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LiteraturaBiografía

Yezierska, Anzia (ca. 1885-1970).

Narradora estadounidense de origen europeo, nacida en Polonia hacia 1885 y fallecida en Nueva York en 1970. Autora de una espléndida producción literaria que ahonda con rigor y sensibilidad en los conflictos generacionales y las diferencias entre hombres y mujeres en el seno de la población inmigrante, está considerada como una de las voces más representativas de la literatura norteamericana de la primera mitad del siglo XX escrita por autores procedentes de otras naciones, pero integrados en la sociedad estadounidense.

Vida y obra

Nacida en el seno de una extensa familia judía en la que, debido a la gran cantidad de miembros que vinieron al mundo por aquellos años finales del siglo XIX, no se recuerda con exactitud la fecha de nacimiento de la pequeña Anzia, su natalicio tampoco quedó registrado en ningún documento oficial fiable, lo que en buena medida puede interpretarse como un claro indicio de esa marginación social que rodeó a la futura escritora desde los primeros compases de su vida. Otra circunstancia que habría de influir decisivamente en su existencia (al menos, durante sus primeros años de vida) fue la dedicación religiosa de su progenitor, que había estudiado en profundidad el corpus fundamental de la fe y las leyes judías (la Torá o Torah) hasta llegar a convertirse en uno de los hombres más apreciados y respetados dentro de su comunidad. Gracias a la predicación de que gozaba entre las gentes hebreas que le rodeaban, el padre de la futura escritora recibió a lo largo de toda su vida copiosas donaciones que le permitieron sacar adelante a su familia y procurar a sus hijos varones una buena formación escolar, mientras él se consagraba en exclusiva al estudio y la interpretación de la Torá.

Por aquel tiempo, la situación económica en que vivía la comunidad judía del Este de Europa no era del todo boyante, por lo que, a pesar de dichas donaciones, la familia de la pequeña Anzia Yezierska se vio forzada a emigrar a los Estados Unidos de América en 1890, para establecerse en el distrito neoyorquino de Manhattan y, dentro de él, en el populoso barrio de Lower East Side, a la sazón ocupado en su mayor parte por inmigrantes judíos que intentaban recrear allí un ámbito de convivencia regulado por las leyes, costumbres y tradiciones del pueblo hebreo.

A las dificultades de adaptación y estrecheces económicas que de ordinario inciden sobre cualquier familia de inmigrantes, el núcleo familiar de la futura escritora pronto hubo de añadir la pérdida de su principal fuente de sustento, ya que, aunque se hallaba de nuevo inserto en una comunidad judía, ahora no gozaba de las antiguas donaciones de sus vecinos europeos que habían hecho posible el mantenimiento de todos. El progenitor, coherente con su vocación religiosa, continuó entregado al estudio de los textos sagrados; pero todos los hermanos se vieron impelidos a buscar cualquier trabajo que les permitiera combatir la pobreza que había empezado a cernirse sobre toda la familia desde el mismo instante de su desembarco en América. Fue así como la joven Anzia empezó a salir del asfixiante entorno familiar que la rodeaba, primero como dependiente de una modesta sastrería de la calle Hester y, tan pronto como hubo encontrado un trabajo mejor, como mujer libre e independiente que, educada ya en las costumbres y la mentalidad neoyorquinas, se negaba a aceptar el papel tradicional que le tenía reservado -por imposición milenaria- la religión de sus mayores.

Era, en efecto, un dogma del judaísmo muy respetado entre los suyos la creencia de que la mujer había sido puesta por Dios en la tierra sólo para servir a su marido y criar a sus hijos, lo que en la práctica venía a justificar -como bien había experimentado la futura escritora en su propia persona- la negativa de ofrecer a la población femenina una formación intelectual que en nada habría de favorecer este papel servil y obediente que le seguían reservando los varones de su credo. Al entrar en contacto con las nuevas formas de vida que observaba en otras chicas del Lower East Side, Anzia Yezierska se rebeló radicalmente contra esta imposición ultramontana de los suyos y abandonó la casa de sus padres a los diecisiete años de edad, dispuesta a gozar en propiedad de una vida que, según los criterios ortodoxos de su progenitor, no le pertenecía a ella, sino a los hombres que la rodeaban.

Tras haber tomado esta valiente decisión, la joven Anzia compaginó su trabajo en una lavandería con su voraz deseo de aprender a leer y escribir, conocimientos que, hasta entonces, le había negado su padre. La hija de la portera del edificio en el que se había instalado le enseñó sus primeras letras, con las que pronto pudo acceder a una escuela nocturna en la que obtuvo una formación básica equivalente al graduado escolar. Ya con estos conocimientos adquiridos, continuó luego desplegando una intensa formación autodidáctica que, entre otras actividades, la convirtió en oyente habitual de cuantas conferencias se dictaban en los foros universitarios neoyorquinos que quedaban a su alcance.

La deficiente formación afectiva y la misógina educación que había recibido en su infancia y adolescencia influyeron de forma muy negativa en sus relaciones sentimentales, que tuvieron uno de sus hitos más señalados en 1910, cuando la futura escritora contrajo nupcias con un abogado a cuyo lado sólo aguantó unos pocos meses. Tras la pertinente anulación de este primer enlace, sin apenas solución de continuidad volvió a contraer matrimonio con otro hombre con el que tuvo una hija; pero no pasaron juntos demasiado tiempo, pues al cabo de tres años abandonó a este segundo esposo y se llevó consigo a la niña, a la que apenas pudo cuidar por espacio de unos días, ya que las graves dificultades económicas por las que atravesaba tras esta nueva separación obligaron a Anzia Yezierska a devolver la custodia al padre de la pequeña.

Ya próxima a cumplir los treinta años de edad, esas inquietudes intelectuales que había comenzado a alimentar desde el primer instante de su emancipación se tradujeron en la necesidad de poner por escrito algunas de las experiencias que había vivido hasta entonces, de donde surgió su primera narración, titulada The Free Vacation House (La casa de las vacaciones libres, 1915). Cuatro años después, su nombre comenzó a sonar con fuerza en los mentideros literarios neoyorquinos merced a la aparición de The Fat of the Land (A cuerpo de rey, 1919), obra que fue galardonada con el prestigioso premio "Edward I. O'Brien", destinado a subrayar los méritos de las mejores narraciones cortas. Especializada en el cultivo de esta modalidad genérica de la prosa de ficción, al año siguiente dio a la imprenta una espléndida colección de narraciones breves que, reunidas bajo el título de Hungry Hearts (Corazones hambrientos, 1920), la revelaron de inmediato como una de las voces más frescas y originales de la corriente realista que, a la sazón, atravesaba las Letras norteamericanas. Con estos relatos primerizos, hábilmente sustentados en el conocimiento que la escritora vocacional había adquirido acerca de las costumbres y las formas de vida del Lower East Side, Anzia Yezierska demostró no sólo su capacidad de observación y análisis del entorno en que vivía, sino también su maestría y profundidad a la hora de reflexionar sobre los diversos efectos de la miseria y la marginación social en hombres y mujeres.

El éxito rotundo de este volumen de historias cortas propició el veloz ascenso de la escritora desde la pobreza de su humilde barriada neoyorquina hasta el lujo y la ostentación de Hollywood, adonde recaló tras haber firmado un substancioso contrato con una productora para la adaptación de sus narraciones breves a la gran pantalla. Pero, desengañada pronto con este repentino encuentro con la fama y el dinero, abominó del vacío que observaba en quienes había conocido en la Meca del cine y regresó a la riqueza humana de Nueva York, en donde continuó desplegando una intensa trayectoria literaria centrada, fundamentalmente, en los problemas de adaptación de la comunidad judía al estilo de vida genuinamente americano. Ya en plena madurez vital y literaria, supo salvar algunas enseñanzas positivas encerradas en los férreos valores tradicionales que se había visto forzada a rechazar de plano durante su necesaria rebeldía juvenil, y acabó integrándolas en su propia experiencia para dotar así de un denso sentido conciliador no sólo a su obra, sino también a su peripecia vital.

Entre sus obras más significativas (al margen de las ya mencionadas en parágrafos anteriores), cabe citar las narraciones tituladas Salome of the Tenements (Salomé de la heredad, 1922), Children of Loneliness (Niños de la soledad, 1923), Bread Givers (Dadores de pan, 1925), Arrogant Beggar (Mendigo arrogante, 1927) y All I Could Never Be (Todo lo que yo nunca pude ser, 1932). A mediados de siglo, una Anzia Yezierska ya sexagenaria dio a la imprenta una excelente compilación de recuerdos autobiográficos enhebrados en una historia ficticia, y publicados bajo el título de Red Ribbon on a White Horse (Cinta roja sobre un caballo blanco, 1950).

Dadores de pan (1925)

Bread Givers, tal vez la novela más célebre de cuantas escribió la autora judía, está basada también en las vivencias reales de la propia Yezierska, aquí encarnadas en una joven muchacha perteneciente a una familia hebrea y enfrentada constantemente a las creencias obsoletas de los suyos (y, en especial, a las enseñanzas ortodoxas que acata ciegamente su padre). Siempre al hilo de las remembranzas biográficas de la autora, la familia de la protagonista llega a América a comienzos del siglo XX y se topa de golpe con la cruda dureza del capitalismo, que agrava considerablemente su precaria economía de inmigrantes. El cabeza de familia, un rabino totalmente apegado a su devoción religiosa, es el único incapaz de adaptarse a la nueva situación, y se queda en casa rezando mientras los otros miembros del núcleo familiar salen a procurarse algunos centavos con los que remediar su miseria; pero él, Reb Smolinsky, está decidido a no contaminar su alma con inquietudes terrenales, lo que no le impide exigir a su esposa y a sus cuatro hijas que le pongan la comida en la mesa cada vez que se sienta a comer. Su ceguera, alimentada por su inconfesado deseo de no reconocer la necesidad de adaptarse a las nuevas formas de vida, llega a tal extremo que se sirve siempre las mejores raciones de comida, como si las privaciones no afectasen a toda la familia y no estuviera obligado, como padre, a atender por encima de todo al sustento de los suyos.

Por lo demás, Smolisnky gobierna férreamente el presente y el futuro de sus hijas, cuyos salarios reclama para que él pueda seguir entregado a sus oraciones noche y día. Bessie, la hija mayor, conoce a un hombre joven que está dispuesto a casarse con ella sin exigir a cambio contraprestación alguna; pero el rabino no descubre ningún beneficio en este enlace, ya que la muchacha ha venido asumiendo hasta entonces las mayores cargas financieras de la familia, y provoca la ruptura del compromiso.

En la misma línea de celoso guardián de sus hijas, Smolinsky sólo descubre defectos en los pretendientes del resto las hermanas de Bessie, por lo que al fin decide convertirse en el casamentero de las tres mayores, a las que une con tres hombres que ha elegido por conveniencia, sin pensar en la felicidad de sus hijas. Con el producto obtenido merced a estos acuerdos matrimoniales (quinientos dólares), el rabino -que, a pesar de ser un hombre perdido en su atmósfera espiritual, se cree tan preparado y competente como cualquiera para la vida cotidiana- adquiere unos almacenes por un total de cuatrocientos dólares, pero resulta estafado por los vendedores, que se lo entregan sin mercancía. Cada vez más desorientado en ese nuevo mundo cuyas normas se niega a aceptar, su único recurso pasa por amonestar con severas prédicas a los pocos clientes que se llegan hasta el almacén.

Sara, la hija menor, no está dispuesta a correr la misma suerte que sus tres hermanas, convertidas a la postre en moneda de intercambio en los pésimos negocios del rabino. Ella, que siempre ha sido la más atrevida de las cuatro, la más opuesta a las enseñanzas conservadoras del cabeza de familia y, por ende, la que mejor ha asimilado las nuevas formas del vida, abandona el hogar familiar y -como había hecho en su día Anzia Yezierska- se instala en un pequeño y sucio apartamento gracias a los escasos dólares que, a escondidas de Reb Smolinsky, le ha dado su madre. A partir de entonces, su vida es un penoso proceso de ahorro basado en el trabajo duro como planchadora y en gastar sólo una mínima parte del escaso salario que recibe, con el fin de destinar el resto del dinero a pagar ese alquiler que garantiza su independencia y a procurarse una sólida formación académica. Así, tras estudiar con ahínco por las noches después de sus duras jornadas laborales, decide presentarse a los exámenes de ingreso en la universidad, y logra ser aceptada en una facultad ubicada en los alrededores de Nueva York.

Pero, ya en las aulas de esta institución superior, la joven y decidida Sara se encuentra con el rechazo común de sus compañeros, que están en un plano social y económico superior al de la muchacha judía, pues ninguno tiene necesidad de trabajar para pagarse las clases (y mucho menos para procurarse el sustento, ya que la mayoría de los estudiantes de su facultad siguen viviendo a costa de sus respectivas familias). No logra, pues, integrarse entre sus compañeros, aunque sí alcanza el éxito en su trayectoria académica, coronada el último año de carrera con la obtención de un premio de mil dólares que viene a subrayar su exitosa participación en un certamen literario de ensayo.

Gracias a esa valiosa ayuda económica, una vez licenciada regresa a Nueva York e ingresa como educadora en un colegio infantil. El retorno a su ciudad natal la empuja a visitar la casa de sus padres, para encontrarse por sorpresa con que su madre está a punto de morir y su padre, aterrado ante la idea de verse sin una mujer que cuide de él, piensa recurrir a una vecina viuda para que le acompañe en sus últimos años de vida. Esta especie de jugada final del destino obliga a Smolinsky a adaptarse a la fuerza, y ya en su vejez, a ese nuevo mundo del que había renegado hasta entonces, ya que la viuda resulta ser una mujer perezosa y extravagante que no trabaja y gasta desenfrenadamente, por lo que el anciano rabino tiene que salir constantemente a la calle en busca de esos ingresos que antes recababa por medio de su mujer y sus hijas, mientras él se quedaba en casa rezando. A la vista de esta novedosa situación, Sara y sus hermanas perdonan a su padre y, a pesar del trato que éste les había dado, deciden entregar dinero a su nueva mujer para que cuide con esmero de él, pues en el fondo acaban sintiendo algo de aprecio por las creencias milenarias que han ligado durante toda su vida al rabino con el mundo de sus antepasados.

J. R. Fernández de Cano.

Autor

  • J. R. Fernández de Cano.