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HistoriaBiografía

Tácito, Cayo Cornelio (ca. 55-ca.119).

Historiador latino, autor del De vita Iulii Agricola (Sobre la vida de Julio Agrícola, en el 98 d. C.), del De origine et situ Germanorum (Sobre el origen y el país de los germanos, también en el 98 d. C.), del Dialogus de oratoribus (Diálogo de oradores, posterior al 100 d. C.), de unas Historiae (Historias, seguramente escritas entre el 100 y el 110 d. C.) y de los Annales o Ab excessu divi Augusti (Anales, ca. 116 d. C.).

Vida

Pese al eco histórico y literario de su obra, apenas quedan noticias ciertas sobre la vida de Tácito, ni siquiera las fechas exactas de su vida ni su origen familiar. Plinio el Viejo (Naturalis historia, VII 76) alude a un Cornelio Tácito, caballero romano y procurador de Bélgica, que fue seguramente ascendiente de nuestro historiador. Sobre su lugar de nacimiento, la hipótesis más verosímil sostiene que era oriundo de la Galia Narbonense, pues su gentilicio (Tácito) era común en esta tierra y, además, el autor la conocía muy bien, según se deduce de las minuciosas descripciones que de ella hace. Era unos años mayor que su amigo Plinio el Joven (62-ca. 113 d. C.), quien comenta en una de sus cartas (Epístolas, VII 20, 3-4) que, cuando era un adolescente, Tácito gozaba ya de fama y gloria.

Estudió retórica en Roma desde edad joven y lo hizo con verdadera pasión: seguía a cualquier lugar a sus maestros Marco Apro y Julio Segundo, dado que, como él mismo afirma en Dialogus de oratoribus, II 1, eran “entonces los más célebres talentos de nuestro foro”. Inició su cursus honorum, 'carrera política', durante el reinado de Vespasiano (69-79 d. C.). Se desposó en el 78 con la hija de Gneo Julio Agrícola (40-93 d. C.), gobernador de Bretaña y militar de prestigio. Este matrimonio debió de acelerar su carrera política. Comenzó, tal vez, como vigintivirato (inspector del reparto de tierras) o tribuno laticlavio (oficial bisoño, encargado de la administración de la legión). Ya bajo Tito (79-81 d. C.) actuaría como cuestor y desempeñaría con Domiciano (81-96 d. C.) el cargo de tribuno de la plebe o edil. Él mismo (Anales, XI 11) ofrece el primer dato exacto sobre su carrera política: en el 88 forma parte de los quindecenviros (colegio sacerdotal encargado de ciertos ritos y sacrificios así como de la custodia de los libros sibilinos). Según sus palabras (Sobre la vida de Julio Agrícola, XLV 5) estuvo fuera de Roma, al menos, durante cuatro años, periodo durante el cual murió su suegro. Ejerció como senador desde su regreso (93 d. C.) y fue testigo, hasta la muerte de Domiciano (96 d. C.), de los excesos tiránicos de este emperador, al que vituperó con dureza tras su muerte. Fue cónsul interino (suffectus) en el 97 bajo el reinado de Nerva (96-98 d. C.) y procónsul de Asia durante el bienio 112-13 d. C. con el emperador Trajano (98-117 a. C.).

Obra

Sobre la vida de Julio Agrícola

Tácito publicó su primera obra, Sobre la vida de Julio Agrícola, en el 98 d. C. Dos años antes, con motivo de su nombramiento como consul suffectus, escribió una alabanza fúnebre (laudatio funebris) en honor de su predecesor en el cargo, Verginio Rufo. Esta alabanza, perteneciente a un género oratorio de amplia raigambre en Roma, debe considerarse la primera obra conocida de Tácito, pese a que no haya pervivido hasta la actualidad. Por su parte, Sobre la vida de Julio Agrícola es, ante todo, un homenaje a la carrera militar de su suegro, Julio Agrícola, en especial durante su proconsulado en Britania (77-84 d. C.). De hecho, más de la mitad de esta biografía está dedicada al gobierno de Agrícola en Britania. Tácito describe pormenorizadamente sus campañas militares allí e inserta a veces discursos de los jefes romano e indígena. La obra queda desequilibrada porque no aborda con igual profundidad la vida de su suegro desde su regreso a Roma en el 84 d. C. hasta su muerte en el 93 d. C. Algunos estudiosos creen que, en general, los elogios dirigidos a Agrícola son pura convención y que en gran parte están magnificados. Con todo, la exaltación de las hazañas, así como de la virtus romana, era propia del género laudatorio, del que se nutre la obra. En obras posteriores, por ejemplo en Anales y en Historias, Tácito no alabará gratuitamente a otros personajes, sino que será mucho más cauteloso, de ahí la importancia de esta opera prima para entender su arte historiográfico.

Tácito utilizó varios géneros literarios para la composición de esta obra: principalmente la biografía pero también la monografía histórica y la alabanza fúnebre. Ludwig Bieler, en su obra Historia de la Literatura Romana, indica: “Agrícola es una necrología ampliada hasta convertirla en monografía histórico-biográfica”. El prefacio de la obra (1-3) ataca con dureza la tiranía de Domiciano, muerto en el 96 d. C., y se congratula por la libertad presente. Comienza, a renglón seguido, la biografía de Agrícola, pero se interrumpe cuando éste es proclamado gobernador de Britania (1-9), por un sucinto excurso sobre la isla (10-12), en el que se dan detalles geográficos, históricos y etnográficos. Tras un recorrido retrospectivo de la presencia romana en la isla (13-17), Tácito se centra en las siete contiendas que Julio Agrícola capitaneó con éxito hasta su victoria final en el Monte Graupio, en el 84 d. C. (18-38). Esta sección es el núcleo de la obra. Gracias estas campañas militares Agrícola obtuvo ornamentos triunfales y una estatua en Roma a su regreso, lo que, a ojos de Tácito, suscitó la envidia de Domiciano. A pesar de su popularidad, Agrícola prefirió pasar inadvertido (39-42).

Al narrar la muerte de su suegro (43) Tácito carece de la minuciosidad que la ocasión pide; sin embargo, hace gala de uno de sus rasgos historiográficos más peculiares: la insinuación. Tácito se hizo eco de los rumores que señalaban a Domiciano como el culpable de la muerte de Agrícola. De este modo, Tácito afirma veladamente que su suegro fue asesinado por el despótico emperador. El epílogo (44-46) contiene una gran carga ideológica, que engarza directamente con el prefacio. Para Tácito su suegro no pudo gozar de la libertad debido a su prematura muerte, pero, al menos, no sufrió los últimos y peores momentos de la tiranía de Domiciano. Tácito en esta obra no domina todavía con maestría todos los rasgos de su estilo (la ambigüedad buscada, la aguda penetración psicológica o la crítica mordaz), que alcanzan su plenitud en Anales y en Historias. Los discursos insertos en la obra (30-40) son deudores de los de Salustio y Livio; a Cicerón, le deben su conclusión dramática y conmovedora.

Sobre el origen y el país de los germanos

Una referencia “al segundo consulado del emperador Trajano” (37, 2) permite datar la obra en el 98 d. C. Es también conocida con el título de Germania. Los datos son muy fiables, pues en su mayor parte han sido corroborados por otras fuentes. Seguramente, Tácito tuvo muy presente para su escritura las informaciones del libro 104 del Ab urbe condita de Tito Livio, así como los Bella Germaniae de Plinio el Joven, hoy perdidos. Se trata, pues, de una obra confrontada con minuciosidad, que, incluso, pudo enriquecerse con la experiencia de primera mano del propio autor. Es un libro singular, una rara avis, puesto que es la única obra latina que ha quedado de un género -que hoy se adscribiría a la literatura de viajes- donde por encima de lo historiográfico sobresalían los contenidos geográficos y etnográficos. De este género hubo otras monografías que no han sobrevivido, tales como las de Séneca el Filósofo sobre Egipto (De situ et sacris Aegyptiorum) y la India (De situ Indiae). Con todo, es necesario decir que la etnografía y la geografía eran ya contenidos importantes en bastantes obras históricas. A ese respecto, Tácito pudo recibir el influjo de los excursos geográficos de otros historiadores (Posidonio, César o Livio); de hecho, se sabe que tuvo muy presente la digresión del mar Negro escrita por Salustio en Historias, 3.

Tácito va más allá de la descripción etnológica y geográfica para interesarse también por las costumbres de los germanos y por sus instituciones (mores et instituta, dice en 27, 2). Critica sus vicios: su amor a la guerra, a la bebida y al juego; sin embargo, elogia sus virtudes, en las que el historiador ve las cualidades que antaño adornaron a los romanos: el apego a los dioses patrios, la austeridad o la libertad, las mismas que hicieron a Roma el centro del mundo conocido. De ahí que Tácito, como Séneca el Filósofo en su tratado Sobre la ira, opine que los rudos germanos constituyen una clara amenaza para estabilidad futura del Imperio. El devenir le daría la razón. La Germania tiene una estructuración sencilla: dos partes casi de la misma extensión. En una parte (1-27), el autor informa con amplitud propia de miscelánea sobre su situación y accidentes geográficos, su prehistoria, su idiosincrasia, su jerarquización, su religión y política. En la otra (28-46), se detiene exclusivamente en la enumeración de las principales tribus germánicas así como en la localización de sus respectivos emplazamientos.

Para muchos críticos el estilo de esta obra está por debajo del genio del autor. Para algunos, incluso, es la menos pulida de su producción, pues Tácito, por un lado, cae con frecuencia en un retoricismo (de moda entonces) que desentona con su temática sencilla y seria; por otro, parece querer lucir su talento con recursos superfluos mas que exponer con claridad. Pese al barroquismo de su estilo, Sobre el origen y el país de los germanos demuestra la madurez de Tácito en la investigación de fuentes y su facilidad para elaborar excursos de todo tipo; además, adelanta algunos ejes ideológicos constantes en las obras mayores del historiador, en especial su pretensión de regeneración moral para el pueblo romano, sin la cual, Tácito presiente la ruina del Imperio.

Diálogo de oradores

La autoría de este diálogo se ha debatido durante siglos. En la actualidad casi nadie duda de que fuese escrito por Tácito. El problema deriva sobre todo de su estilo ciceroniano, aunque también la forma y el género han sido fuente de sospechas. Estos rasgos fundamentales apenas tienen afinidades literarias, a primera vista, con la obra conocida de Tácito. Así pues, desde el Renacimiento se negó a Tácito la paternidad de la obra, más si cabe, cuando Justo Lipsio, el humanista que mejor editó a Tácito, sugiriese en su edición de 1574 que la obra pudo haber sido compuesta por Quintiliano. Otros creyeron que había sido escrita por Ticinio Capitón o por Plinio el Joven. No obstante, cuando el filólogo A. G. Lange advirtió en 1811 que unas palabras de una carta de Plinio el Joven (IX 10, 2), dirigida a Tácito, aludían claramente a otras del Diálogo, cobró de nuevo fuerza la tesis de la autoría de Tácito, que se fortaleció con algunas pruebas de los manuscritos.

Pese al estilo ciceroniano, la obra presenta muchos rasgos estilísticos peculiares de su obra histórica. Y para el lector asiduo de sus libros estos estilemas no pasan inadvertidos. Pero ¿qué movió a Tácito a escribir este diálogo tan distante de su labor historiográfica? La oratoria había sido muy querida a Tácito desde su juventud y el tema de la decadencia de la oratoria se discutía con frecuencia en los círculos literarios desde finales de la República, como se comprueba en Quintiliano, Petronio o Longino. Por ende, cabría la posibilidad de que Diálogo de oradores fuese un viejo proyecto, ejecutado poco después de la Germania, que conservaba el sello ciceroniano, propio de su formación como orador y, en definitiva, del género.

Hacía ya siglo y medio que Cicerón había establecido el diálogo como la forma más apropiada para teorizar sobre retórica, y a esta tradición se circunscribe el Diálogo de oradores. Así, la obra recrea un posible debate sobre aspectos diversos de la oratoria, protagonizado por eminentes rétores de una generación anterior, al estilo del De oratore de Cicerón. Tácito afirma haber sido testigo entonces del debate y, en efecto, aporta fechas concretas que lo situarían en torno al 75 d. C., bajo el reinado de Vespasiano y cuando el historiador estaba interesado en extremo por la retórica.

Los oradores son cuatro. El protagonista es Curiacio Materno, quien había dejado la oratoria para dedicarse exclusivamente a la poesía trágica. A él se debe la celebración del debate, ya que había leído públicamente su tragedia praetexta Cato (las fabulae praetextae eran tragedias que ponían en escena momentos históricos o legendarios de Roma) y había molestado a la aristocracia romana. Cuatro de sus amigos, Marco Apro, Julio Segundo, Vipstano Mesala y el propio Tácito acudieron al día siguiente a su casa para comentar lo ocurrido. En ese marco se propicia la discusión sobre retórica sin que el joven Tácito intervenga. Marco Apro personaliza en dicha controversia al defensor de la oratoria moderna frente a la tradicional. Sobre las opiniones de Julio Segundo poco se conoce: sus intervenciones son secundarias y donde pudieron ser más relevantes el manuscrito muestra una importante laguna textual. Por último, Vipstano Mesala encarna, en contraposición a Marco Apro, al defensor de la elocuencia antigua.

La obra está estructurada en tres diálogos, todos con opiniones enfrentadas: el primero es mantenido por Apro y Materno; el segundo por Apro y Mesala; el último, por Mesala y Materno. Tácito comienza el Diálogo con una introducción histórica en torno al debate (1-2) y a continuación da unos escuetos apuntes sobre la labor dramática de Materno (3-5, 2). Seguidamente Apro pronuncia su primer parlamento (5, 3-10) defendiendo la preeminencia de la elocuencia sobre la poesía. Materno entonces defiende la actividad poética respondiendo a las argumentaciones de Apro (11-13), y, entre otras explicaciones, recuerda que la poesía es cultivada por dioses como Apolo o por semidioses como Lino y Orfeo. Él prefiere gozar de la paz que le ofrecen las Musas antes que sufrir los agobios de la profesión forense. La intervención de Mesala (14) supone un cambio de rumbo en el desarrollo del Diálogo, que hasta entonces parece ofrecer un tour de force entre poesía y oratoria. Mesala explica entonces por qué la oratoria romana ha decaído en su tiempo.

Apro no tarda en responder (16, 4-24, 3) a las razones de Mesala. A su entender, poco se diferencia la elocuencia antigua, representada por Cicerón, de la llamada moderna y, en cualquier caso, la elocuencia de antaño es en muchos aspectos censurable, pues su fama, más que a unos logros mayores, se debe al menor conocimiento del arte retórico en aquella época. Materno tercia un instante (24) para solicitar a Mesala que prosiga describiendo las causas de la decadencia de la oratoria; pero Mesala (25-27) elogia sin cortapisas el ciceronianismo, respondiendo, más bien, a las opiniones de Apro. Una vez que ha rebatido los argumentos de Apro, Mesala complace a Materno (28-35); culpa al sistema educativo y la degeneración social, en general, del declinar oratorio, ya que el alumno en este ambiente hostil se queda lejos del orador ideal preconizado por Cicerón, en el que confluían, de una parte, la destreza retórica y, de otra, el amor a la filosofía. Aduce, además, que la metodología academicista de las escuelas modernas, basada en suasorias y controversias ajenas a la realidad, no es comparable al aprendizaje oratorio directo y real que se procuraba el alumno de antes en los tribunales, al emular a los grandes maestros.

Al final del capítulo 35 se encuentra una laguna que, se cree, debió de ocupar más del 10% del texto. El texto mantiene el mismo tema de discusión con Materno (36-41), quien considera que la oratoria decae porque reina la paz y la tranquilidad y no las discordias civiles de antes, que favorecen los enfrentamientos oratorios. Acabada su intervención, el diálogo termina entre bromas, con lo que se relaja la tensión del debate.

Este final abierto a todas las opiniones ha suscitado el interés por descubrir la verdadera postura de Tácito sobre el tema. Y, por eso, los estudiosos de la obra han buscado detrás de cuál de los diferentes interlocutores se escondían las ideas de Tácito, sin llegar a una solución satisfactoria. Para unos, Materno enmascara al historiador, dado que su justificación de la decadencia oratoria, como resultado del nuevo orden político, casa bien con la reciente dedicación historiográfica de Tácito, quien habría abandonado el arte de hablar por resultar anticuado. Sin embargo, Tácito era un defensor de las libertades que Materno desprecia al alabar al Principado. Para otros, Marco Apro se acerca más a la personalidad de Tácito. De un lado, es conocido el aprecio que el historiador sentía por este orador y, además, sus críticas a Cicerón no disgustarían a Tácito, que admiraba el estilo menos retórico de Salustio. Frente a estas tesis, poco sólidas, cabría pensar que Tácito sólo se preocupa por recoger el estado de la cuestión, sin entrar en la lid y, en consecuencia, sin ocultarse detrás de ninguno de ellos.

Historias

Con Historias Tácito emprende lo mejor de su producción literaria que culmina con Anales. En torno al 100 d. C. debió de iniciar su escritura a fin de narrar los hechos acaecidos en Roma durante los años 69-96 d. C. A lo largo de estos 27 años, reinó la dinastía Flavia, que comprende a los emperadores Vespasiano (69-79), Tito (79-81) y Domiciano (81-96). Tácito terminó la obra seguramente antes del 110, como parecen sugerir algunos párrafos de las Epístolas de Plinio el Joven. Es más, algunos de sus libros habían sido conocidos en determinados círculos literarios antes de su publicación. La obra es conocida sólo de forma fragmentaria, pues se conservan cinco de los doce o catorce libros de los que debió de constar originariamente.

Los preliminares de la obra (I 1-11) contienen algunos juicios interesantes de Tácito sobre la historiografía romana de entonces y sitúan su relato histórico en el contexto político que vive Roma y su Imperio en el momento en que fue escrito. Para el historiador (I 1), desde el reinado de Augusto la historia de Roma se ha escrito tergiversando los hechos, debido a la ignorancia, a la adulación imperial o al odio. Por eso, su crónica pretende narrar los acontecimientos recientes sin adulación y sin resentimiento (neque amore et sine odio). Tácito eligió una fecha especialmente relevante en la reciente historia de Roma para comenzar: el 1 de enero del 69, día en que las legiones de Germania se levantaron contra el emperador Galba para proclamar a Vitelio nuevo emperador (I 12).

Los tres primeros libros conservados constituyen una tríada temática centrada en la guerra civil del 69 d. C., que terminó con la victoria del emperador Vespasiano. El libro primero transcurre durante el invierno del 69 d. C. Galba es asesinado a manos de la guardia pretoriana y Otón, el instigador del crimen, asciende a emperador. Entre tanto, las legiones de Germania habían proclamado a Vitelio emperador y se disponían a marchar sobre Roma. Termina el libro y Otón sigue como emperador pero en circunstancias dramáticas, pues sus enemigos le acechaban de cerca. El libro segundo se desarrolla durante las estaciones de la primavera y el verano del mismo año. Por vez primera, los Flavios irrumpen en el curso de los acontecimientos, cuando Tito, general del ejército de Judea, se afana denodadamente por llevar a su padre Vespasiano al trono. Este deseo se hace realidad el 1 de julio en Alejandría (II 79) al nombrarle emperador. Pero en Roma, las tropas de Vitelio habían forzado el suicidio de Otón el 16 de abril (II 46) y consiguen por fin que Vitelio sea entronizado en Roma. Ante esta caótica situación de bicefalia en el poder, las tropas de Oriente, leales a Tito, deciden invadir también Italia. El libro se cierra relatando los intentos de Vitelio por defender de las tropas hostiles a Roma. El tercer libro se abre con la entrada de los generales de Vespasiano en Roma, cuyo Capitolio ha sido incendiado durante la resistencia desesperada de los vitelianos. El asesinato de Vitelio (III 85) a manos de los soldados flavianos culmina dramáticamente la tríada. Este relato minucioso de un sólo año, a lo largo de tres libros, parece desproporcionado, teniendo en cuenta que los 12 ó 14 libros, que en principio constituían la obra, abarcaban un arco cronológico de 28 años.

El libro IV refiere, al principio, los sucesos posteriores a la victoria flaviana. Tras la derrota de Vitelio, el ejército vencedor lleva a cabo una fuerte represión contra los seguidores del emperador depuesto. Al mismo tiempo, Vespasiano y su hijo Tito acceden al consulado el 1 de enero del 70, pese a que se encontraban en Oriente. En Roma, el hijo menor del nuevo emperador Vespasiano, Domiciano, asumió como representante nominal el cargo imperial. Sin embargo, el poder real fue ostentado por generales: primero por Antonio Primo; luego por Licinio Muciano, uno de los precursores del nuevo césar. Una vez que Tácito ha contado cómo Vespasiano llegó al Principado, aborda la rebelión de los bátavos en el bajo Rin, siendo gobernador Julio Civil. Esta era una cuestión pendiente que el historiador no trató a su tiempo por no perder el hilo histórico de las guerras civiles que se fraguaban en Roma. Tras haber recuperado estos sucesos, Tácito reemprende la línea cronológica de los hechos al limitar los años por cónsules, según los cánones de analística primitiva.

El libro V comienza en el año 70 y Tácito vuelve a Oriente, refiriendo el final de la guerra de Judea, dirigida por Tito. Los capítulos siguientes constituyen un interesante excurso etnográfico sobre el pueblo judío. La narración histórica continúa de nuevo en el Rin, donde Petilio Cerial conseguía reducir a los bátavos. Tras esta relación, Historias se interrumpe bruscamente en el capítulo 26. Esta extensa mutilación impide conocer con exactitud la estructura real de Historias; con todo, se han propuesto diversas estructuraciones. R. Syme propugna dos héxadas. La primera de ellas abarcaría las guerras civiles y el reinado de Vespasiano hasta su muerte en el 79. Esta primera ocuparía, así pues, 6 libros sobre un total de 12. La segunda héxada narraría los reinados de Tito (79-81) y de Domiciano (81-96). Por su parte, M. M. Sage mantiene la opinión de que Historias contó originariamente con 14 libros y su distribución podría haber sido la siguiente: el principado de Vespasiano estaría narrado a lo largo de los siete primeros libros; en cambio a Tito estaría dedicado el libro octavo, mientras que a Domiciano se le dedican los seis últimos.

Anales

Anales relata los sucesos históricos acaecidos durante la dinastía Julio-Claudia (14-68 d. C.), esto es, durante el gobierno de Tiberio, Calígula, Claudio y Nerón. Tácito cambió su proyecto inicial de contar la historia de los reinados de Nerva (96 -98 d. C.) y Trajano (98-114 d. C.), como había auspiciado en Historias (I 1, 4). Seguramente este cambio de intenciones se debió a la decepción que le produjo la conducta autocrática de Trajano al final de su gobierno o bien porque, apenas terminado Historias, Tácito creyó mejor rescribir la historia de los años anteriores. De este modo Historias sería comprendido más cabalmente. Con este nuevo proyecto, Tácito narra acontecimientos que, a su parecer, habían sido tergiversados, por lo que necesitaban de una revisión. El título más conocido para esta obra, Anales, se popularizó tras la edición de Justo Lipsio en 1574; pero es bien sabido que Tácito usa este término en su obra con un carácter genérico, como si con él se refiriese a “libros de historia”. Por eso, el título, Ab excessu diui Augusti (“Libros desde la muerte del divino Augusto”), recogido en el manuscrito M 1, se considera más genuino, puesto que responde a una tradición ya consolidada de titular los libros de materia histórica de ese modo. Entre los precedentes más ilustres, cabe citar el Ab urbe condita de Tito Livio o el A fine Aufidi Bassi de Plinio el Viejo.

No se sabe si por azar de la transmisión manuscrita o porque Tácito no llegó a concluir la obra, los dieciséis libros abarcan sólo hasta el 66 d. C. Pero ni siquiera han pervivido los dieciséis en su totalidad, al haberse perdido los libros VII, VIII, IX y X y al estar incompletos los libros V, VI y XI. Algunos editores, como Ritter o Hirschfeld, creyeron muy posible que Anales constase en su origen de dieciocho libros. En el siglo XIX Woelffling, siguiendo esta estructuración, introdujo por vez primera la teoría de las héxadas, según la cual los Anales se dividían en tres bloques de seis libros. Actualmente, la mayoría de los estudiosos aceptan tal estructura, que se desarrollaría de la siguiente manera:

1.- Primera héxada (libros I-VI): comprende el reinado de Tiberio a lo largo de veintitrés años. Falta casi todo el libro V y parte del libro VI.
1.1.- Libros I-III: los mejores años del reinado de Tiberio.
1.2.- Libros IV-VI: los peores años de su tiranía.

2.- Segunda héxada (libro VII-XII): comprende los reinados de Calígula y Claudio a lo largo de diecisiete años. De esta héxada, sólo quedan los últimos años de Claudio recogidos en los libros XI, legado parcialmente, y XII.

3.- Tercera héxada (libros XIII-XVIII): comprende el reinado de Nerón a lo largo de doce años. Faltan los dos últimos libros.
3.1.- Libro XIII: refiere el gobierno relativamente tranquilo de Nerón durante un quinquenio cuando aún influían en él sus preceptores Séneca y Burro.
3.2.- Libros XIV y siguientes: abarcan los peores años de su mandato, cuando Nerón, fuera de sí, comete nefandos crímenes: los asesinatos de su madre Agripina y su mujer Octavia (libro XIV), el incendio de Roma, la condena de los conjurados con Pisón (libro XV) y las muertes de su segunda mujer Popea, de Petronio, de Trásea y otros.

En el prólogo de Anales (I 1) Tácito expone las pautas que seguirá para narrar los hechos históricos de este período, sucintamente expresadas en la célebre expresión sine ira et studio (“sin ira y parcialidad”). Con estas premisas, el historiador acomete el relato de la dinastía Julio-Claudia, pero advierte que para empezar contará algunos sucesos -pocos y de la última etapa- del principado de Augusto, pues habían sido falseados para adular al príncipe. Y así, los primeros capítulos (I 2-15) se centran en los problemas sucesorios tras la muerte de Augusto, que culminan cuando Tiberio es nombrado emperador. Tras estos preliminares, comienza propiamente la “héxada tiberiana”. La tríada primera (I-III) presenta los mejores momentos de la administración de Tiberio, que gobierna el estado con justicia y diligencia.

Los acontecimientos externos (res externae) ocupan un lugar preeminente en esta primera parte, y en ellos Germánico, ahijado de Tiberio, es el protagonista. Tácito narra el sometimiento de la revuelta militar del Rin gracias a Germánico (I 31-52) y sus campañas en Germania (I 52-72) durante los años 14-16. En el libro II, Germánico logra someter a los germanos y, tras su victoria, marcha a Oriente, donde muere el 19 d. C. en extrañas circunstancias, estando en Antioquía (II 69-83). El libro III recoge los hechos acaecidos durante los años 20-22. La narración se abre con el traslado de los restos de Germánico a Roma y se detiene en el juicio contra sus presuntos envenenadores.

La segunda tríada (IV-VI) refiere los sucesos relativos a los años 23-28. En este período, Tiberio se vuelve suspicaz y cruel, en gran medida debido a su privado Sejano, personaje tenebroso y siniestro que ocupa en esta parte el mismo protagonismo que Germánico en la primera. Los asuntos internos (res internae) se concretan a lo largo de estos libros, sobre todo, en intrigas cortesanas que pretendían destronar a Tiberio. Se suceden varios procesos de majestad contra supuestos conspiradores, como el del historiador Cremucio Cordo (IV 34-35). Sejano es, en realidad, el inventor de todas las conjuras y su sevicia llega hasta el extremo de provocar el asesinato de Druso, el único hijo del emperador (IV 8-11). El libro V se interrumpe en el capítulo quinto. En él debió de narrarse el supuesto complot de Sejano para acceder al imperio, que acabó con su persona.

De hecho, el libro VI, también incompleto, arranca con los últimos momentos de la represión de la conspiración. Tiberio por estos años, 31-37, aparece cada vez más solo, viejo y vengativo, se ensaña, incluso, contra la familia de Germánico (VI 23-25) y los suyos. Al final de su vida, muy debilitado físicamente, se esforzaba por disimular sus flaquezas (VI 50), pero en su alma era igual de cruel, más si cabe, cuando los temores de ser asesinado lo empujaban a mayores suspicacias. Murió, como sospechaba, asesinado el 16 de marzo del 37, cuando las fuerzas le abandonaron por completo. Macrón, favorito y prefecto del pretorio, mandó ahogar al emperador en su villa de Miseno, echándole mucha ropa encima. Esta héxada, en opinión de los estudiosos de Tácito, encierra la prosa más hermosa de Tácito. Los libros perdidos (VII, VIII, IX y X) narrarían el reinado del demente Calígula (37-41) y los primeros tiempos de Claudio. Seguramente, el principado de Calígula se retrataría en los libros VII y VIII, si bien algunos críticos opinan, para respetar la distribución en tríadas, que la figura de Calígula abarcaría hasta el libro IX.

Debido a esta extensa mutilación, el relato histórico se emprende diez años después, mientras gobierna Claudio. Su reinado y su persona aparecen muy mediatizados por sus esposas, Mesalina y Agripina. El libro XI comprende los sucesos de los años 47-48 y la protagonista principal es Mesalina. Sus escándalos sexuales llenan varios capítulos (12; 26-36) y culminan con su amago de suicidio y posterior asesinato (37-38). Tácito perfila la figura de Claudio como un personaje pusilánime, fácilmente manipulable, que coincide con la opinión negativa que otros historiadores dejaron de él.

El libro XII recoge los años 48-54, en los que Agripina cobra el principal protagonismo. Comienza Tácito relatando las argucias de Agripina, sobrina de Claudio, para casarse con su tío y para casar a su hijo Domicio, luego llamado Nerón, con la hija de Claudio, Octavia (1-9). Agripina no se conforma con estos logros y consigue nombrar a Nerón heredero en detrimento del propio hijo de Claudio, Británico (25-26). Termina el libro con el envenenamiento de Claudio en el 54 pertrechado por Agripina con la ayuda de Locusta, famosa envenenadora, quién preparó para la ocasión un plato de setas, y con el nombramiento de Nerón como nuevo emperador (66-69). En este libro se recogen, asimismo, importantes episodios sucedidos en los límites del imperio, tanto en los confines orientales (10-21 y 44-55) como en Britania, donde Carataco se había rebelado (31-40).

El libro XIII comenzaría la tercera héxada dedicada al reinado de Nerón. En este libro se narran los hechos de los años 54-58. En primer lugar, aparecen los tutores de Nerón, Séneca y Burro, queriendo alejar a Nerón de la nefasta influencia de su madre. Nerón, contenido por sus preceptores, ejerce en estos primeros años el poder con cierta virtud. Sin embargo, Nerón promueve el crimen de su hermanastro Británico poco tiempo después de acceder al poder (15-17). En relación con los acontecimientos del exterior, destacan las campañas militares de Corbulón en los límites orientales (6-9 y 34-41).

El libro XIV abarca los sucesos de los años 59-62. Se abre con el horrible matricidio cometido por Nerón. Tras asesinar a su madre Agripina, Nerón va quedándose paulatinamente solo, pues Burro muere poco después, quizás envenenado, y Séneca se retira de la corte (51-56). Entre tanto, Nerón se casa con Popea tras repudiar a Octavia, que es asesinada al final del libro (60-65). Las campañas de Corbulón en Armenia y la insurrección de la reina Boudica en Britania (23-26 y 29-39 respectivamente) forman también parte del argumento del libro.

La primera parte del libro XV cuenta los hechos comprendidos entre los años 62-65. Tácito comienza refiriendo la problemática situación en Oriente (1-17 y 24-31), narra después el celebérrimo incendio de Roma ocurrido en el 64 (34-43) y termina con la persecución de los cristianos (44). La segunda mitad se detiene minuciosamente en la fallida conjura de Pisón y la represión posterior, que cercenó la vida de Séneca y Lucano, entre otros.

El Libro XVI abarca sólo unos meses del 66 y continúa la crónica de la durísima represión que acaba también con Petronio, Bárea Sorano y Trásea Peto (18-35). Con este último termina bruscamente Anales, justo en el momento en que la sangre fluía de las venas abiertas de Peto. Las fuentes de documentación que utilizó Tácito fueron en su mayoría de segunda mano, aunque en los libros finales el propio autor hace alusión a documentos oficiales, tales como las Actas del senado y las Actas diarias de la ciudad, que consultó para la redacción de su obra. Tal vez, pudo informarse también en los archivos imperiales (commentarii principum), pero tales registros tenían un acceso restringido y difícil para los historiadores. Las memorias biográficas constituyeron otra fuente importante de documentación para Tácito, pese a la falta de objetividad característica de tales documentos. Se sabe, por ejemplo, que tomó de la autobiografía de Tiberio discursos que insertó en Anales y en el libro IV 53 cita las Memorias de Agripina la Menor.

Con relativa frecuencia el autor echa mano de sus propios recuerdos y de otros que le transmiten oralmente testigos directos de la reciente historia. Con todo, la experiencia personal y los testimonios de otros debieron de servirle sobre todo en la narración de Historias, por cuanto los acontecimientos eran más próximos al autor y quedarían aún testigos vivos. Pese a los problemas de documentación, Tácito trató los datos y las opiniones con objetividad, confrontaba las fuentes y con frecuencia aducía varias de ellas cuando no estaba de acuerdo, o bien, si entre ellas se daban diferentes versiones de los hechos, las enumeraba para dejar constancia de la diversidad de interpretaciones. A menudo, Tácito recurrió a las habladurías y a los rumores, ya estuvieran de acuerdo con la versión oficial o no. En el segundo caso, el historiador se hace eco de la vox populi para suplir la carencia de datos o para dar cabida a opiniones contestatarias, que sin el apoyo de la letra escrita parecían más verosímiles. Por último, en la obra Tácito menciona a los historiadores que manejó, entre ellos Plinio el Viejo (I 69), Cluvio Rufo (XIII 20), Fabio Rústico (XIII 20 o XIV 2) y Domicio Corbulón (XV 16).

La tradición historiográfica en Tácito y su ideario

Tácito es considerado el último representante de la analística senatorial romana, cuya característica principal era narrar la historia según un orden anual, introduciendo los años según los cónsules. El objetivo esencial de ésta era guardar los hechos dignos de mención desde los orígenes de Roma para que sirvieran de guía en los tiempos presentes (Tácito dirá en Agrícola 2, 2 que la historia es “la conciencia del género humano”, que ni las hogueras de la censura pueden borrar). Salustio, que fue el modelo inmediato de Tácito, perteneció a esa tradición; su huella es manifiesta en Tácito en su modo de combinar descripciones, discursos, excursos o retratos psicológicos. Con todo, la obra histórica de Tácito tiene singularidades que la diferencian tanto de la tradición analística como de Salustio. La historia en Tácito es fruto de individuos, virtuosos unos, depravados otros; en cambio, para Salustio, Tito Livio y los analistas antiguos la historia de las instituciones resultaba fundamental.

Esta novedad a la hora de relatar los hechos hace de Tácito un historiador muy moderno. También su ideario poco optimista lo acerca a la moderna historiografía. Tácito, sobre todo en Anales, enlaza una tragedia tras otra, lo que produce en él un escepticismo frente a la valía de la condición humana. Esta convicción pesimista -considerada hoy inherente al historiador profesional- se proyecta siempre como un oscuro nubarrón sobre la narración. Por ende, Tácito aprovecha toda ocasión para verter, en ocasiones veladamente, severas críticas contra la corrupción ciudadana y la de sus representantes. Se muestra especialmente duro con las adulaciones colectivas, ya del pueblo ya de la clase dirigente, pues buscan la indulgencia por miedo o el propio interés. Es también conocida su misoginia y buena prueba de ésta es la frase siguiente de Anales XV 54: etenim uxoris quoque consilium adsumpserat muliebre ac deterius (“además, había hecho caso al consejo de su mujer, que, por femenino, era aún peor”. Traducción de Crescente López de Juan).

Para Tácito el principado era en aquellos momentos necesario, pero admiraba la igualdad y la libertad de los tiempos republicanos, privilegios que, a su entender, podían pervivir con el nuevo régimen, siempre que la elección del príncipe se debiera a sus méritos y no a una rutinaria sucesión familiar. Por eso, alabó que Nerva (Agrícola 3, 1) hubiera logrado conciliar principado y libertad, en tanto que difamó la dinastía Julio-Claudia por sus crueldades y necedades. Tácito no creía en la providencia de los dioses y admitía el postulado epicúreo de que si éstos existían no se preocupaban de los afanes humanos. Sí se entrevé en su obra la dualidad destino/azar, pero no se decanta ni por una ni por otra.

Lengua y estilo

E. Norden decía que “Tácito nunca desciende hasta su lector; exige que uno se llegue hasta él, pero lo pone difícil”. En efecto, la lectura de Tácito requiere de la máxima atención del lector, porque su estilo emplea por doquier los recursos tradicionales de la oratoria, y porque, es, además, un arte conciso, conceptista, que sorprende al lector por la maestría con que expresa ideas utilizando las palabras exactas. Esta prosa tan vivaz es fruto de la brevedad (breuitas). Frente a la exuberancia expresiva (ubertas) propia del estilo ciceroniano, que cultivaron historiadores como Tito Livio, Tácito prefirió escribir con concisión: desechó lo superfluo tanto en las palabras como en las construcciones sintácticas, emulando de esta manera el estilo del historiador griego Tucídides y el de su compatriota Salustio. Así pues, las estructuras asindéticas, las elisiones verbales y las oraciones nominales son algunos de los recursos sintácticos más frecuentes en su prosa.

A pesar de la moderación, su estilo resulta enormemente sugestivo e impresionista. Si el estilo ciceroniano construía la frase con simetría y paralelismo en largos períodos hipotácticos, el estilo tacitiano está tejido con frases cortas, donde la variación (uariatio) entre las proposiciones sintácticamente equivalentes pretende captar y llamar la atención del lector. Tácito evita la frase hecha, los grecismos, la expresión coloquial o la palabra vulgar; en cambio busca con ahínco el cultismo, el arcaísmo o la expresión poética. A veces, al esquivar un coloquialismo, Tácito atenta contra su propio principio de la brevedad, pues elabora paráfrasis más dilatadas que las expresiones cotidianas. Otro rasgo estilístico de Tácito es la sentenciosidad, tan del gusto de Séneca el Filósofo. Gracias a la sentencia, Tácito, a menudo, cierra muchas de sus narraciones con una reflexión sucinta y de valía universal.

Tácito perfecciona gracias a su esmerada prosa el “nuevo estilo” que caracterizó la edad argentea de la literatura latina. Salustio, “el Tucídices romano”, y Séneca el Filósofo fueron los antecedentes de este arte de escribir, opuesto al estilo ciceroniano. En él sobresalen, la frase corta, a veces lapidaria, dotada de poetismos, de agudezas al modo de los epigramas y de frecuentes antítesis. La historia en Tácito casi siempre está protagonizada por un personaje, emperador, general o valido, al que Tácito suele retratar psicológicamente con gran sutileza. Tácito se empeña en conocer las motivaciones íntimas de sus personajes, que, en última instancia, mueven los los hilos de la historia; de ahí que el retrato psicológico sea una de sus más peculiares técnicas narrativas. Las semblanzas más pulidas aparecen en forma de necrologías, donde el historiador hace balance de los vicios y virtudes que determinaron la vida del personaje y, en muchos casos, la historia de Roma. En Anales, VI 51 se encuentra el famoso sumario biográfico de Tiberio. Dicen así las líneas finales:

"Tuvo una vida y reputación extraordinarias en el tiempo en que actuó como un particular o desempeñando cargo bajo Augusto; misterioso y astuto para fingir virtudes mientras vivieron Germánico y Druso; mezclado con lo bueno y con lo malo en vida de su madre; abominable por su crueldad, pero sabiendo encubrir sus vicios, mientras quiso o temió a Sejano; finalmente, se precipitó en crímenes y bajezas una vez que, tras perder la vergüenza y el miedo, se dejó llevar tan sólo por su naturaleza". (Traducción de Crescente López de Juan, Anales, Madrid: Alianza Editorial, 1993).

La fortuna de Tácito

Plinio el Joven en su epístola VII 3, 1 ya le predijo la inmortalidad de su obra: “Te auguro, y no me equivoco en mi augurio, que serán inmortales tus historias”. Sin embargo, la presencia de Tácito en la literatura occidental ha sido muy desigual a lo largo de los siglos. Durante el siglo III fue prácticamente olvidado. Amiano Marcelino (ca. 325-400) lo imitó en su obra Res gestae y hacia el 400 era leído en el círculo literario de Símaco. Sulpicio Severo, Orosio, Sidonio Apolinar y Casiodoro lo leyeron también durante los siglos IV y V. Aparecen numerosas citas suyas en escolios a las obras de Virgilio y Lucano, hecho que parece elevarlo al estado de scriptor classicus en algunas escuelas medievales. Eginardo (771-840) conocía la Germania e Historias, y en la abadía alemana de Fulda se leían los Anales y Germania.

Se tuvo por perdido muchos años hasta que Boccaccio en los albores del Renacimiento lo redescubrió. El Renacimiento devolvió a Tácito su fama, sobre todo tras la labor editora del flamenco Justo Lipsio -con tres ediciones (Amberes 1574, 1578, 1584)-. Tácito ocupa entonces un lugar destacado como teórico político. Su héxada tiberiana de Anales es vista por algunos pensadores como un “espejo de príncipes”, un manual para saber gobernar la nave del estado. El propio Lipsio extractó en sus comentarios adagios clasificándolos por lugares comunes para un fin práctico. Por su parte Carlo Pasquale en su obra Gnomae siue axiomata politica a Taciti Annalibus exscepta (“Máximas o axiomas políticos extraídos de los Anales de Tácito”) hace esto mismo convencido de que Tácito es una fuente de prudencia para los gobernantes.

Tácito ha sido, así mismo, el inspirador de obras teatrales. Es el caso, por ejemplo, del Otón de Corneille, del Británicode Racine o de la Octavia de Alfieri. Durante la Revolución francesa Tácito simbolizó la lucha contra las tiranías y la defensa de las libertades de la república. Montesquieu y Rousseaulo leyeron con pasión; Napoleón también, pero sentía antipatía por él. La modernidad ideológica de Tácito, su peculiar visión de la historia más cercana que la de ningún otro clásico al historiador de hoy, ha animado a S. Borzák (en “P. Cornelius Tacitus, der Gerchichtschreiber” recogido en la Paulys Real-Encyclopädie der classischen Altertumswissenschaft) a afirmar que en la actualidad prevalece una aetas tacitiana (“edad de Tácito”). Con esta afirmación sigue las denominaciones acuñadas por Ludwig Traube de aetas Vergiliana, Horatiana y Ovidiana, que se usan para datar los momentos de mayor admiración por estos clásicos durante el Medievo. Algo de verdad tiene ese aserto, pues Tácito ha sido el germen de muchas novelas históricas a lo largo la edad contemporánea. Cabría destacar las obras Yo, Claudio y Claudio el dios y su esposa Mesalina, 1934 de Robert Graves, quien en una nota aclaratoria afirmaba: “entre los escritores clásicos en los que me he basado para la composición de Claudio el dios se encuentran Tácito, Dión Casio, Suetonio, Plinio, Varrón...”

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Comentarios

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Pervivencia

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Ángel Jacinto Traver Vera

Autor

  • Ángel Jacinto Traver Vera