Tzara, Tristan (1896-1963).
Poeta y ensayista francés de origen rumano, nacido en Moinesti (ciudad entonces rumana, y perteneciente en la actualidad a la República de Moldavia) el 14 de abril de 1896 y fallecido en París el 25 de diciembre de 1963. Aunque su verdadero nombre era el de Samy Rosenstock, es universalmente conocido por su pseudónimo literario de Tristan Tzara. Autor de una interesante producción literaria que hunde sus raíces en el nihilismo para arremeter contra los valores culturales, estéticos y morales de la sociedad establecida (incluidas las convenciones lingüísticas sancionadas por la tradición), está considerado como una de las figuras cimeras de la Vanguardia, a la que aportó una singularísima creación personal: el movimiento Dadá, auténtico germen de otras corrientes vanguardistas tan innovadoras y fecundas como el Surrealismo.
Alentado desde su niñez por una vasta curiosidad intelectual, cursó en su país natal estudios de matemáticas y filosofía, disciplinas que continuó frecuentando en la ciudad suiza de Zürich, en la que se había refugiado durante la Primera Guerra Mundial. Allí, junto a otros artistas e intelectuales como los escritores alemanes Hugo Ball (1886-1927), Richard Huelsenbeck (1892-1974) y Walter Serner (1889-1942), el pintor y escultor alsaciano Jean Hans Arp (1887-1966), y el artista rumano Marcel Janko, fundó en 1916 el movimiento Dadá, cuyo nombre fue encontrado al azar por los susodichos Ball y Huelsenbeck en las páginas de un diccionario alemán, mientras buscaban un apodo artístico para una de las cantantes del espectáculo que entre todos ellos estaban montando. Al parecer, estos creadores refugiados en Zürich se habían propuesto, tras varios encuentros informales celebrados en diferentes cafés de la ciudad neutral, canalizar su inquietudes artísticas por vía de un cabaret internacional en el que tuvieran cabida sus ideas transgresoras acerca del arte, el pensamiento y la cultura tradicionales; su primera puesta en escena, verificada el día 5 de febrero de 1916, consistió en un espectáculo de variedades integrado por canciones francesas y alemanas, mezclas de música rusa y música africana y una exposición de arte paralela. Fue durante los preparativos de este espectáculo cuando, buscando el sobrenombre artístico para la citada intérprete, algunos de los fundadores de este animoso cabaret dieron con la voz dadá, perteneciente al registro infantil del lenguaje (se trata de una de las expresiones utilizadas por los niños para referirse a un caballito de juguete). A todos los artistas congregados alrededor de Tristan Tzara -auténtico espíritu impulsor de aquel bullicioso movimiento- les pareció que ese vocablo simple, sugerente y primitivo, usado por un hablante que empieza desde cero a nombrar las cosas, simbolizaba a la perfección su deseo de fundar una corriente estética rigurosamente novedosa, capaz de enfrentarse con pureza virginal -en lo que al lastre de las convenciones tradicionales se refiere- a las normas establecidas.
En el transcurso de aquel mismo año de 1916 apareció, en Zürich, la publicación Cabaret Voltaire, que más que una revista literaria propiamente dicha era un panfleto en el que Tristan Tzara defendía vehementemente su radical concepción del hecho poético, visto por él como una fuerza viva que no necesitaba forzosamente de la escritura para manifestar su vigor expresivo (dicho de otro modo, Tzara consideraba que la poesía podía darse en múltiples soportes y situaciones, al margen de su tradicional formulación escrita). Lo interesante de Cabaret Voltaire, aparte de estas ideas vanguardistas del escritor rumano, era que entre sus entusiastas colaboradores figuraban las firmas de algunos creadores tan relevantes en la historia del Arte, las Letras y el pensamiento contemporáneos como los pintores Pablo Picasso (1881-1973), Vasily Kandinsky (1866-1944) y Amadeo Modigliani (1884-1920), y los escritores Guillaume Apollinaire (1880-1918), Blaise Cendrars (1887-1961) y Filippo Marinetti (1876-1944). Esta extraordinaria reunión, en una misma publicación, de los mejores representantes de los "ismos" más fructíferos de la Vanguardia (Cubismo, Futurismo y, avant la lettre, Surrealismo) demuestra de forma fehaciente que el movimiento Dadá, más que una corriente estética propiamente dicha, era un estado de ánimo o toma de conciencia que aglutinaba a todos aquellos espíritus creativos hastiados de las fórmulas tradicionales del arte y la cultura.
Al hilo de estos primeros escarceos del Dadaísmo apareció en Zürich, dentro de la colección poética bautizada como "Dadá", la opera prima de Tristan Tzara, titulada La première aventure céleste de Monsieur Antipyrine (La primera aventura celeste del Señor Antipyrine, 1916). Al año siguiente, el escritor de origen rumano publicó algunos escritos poéticos en las revistas parisinas Sic (dirigida por Pierre-Albert Birot) y Nord-Sud, que a la sazón seguía sujeta a la dirección de uno de sus fundadores, el poeta Pierre Reverdy (1889-1960). Pero su gran irrupción dentro del panorama literario europeo de la segunda década del siglo XX tuvo lugar en 1918, cuando dio a la imprenta su célebre Manifieste dada (Manifiesto dadá, 1918), en el que se hacía bien patente que el movimiento fundado por Tzara y sus correligionarios de Zürich abogaba, más que por unos postulados estéticos concretos y bien definidos, por una actitud rebelde y transgresora frente a cualquier manifestación de la cultura tradicional (actitud que pronto habría de quedar plasmada en los comportamientos extravagantes de todos sus seguidores, que, entre otros actos indiscutiblemente "dadaístas", lanzaban huevos podridos en el transcurso de las conferencias o rompían los cristales de las galerías donde se exhibían obras de arte poco acordes con la línea rupturista de la Vanguardia).
El mismo año en que pasó por la imprenta el Manifiesto dadá vio la luz, también en la ciudad suiza donde se había originado dicha corriente, un sugerente y revelador poemario de Tristan Tzara titulado Vingt-cinq poèmes (Veinticinco poemas, 1918), en el que cobraba singular protagonismo la composición "La grande complainte de mon obscurité trois" ("La gran lamentación de mi oscuridad tres"); en este poema, Tzara ofrecía un completo despliegue de sus facultades para crear un texto ajeno por completo a los significados lógicos del lenguaje, con lo que pasaba a convertirse en uno de los principales precursores del Surrealismo (y, en particular, de algunos procedimientos emblemáticos de dicha corriente, como la escritura automática). No es de extrañar, por ende, que a partir de 1919 empezar a entablar contactos con otros destacados pioneros de la estética surrealista, como André Breton (1896-1966), Philippe Soupault (1897-1990) y Louis Aragon (1897-1982), quienes le invitaron a colaborar en las páginas de la revista Littérature, órgano portavoz de dicho movimiento. Al año siguiente (1920), Tristan Tzara fijó su residencia en París, ciudad en la que habría de estar domiciliado hasta el final de su vida. Allí dio a la imprenta una nueva colección de poemas, titulada Cinéma calendrier du coeur abstrait maisons (1920).
En 1922, a raíz de una sonora polémica pública sostenida frente a André Breton, el escritor de origen rumano abandonó las filas del Surrealismo, mas no dejó por ello de colaborar en sus publicaciones más representativas. Tras la aparición de un nuevo libro suyo titulado De nos oiseaux (1923), volvió a hacer pública su condición de líder del movimiento dadaísta con Sept manifestes dadá (Siete manifiestos dadá, 1924), obra en la que hizo célebre su distinción entre poesía dirigida (es decir, la cultivada por los escritores que seguían apegados a la tradición) y poesía latente (que no era otra que la postulada por los creadores dadaístas, basándose en un nihilismo radical que les empujaba a repudiar las convenciones morales, sociales, estéticas e, incluso, lingüísticas de la sociedad de su tiempo). En esa misma línea ideológica siguieron otras publicaciones de Tristan Tzara como Mouchoir de nuages (1925), Indicateur des chemins de coeur (1928), L'arbre des voyageurs (1930) y L'homme approximatif (El hombre aproximado, 1931), en la última de las cuales predomina un flujo constante, virulento y primitivo de imágenes caóticas que parece aludir, en un plano simbólico, al desorden inicial de la creación. Ya en una obra publicada el año anterior, Le papier collè ou le proverbe en peinture (El papel encolado o el proverbio pintado, 1930), Tzara había identificado la raíz nihilista del movimiento dadá con esa naturaleza informe, ingente e indeterminada del pensamiento humano, y con la angustia que se apodera de quien intenta reducir este vasto dominio ilimitado al reducido lenguaje de la lógica y las palabras.
A comienzos de los años treinta tuvo lugar otra relevante irrupción de Tristan Tzara en el panorama literario occidental, esta vez a través de las páginas de la revista Le Surréalisme au Service de la Révolution (El Surrealismo al Servicio de la Revolución), en la que estampó su célebre "Essai sur la situation de la poésie" ("Ensayo sobre la situación de la poesía"), una brillante aportación crítica y teórica al estudio de la nueva creación poética de la Vanguardia. Por aquel tiempo se había producido ya el acercamiento de Tzara a la ideología marxista, cuyo choque con su espíritu indisciplinado y nihilista generó una serie de conflictos internos y tensiones externas que se tradujeron, a la postre, en un mayor asentamiento lingüístico y conceptual de sus textos, ahora mucho más equilibrados en su vocabulario y su composición.
Entre 1934 y 1936, Tristan Tzara residió la mayor parte del tiempo en España, donde en 1937 fue nombrado secretario del Comité para la Defensa de la Cultura Española, en el marco del Congreso Internacional de Intelectuales Antifascistas. Había, entretanto, añadido varios libros nuevos a su ya extensa bibliografía, como los titulados Où boivent les loups (1932), L'antitête (1933), Sur le champ (1935), Grains et issues (1935), La main passe (1935), Ramures (1936) y Vigies (1937). El avance de las tropas sublevadas le aconsejó su inmediato regreso a Francia, donde, antes de que estallara la Segunda Guerra Mundial, dio a la imprenta otros títulos tan notables como La deuxième aventure céleste de Monsieur Antipyrine (1938) y Midis gagnés (Mediodías ganados, 1939), en los que es fácil constatar esa evolución hacia el equilibrio y la serenidad que venía experimentando su producción poética desde comienzos de la década de los treinta.
Durante la conflagración bélica internacional, Tristan Tzara, que se había venido significando desde hacía dos lustros por sus ideas filo-comunistas, se refugió en el sur de Francia y participó de forma clandestina -pero muy activa- en la Resistencia, ejerciendo labores de enlace entre los distintos intelectuales que se opusieron a la ocupación alemana. Al término de la contienda, ya plenamente consagrado como una de las figuras cimeras de las Letras francesas del siglo XX, participó en la fundación del Instituto de Estudios Occidentales (con sede en Toulouse), y comenzó a impartir una serie de conferencias en las que abominaba de la guerra, pero también de la mentalidad burguesa contemporánea, cuyo conservadurismo ético y estético -siempre según la opinión del escritor de origen rumano- había permitido la existencia de las condiciones socio-políticas que habían dado pie a la guerra. Los textos de estos discursos quedaron recopilados en un volumen titulado Le surréalisme et l'après-guerre (El surrealismo y la posguerra, 1947), obra que vio la luz el mismo año en que apareció un nuevo poemario suyo, La fuite (La huida, 1947).
En sus postreros años de existencia, Tristan Tzara se centró fundamentalmente en la crítica e investigación literarias, parcelas a las que aportó valiosos trabajos dedicados al estudio de la poesía francesa medieval -y, con singular acierto, a la vida y obra de François Villon (1431-1463)-. Entre los numerosos libros que completan su abundante producción impresa, cabe recordar los titulados Une route seul soleil (1944), Ça va (1944), Le coeur à gaz (1946), Entre-temps (1946), Le signe de vie (1946), Terre sur terre (1946), Vingt-cinq et un poèmes (1946), Morceaux choisis (1947), Phases (1949), Sans coup férir (1949), Parler seul (1950), De mémoire d'homme (1950), Le poids du monde (1951), La prèmière main (1952), La face intérieur (1953), Picasso et la poésie (1953), L'Egypte face à face (1954), A haute flamme (1955), La bonne heure (1955), Miennes (1955), Le temps naissant (1955), Le fruit permis (1956), Frère bois (1957), La rose et le chien (1958), Le secrete de François Villon (1961), Juste présent (1962), Lampisteries (1963) y Cinq poèmes oubliés (1965).
En sus primeras manifestaciones, la poesía de Tristan Tzara se presenta como un intento de aniquilar la lengua poética tradicional, dentro de un plan más ambicioso que aspira a la destrucción de los códigos morales y culturales de un mundo que, para los dadaístas, está en franca descomposición. No se trata, pues, de una mera propuesta de revitalización estética del arte y la literatura (como en el caso de las primeras obras de otros jóvenes autores vanguardistas), sino de una poderosa fuerza destructiva que intenta minar la sociedad actuando sobre uno de sus pilares básicos: el lenguaje (y el conjunto de códigos y valores que encierra). En su condición de poeta, Tzara advierte que sus únicos instrumentos de lucha son las palabras, y que el campo de acción en el que puede llevar a cabo sus propuestas revolucionarias es el lenguaje: de ahí que su poesía juvenil busque con ahínco la descomposición de la sintaxis, la asociación de términos incompatibles dentro del pensamiento lógico, la acumulación de ritmos caóticos que acentúan la sensación de ruptura, y, en definitiva, la esencia de una nueva poesía derivada de la fragmentación y deconstrucción del poema tradicional. Para ello, resulta imprescindible la apelación constante al humor, cuyos efectos cáusticos y corrosivos contribuyen poderosamente a la consecución de ese espacio aparentemente absurdo en el que se mueven los dadaístas. Sin embargo, esta permanente presencia de efectos cómicos no atenúa jamás, en la poesía de Tzara, la raigambre profundamente moral de sus ideas e intenciones; en el fondo, el poeta de origen rumano es consciente de proponer una radical ruptura ética y estética que nace "de una exigencia moral, de una voluntad implacable de alcanzar un absoluto moral, del profundo sentimiento que el hombre, en el centro de todas las creaciones del espíritu, despliega para afirmar su preeminencia sobre las nociones empobrecidas de la substancia humana".
Con el paso del tiempo -y superado ya, en parte, ese prurito transgresor que animó a todos los jóvenes creadores de la Vanguardia-, la poesía de Tristan Tzara se fue contagiando de otras preocupaciones sociales mucho más arraigadas en la realidad cotidiana de su tiempo. Sin renunciar del todo a la vocación renovadora y purificadora de sus principios dadaístas, el poeta dejó que sus inquietudes socio-políticas (a raíz, sobre todo, de su aproximación a la ideología marxista) aflorasen entre sus versos, que comenzaron a enriquecerse con abundantes elementos humanos cargados de hondura y gravedad. Cada vez más sobria y depurada, esta poesía de madurez de Tristan Tzara cobró un nuevo aliento existencial y una honda dimensión humana que muestra su interés por la fraternidad de los pueblos, el destino común de la colectividad, el papel del hombre en la sociedad de su tiempo, etc. La dislocación de la sintaxis, la asociación de imágenes contradictorias, la búsqueda constante de la sorpresa en la abstracción o en el juego de palabras dieron paso, en esta última etapa de su producción poética, a una sobria, serena y equilibrada reflexión que, tras haber constatado el vacío y la náusea de la existencia, vuelve sus ojos hacia el ser humano para buscar en él alguna significación.