Agustín de Iturbide (1783–1824): El Hombre que Fundó el Imperio Mexicano

Nacimiento y Orígenes Familiares

Agustín de Iturbide nació el 27 de septiembre de 1783 en Valladolid, hoy conocida como Morelia, en la entonces Nueva España. Fue el primogénito de José Joaquín Iturbide y Arregui, un acaudalado español originario de Navarra, y María Josefa de Arámburu y Carrillo, una criolla michoacana. Su familia, de origen aristocrático, le proporcionó una infancia privilegiada, dentro de un contexto social que favorecía las relaciones con las élites locales y extranjeras, un aspecto que marcaría gran parte de su vida.

La historia de los Iturbide en la Nueva España comienza con el patriarca José Joaquín, quien emigró desde España y se estableció en el virreinato para hacer fortuna. Su matrimonio con María Josefa consolidó una familia que, aunque no pertenecía a la alta nobleza, gozaba de un estatus elevado en la sociedad colonial. Agustín, desde su temprana infancia, estuvo rodeado por los beneficios de esta posición. Su familia fue profundamente devota, lo que influiría en sus decisiones futuras, como su relación con la Iglesia, un factor clave en su posterior ascensión al poder.

Agustín fue bautizado en la catedral de Valladolid el 1 de octubre de 1783. En sus primeros años, se dedicó a los estudios y a las labores agrícolas en la región, un reflejo de la doble vertiente de su vida: por un lado, las exigencias de la educación formal, y por otro, la conexión con la tierra y las raíces familiares. A medida que avanzaba en su formación, sus padres buscaban que se destacara en las artes y las ciencias, pero fue el campo militar el que terminaría por captar su atención, algo que reflejaba las tensiones y el ambiente político que se gestaban en el virreinato.

Educación y Primeros Pasos en la Carrera Militar

A lo largo de su adolescencia, Agustín de Iturbide cursó estudios en el seminario de Valladolid, donde se formó inicialmente en un entorno religioso. Sin embargo, pronto fue evidente que el joven Iturbide no se sentía atraído por la vida religiosa. Su interés se volcó hacia la carrera militar, siguiendo los pasos de su padre y de otros miembros de la élite colonial que buscaban el ascenso social y económico a través del ejército. Con apenas 17 años, se incorporó al regimiento de infantería provincial de Valladolid, comenzando su carrera en las filas del ejército español, donde pronto demostró sus dotes de liderazgo y habilidad táctica.

En su época de formación como militar, las tensiones políticas en Nueva España comenzaban a intensificarse, con movimientos revolucionarios como el de Miguel Hidalgo en 1810. A pesar de ser un joven prometedor, Iturbide no se alineó de inmediato con los insurgentes. De hecho, fue un ferviente defensor de la causa realista. Durante los primeros años de la Guerra de Independencia, combatió contra los movimientos insurgentes, participando en varias batallas clave en las que mostró gran valentía y capacidad estratégica. No obstante, también empezaba a forjarse una personalidad que lo diferenciaba de otros oficiales del ejército, una inclinación hacia la autonomía y el caudillismo que, más tarde, definiría su carrera.

Uno de los momentos más significativos de su carrera temprana fue su participación en la captura de Albino García, un líder insurgente, que le valió el ascenso al rango de teniente coronel. Años más tarde, su victoria sobre otro de los insurgentes más notorios, Rayón, lo hizo coronel, un ascenso que consolidó su posición en el ejército y le permitió ganar la lealtad de sus tropas. Sin embargo, a pesar de sus éxitos militares, la vida de Iturbide no estuvo exenta de controversias. En 1816, fue acusado de operar de manera ilícita en sus campañas, pero finalmente fue absuelto. Este incidente, sin embargo, dejó una huella en su carrera, que lo llevó a tomar decisiones más complejas y a entrar en contacto con nuevas ideas políticas.

Primeras Conexiones con el Movimiento Independentista

A medida que la situación en la Nueva España se tornaba cada vez más complicada, con la intensificación de la guerra y las reformas impulsadas por la Corona española, Iturbide se encontró atrapado entre dos mundos: el de la lealtad a la monarquía española y el creciente sentir independentista en la sociedad. Aunque inicialmente rechazó las ideas insurgentes y estuvo dispuesto a luchar contra los revolucionarios, la evolución política en España y las decisiones que tomaron los virreyes en México lo colocaron en una posición difícil.

En 1820, con la proclamación de la Constitución de Cádiz, que imponía reformas liberales, las tensiones entre las facciones absolutistas y liberales alcanzaron su punto máximo. Para los sectores conservadores en Nueva España, estas reformas eran inaceptables, y fue en este contexto que Iturbide, ya con el rango de coronel, se convirtió en una figura clave. Al principio, su posición parecía ser la de un defensor de la monarquía y del orden colonial, pero al poco tiempo, se dio cuenta de que las reformas liberales amenazaban el equilibrio que muchos en su clase habían disfrutado. Fue entonces cuando comenzó a cambiar su postura y a acercarse a los movimientos que buscaban la independencia, aunque de una manera muy particular: buscando una monarquía constitucional que pudiera sostener el orden y la jerarquía, pero sin los excesos del liberalismo radical.

En este contexto, se creó el Plan de la Profesa, una conspiración de la que Iturbide fue parte. La idea original del plan era oponerse a las reformas de Cádiz y restaurar la independencia de la Nueva España, pero no a través de una república, sino mediante una monarquía constitucional. Este cambio en su orientación política fue clave para lo que vendría después. A través de alianzas con diferentes grupos, incluidos los insurgentes, Iturbide se propuso liderar una guerra no solo contra los liberales, sino también contra la misma España, llevando la lucha por la independencia hacia nuevos horizontes.

La Lucha por la Independencia y su Ascenso al Poder

El Plan de Iguala y la Consumación de la Independencia

El punto de inflexión en la carrera de Agustín de Iturbide llegó en 1821, cuando se alió con Vicente Guerrero, un líder insurgente que operaba en el sur del país. La independencia de México había estado en proceso durante más de una década, y aunque las fuerzas insurgentes habían logrado importantes victorias, aún no se vislumbraba una solución definitiva. Fue en este escenario que Iturbide, entonces coronel del ejército realista, cambió radicalmente su postura. Tras varias negociaciones con Guerrero, acordaron firmar el Plan de Iguala el 24 de febrero de 1821, un documento que proponía tres garantías esenciales: religión, independencia y unión. Estos tres principios fueron cruciales para ganar el apoyo tanto de los insurgentes como de los realistas, y marcarían el camino hacia la consumación de la independencia de México.

El Plan de Iguala ofreció una serie de compromisos a diversas facciones sociales y políticas. La independencia de México sería proclamada, pero se mantendría la religión católica como única y oficial, lo que atraía a los sectores conservadores y a la Iglesia, que temían los avances de las reformas liberales. La unión entre los diferentes grupos también era clave, pues Iturbide y Guerrero estaban conscientes de que la fragmentación interna podría destruir cualquier esfuerzo por conseguir la independencia. A través de este plan, Iturbide no solo aseguraba el apoyo de los insurgentes, sino que también se comprometía a garantizar la seguridad y los privilegios de los españoles nacidos en la península que residían en México.

El plan fue una jugada estratégica de Iturbide, que supo atraer tanto a los insurgentes como a los sectores conservadores, una coalición de intereses que se había venido gestando desde el principio de la lucha por la independencia. Al mismo tiempo, la monarquía constitucional era la propuesta de Iturbide para el futuro de México, ya que no deseaba una república. Él consideraba que una monarquía con un emperador europeo elegido podría proporcionar la estabilidad política que tanto necesitaba la nación, aunque el país sería completamente independiente de la Corona española.

El virrey de la Nueva España, Juan O’Donojú, quien había sido enviado desde España para gestionar la situación, llegó a Veracruz en 1821 con la misión de asegurar que la colonia permaneciera bajo el control español. No obstante, al darse cuenta de que la situación en la Nueva España había cambiado drásticamente, se vio obligado a aceptar la independencia de México y firmó el Tratado de Córdoba el 24 de agosto de 1821. En ese mismo mes, las tropas realistas, ahora bajo el mando de Iturbide, marcharon hacia la Ciudad de México y, el 27 de septiembre, Iturbide encabezó la entrada triunfal de las fuerzas del Ejército Trigarante, consagrando así la independencia de México.

La Regencia y la Proclamación como Emperador

Una vez consumada la independencia, Iturbide asumió un papel decisivo en la dirección del nuevo país. En septiembre de 1821, Iturbide fue nombrado presidente de la Junta Provisional Gubernativa, un órgano que debía tomar las decisiones políticas y gobernar México de manera temporal mientras se establecía una estructura de gobierno más formal. Durante este periodo, Iturbide utilizó su liderazgo para consolidar el poder, aunque enfrentaba una oposición significativa de los partidos republicanos, progresistas y los borbonistas, quienes preferían un sistema republicano y federalista.

A pesar de que el país estaba bajo su control, las tensiones políticas no tardaron en surgir. La falta de organización del partido iturbidista, que carecía de una estructura definida, y la exclusión de líderes insurgentes de la junta, socavaron el apoyo a su gobierno. Sin embargo, en mayo de 1822, la situación se volvió más crítica. Un levantamiento encabezado por el pueblo y el sargento Pío Marcha proclamó a Iturbide emperador de México bajo el nombre de Agustín I. Este movimiento fue respaldado por muchos sectores conservadores que veían en la figura de Iturbide la estabilidad que México necesitaba tras años de guerra.

El 19 de mayo de 1822, el Congreso mexicano ratificó la proclamación, y el 21 de mayo se llevó a cabo la coronación de Iturbide como emperador. Su esposa, Ana María Huarte, fue coronada como emperatriz. Este acto, sin embargo, no fue unánime. Los republicanos y liberales se opusieron vehementemente a esta forma de gobierno, y desde el principio, Iturbide enfrentó la resistencia de aquellos que querían una república.

La Caída del Imperio y el Exilio

El gobierno de Agustín I comenzó a desmoronarse rápidamente. En enero de 1823, una rebelión liderada por el general Antonio López de Santa Anna estalló, reclamando la restauración del Congreso y el reconocimiento de la soberanía nacional. Este movimiento fue parte de una serie de revueltas que buscaban un cambio radical en la estructura política del país. A pesar de las amenazas y los intentos de represión, los rebeldes lograron su objetivo, y el Plan de Casa Mata forzó la abdicación de Iturbide el 19 de marzo de 1823. Iturbide, ya debilitado y sin apoyo, cedió a las presiones y dejó el trono.

Tras su abdicación, Iturbide se exilió a Europa, primero en España y luego en Florencia, donde intentó reconstruir su vida. Sin embargo, su caída no fue definitiva. A pesar de que el Congreso mexicano había decretado su destierro y lo había condenado como traidor, Iturbide decidió regresar a México en 1824, impulsado por algunos de sus antiguos partidarios que lo consideraban un líder legítimo.

La Muerte y el Legado Póstumo

La reentrada de Iturbide a México resultó ser fatal. Al desembarcar en Tamaulipas el 14 de julio de 1824, fue arrestado y llevado a juicio. A pesar de su intento de defender su causa, fue condenado a muerte por traición. El 19 de julio de 1824, Agustín de Iturbide fue fusilado por un pelotón de fusilamiento. En sus últimos momentos, se dirigió a los soldados con una última arenga antes de ser ejecutado.

Su nombre fue oficialmente proscrito y su figura fue condenada por muchos como la de un traidor a la patria. Sin embargo, en 1833, el general Santa Anna, quien había sido uno de sus enemigos más férreos, decidió darle un entierro digno. Los restos de Iturbide fueron trasladados y enterrados en la Catedral de Felipe de Jesús, un gesto que significó una especie de rehabilitación póstuma.

El legado de Agustín de Iturbide ha sido objeto de debate a lo largo de la historia de México. Para algunos, fue un traidor que traicionó los ideales de la independencia en su afán de poder. Para otros, fue una figura clave en la consumación de la independencia de México, alguien que, aunque controversial, jugó un papel fundamental en el nacimiento del país como nación libre y soberana.

El Fin del Imperio y el Legado de Iturbide

El Régimen Imperial y los Primeros Signos de Crisis

La coronación de Agustín I como emperador de México, el 21 de mayo de 1822, marcó la culminación de una serie de eventos que comenzaron con su alianza con los insurgentes para lograr la independencia del país. Sin embargo, la estabilidad del imperio fue efímera. Desde el inicio de su reinado, Iturbide enfrentó serias dificultades para consolidar su poder. Aunque el imperio mexicano estaba bajo el control de su gobierno, las tensiones políticas no tardaron en surgir. Los republicanos, los liberales y los borbonistas, que eran contrarios a la monarquía y al sistema centralista propuesto por Iturbide, comenzaron a organizarse en contra de su régimen. Estos grupos tenían visiones diferentes sobre el futuro del país, pero coincidían en su rechazo al imperio.

Además de la oposición política interna, el emperador tuvo que lidiar con la creciente inestabilidad económica, la falta de recursos para sostener el aparato estatal y la fragmentación del apoyo social. Mientras tanto, el viejo ejército realista, que había sido clave en la lucha por la independencia, comenzó a mostrar signos de descontento debido a las promesas no cumplidas y a las constantes reformas que no beneficiaban a las tropas. Los liberales, por su parte, formaban una oposición organizada, y su poder aumentó con el tiempo, especialmente a medida que la república federalista ganaba fuerza.

El descontento popular no solo se limitaba a los sectores opositores ideológicos. En varias regiones del país, la administración de Iturbide fue vista como autoritaria y centralista, lo que generó un malestar generalizado. Incluso aquellos que lo habían apoyado en la lucha por la independencia comenzaron a cuestionar su liderazgo. La falta de un sistema político organizado y la exclusión de muchos de los líderes insurgentes más importantes de la Junta Provisional Gubernativa fue un error fatal de Iturbide. Al no consolidar alianzas con figuras clave del movimiento independentista, su régimen perdió legitimidad y apoyo en sectores cruciales.

La Caída del Imperio: La Rebelión del Plan de Casa Mata

La crisis alcanzó su punto culminante en enero de 1823, cuando se produjo la Rebelión del Plan de Casa Mata, encabezada por el general Antonio López de Santa Anna y otros oficiales militares. El plan exigía la reinstalación del Congreso mexicano, que había sido disuelto por Iturbide, y la adopción de una estructura de gobierno más democrática y representativa, sin la figura de un emperador.

Este levantamiento fue impulsado por la oposición al régimen imperial, que ya no contaba con el respaldo popular ni con el apoyo de importantes facciones dentro del ejército. Los insurgentes, ahora organizados bajo nuevas banderas, comenzaron a ganar fuerza, y la rebelión fue apoyada por amplios sectores sociales que querían poner fin a la monarquía y avanzar hacia una república. Frente a la inminente caída de su régimen, Iturbide, al darse cuenta de que su poder se desmoronaba, abdicó el 19 de marzo de 1823, cediendo a las presiones de las fuerzas rebeldes.

Aunque la abdicación fue un acto que pretendió evitar mayores derramamientos de sangre, su caída no significó el fin de su influencia en el país. Tras su abdicación, Iturbide dejó el trono y se exilió en Europa, buscando un refugio temporal en España y luego en Florencia. Sin embargo, su partida de México no fue definitiva. A pesar de la hostilidad hacia él, algunos de sus antiguos seguidores continuaron viéndolo como un líder legítimo, y esto lo impulsó a regresar al país en 1824, sin conocer el destino que le aguardaba.

Exilio, Regreso y Fusilamiento

En el año 1824, Iturbide decidió regresar a México, confiando en que aún podía recuperar su influencia. Al llegar a Tamaulipas el 14 de julio, fue arrestado y puesto a disposición de las autoridades. El Congreso mexicano, que ya lo había declarado traidor, ordenó su juicio y condena a muerte. Fue sentenciado por traición a la patria, un cargo que le había sido impuesto por su intento de establecer un imperio monárquico en lugar de una república. Aunque Iturbide intentó apelar a la clemencia y recordó sus servicios en la causa de la independencia, no pudo evitar el fusilamiento.

El 19 de julio de 1824, Agustín de Iturbide fue fusilado en Padilla, Tamaulipas, después de pronunciar un discurso ante el pelotón de fusilamiento, pidiendo a los soldados que no lo mataran si consideraban que su muerte no contribuiría al bienestar del país. Sin embargo, sus súplicas fueron ignoradas, y la figura de Iturbide fue erradicada en la vida política del país de manera abrupta y violenta.

El Legado Póstumo de Iturbide

Después de su fusilamiento, el nombre de Iturbide fue proscrito, y su figura fue vista como la de un traidor por gran parte de la población. Sin embargo, con el paso de los años, su legado comenzó a ser revalorizado. En 1833, el general Santa Anna, quien había sido uno de sus más acérrimos opositores, decidió darle un entierro digno. Los restos de Iturbide fueron exhumados y trasladados a la Catedral de Felipe de Jesús, donde descansan junto a los primeros héroes de la independencia. Esta acción simbolizó la reconciliación entre las facciones políticas del país y el reconocimiento póstumo de la importancia que Iturbide tuvo en el proceso de independencia.

A lo largo de los años, la figura de Agustín de Iturbide ha sido objeto de debate. Para algunos, fue un traidor que intentó aferrarse al poder a toda costa, traicionando los ideales republicanos. Para otros, fue una figura central en la consumación de la independencia de México, ya que fue él quien, al unirse con los insurgentes, logró consolidar la independencia del país y establecer los cimientos de la nación.

En definitiva, el legado de Agustín de Iturbide es ambivalente, marcado por su ascenso al poder como emperador y su caída en el fusilamiento, pero también por su papel crucial en la independencia de México. Fue una figura que, en su intento de dar forma al destino de su país, dejó una huella profunda que sigue siendo analizada y discutida por historiadores y estudiosos hasta el día de hoy.

Cómo citar este artículo:
MCN Biografías, 2025. "Agustín de Iturbide (1783–1824): El Hombre que Fundó el Imperio Mexicano". Disponible en: https://mcnbiografias.com/app-bio/do/iturbide-agustin-de-emperador-de-mexico [consulta: 18 de octubre de 2025].