Stoker, Bram (1847-1912).
Escritor y literato irlandés, nacido en Dublín el 24 de noviembre de 1847 y muerto el 20 de abril de 1912, a consecuencia de la sífilis. Tercero de siete hermanos, pertenecía a una familia modesta, pues su padre era secretario en el Castillo de Dublín.
Tras una infancia no demasiado fácil, ingresó en el Trinity College de su ciudad natal y, aunque desde niño se había sentido atraído por el periodismo y la poesía -especialmente la de Walt Whitman, con el que llegó a mantener correspondencia personal-, decidió estudiar Ciencias Exactas y seguir los pasos de su padre. Fue en estos años de universidad cuando se aficionó a los deportes y se convirtió en un consumado atleta; también conoció a Sheridan Le Fanu, cuya influencia sería determinante en su vida. Así pues, con su licenciatura en la mano, se hizo funcionario para ganarse la vida, lo cual no le hizo olvidar su antigua pasión por la literatura, de modo que poco después se incorpora a la plantilla del Mail de Dublín para escribir la columna de crítica teatral.
Al adentrarse en la vida de las tablas, conoció al actor Sir Henry Irving, en 1876, hecho que dio un giro radical a su vida, ya que a instancias del aristócrata se traslada a Londres para entrar a su servicio en calidad de secretario, administrador y consejero (lo que en la actualidad sería un manager). A pesar de que el trabajo no era en absoluto relajado, en el ánimo de Stoker seguía latiendo la posibilidad de dedicarse a la literatura, ocupación que desarrollaba en los pocos ratos libres que le quedaban (él mismo dice que sólo la correspondencia de Irving suponía contestar más de cincuenta cartas diarias); así, da a la imprenta sus primeros escritos: Las obligaciones de los escribanos en los Tribunales de Primera Instancia de Irlanda (1879), una serie de relatos de tema folclórico que fueron compilados en 1882, en un libro titulado Bajo el sol poniente, y poco más tarde, en 1885, el texto de una conferencia, Impresiones sobre América, dictada por él en la Institución Londinense.
También determinante en su vida fue el ingresar, en 1887, en la Orden Hermética del Alba de Oro, una sociedad de la que eran miembros también Stevenson, Yeats, Conan Doyle, Rider Haggard, entre otros ilustres literatos de la época. Relacionada con los Rosacruces, en esta sociedad tuvo la oportunidad de conocer más a fondo los temas esotéricos y ocultistas que siempre le habían interesado, tan presentes en el corpus de su obra.
En 1890 publicó su primera novela, El desfiladero de la Serpiente, ambientada en su Irlanda natal, de corte romántico y misterioso, que fue seguida de otras en la misma línea como El hombre de Shorrox y Crooken Sands (1894), Miss Betty (1898) -historia de una joven rescatada de las aguas del Támesis-, El misterio del mar (1902), La joya de las siete estrellas (1903) -de tema egipcio, tan en boga en la época-, Recuerdos personales de Henry Irving (1906) y Atrapados en la nieve; recuerdos de una gira teatral (1908) hablan del tiempo que pasó junto al grande de las tablas, viajando de una ciudad a otra, y cuando llegaba a escribir más de cincuenta cartas diarias. Historias amorosas con ciertos toques de vampirismo fueron La dama del sudario y Lady Athyle; otras obras suyas fueron Impostores famosos (1909), repaso a las figuras de tramposos, estafadores y timadores que vivieron en su tiempo y La madriguera del Gusano Blanco (1911), escrita poco antes de su muerte, en la que el horror deja paso a lo fantástico.
En 1914, su viuda, Florence A.L., quizá debido a las dificultades económicas en que había quedado sumida tras la muerte del escritor, decidió editar póstumamente El invitado de Drácula y otras historias fantásticas, que incluía, aparte de la ya citada, otras como La casa del juez, El secreto del oro multiplicado, Profecía gitana, La llegada de Abel Behenna, El entierro de las ratas, Un sueño de manos rojas, La piel roja y Crooken Sands. El relato que da nombre a la obra suscitó enorme polémica, ya que según su viuda estaba destinado a prologar la famosa novela, mientras que la crítica considera de forma unánime que se trata de una historia independiente.
Con todo, la obra más conocida -no la mejor ni la más original- es Drácula, el Vampiro, sin la cual posiblemente hubiera pasado por la historia de las letras sin pena ni gloria. (Para ampliar la información sobre la susodicha novela, véase el apartado El vampiro y la literatura en el artículo Vampiro y en las entradas Drácula y Vlad Tepes).