidario que marcaría su futuro como líder espiritual. A los seis años, Angelo comenzó a asistir a la escuela, y desde temprano destacó por su inteligencia y amor por la lectura, especialmente por las enseñanzas religiosas.
Su vocación sacerdotal fue claramente evidente desde su niñez. Siendo monaguillo en la parroquia local, bajo la dirección del padre Francesco Rebuzzini, pronto se ganó el apodo de «Angelito, el cura» entre sus compañeros. Su devoción al servicio religioso era tal que, aunque su familia no podía permitirse financiar su educación en el seminario, su destino parecía claro. Gracias a la intervención de un pariente, pudo estudiar en el seminario de Bérgamo. Fue allí donde Angelo inició su formación formal para el sacerdocio.
En 1892, ingresó al seminario de Bérgamo y comenzó su camino hacia la tonsura, un signo visible de su compromiso con la vida religiosa. Este hecho es significativo porque se dio a una edad inusualmente temprana, lo que subrayó su firmeza en la decisión de convertirse en sacerdote. A lo largo de su tiempo en el seminario, se destacó por su profunda espiritualidad y por un compromiso con su formación académica que lo llevaría a alcanzar altas distinciones en sus estudios teológicos.
Durante su adolescencia y los primeros años de formación, Roncalli experimentó el impacto del Compromiso social del cristiano, que se convirtió en uno de los pilares de su espiritualidad. Esto lo motivó a unirse a la Congregación de la Anunciación de la Inmaculada, que promovía una vida dedicada a la piedad, el estudio y la acción social. Su interés por ayudar a los más desfavorecidos fue una constante en su vida, reflejando una creencia profunda en la justicia social desde su juventud.
A principios del año 1900, Angelo se trasladó a Roma para continuar su educación teológica en el Ateneo de San Apolinar, gracias a una beca otorgada por su obispo. Sin embargo, antes de poder continuar sus estudios, tuvo que cumplir con el servicio militar obligatorio, lo que lo llevó a unirse al regimiento de infantería de Bérgamo en 1902. Allí, aunque su labor no fue de combate, sino administrativa, se graduó como sargento, lo que le permitió experimentar un primer contacto con la disciplina militar y, en algún sentido, con los desafíos del liderazgo.
Al concluir su servicio militar, regresó a Roma, donde recibió el subdiaconado en la iglesia de San Juan de Letrán en 1903, y fue ordenado diácono ese mismo año. Finalmente, el 10 de agosto de 1904, Angelo Giuseppe Roncalli fue ordenado sacerdote en la iglesia de Santa María en el Monte Santo, por monseñor Ceppetelli, y celebró su primera misa al día siguiente en la Capilla de la Confesión de San Pedro en el Vaticano, un momento trascendental para su vida.
Durante este tiempo de formación sacerdotal, comenzó a cultivar una intensa vida espiritual, destacándose por su profundo sentido de la oración, el examen de conciencia y la humildad. Estos rasgos serían fundamentales en su futura misión pastoral. A pesar de la profunda devoción que profesaba, también era un hombre de gran curiosidad intelectual. Su tiempo en el seminario le permitió desarrollar un amor por el estudio, particularmente de la Historia de la Iglesia y la Apologética, disciplinas que posteriormente influirían en su labor como líder eclesiástico.
En 1905, recién ordenado sacerdote, fue nombrado secretario del obispo de Bérgamo, Giacomo Maria Radini Tedeschi, un puesto que le permitió profundizar en los aspectos administrativos de la Iglesia. Durante este tiempo, también impartió clases en el seminario de Bérgamo, donde enseñó Apologética y Historia de la Iglesia, materias que lo apasionaban profundamente. Su tiempo como docente le permitió relacionarse más estrechamente con los seminaristas y desarrollar un enfoque pastoral que tendría un impacto duradero en su carrera.
Los años en Bérgamo también marcaron su crecimiento como líder espiritual y formador, pues fue responsable de la fundación de la Casa del Estudiante, una residencia destinada a los jóvenes provenientes de familias humildes que querían estudiar en la ciudad. Esta iniciativa reflejaba su compromiso con la educación y su deseo de facilitar el acceso a la formación religiosa a aquellos que, como él, no venían de familias adineradas.
En 1915, cuando Italia entró en la Primera Guerra Mundial, Roncalli se alistó como capellán militar, un puesto que desempeñó durante los años del conflicto. Su servicio en el frente le permitió acercarse a los soldados y ser testigo de las tragedias humanas de la guerra, lo que fortaleció su sentido de compasión y lo preparó para futuras responsabilidades. Durante estos años, su actitud pastoral, sensible a las necesidades humanas, se consolidó como uno de sus rasgos distintivos.
Con el fin de la guerra en 1918, fue nombrado director espiritual del seminario de Bérgamo, cargo que desempeñó con gran dedicación. Fue durante esta etapa cuando comenzó a trabajar en una biografía de su antiguo obispo, Giacomo Maria Radini Tedeschi, mostrando su interés por el estudio y la reflexión histórica. Su carrera parecía apuntar a una vida eclesiástica estable, dedicada a la enseñanza y al cuidado pastoral de su comunidad.
En 1921, Pío XI lo nombró para una misión especial fuera de Italia, enviándolo a Bulgaria como visitador apostólico. Este fue el inicio de su carrera diplomática, que lo llevaría a realizar importantes contribuciones a la diplomacia pontificia en Europa y más allá. Con este nombramiento, Angelo comenzó a desarrollar una nueva faceta de su vida que lo haría conocido no solo por su espiritualidad, sino también por su habilidad para negociar y mediar en situaciones complejas entre la Santa Sede y los gobiernos de la época.
Secretario del Obispo de Bérgamo y Primeros Pasos en la Iglesia (1905–1925)
Después de su ordenación sacerdotal, Angelo Giuseppe Roncalli inició una etapa que sería clave en su desarrollo como líder de la Iglesia. En 1905, fue nombrado secretario personal del obispo de Bérgamo, Giacomo Maria Radini Tedeschi. Este puesto, aunque menos conocido que las responsabilidades diplomáticas que asumiría más tarde, fue fundamental para moldear su carácter pastoral y su dedicación al servicio eclesiástico. Durante este período, además de sus responsabilidades como secretario, Roncalli enseñó Apologética e Historia de la Iglesia en el seminario diocesano de Bérgamo, lo que le permitió profundizar en la formación de futuros sacerdotes y establecer vínculos cercanos con la comunidad religiosa local.
Fue una época en la que Roncalli comenzó a destacarse por su habilidad para escuchar a los demás y por su cercanía con las personas. Su estilo pastoral, lleno de calidez y comprensión, reflejaba una vocación que no solo buscaba la enseñanza, sino también el acompañamiento espiritual de quienes lo rodeaban. Además, sus años en Bérgamo le permitieron profundizar en su devoción personal y en su vida de oración, algo que sería un pilar fundamental en su futuro papado.
Sin embargo, la Primera Guerra Mundial interrumpió temporalmente esta etapa tranquila de su vida. En 1915, Italia entró en el conflicto bélico, y Roncalli se alistó como capellán militar del ejército. Como sacerdote, su papel no fue el de combatiente, sino el de acompañante espiritual de los soldados que luchaban en el frente. Durante los años de guerra, Roncalli se convirtió en un consuelo para aquellos que enfrentaban la muerte y el sufrimiento, compartiendo con ellos momentos de oración y ofreciendo palabras de esperanza en medio del caos.
A lo largo de estos años, se le mostró un rostro de la humanidad desgarrado por la guerra, lo que fortaleció su sentido de compasión y le permitió comprender profundamente la naturaleza humana en su sufrimiento. Esta experiencia lo sensibilizó aún más respecto a las injusticias sociales y a la necesidad urgente de la paz, dos temas que marcarían su papado cuando más tarde fuera elegido Papa.
A la finalización de la guerra en 1918, Roncalli regresó a Bérgamo. Ya no era el joven sacerdote recién ordenado, sino un hombre maduro, con la experiencia de haber vivido los horrores de la guerra. Fue entonces cuando se le asignó la responsabilidad de ser director espiritual en el seminario de Bérgamo. Este rol, que desempeñó con gran dedicación, lo puso en contacto directo con los futuros sacerdotes, quienes veían en él a un modelo de vida cristiana y de servicio. Durante este tiempo, también fundó la Casa del Estudiante, una residencia para jóvenes provenientes de las zonas rurales que se trasladaban a la ciudad para estudiar en el seminario.
La creación de esta casa fue una muestra de su preocupación por los jóvenes y por el acceso a la educación religiosa de aquellos que no tenían los medios para vivir en la ciudad. Este gesto solidario fue uno de los muchos que demostraron su dedicación por los más necesitados, una característica que se mantendría a lo largo de su vida.
Este periodo de su vida fue clave para consolidar la imagen de Roncalli como un líder cercano y afectuoso, preocupado por el bienestar espiritual y material de los demás. Su enfoque pastoral se basaba en la cercanía, en el acompañamiento humano y en la formación intelectual y moral de los futuros sacerdotes. Al mismo tiempo, continuó sus estudios, especialmente sobre la historia de la Iglesia, algo que se convertiría en una constante a lo largo de su carrera. Su interés por la historia y la tradición eclesiástica le permitió comprender mejor la necesidad de un cambio dentro de la Iglesia, algo que más tarde pondría en práctica como Papa.
El Camino hacia la Diplomacia Pontificia
La primera etapa en el camino hacia una vida eclesiástica más amplia y de gran responsabilidad llegó en 1921. El Papa Pío XI lo designó Secretario para Italia de la Obra de la Propagación de la Fe, una misión que lo obligó a realizar numerosos viajes por Europa y que lo introdujo en los círculos internacionales eclesiásticos. A raíz de esta nueva función, Roncalli viajó a varios países como Francia, Bélgica, Alemania y los Países Bajos, lo que le permitió tener un contacto más cercano con las realidades eclesiásticas de Europa en el periodo de entre guerras. Su rol en esta misión le permitió observar de primera mano las diferentes situaciones políticas y religiosas de los países en los que trabajaba y le permitió relacionarse con diversas personalidades de la Iglesia.
En 1922, el Papa Pío XI lo nombró prelado doméstico, un título honorífico que reflejaba el creciente reconocimiento de su capacidad. Durante este tiempo, Roncalli comenzó a manifestar un interés profundo por la propagación de la fe, especialmente en países donde el cristianismo se encontraba en una situación de debilidad o marginación. Fue en este contexto donde Roncalli comenzó a concebir una visión más global del cristianismo, entendiendo que la Iglesia debía ser una institución capaz de conectarse con el mundo entero, sin importar las diferencias culturales o políticas.
En 1925, Pío XI decidió nombrar a Roncalli como delegado apostólico en Bulgaria, un puesto que marcó el comienzo de su carrera diplomática. Esta misión tuvo lugar en un contexto muy difícil, ya que Bulgaria atravesaba una situación de gran inestabilidad política tras la Primera Guerra Mundial. La tarea de Roncalli fue, en cierto modo, la de un mediador entre la Santa Sede y un país que se encontraba bajo la presión del comunismo y de la creciente influencia del movimiento ortodoxo en los Balcanes.
Aunque enfrentó varios desafíos, especialmente debido a la actitud desconfiada de las autoridades búlgaras hacia la Iglesia Católica, Roncalli consiguió establecer buenas relaciones con las autoridades locales y con la comunidad católica. Su trabajo en Bulgaria marcó el inicio de una serie de misiones diplomáticas que lo llevarían a representar a la Santa Sede en varias partes del mundo, entre ellas, Turquía, Grecia y Francia.
El Diplomático Pacífico
En Bulgaria, además de lidiar con las tensiones políticas, Roncalli también tuvo que enfrentarse a las dificultades relacionadas con la minoría católica del país, que vivía en condiciones precarias y enfrentaba la hostilidad de la Iglesia ortodoxa. A pesar de estos retos, logró ganarse el respeto tanto de los católicos búlgaros como de las autoridades locales. Su actitud pastoral y diplomática lo convirtió en un referente de diálogo y entendimiento.
En 1934, Roncalli fue trasladado a Estambul, Turquía, y en 1937 a Atenas, Grecia, donde la situación de la Iglesia Católica no era mucho mejor. En ambos países, se encontró con un panorama marcado por el nacionalismo y la desconfianza hacia la Iglesia, especialmente en un contexto político en el que las relaciones entre la Iglesia Católica y la Iglesia Ortodoxa estaban en su punto más bajo.
A pesar de estas tensiones, Roncalli logró suavizar las relaciones con la Iglesia Ortodoxa y fomentó un espíritu de diálogo que sería una de sus marcas registradas en el futuro. Durante su estancia en Grecia, su labor diplomática fue fundamental para la supervivencia de la Iglesia Católica en un país donde las relaciones entre las distintas confesiones cristianas eran frágiles.
Con el paso de los años, Roncalli fue consolidándose como un líder diplomático de gran habilidad y con una profunda sensibilidad humana. Esto lo llevaría, poco después de la Segunda Guerra Mundial, a ser nombrado nuncio apostólico en Francia, donde continuó su labor de promoción de la paz y la unidad cristiana.
Diplomacia Pontificia en Europa (1925–1953)
La carrera diplomática de Angelo Giuseppe Roncalli comenzó en 1925 cuando Pío XI lo nombró delegado apostólico en Bulgaria. Este fue el primer paso hacia lo que se convertiría en una destacada carrera internacional en la diplomacia pontificia. En una época de grandes tensiones políticas y religiosas, Roncalli fue enviado como representante de la Santa Sede a varios países de Europa, donde sus habilidades diplomáticas, su carácter afable y su profunda espiritualidad se combinaron para forjar su reputación como un mediador eficaz, un defensor de la paz y un firme creyente en el ecumenismo. Esta etapa fue clave para sentar las bases de su futura labor como Papa y, en especial, para su compromiso con la paz, la unidad de la Iglesia y la reconciliación entre las distintas ramas del cristianismo.
El Desafío de Bulgaria (1925–1934)
En 1925, Roncalli fue enviado a Sofía, la capital de Bulgaria, para desempeñarse como delegado apostólico. Bulgaria estaba pasando por un período de inestabilidad política y social tras la Primera Guerra Mundial, lo que dificultó enormemente el trabajo de Roncalli. El país estaba bajo el yugo de tensiones internas y externas, que incluían la amenaza del comunismo y un creciente nacionalismo. Las relaciones entre la Iglesia Católica y la Iglesia Ortodoxa búlgaras eran tensas, por lo que la misión de Roncalli consistió en encontrar una manera de aproximar ambas partes, que históricamente se habían distanciado.
Uno de los logros más importantes de Roncalli en Bulgaria fue su capacidad para ganarse la confianza tanto de las autoridades locales como de la comunidad católica. A pesar de las dificultades iniciales, supo construir puentes entre las distintas facciones religiosas. Durante su tiempo en Bulgaria, se dedicó a mejorar las condiciones de vida de la minoría católica, que enfrentaba una dura situación social y política. Además, se encargó de establecer relaciones diplomáticas con las autoridades búlgaras, lo que permitió que la Santa Sede tuviera un contacto más cercano con el gobierno del país.
En este período, Roncalli desarrolló una profunda comprensión de la política y la diplomacia internacional. Comprendió que, más allá de la política de poder, su tarea era la de promover un diálogo pacífico entre las diferentes creencias religiosas y entre la Iglesia Católica y el mundo. Esto le permitió construir una sólida reputación como diplomático en un contexto internacional altamente conflictivo.
La Diplomacia en el Este de Europa (1934–1944)
Después de casi una década de servicio en Bulgaria, en 1934 Roncalli fue destinado a Estambul (Turquía), donde asumió el cargo de delegado apostólico para Turquía y Grecia. La situación en ambas naciones era igualmente compleja: en Turquía, el gobierno secular de Kemal Atatürk había implementado reformas drásticas para crear un Estado laico, mientras que en Grecia la Iglesia Católica era vista con recelo por la Iglesia Ortodoxa griega, que dominaba el panorama religioso del país.
Roncalli se enfrentó a una complicada realidad diplomática en ambos países. En Turquía, el gobierno de Atatürk había llevado a cabo reformas que ponían en cuestión la posición de la Iglesia Católica en la región. Atatürk había creado una república laica que se distanciaba de la influencia religiosa en los asuntos del Estado. A pesar de la fuerte política secularista del régimen, Roncalli fue capaz de forjar relaciones amistosas con las autoridades turcas y abogar por los derechos de la comunidad católica en un país donde la libertad religiosa estaba restringida.
En Grecia, Roncalli también tuvo que navegar entre las tensiones entre la Iglesia Católica y la Ortodoxa, ambas con siglos de rivalidad. Sin embargo, fue en esta etapa donde Roncalli demostró su habilidad para el diálogo y la reconciliación. En lugar de buscar confrontaciones, favoreció el acercamiento con la Iglesia Ortodoxa, promoviendo la unidad cristiana y fomentando la paz entre ambas ramas del cristianismo. A lo largo de estos años, se fue perfilando una de sus características más destacadas: su firme creencia en la unidad de los cristianos. Su diplomacia no solo se centró en los asuntos políticos, sino también en los religiosos, buscando la reconciliación entre las diferentes denominaciones cristianas.
En el contexto de la Segunda Guerra Mundial, Roncalli fue testigo de los efectos devastadores del conflicto en Europa. A pesar de estar en un puesto diplomático, no permaneció indiferente a las atrocidades que ocurrían, especialmente en el trato a los judíos y otras minorías perseguidas por el régimen nazi. Durante estos años, Roncalli actuó como mediador entre la comunidad judía y la Iglesia Católica, interviniendo en diversas ocasiones para salvar a miles de personas que estaban siendo perseguidas por los nazis. A través de sus gestiones, logró que muchos judíos pudieran escapar de la persecución, lo que le valió el respeto y la admiración de diversas comunidades.
Nuncio Apostólico en Francia (1944–1953)
En 1944, Roncalli fue nombrado nuncio apostólico en Francia, un cargo que le permitió estrechar aún más sus lazos con el mundo diplomático y profundizar en su papel como defensor de la paz. En Francia, donde la Iglesia Católica estaba profundamente dividida a causa de la ocupación alemana durante la Segunda Guerra Mundial, Roncalli mostró su capacidad para reconciliar diferentes facciones. Durante su tiempo en el país, se ocupó de numerosas tensiones internas dentro de la Iglesia francesa y se enfrentó a una situación política complicada.
Uno de los momentos más significativos de su trabajo diplomático en Francia fue su intervención durante la postguerra, cuando las autoridades francesas le pidieron que destituyera a un grupo de obispos que habían colaborado con el régimen de Vichy durante la ocupación alemana. Roncalli, al darse cuenta de que la solicitud de las autoridades estaba sobrada, actuó con cautela. Solo destituyó a tres obispos, mostrando una actitud equilibrada y evitando la condena pública de toda la jerarquía eclesiástica francesa. Esta capacidad para actuar con prudencia en momentos delicados fue una de las características que consolidó su reputación como diplomático sensato y justo.
Además de sus gestiones diplomáticas, Roncalli desempeñó un papel fundamental en las relaciones internacionales de la Iglesia, especialmente en lo que respecta al diálogo con los líderes mundiales. Fue un firme defensor de la paz durante la Guerra Fría, manteniendo un equilibrio delicado entre el bloque soviético y el bloque occidental. Su habilidad para mantenerse neutral y al mismo tiempo fomentar la reconciliación y la paz fue esencial en este período.
Durante su tiempo en Francia, también promovió una mayor participación de la Santa Sede en los asuntos internacionales y estableció relaciones cercanas con Charles de Gaulle, quien más tarde sería presidente de Francia. La relación con De Gaulle fue clave para que Roncalli pudiera tener una voz más activa en los asuntos políticos y diplomáticos que afectaban a la Iglesia Católica en Europa y en el mundo.
La Preparación para Venecia
El trabajo diplomático de Roncalli no solo lo convirtió en un hábil negociador, sino también en un líder respetado dentro de la jerarquía eclesiástica. Después de casi dos décadas de servicio diplomático, Pío XII lo nombró patriarca de Venecia en 1953. Aunque en ese momento Roncalli tenía 72 años, se consideraba que su experiencia como diplomático sería crucial para la renovación de la Iglesia en una época de grandes cambios. Aunque él mismo pensaba que este sería su último cargo en la Iglesia, su llegada a Venecia fue solo el preludio de su papado.
Durante su tiempo en Venecia, Roncalli se dedicó plenamente a las tareas pastorales. Realizó numerosas visitas a los fieles, celebró misa con ellos y se acercó a las necesidades de la comunidad. Fue un período que le permitió volver a sus raíces como párroco y como pastor, lo que lo preparó para el papado, que vendría solo unos años después. Su trabajo en Venecia fue una muestra de su dedicación pastoral y de su deseo de acercarse a la gente común, lo que se reflejaría en su papado.
Patriarca de Venecia y Cardenal (1953–1958)
En 1953, Angelo Giuseppe Roncalli fue nombrado Patriarca de Venecia, un cargo de gran prestigio dentro de la Iglesia Católica. Aunque tenía 72 años y ya se encontraba en la última etapa de su carrera eclesiástica, este nombramiento marcó un hito en su vida, pues no solo lo acercó nuevamente al pueblo, sino que también le dio una plataforma más amplia desde la cual iniciar una transformación que lo llevaría a uno de los papados más influyentes de la historia moderna. Aunque muchos esperaban que su nombramiento fuera una culminación natural de su carrera, su visión pastoral y sus acciones en Venecia demostraron que su misión aún tenía mucho que ofrecer a la Iglesia y al mundo.
Un Nuevo Comienzo en Venecia
Cuando Roncalli llegó a Venecia en 1953, su nombramiento como Patriarca parecía ser, en muchos sentidos, un cierre. Sin embargo, Juan XXIII ya estaba marcando la diferencia desde su llegada. A pesar de su edad avanzada, abordó su labor con la misma dedicación que había tenido a lo largo de su vida. En su discurso de entrada a la ciudad, expresó su deseo de acercarse a la gente y mostrarles su amor y cercanía. Una de las características que siempre se destacó en su vida sacerdotal fue su humanidad, y en Venecia, esa humanidad floreció en su contacto directo con los fieles. Era común verlo celebrando la Misa en las iglesias de la ciudad, visitando enfermos y presos, y ofreciendo consejos y apoyo a aquellos que lo necesitaban.
Además de sus visitas pastorales, Juan XXIII revitalizó la diócesis de Venecia con diversas iniciativas. Se enfocó en la formación del clero, asegurándose de que los futuros sacerdotes estuvieran bien preparados tanto espiritual como intelectualmente. También impulsó la acción social y caritativa, estableciendo proyectos destinados a los más desfavorecidos de la ciudad. Era consciente de la importancia de que la Iglesia estuviera involucrada en la vida cotidiana de las personas, especialmente en tiempos de crecientes tensiones sociales y políticas en Europa.
En Venecia, también promovió una mayor colaboración entre laicos y clérigos, haciendo hincapié en la importancia de una Iglesia que no estuviera aislada de la sociedad, sino integrada en ella. Este enfoque reflejaba un cambio profundo en su pensamiento, ya que, a lo largo de su vida, Roncalli siempre había considerado que la misión de la Iglesia debía adaptarse a las realidades contemporáneas. La piedad popular y la devoción mariana fueron algunas de las características más destacadas de su pastoral en Venecia. Juan XXIII promovió la celebración de festividades religiosas y rituales, que ayudaron a fortalecer la identidad cristiana del pueblo veneciano.
Cardinalato y Reconocimiento Internacional
En el mismo año de su llegada a Venecia, Juan XXIII fue creado Cardenal por Pío XII en un solemne consistorio en París. Aunque muchos pensaban que el cardenalato sería el último gran cargo de su vida eclesiástica, Roncalli lo asumió con la humildad que le caracterizaba, sin dejar de lado su carácter abierto y cercano. Su nombramiento como cardenal consolidó aún más su presencia en la curia romana y le permitió establecer relaciones más estrechas con la Santa Sede y con otros líderes de la Iglesia. Su actitud accesible y su enfoque pastoral en Venecia ya lo habían convertido en una figura admirada, y en su nueva posición como cardenal, su influencia se amplió aún más.
La elección de Juan XXIII como cardenal también reflejó su creciente relevancia en la Iglesia Católica, que en ese momento atravesaba un período de transición. Aunque Pío XII había gobernado con firmeza, la Iglesia se encontraba en medio de un mundo que cambiaba rápidamente, enfrentando desafíos como el secularismo, la guerra fría y los movimientos de derechos civiles. El hecho de que un hombre como Roncalli, con su vasto conocimiento de las necesidades del mundo, fuera promovido a este alto cargo, señalaba que la Iglesia necesitaba una renovación. Este tipo de liderazgo sería crucial para los desafíos que aguardaban en los próximos años.
De Venecia a Roma: El Concilio Vaticano II
Aunque Juan XXIII había llegado a Venecia con la intención de pasar allí los últimos años de su vida, en 1958, con la muerte de Pío XII, se produjo una inesperada vacante papal que cambiaría el curso de la historia. Roncalli, con sus 76 años de edad, fue elegido Papa el 28 de octubre de 1958 en un cónclave sorpresivo. Muchos, por su edad avanzada, pensaban que su papado sería corto y transitorio. Sin embargo, su elección marcó el inicio de una nueva era para la Iglesia Católica. En el momento de su elección, Roncalli eligió el nombre de Juan XXIII, un nombre que tenía una profunda resonancia en la tradición de la Iglesia, evocando tanto al San Juan Bautista como al discípulo amado de Jesús, San Juan.
En su primer discurso como Papa, Juan XXIII dejó en claro su enfoque pastoral: un Papa cercano a su pueblo, dispuesto a dialogar y a escuchar. Juan XXIII no solo tenía el deseo de consolidar la unidad de la Iglesia, sino de hacerla más abierta al mundo, una característica que sería fundamental en su papado. Su propósito era convertir al Vaticano en una Iglesia más comprometida con la paz y con la justicia social, y por ello, uno de sus primeros actos como Papa fue convocar el Concilio Vaticano II (1962-1965), una de las decisiones más trascendentales de su pontificado.
El Concilio Vaticano II: Un Llamado al Apertura
El Concilio Vaticano II fue convocado por Juan XXIII con la finalidad de actualizar (aggiornamento) a la Iglesia y permitirle interaccionar de manera más efectiva con el mundo moderno. En su apertura, el Papa subrayó que la Iglesia debía tener una mayor apertura hacia el mundo, tanto en términos de dialogar con las demás religiones como en términos de adaptarse a los nuevos tiempos. En ese sentido, el Concilio no solo abordaría cuestiones doctrinales, sino también temas como la libertad religiosa, la relación con las Iglesias no católicas, y la situación de la Iglesia en el mundo moderno.
La convocación del Concilio fue una de las decisiones más visionarias de Juan XXIII. El Papa sabía que la Iglesia Católica necesitaba ser más relevante en el siglo XX, especialmente en un mundo que se enfrentaba a grandes tensiones sociales, políticas y económicas. Juan XXIII entendió que la Iglesia no podía permanecer aislada del mundo, y por ello promovió un diálogo interreligioso, especialmente con las Iglesias Ortodoxas y el mundo protestante, así como con las naciones no cristianas. Además, uno de los temas que tocó fue la promoción de la paz en un mundo que aún estaba marcado por los efectos de la Segunda Guerra Mundial y la creciente Guerra Fría.
La Influencia del Papa Bueno
A lo largo de su papado, Juan XXIII se ganó el título de «Papa Bueno». Su forma de ser, amable, accesible y profundamente humano, le permitió conectar de manera especial con los fieles. Fue un Papa que rompió barreras y acercó la Iglesia a las necesidades del mundo. Su personalidad paternal y su genuina preocupación por el bienestar de la humanidad lo convirtieron en un símbolo de esperanza, no solo para los católicos, sino para muchas personas de otras creencias y orígenes.
A pesar de su salud deteriorada, Juan XXIII nunca dejó de trabajar por la unidad de la Iglesia y la paz mundial. En su vida y en su pontificado se reflejaban los valores fundamentales de amor, unidad y reconciliación, principios que lo guiaron tanto en su vida personal como en su gestión como Papa.
Giussepe Roncalli, Papa Juan XXIII (1958–1963)
Angelo Giuseppe Roncalli asumió el papado en octubre de 1958 con una energía renovada y una visión profundamente pastoral que lo hizo ganar rápidamente el afecto y la admiración de millones de católicos y no católicos alrededor del mundo. La elección de un Papa de 76 años, considerado por muchos como un Papa transitorio, fue inicialmente vista como un signo de que la Iglesia necesitaba alguien que guiara los últimos años del pontificado sin demasiadas expectativas de cambios radicales. Sin embargo, Juan XXIII resultó ser mucho más que un Papa de paso. Su pontificado, aunque breve, dejó una huella indeleble en la historia de la Iglesia Católica, transformando no solo su estructura interna, sino también su relación con el mundo moderno.
El Talante Pastoral de Juan XXIII
Desde el comienzo de su pontificado, Juan XXIII se presentó como un Papa profundamente pastoral y cercano a las personas. A diferencia de sus predecesores, que se mantenían distantes de los fieles y rodeados por una rígida corte eclesiástica, Juan XXIII rompió esos moldes. Uno de sus primeros actos simbólicos fue dar la bendición urbi et orbi en Navidad de 1958, no solo a la ciudad de Roma, sino al mundo entero, mostrando su deseo de ser un Papa accesible y cercano a todos los pueblos, independientemente de su religión o ideología. Fue un gesto de apertura que simbolizaba la nueva dirección que él quería para la Iglesia.
En su trato personal con los fieles, Juan XXIII mostró una gran calidez humana. Se le conoce por su carácter afable, por su capacidad para escuchar y por su profunda empatía con las personas, características que rápidamente le hicieron ganarse el apodo de «el Papa bueno». Esta cercanía se reflejaba no solo en sus discursos, sino también en sus gestos cotidianos: se le veía frecuentemente visitando a enfermos, presos y personas humildes. En uno de sus primeros actos como Papa, Juan XXIII visitó la cárcel de Regina Coeli, donde habló con los reclusos y les brindó palabras de consuelo. Este acercamiento a las clases más humildes y su tendencia a visitar lugares donde las personas necesitaban atención pastoral reflejaron su visión de un papado cercano al pueblo.
Su talante pastoral también lo llevó a promover una mayor transparencia y participación dentro de la Iglesia. Fomentó el diálogo con los líderes de otras religiones, buscando que la Iglesia Católica fuera una fuente de unidad en un mundo cada vez más dividido por conflictos ideológicos, nacionales y religiosos. Esta inclusión y apertura fueron temas recurrentes en sus intervenciones públicas y privadas.
La Convocatoria del Concilio Vaticano II
Uno de los momentos más trascendentales de su papado fue la convocatoria del Concilio Vaticano II. El 25 de enero de 1959, apenas tres meses después de su elección, Juan XXIII anunció que convocaría un Concilio Ecuménico, un evento histórico que no solo reformaría la Iglesia desde dentro, sino que también tendría un impacto significativo en su relación con el mundo contemporáneo.
El Concilio, que finalmente comenzó el 11 de octubre de 1962, fue una revisión profunda de la estructura y la teología de la Iglesia, diseñada para adaptarla a los cambios del siglo XX. Durante siglos, la Iglesia Católica se había mantenido bastante rígida en sus dogmas y en su enfoque hacia el mundo. El Papa Juan XXIII sintió que era el momento de abrir las puertas de la Iglesia y permitir que la luz del aggiornamento, o modernización, iluminara sus prácticas y enseñanzas.
Uno de los objetivos más ambiciosos del Concilio fue la renovación litúrgica, incluida la introducción de las lenguas vernáculas en lugar del latín en la liturgia. Este cambio buscaba hacer más accesibles los servicios religiosos para los feligreses, permitiendo que pudieran entender y participar activamente en las celebraciones. Además, el Concilio se enfocó en la relación con otras denominaciones cristianas, promoviendo el ecumenismo y el diálogo interreligioso como medios para fomentar la unidad cristiana. De igual forma, se abordó la libertad religiosa, una novedad importante en una época en que la Iglesia Católica históricamente había sido muy firme en su exclusivismo.
El Concilio también se dedicó a cuestiones sociales y éticas, instando a los católicos a comprometerse con los problemas contemporáneos, como la justicia social, el desarrollo económico y la paz mundial. Juan XXIII, ya famoso por su postura pacifista y su llamado a la justicia social, veía en el Concilio una oportunidad para que la Iglesia respondiera a los desafíos globales y se convirtiera en un agente de cambio positivo.
Aunque Juan XXIII no vivió para ver la conclusión del Concilio, su apertura y visión de futuro sentaron las bases para el trabajo posterior de su sucesor, Pablo VI, quien completó las reformas iniciadas por el Concilio.
Los Esfuerzos por la Unidad de la Iglesia y por la Paz Mundial
Juan XXIII fue también un defensor incansable de la unidad cristiana y de la paz mundial. A través de sus intervenciones públicas y su diplomacia personal, buscó tender puentes entre las diversas ramas del cristianismo. Durante su papado, trabajó para acercarse a la Iglesia Ortodoxa, que durante siglos había estado separada de Roma, e intentó superar las desconfianzas heredadas por la Gran Cisma de 1054. Su actitud conciliatoria también se extendió a las iglesias protestantes y a otros grupos religiosos, lo que lo convirtió en un símbolo de la renovación del ecumenismo en el siglo XX.
En términos de paz mundial, Juan XXIII jugó un papel crucial en la mediatización de la Guerra Fría, en un contexto de tensiones extremas entre los bloques occidental y oriental. En 1962, en plena Crisis de los Misiles en Cuba, en la que el mundo estuvo al borde de una guerra nuclear, Juan XXIII apeló a los líderes mundiales para que desescalaran el conflicto, pidiendo la paz y el entendimiento mutuo. Su intervención durante estos días fue un testimonio de su firme compromiso con la diplomacia y la paz.
En su encíclica Pacem in terris (1963), publicada poco antes de su muerte, Juan XXIII delineó su visión de la paz mundial, afirmando que esta solo se podía alcanzar a través de la justicia, la libertad, la verdad y el amor. En ella, hizo un llamado tanto a los gobiernos como a los individuos para que trabajaran por la paz duradera, basada en el respeto mutuo y el entendimiento. Esta encíclica, dirigida no solo a los católicos, sino a todos los hombres de buena voluntad, fue una clara muestra de su visión universalista y de su deseo de que la Iglesia se comprometiera con la realidad del mundo en todos sus aspectos.
El Magisterio de Juan XXIII
Juan XXIII publicó varias encíclicas y documentos durante su papado, los cuales fueron fundamentales para dar forma a su legado. «Ad Petri cathedram», su primera encíclica, sentó las bases de su pontificado al expresar su deseo de promover la unidad de la Iglesia y la reconciliación entre los católicos. «Mater et Magistra» (1961), una de sus encíclicas más importantes, abordó la doctrina social de la Iglesia, reafirmando la importancia de la solidaridad social y la justicia económica en un mundo marcado por la desigualdad y la pobreza. En ella, también subrayó la necesidad de la reforma social para promover un mundo más equitativo.
Otra de sus encíclicas significativas fue «Pacem in terris», publicada en 1963, que abordó la paz mundial en el contexto de la Guerra Fría y la amenaza nuclear. En esta encíclica, Juan XXIII instó a los gobiernos de todo el mundo a buscar soluciones pacíficas a sus diferencias y a trabajar por el bienestar común de toda la humanidad.
El magisterio de Juan XXIII no solo abarcó temas eclesiásticos y teológicos, sino también cuestiones sociales y políticas de gran trascendencia. Su enfoque pastoral estaba marcado por un fuerte sentido social, una creencia en la dignidad humana y el compromiso con los valores de la paz y la justicia.
La Muerte de Juan XXIII y su Legado
El 3 de junio de 1963, Juan XXIII falleció a la edad de 81 años, después de una larga enfermedad. Su muerte fue un momento de profundo lamento en todo el mundo, ya que muchos consideraban que su pontificado, a pesar de haber sido breve, había representado una verdadera renovación para la Iglesia. Fue sucedido por Pablo VI, quien continuó la implementación de las reformas del Concilio Vaticano II.
En 2000, Juan Pablo II lo beatificó, reconociendo su santidad y su enorme contribución a la Iglesia y al mundo. Su legado perdura no solo en la renovación litúrgica y las reformas del Concilio Vaticano II, sino también en la humildad y cercanía que caracterizaron su papado, convirtiéndolo en uno de los papas más queridos y admirados de la historia reciente.
MCN Biografías, 2025. "Juan XXIII (1881–1963): El Papa del Concilio Vaticano II y Promotor de la Paz Mundial". Disponible en: https://mcnbiografias.com/app-bio/do/juan-xxiii-papa [consulta: 18 de octubre de 2025].