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LiteraturaBiografía

Tolkien, John Ronald Reuel (1892-1973).

Narrador, filólogo y profesor universitario británico, nacido en Bloemfontein (Sudáfrica) el 3 de enero de 1892, y fallecido en Bournemouth (en el condado de Hampshire, Gran Bretaña) el 2 de septiembre de 1973. Autor de una brillante producción ensayística en la que ahonda, con rigor filológico, en el estudio de las tradiciones legendarias medievales de las culturas sajona y céltica, ha pasado a la historia de la literatura universal por una serie de narraciones fantásticas que, inspiradas en gran medida por esas sagas medievales que fueron objeto de sus estudios filológicos, le han convertido en uno de los autores predilectos de los lectores jóvenes.

Vida

Aunque nacido en suelo africano, desde los tres años de edad vivió en Inglaterra en compañía de su madre (Mabel Tolkien) y su hermano menor, en tanto que el cabeza de familia (Arthur Tolkien) se quedaba en Sudáfrica, donde habría de perder la vida en 1896 (es decir, cuando el futuro escritor contaba sólo cuatro años de edad, y llevaba uno afincado en territorio inglés).

Instalada en Birmingham con sus dos hijos, Mabel Tolkien cuidó de su familia hasta que, en 1904, la muerte se la llevó también de forma prematura (aún no había alcanzado, a la sazón, los treinta y cinco años de edad). Los dos hermanos Tolkien se hospedaron, entonces, en casa de su tía Beatrice, con la que pasaron el resto de su infancia y adolescencia. Aunque luego habría de destacar como un alumno brillante, el futuro escritor fracasó, en 1909, en su intento de obtener la beca que necesitaba para cursar estudios superiores en la prestigiosa Universidad de Oxford; pero, sólo un año después, demostró sus grandes dotes intelectuales con la obtención de la beca "Exhibition", que le permitía matricularse en el Exeter College de dicha institución superior. Una vez logrado su anhelado ingreso en Oxford (donde, al cabo de los años, habría de regresar para ejercer la docencia en calidad de profesor de Lengua y Literatura), John Ronald Tolkien logró integrarse también en las asociaciones más selectas que tenía a su alrededor (como el Tea Club o la Barrowian Society), y pronto llegó a ser considerado como uno de los alumnos más destacados del campus oxoniense. Así las cosas, en 1915 culminó brillantemente sus exámenes de graduación con la obtención de los "Honores de Primera Clase".

Al término de sus estudios superiores, el joven Tolkien fue llamado a cumplir con el ejército británico, lo que llevó a cabo alistándose en la famosa unidad de los Lancashire Fusiliers, para iniciar su período de instrucción militar en los destacamentos de Bedford y Staffordshire. En 1916, en uno de los escasos períodos de independencia que le concedía la rigurosa disciplina castrense (Gran Bretaña se hallaba, a la sazón, inmersa en la I Guerra Mundial), contrajo matrimonio con la joven Edith Bratt, a la que conocía desde hacía ocho años. Unos meses después, se embarcó rumbo a Francia para dirigirse al Somme como subteniente del II.º de Lancashire Fusiliers y prestar allí sus servicios armados como oficial de señales de batallón. Pero su participación activa en la contienda bélica duró poco tiempo, ya que en el mes de noviembre de aquel mismo año de 1916 fue enviado de regreso a Inglaterra, aquejado del mal conocido entre los soldados como "fiebre de las trincheras".

A pesar de la enfermedad, aquél fue un grato período de felicidad en casa de los Tolkien, donde el oficial licenciado aprovechó la prolongada postración a la que le condenaba su convalecencia para comenzar a escribir una obra que, concebida primero bajo el título de El libro de los cuentos perdidos, se convirtió en el germen de lo que muchos años después, ya desaparecido su autor, habría de asomarse a los escaparates de las librerías bajo el epígrafe de El Silmarillion (1976). Al amparo de esta fructífera tranquilidad que presidía el hogar de los Tolkien, en noviembre de aquel mismo año de 1916 nació su primer vástago, que recibió el nombre de John.

Michael, el segundo hijo del matrimonio formado por John Ronald y Edith, vino al mundo en 1920, año en el que su progenitor obtuvo una plaza como lector de Lengua Inglesa en la Universidad de Leeds. Dio inicio, así, la larga y fecunda trayectoria docente del escritor de Bloemfontein, que habría de prolongarse por espacio de cuatro décadas. En 1924, con el nacimiento de su tercer hijo (Christopher), Tolkien recibió de nuevo un valioso impulso a su carrera profesional, ya que fue elevado -dentro de la citada Universidad de Leeds- a la categoría de profesor titular de Lengua Inglesa. Así, cada vez más integrado en la vida universitaria Gran Bretaña, decidió optar a una plaza docente que habría de permitirle alcanzar uno de sus sueños dorados dentro del ámbito de la enseñanza: regresar a su querida alma mater en calidad de profesor.

En efecto, en 1925 John Ronald Tolkien fue contratado como docente en Rawlinson y Bosworth (Universidad de Oxford), donde habría de impartir clases de cultura anglosajona antigua y medieval. Esta especialización en el estudio de los orígenes de la lengua y la literatura inglesas habría de dejar, con el paso del tiempo, un poso indeleble en su producción literaria original. Al mismo tiempo, el contacto con otros profesores oxonienses volcados, como él, hacia el terreno de la creación literaria (como el narrador y crítico Clive Staples Lewis, con quien mantuvo una sólida relación de amistad desde 1926), fue consolidando firmemente su vocación de escritor, que por aquellos años permanecía latente por debajo de su intensa dedicación a la enseñanza.

Tras haber sido padre por cuarta vez (en esta ocasión de una niña, Priscilla, que nació en 1929), John Ronald Tolkien se enfrascó en la escritura de The Hobbit (El hobbit, 1937), una novela fantástica inspirada en algunos de los temas, las situaciones y los personajes recurrentes en la literatura medieval. Pero, debido a sus dudas acerca de la acogida que pudieran deparar los lectores del momento a una obra de estas características, en 1930 abandonó la escritura antes de haber dado por concluida la obra. Se enfrascó, pues, de nuevo, en la docencia y la investigación, hasta que, ya transcurrido más de un lustro, el manuscrito inconcluso de El hobbit llegó en 1936 a manos de Susan Dagnall, de la editorial George Allen & Unwin; deslumbrada por su lectura, Dagnall instó a Tolkien a que culminara su obra, que vio la luz definitivamente en 1937. A partir de entonces, el escritor de origen sudafricano comenzó a ser uno de los referentes fundamentales de la literatura fantástica contemporánea.

De nuevo el aliento de los escritores y editores cercanos a Tolkien habría de ser decisivo para la creación y difusión de otra gran obra. Ante las buenas críticas recibidas por El hobbit, Stanley Unwin, cabeza visible del sello editorial que había dado a los tórculos esta opera prima de Tolkien, animó al escritor a que continuara desarrollando algunos episodios de su historia en una especie de segunda parte que, a la postre, habría de convertirse en la espléndida y celebérrima trilogía fantástica The lord of the rings (El señor de los anillos, 1954-1955), que no estuvo acabada hasta finales de los años cuarenta, ni vio la luz hasta mediados de la década siguiente.

Entre tanto, mientras pulía una y otra vez los originales de su obra, John R. Tolkien seguía desarrollando una intensa labor docente que le condujo, en 1945, hasta Merto (también de la Universidad de Oxford), donde continuó impartiendo clases de Lengua y Literatura inglesas. En 1949 -año en el que dio por concluida la versión definitiva de El señor de los anillos- publicó una de sus obras menores, titulada Egidio, el granjero de Ham, que pronto habría de quedar relegada al olvido, sepultada por el éxito inmediato que cosecharon las dos primeras entregas de la trilogía, publicadas en 1954. Un año después, con motivo de la aparición del tercer volumen que completaba El señor de los anillos, Tolkien ya era uno de los autores británicos más famosos en todo el mundo.

A raíz de este éxito obtenido por la saga narrativa constituida por El hobbit y las tres entregas de El señor de los anillos, John Ronald Reuel Tolkien se centró en la escritura de otras narraciones que, aunque dignas de consideración, nunca lograron alcanzar las cotas de calidad a las que se habían remontado dichas piezas maestras. Entre estos títulos menores, cabe citar Las aventuras de Tom Bombadil (1962), Árbol y Hoja (1964) y El herrero de Wooton Major (1967).

Permaneció, a pesar de esta intensa dedicación a la escritura, ligado a su carrera docente hasta que en 1959, al alcanzar la edad de la jubilación, hubo de abandonar esa cátedra que había albergado una de las trayectorias profesionales más largas y fecundas de cuantas se recuerdan en Oxford, donde, en 1972, fue distinguido y homenajeado con la entrega del Doctorado Honorario en Letras que concede tan prestigiosa institución superior. Unos meses antes -concretamente, en noviembre de 1971-, a la edad de ochenta y dos años, había desaparecido la mujer que le había acompañado a lo largo de casi toda su vida; apenado por esta pérdida (y aquejado por los achaques propios de su condición de octogenario), Tolkien apenas vivió algunos momentos de felicidad -como la entrega del citado doctorado honoris causa- durante el breve tiempo que sobrevivió a su esposa. A finales de agosto de 1973, por distraerle de su melancolía, unos amigos de Bournemouth le instaron a que pasara con ellos unos días de solaz y reposo; pero, al llegar allí, el anciano escritor enfermó gravemente e, internado en una clínica local, perdió la vida en las primeras horas del domingo 2 de septiembre de 1973, cuando se encaminaba a cumplir los ochenta y dos años de existencia. Tras su fallecimiento -como ya se ha indicado más arriba-, su obra inédita publicada bajo el título de El Silmarillion (1976) volvió a cautivar la atención de los jóvenes lectores de todo el mundo.

Obra

En su faceta de investigador y estudioso de las leyendas medievales del norte de Europa, John R. Tolkien dio a la imprenta algunos ensayos de notable interés, como los titulados Sir Gawain y el Caballero Verde (1925) y Beowulf: los monstruos y los críticos (1937). Sin embargo -y a pesar de su éxito como maestro-, siempre tuvo el convencimiento de que resultaba más fácil acercar a los jóvenes estas leyendas remotas por vía de la creación literaria, lo que le sugirió la invención de un sugerente universo personal regido por los duendes (así, v. gr., en El hobbit), y, en general, la magia y el mito que están presentes en las narraciones fundacionales de todas las culturas (como queda patente, mejor que en cualquier otra obra suya, en la trilogía de El señor de los anillos y, desde luego, en El Silmarillion).

Aunque el éxito logrado por todas estas narraciones del escritor de origen sudafricano se extendió, sobre todo, entre los lectores infantiles y juveniles, conviene notar, no obstante, que no hay en su prosa demasiadas concesiones a la simpleza ni a la pereza mental; antes bien, la sorprendente habilidad narrativa de Tolkien alcanza sus mayores cumbres de maestría literaria en la presentación de unas tramas complejas que, sin embargo, cautivan de inmediato al público menos avezado en el ejercicio de la lectura, que asimila a la perfección unos conocimientos arcaicos -inspirados, como ya se ha apuntado en el lugar oportuno, en textos tan remotos como pueden serlo para un joven del siglo XX los escritos épicos sobre Beowulf, el héroe del pueblo wedra- que, en su constante fusión con otros motivos y situaciones aparentemente dispares, acaban configurando el mapa de los deseos, las inquietudes y las ambiciones del hombre contemporáneo (véase Beowulf). Así, en efecto, Tolkien se presenta a través de su obra de ficción como un sabio que exhibe sus hondos conocimientos sobre un pasado lejano y mal conocido, y a la vez como un escritor que disfruta -y pretende compartir este gozo con el lector- con la recuperación de los mitos y las leyendas que hicieron las delicias de sus antepasados; pero, a la vez, aparece como un creador dotado de un inusitado aliento poético para levantar un universo mágico que, a base de inventiva fantástica, parece conducir únicamente a la evasión, y, al mismo tiempo, como un sereno moralista que, a través de la dulce asimilación de la fábula, difunde un mensaje ético sin violentar la calma del lector: la verdadera grandeza del héroe actual no radica en repetir las sobrecogedoras hazañas caballerescas de los mitos colosales de la antigüedad (ya sea histórica o legendaria), sino en poseer y cultivar con discreción algunas virtudes cotidianas tan necesarias como la paciencia, la tenacidad y el sentido común.

J. R. Fernández de Cano.

Autor

  • J. R. Fernández de Cano.