Rafael Gómez Ortega (1882–1960): «El Gallo», un torero de alma y contradicciones

Los primeros años y el inicio en el toreo

Contexto histórico y social

A finales del siglo XIX, España vivía una etapa convulsa y llena de contrastes. La restauración borbónica, que había traído estabilidad política tras la inestabilidad de la Primera República y las Guerras Carlistas, comenzaba a mostrar señales de agotamiento. Mientras las ciudades experimentaban un incipiente proceso de modernización, el campo y las tradiciones se mantenían firmes. En ese panorama, la Tauromaquia ocupaba un lugar privilegiado en la cultura popular española, no solo como espectáculo, sino también como una manifestación de las pasiones y valores nacionales.

La vida de los toreros, en este contexto, estaba marcada por una paradoja constante: por un lado, se les veneraba como figuras heroicas y temerarias; por otro, la inestabilidad y las dificultades de la vida del toro hacían que su existencia estuviera llena de altibajos. Este es el escenario en el que nació Rafael Gómez Ortega, quien, a pesar de estar en la sombra de la grandeza de su hermano menor, José Gómez Ortega, “Joselito”, logró forjarse una carrera propia, destacando tanto por su arte como por sus peculiaridades.

Orígenes familiares y primeros años en Gelves

Rafael Gómez Ortega vino al mundo en Madrid el 18 de julio de 1882, hijo de Fernando Gómez García, conocido en el mundo taurino como “El Gallo”, un hombre de carácter fuerte que no solo inculcaría a su hijo la pasión por los toros, sino también un estilo de vida marcado por la disciplina y la exigencia. La familia vivía en un ambiente donde la Tauromaquia no era solo una tradición, sino una forma de vida. Sin embargo, a los seis años, la familia se trasladó a Gelves, un pequeño pueblo sevillano que se convertiría en el centro de formación y crecimiento de los hijos del matador. Aquí, el padre de Rafael construyó una pequeña plaza de toros junto a su casa, un espacio en el que los niños podían entrenar y aprender el arte de la lidia desde pequeños. Este ambiente familiar fue el caldo de cultivo para que Rafael iniciara sus primeros pasos en el mundo del toreo, especialmente al haber crecido rodeado de becerras y toros jóvenes.

Desde temprana edad, Rafael mostró una gran destreza y valentía. A los nueve años, ya lidiaba becerras en los entrenamientos dirigidos por su padre, y a los trece formaba parte de una cuadrilla de niños toreros que se presentaba en las plazas de la región. Esta cuadrilla, que incluía a otros jóvenes como Manuel García Reverte, “Revertito”, sobrino del célebre creador de la revertina, es un claro ejemplo de la importancia que los jóvenes toreros comenzaban a tener en la formación del talento taurino de la época. La agrupación se consolidó como una de las más destacadas en el ámbito taurino infantil, y fue en ella donde Rafael tuvo contacto con otros futuros nombres importantes del toreo, como Rafael González Madrid, “Machaquito”.

Formación y primeros pasos como novillero

El 1 de septiembre de 1899 marcó el debut de Rafael Gómez como novillero en Madrid. Aunque el enfrentamiento con las reses de don Esteban Hernández no fue espectacular, sí dejó una impresión positiva entre la afición, que vio en él las primeras muestras de su potencial. La época novilleril de Rafael fue variada, con momentos de gran éxito, seguidos por periodos de altibajos, que reflejaban la irregularidad que marcaría toda su carrera. Estos primeros años fueron cruciales, no solo por los aprendizajes que Rafael adquirió en las plazas, sino también por la relación con su familia y su entorno, que lo influiría profundamente en su visión del toreo.

Su incursión en el mundo taurino estuvo llena de incertidumbre y desafíos. La competencia, la falta de contratos y las difíciles circunstancias sociales y económicas de la época hicieron que su camino no fuera fácil. Sin embargo, la carrera de Rafael despegó cuando, en 1902, fue finalmente llamado para tomar la alternativa en la Real Maestranza de Sevilla. Esta fue una ocasión significativa en su vida, ya que sería la primera vez que un matador experimentado, Emilio Torres Reina, “Bombita”, le cediera un toro en un acto solemne de transmisión de conocimientos. El toro que le tocó, de la ganadería de don Carlos Otaolaurruchi, sería el primero de una larga lista de astados que marcarían el destino de Rafael en los ruedos.

El despertar de su talento y las primeras decisiones

La alternativa tomada en Sevilla fue un punto de inflexión en su carrera, aunque no fue suficiente para consolidarse de inmediato como una gran figura del toreo. A los 22 años, Rafael debía demostrar que no solo había heredado el apellido y el talento de su padre, sino que también podía destacar por méritos propios. Su apodo, “El Gallo”, que le había sido transmitido por su padre, era una referencia constante tanto en los medios como entre los aficionados, pero la sombra de su hermano José, “Joselito”, una de las más grandes figuras del toreo de todos los tiempos, siempre estaba presente, desafiando cualquier intento de eclipsarlo.

La alternancia de momentos de gloria con otros de olvido fue una constante en la vida de Rafael. Sin embargo, su capacidad para adaptarse a las circunstancias y su inquebrantable deseo de triunfar le permitieron mantenerse en el ruedo. Con el tiempo, su estilo personal se fue afinando, y a pesar de sus altibajos, logró una de las carreras más complejas y fascinantes del toreo español. La pregunta sobre si sería capaz de superar la sombra de “Joselito” y hacerle frente en su propio terreno era una cuestión que sus seguidores no dejaban de plantearse, pero la historia del “Gallo” estaba lejos de definirse por la comparación con su hermano.

La carrera de «El Gallo» en el ruedo

Desarrollo de su carrera como matador

La transición de Rafael Gómez Ortega, “El Gallo”, de novillero a matador de toros fue un proceso de formación marcado tanto por el aprendizaje como por la implacable competencia que existía en su época. En 1902, tras tomar la alternativa en la Plaza de la Real Maestranza de Sevilla, el joven Rafael iniciaba su andadura como matador. La presencia de Emilio Torres «Bombita» como padrino en su alternativa fue un respaldo significativo, y la entrada en los ruedos de una plaza tan prestigiosa le otorgó una visibilidad que fue crucial para su carrera.

No obstante, fue en Madrid donde “El Gallo” tendría que enfrentar la dura tarea de confirmar su alternativa y ganarse el reconocimiento definitivo. La confirmación de su alternativa en la Plaza de Las Ventas, el 20 de marzo de 1904, fue un hito fundamental en su carrera. Fue entonces cuando, bajo el manto protector de Rafael Molina «Lagartijo Chico», le tocó lidiar un toro del Duque de Veragua. A partir de ahí, el toreo de Rafael se fue perfilando con un estilo propio, lleno de contrastes, donde su extraordinario talento para las suertes de capote y banderillas convivía con momentos de incertidumbre.

El «Gallo» y su estilo propio

La inestabilidad fue una constante en la carrera de Rafael Gómez. Aunque poseía una técnica depurada y una gran capacidad para ejecutar las suertes más difíciles de la Tauromaquia, su carrera estuvo marcada por períodos de brillantez interrumpidos por otros de total ausencia en los ruedos. Esta alternancia de momentos de gran destreza con etapas de dificultades y ausencias no solo generó una gran expectación, sino que también convirtió a “El Gallo” en un personaje lleno de contradicciones. Su inconfundible estilo fue un híbrido entre el clasicismo y el romanticismo taurino, que en ocasiones se transformaba en una auténtica montaña rusa emocional y técnica.

Su dominio de la técnica taurina fue sobresaliente. Rafael tenía una especial habilidad para ejecutar las más complicadas suertes de capa, siendo las “largas afaroladas” y las “serpentinas” las más reconocidas. Algunas de estas suertes, como las revoleras, fueron innovaciones que muchos atribuyen a su invención. A lo largo de su carrera, «El Gallo» se destacó por su capacidad para ejecutar cada faena con elegancia y poder, lo que le permitió convertirse en uno de los toreros más completos de su tiempo.

Sin embargo, el talento de Rafael no estuvo exento de altibajos. Su conocida “espantá”, una suerte de huida ante el toro en el último momento, se convirtió en uno de los rasgos más controversiales de su carrera. A pesar de su eficacia y destreza con el capote y la espada, los seguidores del torero no podían evitar criticarle por su miedo a la hora de enfrentar la suerte suprema, lo que generaba desconcierto y a veces, desaprobación entre la afición. Algunos, sin embargo, defendían estas escapatorias como una muestra de prudencia y conocimiento, asegurando que Rafael era capaz de ver el peligro donde otros no lo veían.

Altibajos en su trayectoria y los momentos más destacados

A pesar de la irregularidad que marcó su carrera, Rafael Gómez fue testigo de algunos de los momentos más épicos en la historia del toreo. A finales de la temporada de 1907, su actuación en Madrid despertó un fervor entre los aficionados, lo que le permitió firmar un contrato con varias plazas importantes para la temporada siguiente. Fue un momento de resurgir para él, un breve pero glorioso retorno a la cumbre del toreo que le permitió competir al más alto nivel.

Sin embargo, la carrera de Rafael estuvo marcada por una constante oscilación entre el éxito y la derrota. En 1911, uno de los momentos más impactantes de su vida personal se entrelazó con su carrera profesional: su matrimonio con la famosa bailaora Pastora Imperio, un evento que acaparó la atención de la prensa y que rápidamente se convirtió en una tragedia pública debido a la breve duración del enlace. A pesar de la ruptura, que nunca fue aclarada públicamente, la figura de Rafael siguió siendo una de las más carismáticas en la Plaza de Toros, y su nombre continuó resonando con fuerza en el ambiente taurino.

El mismo año, 1912, fue uno de los más complejos para Rafael, quien tuvo una temporada irregular en Madrid. A pesar de una actuación desastrosa el 2 de mayo, en la que fue duramente criticado por su falta de destreza, la Plaza de Las Ventas presenció uno de los momentos más asombrosos de su carrera cuando, solo días después, “El Gallo” se sobrepuso a las críticas y realizó una faena que quedaría en la memoria de todos. El 15 de mayo, Rafael toreó con gran destreza y logró una de las faenas más emocionantes de su vida. La muleta, el capote, las banderillas y la espada se combinaron a la perfección, deslumbrando a los espectadores que, antes de esa tarde, no tenían mucha esperanza en su rendimiento.

Las crisis personales y su vida fuera del ruedo

La carrera de Rafael Gómez también estuvo marcada por sus crisis personales, que influían de manera significativa en su rendimiento en los ruedos. Las presiones externas, la constante competencia con otros toreros como “Joselito” y Belmonte, y los problemas personales, como su fallido matrimonio, afectaron profundamente su moral. En muchos casos, los aficionados se preguntaban si su talento no se vería empañado por estas tensiones personales. La vida de Rafael fuera del ruedo fue igualmente tumultuosa, y su relación con la prensa se volvió conflictiva debido a las especulaciones constantes sobre su vida personal y su carácter errático.

Sin embargo, a pesar de las dificultades, “El Gallo” nunca dejó de ser una figura fascinante para la afición. Su capacidad para adaptarse a las circunstancias y recuperar su nivel de torero después de cada crisis fue una de las características que lo definió. Sus altibajos no solo formaban parte de su vida personal, sino que también eran una constante en su carrera profesional.

El legado de «El Gallo» y su última etapa

Últimos años en la tauromaquia y su retiro

A medida que la década de 1920 avanzaba, la carrera de Rafael Gómez Ortega, “El Gallo”, comenzó a vivir un periodo de transición. Si bien el apogeo de su arte taurino ya había quedado atrás, su nombre seguía siendo sinónimo de grandeza en los ruedos. La competencia con figuras como José Gómez Ortega, «Joselito», y Juan Belmonte, quienes consolidaban su lugar en la historia de la Tauromaquia, no fue suficiente para eclipsar por completo a “El Gallo”. A pesar de la irrupción de estos dos colosos del toreo, Rafael continuó siendo una figura carismática que resistió el paso del tiempo y mantuvo su espacio en la memoria colectiva de los aficionados.

En 1918, Rafael sufrió una de sus retiradas más inesperadas, cuando decidió alejarse temporalmente de los ruedos. La pausa, que se prolongó hasta 1919, fue una respuesta tanto a su salud como a una necesidad personal de distanciarse de la competencia feroz que había caracterizado su vida. Aunque nunca fue una retirada definitiva, ese tiempo de reposo marcó el inicio de una serie de regresos intermitentes al ruedo, hasta que la Guerra Civil española interrumpió de manera definitiva su carrera activa.

Su último paseíllo como matador tuvo lugar en Barcelona el 4 de octubre de 1936, justo antes de que el conflicto bélico cambiara para siempre el panorama social y cultural de España. Aunque su carrera en los ruedos tocaba a su fin, Rafael nunca abandonó por completo el mundo del toreo. Tras la guerra, participó en varios festivales taurinos, pero ya no con la misma frecuencia ni con el mismo nivel de exigencia que en sus mejores años.

La vida tras el toreo

Después de su retirada definitiva de los ruedos, Rafael Gómez Ortega vivió una larga y tranquila vejez, apartada de los focos, pero aún inmersa en el mundo del toreo. Se convirtió en un referente y mentor para generaciones más jóvenes de toreros, siempre dispuesto a ofrecer consejos y compartir sus experiencias con aquellos que se iniciaban en el difícil arte de lidiar con los toros. Su cercanía a la afición y su carácter afable le aseguraron un lugar privilegiado en la vida taurina, aunque ya no era el protagonista de los carteles.

Rafael vivió sus últimos años en Sevilla, donde fue recibido como una figura venerada por la comunidad taurina. Se dedicó a una vida tranquila, alejada de la tensión de los ruedos, pero siempre presente en las tertulias y conversaciones sobre toreo. En uno de los momentos más conocidos de su vida posterior, se relata que, cuando se enteró de que el filósofo José Ortega y Gasset se dedicaba a filosofar, expresó entre admirado e irónico: “Desde luego, tie qu’haber gente pa to”. Esta frase refleja, en gran medida, el carácter único y entrañable de “El Gallo”, un hombre que, aun alejado de las cámaras y los focos, continuó siendo un personaje relevante y, sobre todo, un amante profundo de la Tauromaquia.

Reconocimiento póstumo y su lugar en la historia

El legado de Rafael Gómez Ortega trasciende los altibajos de su carrera, las crisis personales y las controversias que marcaron su vida. En el análisis contemporáneo, se le reconoce como un torero que supo mezclar la pureza del clasicismo con la pasión romántica del toreo, alcanzando una grandeza que no se basa únicamente en la técnica, sino también en la emoción que transmitió en sus faenas. La reflexión crítica sobre su carrera subraya que, a pesar de sus “espantás” y de las críticas que estas generaban, Rafael sabía leer el toro de una manera única, lo que le permitió mantenerse vigente a lo largo de los años.

Su lugar en la historia del toreo está marcado por su habilidad para ejecutar los lances más complejos y, al mismo tiempo, por su humanidad y sus contradicciones. Fue un torero que nunca dejó de ser fiel a sí mismo, a pesar de las críticas y la competencia. Su influencia perdura tanto en la técnica taurina como en la forma en que se percibe la relación entre el torero y el toro, un vínculo lleno de pasión, conocimiento y, en ocasiones, miedo. La historia lo recordará como un hombre que, pese a no haber alcanzado la perfección de otros grandes de su tiempo, dejó una huella imborrable en la Tauromaquia.

El impacto cultural de «El Gallo»

Rafael Gómez Ortega no solo fue un destacado torero, sino también un personaje culturalmente relevante que representó el alma del toreo clásico en sus momentos más complejos. A través de su figura, se entendió la Tauromaquia como un arte que va más allá de la simple lidia del toro. Fue un hombre que, con su vida y su carrera, mostró las contradicciones inherentes a la pasión por los toros, con sus triunfos y fracasos, sus emociones y temores. En este sentido, su legado ha sido reinterpretado en diversas ocasiones, desde la crítica taurina hasta la cultura popular, donde se sigue viendo en “El Gallo” una figura capaz de inspirar a generaciones de aficionados y profesionales del toreo.

Falleció el 25 de mayo de 1960 en Sevilla, dejando una profunda huella en la historia del toreo, no solo por su habilidad y arte, sino también por su carácter indomable, sus pasiones y sus imperfecciones. Su figura es, hoy en día, recordada con cariño y respeto, como un símbolo de la Tauromaquia clásica y de la humanidad misma que subyace en este antiguo arte.

Cómo citar este artículo:
MCN Biografías, 2025. "Rafael Gómez Ortega (1882–1960): «El Gallo», un torero de alma y contradicciones". Disponible en: https://mcnbiografias.com/app-bio/do/gomez-ortega-rafael [consulta: 30 de septiembre de 2025].